Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1862

Allan Kardec

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Meditaciones filosóficas y religiosas
Dictadas por el Espíritu Lamennais
(Sociedad Espírita de París; médium: Sr. A. Didier)

La cruz

En medio de las revoluciones humanas, en medio de todas las perturbaciones, de todos los desenfrenos del pensamiento, se levanta una cruz alta y simple, y esa cruz está incrustada en un altar de piedra. Un jovencito, esculpido en la piedra, tiene en sus pequeñas manos una insignia, en la cual se lee esta palabra: Simplicitas. Filántropos, filósofos, deístas, poetas: venid a leer y a contemplar esa palabra; es todo el Evangelio y toda la explicación del Cristianismo. Filántropos: no inventéis la filantropía, pues únicamente existe la caridad. Filósofos: no inventéis la sabiduría, ya que sólo hay una. Deístas: no inventéis un Dios, porque solamente existe uno. Poetas: no perturbéis el corazón del hombre. Filántropos: queréis romper las cadenas materiales que mantienen cautiva a la Humanidad. Filósofos: erigís panteones. Poetas: idealizáis al fanatismo. ¡Atrás! Sois de este mundo, y el Cristo ha dicho: «Mi reino no es de este mundo». ¡Oh! Sois excesivamente de este mundo de barro como para comprender estas sublimes palabras; y si algún juez lo bastante poderoso pudiese preguntaros: «¿Sois hijos de Dios?», vuestra voluntad moriría en el fondo de la garganta, y responderíais como el Cristo ante la Humanidad: –«Tú lo dices». –«Vosotros sois dioses», ha dicho el Cristo, cuando la lengua de fuego desciende sobre vuestras cabezas y penetra vuestros corazones; vosotros sois dioses cuando recorréis la Tierra en nombre de la caridad; pero sois hijos del mundo cuando contempláis los sufrimientos presentes en la Humanidad y cuando no pensáis en su futuro divino. ¡Hombre! Que esa palabra sea leída por tu corazón y no por tus ojos de carne; el Cristo no erigió un panteón: Él levantó una cruz.


Bienaventurados los pobres de espíritu
Las diferentes acciones merecedoras del Espíritu después de la muerte son sobre todo las del corazón, más que las de la inteligencia. Bienaventurados los pobres de espíritu no quiere decir únicamente bienaventurados los que son desprovistos de inteligencia, sino también bienaventurados aquellos que, llenos de dones intelectuales, no los emplean para el mal, porque son un arma poderosa para atraer a las masas. Entretanto, como decía últimamente Gérard de Nerval,[1] la inteligencia desconocida en la Tierra tendrá un gran mérito ante Dios. En efecto, el hombre que es poderoso en inteligencia y que lucha contra todas las circunstancias desdichosas que lo acometen, debe regocijarse con estas palabras: «Los últimos serán los primeros, y los primeros serán los últimos»; esto no debe entenderse únicamente en el orden material, sino también en las manifestaciones del Espíritu y en las obras de la inteligencia humana. Las cualidades del corazón son meritorias, porque las circunstancias que pueden impedirlas son muy pequeñas, muy raras y muy fútiles. La caridad debe brillar por todas partes, a pesar de todos y para todos, como el Sol brilla para todo el mundo. El hombre puede impedir que la inteligencia de su prójimo se manifieste, pero no puede hacer nada con respecto al corazón. Las luchas contra la adversidad, las angustias del dolor pueden paralizar los impulsos del genio, pero no pueden detener los de la caridad.

[1] Alusión a una comunicación de Gérard de Nerval. [Nota de Allan Kardec.]

La esclavitud

¡Esclavitud! Cuando se pronuncia este nombre, el corazón tiene frío, porque ve a su frente el egoísmo y el orgullo. Un sacerdote, cuando os habla sobre esclavitud, se refiere a la esclavitud del alma, que rebaja al Espíritu del hombre y que lo hace olvidarse de su conciencia, es decir, de su libertad. ¡Oh! Sí, esta esclavitud del alma es horrible, y a cada día estimula la elocuencia de más de un predicador; pero la esclavitud del ilota, la esclavitud del negro, ¿qué se vuelve a sus ojos? Ante esta pregunta el sacerdote muestra la cruz y dice: «Esperad». En efecto, para estos desdichados, es el consuelo a ser ofrecido, y les dice: «Cuando vuestro cuerpo sea dilacerado a latigazos, sufriendo hasta la muerte, no penséis más en la Tierra; pensad en el Cielo».

Abordamos aquí una de las cuestiones más graves y terribles que aturden el alma humana y que la arrojan en la incertidumbre. ¿Está el negro a la altura de los pueblos de Europa? Y la prudencia humana o, mejor dicho, la justicia humana, ¿debe mostrarle la emancipación como el medio más seguro para llegar al progreso de la civilización? A esta cuestión los filántropos muestran el Evangelio y dicen: ¿Jesús habló sobre los esclavos? No, pero Jesús habló acerca de la resignación y dijo estas sublimes palabras: «Mi reino no es de este mundo». John Brown, cuando contemplo vuestro cadáver en la horca, me siento tomado de una piedad profunda y de una admiración entusiástica; pero la razón, esta brutal razón que incesantemente nos conduce al porqué de las cosas, nos leva a preguntarnos: «¿Qué habríais hecho después de la victoria?»

ALLAN KARDEC.