«–Últimamente nos hemos preguntado si todos los Espíritus,
indistintamente, hacen mover las mesas, producen ruidos, etcétera; e
inmediatamente la mano de una dama, demasiado seria para jugar
con esas cosas, trazó violentamente estas palabras:
«–¿Quién hace bailar a los monos en vuestras calles? ¿Son los
hombres superiores?
«Un amigo de nacionalidad española que era espiritualista y que
murió el verano pasado, nos ha dado diversas comunicaciones; en
una de las mismas se encuentra este pasaje:
"Las manifestaciones que vosotros buscáis no son del número de
las que agradan más a los Espíritus serios y elevados. No obstante,
reconocemos que tienen su utilidad, porque tal vez más que ninguna
otra pueden servir para convencer a los hombres de hoy en día.
"Para obtener esas manifestaciones, es necesario que ciertos tipos
de médiums se desarrollen, cuya constitución física esté en armonía
con los Espíritus que pueden producirlas. No hay ninguna duda de
que los veréis más tarde desarrollarse entre vosotros; entonces, no
serán más esos pequeños golpes que escucharéis, sino ruidos
semejantes a una salva de artillería entremezclada con cañonazos."
«En una parte alejada de la ciudad se encuentra una casa habitada
por una familia alemana; allí se escuchan ruidos extraños, al mismo
tiempo que
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ciertos objetos son desplazados; al menos, esto es lo que nos han
asegurado, porque no lo hemos verificado; pero pensando que el jefe
de la familia podría sernos útil, lo hemos invitado a algunas sesiones
que tienen como objetivo ese género de manifestaciones, y más
tarde la mujer de este buen hombre no ha querido que él continuara
siendo uno de los nuestros, porque –nos ha dicho este último– el
alboroto había aumentado en su casa. A propósito de esto, he aquí lo
que nos ha sido escrito por la mano de la señora...
"No podemos impedir a los Espíritus imperfectos que hagan
ruidos u otras cosas molestas y hasta aterradoras; pero el hecho de
estar en relación con nosotros, que somos bienintencionados, no
puede sino disminuir la influencia que ellos ejercen sobre el médium
en cuestión."
Notamos la perfecta concordancia que existe entre lo que los
Espíritus han dicho en Nueva Orleáns, con referencia a la fuente de
las manifestaciones físicas, y lo que nos han dicho a nosotros
mismos. En efecto, nada podría pintar ese origen con más energía
que esta respuesta, a la vez tan espiritual y tan profunda: «¿Quién
hace bailar a los monos en vuestras calles? ¿Son los hombres
superiores?
Tendremos ocasión de narrar, según los diarios de América,
numerosos ejemplos de esta clase de manifestaciones, tan
extraordinarias como la que acabamos de citar. Sin duda, se nos ha
de responder con este proverbio: «De luengas tierras, luengas
mentiras.» Cuando cosas tan maravillosas nos vienen de 2.000
leguas y no se han podido verificar, se concibe la duda; pero esos
fenómenos han cruzado los mares con el Sr. Home, que nos ha dado
prueba de ellos. Es cierto que el Sr. Home no ha mostrado esos
prodigios en un teatro y que todos, mediante el precio de una
entrada, no han podido verlos; es por eso que mucha gente lo trata
de hábil prestidigitador, sin reflexionar que la élite de la sociedad
que ha sido testigo de esos fenómenos no se habría prestado
benévolamente a servirle de ayudante. Si el Sr. Home hubiese sido
un charlatán, no habría tenido el cuidado de rechazar las brillantes
ofertas de muchos establecimientos públicos y habría recogido el
oro a manos llenas. Su desinterés es la respuesta más perentoria que
se puede hacer a sus detractores. Un charlatanismo desinteresado
sería un contrasentido y una monstruosidad. Más adelante 12
hablaremos en detalle del Sr. Home y de la misión que lo ha
conducido a Francia. Mientras tanto, he aquí un hecho de
manifestación espontánea que un distinguido médico, digno de toda
confianza, nos ha narrado, y que es tan auténtico como las cosas que
han pasado con su conocimiento personal.
Una familia respetable tenía como mucama a una joven huérfana
de catorce años, cuya bondad y dulzura de carácter le habían
merecido el afecto de sus patrones. En la misma cuadra vivía otra
familia en la que la señora de la casa –no se sabe por qué–
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había tomado aversión a la jovencita, a tal punto que no había
maltrato del cual no fuese objeto. Un día que la muchacha entraba,
la vecina salió furiosa, armada de una escoba, y quiso golpearla.
Asustada, la joven se precipitó hacia la puerta y quiso llamar: pero
desgraciadamente el cordón del llamador se había cortado y ella no
podía alcanzarlo; mas he aquí que la campanilla sonó por sí sola y
vinieron a abrir. En su preocupación, ella no se dio cuenta de lo que
había pasado; pero, desde entonces, la campanilla continuó sonando
de tiempo en tiempo sin motivo conocido, tanto de día como de
noche y, cuando se iba a ver a la puerta, no había nadie. Los vecinos
de la cuadra fueron acusados de jugar esas malas pasadas; la queja
fue llevada ante el comisario de policía, que inició un sumario y
buscó si algún cordón secreto comunicaba con el exterior, pero no
pudo descubrir nada; sin embargo, las cosas continuaban igual en
detrimento del reposo de todos y especialmente de la pequeña
mucama, acusada de ser la causa de ese alboroto. Al seguir el
consejo que les había sido dado, los patrones de la joven decidieron
alejarla de su casa, y la colocaron en la de unos amigos del campo.
Desde entonces la campanilla dejó de sonar, y nada semejante se
produjo en el nuevo domicilio de la huérfana.
Este hecho, como muchos otros que hemos de relatar, no han
sucedido a orillas del Missouri o del Ohio, sino en París, en el
Passage des Panoramas (Pasaje de los Panoramas) 13 . Nos falta
ahora explicarlo. La jovencita no tocaba la campanilla: esto es
indudable; ella estaba demasiado atemorizada por lo que sucedía
para pensar en una travesura de la cual hubiese sido la primera
víctima. Una cosa no menos cierta es que el toque de la campanilla
se producía en su presencia, puesto que el efecto cesó cuando ella
hubo partido. El médico que ha sido testigo del hecho lo explica
como siendo una poderosa acción magnética ejercida
inconscientemente por la joven. Esta razón no nos parece de ninguna
manera concluyente, ya que ¿por qué habría ella perdido ese poder
después de su partida? Él ha respondido a esto diciendo que el terror
inspirado por la presencia de la vecina debía producir en la joven
una sobreexcitación tal que desarrollaba la acción magnética, y que
el efecto cesó con la causa. Confesamos no estar en absoluto
convencidos con este razonamiento. Si la intervención de un poder
oculto no está demostrado aquí de una manera perentoria, es por lo
menos probable, según los hechos análogos que conocemos. Por lo
tanto, al admitir esta intervención, diremos que en la circunstancia
en que el hecho se produjo por primera vez, un Espíritu protector
quiso probablemente salvar a la jovencita del peligro que corría;
que, a pesar del afecto que sus patrones tenían por ella, era quizás de
su interés que saliera de esa casa; es por eso que el ruido continuó
hasta que hubo partido.