Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1862

Allan Kardec

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Respuesta a una pregunta mental.

Un muy buen médium de Maine-et-Loire, a quien conocemos personalmente, nos escribe lo siguiente:

“Un amigo nuestro, hombre de poca fe, pero que tenía un gran deseo de iluminarse, nos preguntó un día si podía evocar un Espíritu sin nombrarlo, y si ese Espíritu podía responder a las preguntas que le dirigía por el pensamiento, sin que el médium tenga el menor conocimiento de ello. Le respondimos que es posible cuando el Espíritu está dispuesto a prestarse, lo que no siempre ocurre. Acto seguido obtuve la siguiente respuesta:

“Lo que me pides, no os puedo decir, porque Dios no lo permite; más os puedo decir que sufro: es un dolor general en todos los miembros, que os debe sorprender, ya que al morir el cuerpo se pudre en la tierra; pero tenemos otro cuerpo espiritual que no muere, lo que significa que sufrimos tanto como si tuviéramos nuestro cuerpo corporal. Sufro, pero espero no sufrir para siempre. Como debemos satisfacer la justicia de Dios, debemos resignarnos a ella en esta vida o en la próxima. No me he privado lo suficiente en la tierra, lo que significa que tengo que recuperar el tiempo perdido. No me imitéis, que os estaríais preparando siglos de tormento. La eternidad es algo serio, y lamentablemente no pensamos en ella tanto como deberíamos. ¡Qué pena cuando se olvida el asunto tan importante de la salvación! ¡Piénsalo!

“Tu antiguo sacerdote, A…T…”

“Era de este sacerdote del que nuestro amigo quería hablar, y aquí están las tres preguntas que quería hacerle:

“¿Qué pasa con la divinidad de Jesucristo?

“¿Es el alma inmortal?

“¿Qué medios deben emplearse para expiar las faltas y evitar el castigo?

“Reconocimos perfectamente a nuestro expárroco por su estilo; las palabras cuerpo corporal sobre todo muestran que es el Espíritu de un buen cura rural cuya educación puede haber dejado algo que desear.”

Observación. - Las respuestas a las preguntas mentales son hechos muy comunes, tanto más interesantes de observar cómo son para el incrédulo de buena fe una de las pruebas más concluyentes de la intervención de una inteligencia oculta; pero como la mayoría de los fenómenos espíritas, rara vez se obtienen a voluntad, mientras que ocurren espontáneamente en cada momento. En el caso dicho, el Espíritu tuvo la bondad de consentirlo, lo cual es muy raro, porque a los Espíritus, como sabemos, no les gustan las cuestiones de curiosidad y prueba; se condescienden con ella sólo cuando la ven útil, y muchas veces no la juzgan como nosotros. Como no están al antojo de los hombres, debemos esperar los fenómenos de su buena voluntad o de la posibilidad de que los produzcan; es necesario, por así decirlo, agarrarlos de paso y no provocarlos; para eso se necesita paciencia y perseverancia, y es por esto que los Espíritus reconocen a los observadores serios y verdaderamente deseosos de aprender; les importa muy poco la gente superficial que cree que solo tiene que pedir para ser atendida al minuto.