Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1862

Allan Kardec

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Instrucción moral
(París; Grupo Faucheraud; médium: Sr. Planche)

Vengo a vosotros, pobres extraviados que estáis en un terreno resbaladizo y que os encontráis a pocos pasos del borde de un abismo. Como buen padre de familia vengo a tenderos una mano caritativa para os salvar del peligro. Mi mayor deseo es el de encaminaros bajo el techo paternal y divino, a fin de haceros sentir el amor de Dios y del trabajo por medio de la fe, de la caridad cristiana, de la paz, de los goces y de la dulzura del hogar. Queridos hijos míos: como vosotros he conocido alegrías y sufrimientos, y comprendo todas las dudas de vuestros Espíritus y las luchas de vuestros corazones. Es para preveniros contra vuestros defectos y para mostraros los escollos contra los cuales podríais chocaros, que seré justo, pero severo.

Desde lo alto de las esferas celestiales que recorro, mi mirada se dirige con felicidad hacia vuestras reuniones, y es con gran interés que sigo vuestras santas instrucciones. Pero al mismo tiempo que mi alma se regocija por un lado, siente por otro lado una pena muy amarga, cuando penetra en vuestros corazones y allí aún ve tanto apego a las cosas terrenales. Para la mayoría, el santuario de nuestras lecciones es considerado como una sala de espectáculo, y siempre esperáis de nuestra parte que surjan algunos hechos maravillosos. De ninguna manera estamos encargados de presentaros milagros, sino que nuestra misión es cultivar vuestros corazones, abriendo en los mismos grandes surcos para arrojar a manos llenas la semilla divina. Sin cesar nos esforzamos en volverla fecunda, porque sabemos que sus raíces deben atravesar la tierra de un polo al otro y cubrir toda su superficie. Los frutos que salgan de allí serán tan bellos, tan dulces y tan grandes que ascenderán a los cielos.

Feliz de aquel que haya sabido recoger los frutos para saciarse con ellos, porque los Espíritus bienaventurados vendrán a su encuentro, coronarán su cabeza con la aureola de los elegidos, le harán subir las gradas del trono majestuoso del Eterno y le dirán que participe de la incomparable felicidad, de las alegrías y de los innumerables deleites de las falanges celestiales.

Desventurado aquel a quien fue dado ver la luz y oír la palabra de Dios, pero que cerró los ojos y se tapó los oídos; el Espíritu de las tinieblas lo envolverá con sus alas lúgubres y lo transportará a su imperio sombrío para que expíe durante siglos su desobediencia al Señor, a través de numerosos tormentos. Es el momento de aplicar la sentencia de muerte del profeta Oseas: Cœdam eos secundùm auditionem cœtus eorum (Yo los heriré de muerte conforme a lo que hayan escuchado). Que estas pocas palabras no se desvanezcan como el humo en el aire, sino que cautiven vuestra atención para que las meditéis y para que reflexionéis seriamente en las mismas. Daos prisa en aprovechar los pocos instantes que os quedan, a fin de consagrarlos a Dios; un día vendremos a pediros cuentas de lo que habéis hecho de nuestras enseñanzas y de cómo pusisteis en práctica la Doctrina sagrada del Espiritismo.

Espíritas de París: a vosotros, por lo tanto, que podéis realizar mucho con vuestras posiciones personales y con vuestras influencias morales, os digo que hay gloria y honor en dar el ejemplo sublime de las virtudes cristianas. No esperéis que el infortunio venga a golpear a vuestra puerta. Id al encuentro de vuestros hermanos en sufrimiento: dad al pobre el óbolo de la jornada; secad las lágrimas de la viuda y del huérfano con palabras suaves y consoladoras. Levantad el ánimo abatido del anciano, encorvado con el peso de los años y bajo el yugo de iniquidades, haciendo brillar en su alma las alas doradas de la esperanza en una vida futura mejor. Por todas partes, y a vuestro paso, dad en abundancia el amor y el consuelo; así, al elevar vuestras buenas obras a la altura de vuestros pensamientos, mereceréis con dignidad el título glorioso y brillante que los espíritas de la provincia y del exterior os conceden mentalmente, cuyas miradas son dirigidas hacia vosotros y que, llenos de admiración ante la visión de la luz que brota a raudales de vuestras asambleas, os llamarán el sol de Francia.

LACORDAIRE.