Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1862

Allan Kardec

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Espiritismo en una distribución de premios

Uno de nuestros compañeros de la Sociedad Espírita de París nos envía la siguiente carta, que dirigió a los directores del internado donde se encuentra una de sus hijas, en París:

"Señoras,

“Permítanme algunas reflexiones sobre un discurso pronunciado en la distribución de premios en su internado; mi calidad de padre de familia y especialmente la de padre de una de sus alumnas, me da algunos derechos a este reconocimiento.

“El autor de este discurso, un extraño a su establecimiento, y un profesor, me han dicho, en la universidad C…, enfrascado en una larga charla, realmente no sé a propósito de qué, sobre la ciencia espírita y los médiums. Que hubiera expresado su opinión sobre este tema en cualquier otra circunstancia, lo entendería; pero ante un auditorio como aquel al que se dirigía, ante los jóvenes confiados a vuestro cuidado, permítanme decirles que esta cuestión estaba fuera de lugar, y que fue una mala elección de tema para tratar de tener un efecto.

Este señor dijo entre otras cosas que “todas las personas que se ocupan de experimentos sobre tablas y otros fenómenos llamados espíritas o del orden psicológico son malabaristas, tontos o estúpidos.”

“Soy, señoras, de los que cuidan de este tema y no lo ocultan, y estoy seguro de que no fui el único en su reunión. No pretendo ser sabio, como vuestro orador, y como tal soy tal vez estúpido, desde su punto de vista; sin embargo, la expresión es bastante indecente cuando se dirige a personas que no se conocen y cuando se generaliza el pensamiento; pero ciertamente mi posición y mi carácter me resguardan del epíteto de malabarista. Este señor parece ignorar que esta estupidez hoy cuenta con millones de seguidores en todo el mundo, y que estos llamados malabaristas se encuentran incluso en los rangos más altos de la sociedad, de lo contrario habría pensado que sus palabras podrían salir mal en la dirección de más de uno de sus oyentes. Si demostró, con esta salida intempestiva, falta de tacto y de buenos modales, también demostró que estaba hablando de algo que nunca había estudiado.

“En cuanto a mí, señoras, desde hace cuatro años estudio, observo y el resultado de mis observaciones ha sido convencerme, como a tantos otros, de que nuestro mundo material puede, en determinadas circunstancias, entrar en relación con el mundo espiritual. Las pruebas de este hecho, las he tenido por miles, por todas partes, en todos los países que he visitado, y sabéis que he visto muchas, en mi familia, con mi mujer que es médium sin ser malabarista, con padres, con amigos que, como yo, buscaban lo real.

“No crean, señoras, que creí a primera vista, sin examen; no; como dije, estudié y observé concienzudamente, con frialdad, con calma y sin prejuicios, y fue solo después de una cuidadosa consideración que tuve la suerte de convencerme de la realidad de estas cosas. Digo felicidad, porque, lo admito, la educación religiosa que había recibido no siendo suficiente para iluminar mi razón, me había vuelto escéptico. Ahora, gracias al Espiritismo, a las pruebas patentes que proporciona, ya no lo soy, porque pude asegurarme de la inmortalidad del alma y de sus consecuencias. Si esto es lo que este señor llama estupidez, al menos debería abstenerse de decirlo delante de vuestros alumnos, quienes podrán, y mucho antes de lo que vosotros pensáis, darse cuenta de los fenómenos cuyo velo les ha sido levantado. Les bastará, para eso, entrar en el mundo; la nueva ciencia está haciendo grandes y rápidos progresos allí, se lo aseguro. Así que no es de temer que hagan esta reflexión: Si hemos sido engañados en estos asuntos; si quisieron ocultarnos la verdad, ¿no será que nos engañaron en otros puntos? En caso de duda, la prudencia más vulgar dictaba la abstención; en todo caso, no era éste el lugar ni el momento de tratar semejante tema.

“Pensé que era mi deber, señoras, compartir mis impresiones con ustedes; por favor, recíbalos con su amabilidad habitual.

“Aceptar, etc.
A. Gassier,
38, rue de la Chaussée-d'Antin.”

Observación. - El Espiritismo difundiéndose por todas partes, se vuelve muy raro que alguna asamblea no contenga más o menos seguidores. Dejarte llevar por arrebatos virulentos contra una opinión en constante crecimiento; usar expresiones ofensivas a este respecto ante una audiencia que uno no conoce es exponerse a molestar a las personas más respetables y, a veces, a ser llamado al orden; hacerlo en una reunión que, por su naturaleza, exige más que ninguna otra la estricta observancia del decoro, donde cada palabra debe ser una enseñanza, es una falta. Que uno de estos jóvenes cuyos padres tratan con el Espiritismo vaya y les diga: "Ustedes son malabaristas, tontos o estúpidos", ¿No podría ella disculparse? diciendo:

"¿Es eso lo que me enseñaron en la distribución de premios?" ¿Hubiera este señor hecho un estallido similar contra los protestantes o los judíos, diciendo que todos ellos son herejes y condenados; contra tal o cual opinión política? No, porque hay pocos internados donde no haya alumnos cuyos padres profesan opiniones políticas o religiosas diferentes, y uno tendría miedo de ofender a estos últimos. ¡Y bien! que sepa que hay hoy, sólo en Francia, tantos Espíritas como judíos y protestantes, y que dentro de poco habrá tantos como católicos.

Además, allí, como en todas partes, el efecto irá directamente contra la intención. Aquí hay una multitud de chicas naturalmente curiosas, muchas de las cuales nunca han oído hablar de tales cosas, y que querrán saber de qué se trata en la primera oportunidad; probarán la mediumnidad, e infaliblemente más de una lo logrará; se lo contarán a sus compañeras, y así sucesivamente. Les prohibirás que se preocupen por ello; las atemorizarás con la idea del demonio; pero esa será una razón más para que lo hagan en secreto, porque querrán saber lo que el diablo les dirá. ¿No oyen todos los días hablar de diablos buenos, diablos color de rosas? Ahora bien, ahí está el verdadero peligro, pues, falto de experiencia y sin guía prudente e ilustrada; podrían encontrarse bajo una influencia perniciosa de la que no pueden librarse, y de la que pueden resultar inconvenientes tanto más graves cuanto que, a consecuencia de la prohibición que se les habrá hecho, y por temor a un castigo, no se atreverán a decir nada. ¿Les prohibirás escribir? No siempre es fácil; los maestros de internado saben algo al respecto; pero ¿qué haréis con las que se harán clarividentes o médiums auditivos? ¿Cubrirás sus ojos y oídos? Esto, señor, es lo que puede producir su discurso imprudente, del que probablemente quedó muy satisfecho.

El resultado es bastante diferente en los niños educados por sus padres en estas ideas; primero, no tienen nada que esconder, y así se preservan de los peligros de la inexperiencia; luego les da desde temprano una piedad razonada que la edad fortalece y no puede debilitar; se vuelven más dóciles, más sumisos, más respetuosos; la certeza que tienen de la presencia de sus familiares difuntos, que los ven constantemente, con quienes pueden conversar y de quienes reciben sabios consejos, es para ellos un poderoso freno por el saludable temor que les inspira. Cuando la generación se eduque en las creencias espíritas, veremos a la juventud bien diferente, más estudiosa y menos turbulenta. Ya podemos juzgar de ello por el efecto que estas ideas producen en los jóvenes que están imbuidos de ellas.