Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1862

Allan Kardec

Volver al menú
La reencarnación en América

A menudo las personas se admiran de que la doctrina de la reencarnación no haya sido enseñada en América, y los incrédulos no dejan de aprovecharse de eso para acusar a los Espíritus de contradicción. No repetiremos aquí las explicaciones que nos fueron dadas al respecto y que ya hemos publicado; nos limitaremos a recordar que los Espíritus han mostrado en esto su prudencia habitual. Ellos han querido que el Espiritismo naciera en un país de absoluta libertad en cuanto a la emisión de opiniones; el punto esencial era la adopción del principio y para esto no quisieron ser incomodados en nada. No sucedería lo mismo con todas sus consecuencias, y sobre todo con la reencarnación, que se habría chocado contra los prejuicios de la esclavitud y del color. La idea de que un negro pudiese volverse un blanco; de que un blanco pudiera haber sido un negro; de que un amo hubiese sido un esclavo, podría parecer de tal modo monstruosa que sería suficiente para hacer que el todo fuese rechazado. Por lo tanto, los Espíritus prefirieron momentáneamente sacrificar lo accesorio a lo principal, y siempre nos dijeron que más tarde la unidad se haría en este punto como en todos los otros. En efecto, es lo que comienza a suceder: varias personas de Norteamérica nos han dicho que ahora la doctrina de la reencarnación encuentra allí numerosos adeptos, y que ciertos Espíritus –después de haberla hecho presentir– vienen a confirmarla. Al respecto, he aquí lo que nos escribe, desde Montreal (Canadá), el Sr. Fleury Lacroix, natural de los Estados Unidos de América:

«...La cuestión de la reencarnación, de la cual habéis sido el primer promotor visible, nos ha tomado de sorpresa aquí; pero hoy estamos reconciliados con ella, con esa hija de vuestro pensamiento. Todo se ha vuelto comprensible a través de esta nueva claridad, y ahora vemos mucho mejor el eterno camino que está delante nuestro. Entretanto, eso nos parecía muy absurdo, como decíamos al comienzo; pero si hoy negamos, mañana creemos:he aquí la humanidad. Felices los que quieren saber, porque la luz se hará para ellos; desdichados son los otros, porque permanecerán en las tinieblas.»

De ese modo fue la lógica, la fuerza del razonamiento que los llevó a la doctrina de la reencarnación, y porque encontraron en la misma la única clave que podía resolver los problemas hasta entonces insolubles. Sin embargo, nuestro honorable corresponsal se equivoca sobre un hecho importante, al atribuirnos la iniciativa de esta doctrina, a la cual llama de hija de nuestro pensamiento. Es un honor que no nos corresponde: la reencarnación ya había sido enseñada por los Espíritus a otros, antes que a nosotros en la publicación de El Libro de los Espíritus; además, el principio de la reencarnación ha sido claramente expuesto en varias obras anteriores, no sólo en las nuestras, sino hasta en las que surgieron en la época de la aparición de las mesas giratorias, entre otras, en Tierra y Cielo (Terre et Ciel), de Jean Reynaud, y en un pequeño libro encantador del Sr. Louis Jourdan, intitulado Las oraciones de Ludovico (Les prières de Ludovic), publicado en 1849, sin contar que ese dogma era profesado por los druidas, a los cuales, ciertamente, nosotros no enseñamos.[1] Cuando ese principio nos fue revelado, quedamos sorprendidos y lo recibimos con dudas, con desconfianza; inclusive lo combatimos durante algún tiempo, hasta que la evidencia nos fue demostrada. Así, a este dogma, nosotros lo hemos ACEPTADO y no INVENTADO, lo que es bien diferente.

Esto responde a la objeción de uno de nuestros suscriptores, el Sr. Salgues (de Angers), que es uno de los antagonistas declarados de la reencarnación, el cual pretende que los Espíritus y los médiums que la enseñan reciben nuestra influencia, considerando que los que se comunican con él dicen lo contrario. Además, el Sr. Salgues alega contra la reencarnación objeciones especiales, las cuales serán objeto, uno de estos días, de un examen particular. A la espera de esto, constatamos un hecho: el número de adeptos de la doctrina de la reencarnación crece sin cesar, mientras que el de sus adversarios disminuye; si ese resultado se debe a nuestra influencia, esto es atribuirnos una importancia muy grande, ya que se extiende de Europa a América, a Asia, al África y hasta a Oceanía. Si la opinión contraria es verdadera, ¿cómo se explica que no haya preponderado? Por lo tanto, ¿sería el error más poderoso que la verdad?
1] Ver la Revista Espírita de abril de 1858, página 95 {137}: El Espiritismo entre los druidas, artículo que contiene las Tríadas. [Nota de Allan Kardec.]