INTRODUCCIÓN
La rapidez con la que se han propagado por todas las partes del
mundo los extraños fenómenos de las manifestaciones espíritas, es
una prueba del interés que suscitan. Al principio han sido un simple
objeto de curiosidad, pero no tardaron en despertar la atención de los
hombres serios que han vislumbrado, desde un comienzo, la
inevitable influencia que deben tener sobre el estado moral de la
sociedad. Las ideas nuevas que de ellos surgen se popularizan cada
día más, y nada ha de detener su progreso, por la sencilla razón de
que esos fenómenos están al alcance de todo el mundo, o de casi
todos, y que ningún poder humano puede impedir que se produzcan.
Si se los sofoca en un punto, reaparecen en otros cien. Por lo tanto,
los que pudiesen ver en ellos algún inconveniente, serán obligados
por la fuerza de las cosas a sufrir las consecuencias, como sucede
con las industrias nuevas que, en su origen, rozan los intereses
privados, y con las cuales todos terminan poniéndose de acuerdo,
porque no podría ser de otro modo. ¡Qué no se ha hecho y dicho
contra el magnetismo! Y, sin embargo, todos los dardos que se han
arrojado contra él, todas las armas con las que lo han golpeado —incluso la del ridículo— se han debilitado ante la realidad, y para lo
único que han servido ha sido para ponerlo cada vez más en
evidencia. Lo que ocurre es que el magnetismo es un poder natural
y, delante de las fuerzas de la Naturaleza, el hombre es un pigmeo
que se parece a esos perritos que ladran inútilmente contra aquello
que los asusta. Sucede con las manifestaciones espíritas lo mismo
que con el sonambulismo; si ellas no se producen públicamente a la
luz del día, nadie puede oponerse a que tengan lugar en la intimidad,
ya que cada familia puede encontrar un médium entre sus miembros,
desde el niño hasta el anciano, así como también puede encontrar un
sonámbulo. Entonces, ¿quién podría impedir a cualquier otra
persona llegar a ser médium o sonámbulo? Sin duda, los que
combaten la cuestión no han reflexionado acerca de la misma. Una
vez más, cuando una fuerza está en la Naturaleza, se la puede
detener por un instante, ¡pero nunca destruirla! No se hace más que
desviar su curso. Por consecuencia, el poder que se revela en el
fenómeno de las manifestaciones, cualquiera que sea su causa, está
en la Naturaleza, como el magnetismo; por lo tanto, no será
destruido, como no puede destruirse la fuerza eléctrica. Lo que es
necesario hacer es observarlo y estudiar todas sus fases para deducir
las leyes que lo rigen. Si es un error, una ilusión, el tiempo hará
justicia; si es verdad, la verdad es como el vapor: cuanto más se lo
comprime, mayor es su fuerza de expansión.
Es para sorprenderse con razón que, mientras en América,
solamente los Estados Unidos poseen diecisiete diarios consagrados
a esas materias, sin contar con una multitud de escritos no
periódicos, Francia —uno de los países de Europa donde esas ideas se
han aclimatado más rápidamente— no posea más que uno. * Por
consiguiente, no se debería poner en duda la utilidad de un órgano
especial que tenga al público al corriente del progreso de esta nueva
ciencia, previniéndolo contra la exageración de la credulidad, así
como también del escepticismo. Es esta laguna que nos proponemos
llenar con la publicación de esta Revista, con el objetivo de ofrecer
un medio de comunicación a todos los que se interesen por esas
cuestiones, y para unir con un lazo común a aquellos que
comprenden la Doctrina Espírita bajo su verdadero punto de vista
moral: la práctica del bien y la caridad evangélica para con todo el
mundo.
* Hasta el presente no existe en Europa más que un solo periódico consagrado a la Doctrina Espírita; nos referimos al Journal de l'âme, publicado en Ginebra por el Dr. Boessinger. En América, el único periódico en francés es el Spiritualiste de la NouvelleOrléans, publicado por el Sr. Barthès. [Nota de Allan Kardec.]
Si no se tratase más que de una compilación de hechos, la tarea
sería fácil; éstos se multiplican en todos los puntos con tal rapidez,
que no faltaría material; pero narrar solamente hechos se volvería
monótono como consecuencia de su cantidad y, sobre todo, de su
similitud. Lo que es necesario al hombre que reflexiona, es algo que
hable a su inteligencia. Pocos años han pasado desde la aparición de
los primeros fenómenos, y ya nos encontramos lejos de las mesas
giratorias y parlantes, que no han sido más que su infancia. Hoy en
día es una ciencia que devela todo un mundo de misterios, que hace
patentes las verdades eternas que nuestro espíritu sólo presentía; es
una Doctrina sublime que muestra al hombre el camino del deber y
que abre el campo más vasto que haya sido dado a la observación
del filósofo. Por lo tanto, nuestra obra sería incompleta y estéril si
nos quedáramos en los estrechos límites de una revista anecdótica,
cuyo interés se agotaría rápidamente.
Quizá nos objeten la calificación de ciencia que damos al
Espiritismo. Sin duda que no podría tener, en ningún caso, los
caracteres de una Ciencia exacta, y ahí está precisamente el error de
aquellos que pretenden juzgarlo y someterlo a experimentación
como a un análisis químico o un problema matemático; ya es
suficiente que tenga el carácter de una ciencia filosófica. Toda
ciencia debe estar basada en hechos; pero los hechos por sí solos no
constituyen la ciencia; la ciencia nace de la coordinación y de la
deducción lógica de los hechos: es el conjunto de las leyes que los
rigen. ¿Ha llegado el Espiritismo al estado de ciencia? Si se entiende
por ésta una ciencia perfecta, sería sin duda prematuro responder
afirmativamente; pero las observaciones son hoy bastante numerosas
como para poder, por lo menos, deducir de ellas los principios
generales, y es ahí donde comienza la ciencia.
La apreciación razonada de los hechos y de las consecuencias que
de ellos derivan es, por consiguiente, un complemento sin el cual
nuestra publicación sería de una mediocre utilidad y sólo ofrecería
un interés muy secundario para aquel que reflexiona y que quiere
darse cuenta de lo que ve. Sin embargo, como nuestro objetivo es
llegar a la verdad, acogeremos todas las observaciones que nos sean
dirigidas e intentaremos, tanto como nos lo permita el estado de los
conocimientos adquiridos, disipar las dudas y esclarecer los puntos
aún oscuros. Nuestra Revista será así una tribuna abierta, pero donde
la discusión nunca deberá faltar el respeto a las leyes más estrictas
de las conveniencias. En una palabra, discutiremos, pero no
disputaremos. Las inconveniencias del lenguaje jamás han sido
buenas razones a los ojos de las personas sensatas; son las armas de
los que no tienen otra cosa mejor, y estas armas se vuelven contra
quienes se sirven de las mismas.
Aunque los fenómenos de que nos ocupamos se hayan producido
en estos últimos tiempos de una manera más general, todo prueba
que han tenido lugar desde los tiempos más remotos. No sucede con
los fenómenos naturales lo mismo que con las invenciones que
siguen el progreso del espíritu humano; desde que aquéllos están en
el orden de las cosas, su causa es tan antigua como el mundo y los
efectos han debido producirse en todas las épocas. Entonces, no
somos testigos hoy de un descubrimiento moderno: es el despertar
de la Antigüedad, pero de la Antigüedad despojada del entorno
místico que ha engendrado las supersticiones, y de la Antigüedad
esclarecida por la civilización y por el progreso de las cosas
positivas.
La consecuencia capital que resulta de esos fenómenos es la
comunicación que los hombres pueden establecer con los seres del
mundo incorpóreo y el conocimiento que, dentro de ciertos límites,
pueden adquirir sobre su estado futuro. El hecho de las
comunicaciones con el mundo invisible se encuentra en términos
inequívocos en los relatos bíblicos; pero por una parte, para ciertos escépticos, la Biblia no tiene en absoluto una autoridad suficiente;
por otra parte, para los creyentes, son hechos sobrenaturales,
suscitados por un favor especial de la Divinidad. Por lo tanto, esto
no sería para todo el mundo una prueba de la generalidad de esas
manifestaciones si no las encontrásemos en mil otras fuentes
diferentes. La existencia de los Espíritus y su intervención en el
mundo corporal, está atestiguada y demostrada, no como un hecho
excepcional, sino como un principio general, en san Agustín, san
Jerónimo, san Juan Crisóstomo, san Gregorio Nacianceno y en
muchos otros Padres de la Iglesia. Además, esta creencia forma la
base de todos los sistemas religiosos. Los más sabios filósofos de la
Antigüedad la han admitido: Platón, Zoroastro, Confucio, Apuleyo,
Pitágoras, Apolonio de Tiana y tantos otros. Nosotros la
encontramos en los misterios y en los oráculos, entre los griegos, los
egipcios, los hindúes, los caldeos, los romanos, los persas, los
chinos, etc. La vemos sobrevivir a todas las vicisitudes de los
pueblos, a todas las persecuciones, y desafiar todas las revoluciones
físicas y morales de la Humanidad. Más tarde la encontramos entre
los adivinos y hechiceros de la Edad Media, en las willis y en las
valquirias de los escandinavos, en los elfos de los teutones, en los
leschies y en los domeschnies doughi de los eslavos, en los ourisks y
en los brownies de Escocia, en los poulpicans y en los tensarpoulicts
de los bretones, en los cemíes del Caribe, en una palabra, en toda la
falange de ninfas, genios buenos y malos, silfos, gnomos, hadas y
duendes, los cuales pueblan el espacio de todas las naciones.
Encontramos la práctica de las evocaciones en Kamchatka —uno de
los pueblos de Siberia—, en Islandia, entre los indios de América del
Norte, entre los aborígenes de México y del Perú, en la Polinesia y
hasta entre los estúpidos salvajes de Australia. Porque algunos
absurdos hayan rodeado y tergiversado esta creencia según los
tiempos y los lugares, no se puede negar que ella parte de un mismo
principio, más o menos desfigurado; luego, una doctrina no se
vuelve universal, ni sobrevive a millares de generaciones, como
tampoco se implanta de un polo a otro entre los pueblos más
disímiles y en todos los grados de la escala social, sin estar fundada
sobre algo positivo. ¿Qué es ese algo? Es lo que nos demuestran las
recientes manifestaciones. Buscar las relaciones que puedan haber
entre estas manifestaciones y todas esas creencias, es buscar la
verdad. La historia de la Doctrina Espírita es, de alguna forma, la
historia del espíritu humano; tendremos que estudiarla en todas esas
fuentes que nos han de proporcionar una mina inagotable de
observaciones, tan instructivas como interesantes, sobre hechos
generalmente poco conocidos. Esta parte nos dará la ocasión de
explicar el origen de una multitud de leyendas y de creencias
populares, sabiendo diferenciar la verdad, de la alegoría y de la
superstición.
En lo que concierne a las manifestaciones actuales, haremos una
relación todos los fenómenos patentes de los que seamos testigo o los que
lleguen a nuestro conocimiento, cuando nos parezca que merecen la
atención de nuestros lectores. Haremos lo mismo con los efectos
espontáneos que a menudo se producen entre las personas que son
más extrañas a la práctica de las manifestaciones espíritas y que
revelan la acción de un poder oculto o la independencia del alma;
tales son los casos de visiones, apariciones, doble vista,
presentimientos, advertencias íntimas, voces secretas, etc. Al relato
de los hechos daremos la explicación de los mismos, tal cual resulte
del conjunto de los principios. Haremos notar al respecto que esos
principios son aquellos que derivan de la propia enseñanza dada por
los Espíritus y que siempre haremos abstracción de nuestras propias
ideas. No será, pues, en absoluto, una teoría personal la que
expondremos, sino la que nos haya sido comunicada y de la cual no
seremos más que su intérprete.
Una gran parte será igualmente reservada a las comunicaciones
escritas o verbales de los Espíritus, cada vez que tengan un objetivo
útil, así como las evocaciones de personajes antiguos o modernos,
conocidos o desconocidos, sin dejar a un lado las evocaciones
íntimas que frecuentemente no son menos instructivas; en una
palabra, abarcaremos todas las fases de las manifestaciones
materiales e inteligentes del mundo incorpóreo.
En fin, la Doctrina Espírita nos ofrece la única solución posible y
racional de una multitud de fenómenos morales y antropológicos, de
los que somos diariamente testigos y de los que se buscará en vano
su explicación en todas las doctrinas conocidas. Colocaremos en esta
categoría, por ejemplo, la simultaneidad de los pensamientos, la
anomalía de ciertos caracteres, las simpatías y las antipatías, los
conocimientos intuitivos, las aptitudes, las propensiones, los
destinos que parecen marcados por la fatalidad, y en un cuadro más
general, el carácter distintivo de los pueblos, su progreso o su
degeneración, etc. Ampliaremos la cita de los hechos con la
búsqueda de las causas que han podido producirlos. De la
apreciación de los mismos resultarán naturalmente enseñanzas útiles
sobre la línea de conducta más acorde con la sana moral. En sus
instrucciones, los Espíritus superiores tienen siempre por objetivo
fomentar en los hombres el amor al bien, por medio de la práctica de
los preceptos evangélicos; nos trazan así el pensamiento que debe
presidir la redacción de esta compilación.
Nuestro cuadro —como se ve— comprende todo lo que se relaciona
con el conocimiento de la parte metafísica del hombre; la
estudiaremos en su estado presente y en su estado futuro, porque
estudiar la naturaleza de los Espíritus es estudiar al hombre, ya que
éste un día deberá formar parte del mundo de los Espíritus; es por
eso que hemos añadido a nuestro título principal el de periódico de
estudios psicológicos, a fin de hacer comprender todo su alcance.
Nota. — Por múltiples que sean nuestras observaciones personales,
y las fuentes de donde las hemos extraído, no disimulamos ni las
dificultades de la tarea, ni nuestra insuficiencia. Para suplirlas,
contamos con la benévola colaboración de todos aquellos que se
interesan en estas cuestiones; estaremos, pues, muy agradecidos por
las comunicaciones que consientan en hacernos llegar sobre los
diversos objetos de nuestros estudios; a este efecto, llamamos la
atención para los siguientes puntos sobre los cuales podrán
proporcionarnos documentos:
1º) Manifestaciones materiales o inteligentes obtenidas en las
reuniones a las que se haya asistido.
2°) Hechos de lucidez sonambúlica y de éxtasis.
3°) Casos de segunda vista, previsiones, presentimientos, etc.
4°) Hechos relacionados al poder oculto atribuido, con o sin razón,
a ciertos individuos.
5°) Leyendas y creencias populares.
6°) Casos de visiones y apariciones.
7°) Fenómenos psicológicos particulares que algunas veces
suceden en el instante de la muerte.
8°) Problemas morales y psicológicos a resolver.
9°) Hechos morales, actos notables de devoción y abnegación,
cuyo ejemplo pueda ser útil propagar.
10°) Indicación de obras antiguas o modernas, francesas o
extranjeras, donde se encuentren hechos relacionados a la
manifestación de inteligencias ocultas, con la designación y —si es
posible— la cita bibliográfica de los pasajes. Lo mismo en lo que
concierne a la opinión emitida sobre la existencia de los Espíritus y
sus relaciones con los hombres, por autores antiguos o modernos,
cuyo nombre y saber puedan conferirles autoridad. Sólo daremos a conocer los nombres de las personas que
consientan en hacernos llegar comunicaciones, cuando estemos
formalmente autorizados por las mismas.