Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1862

Allan Kardec

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Herencia moral

Uno de nuestros suscriptores nos escribe desde Wiesbaden:

“Señor, estudio cuidadosamente el Espiritismo en todos sus libros, y a pesar de la claridad resultante, dos puntos importantes no parecen suficientemente explicados a los ojos de ciertas personas, estos son: 1° las facultades hereditarias; 2° sueños.

"¿Cómo conciliar, en efecto, el sistema de la anterioridad del alma con la existencia de facultades hereditarias? Estas existen, sin embargo, aunque de forma no absoluta; todos los días nos sorprende en la vida privada, y también vemos, en un orden superior, los talentos suceden a los talentos, la inteligencia a la inteligencia. El hijo de Racine era poeta; Alexandre Dumas tiene un autor distinguido por hijo; en el arte dramático vemos la tradición de talentos en la misma familia, y en el arte de la guerra una raza, como la de los duques de Brunswick, por ejemplo, proporciona una serie de héroes. La ineptitud, el vicio, incluso el crimen, todos, también conservan su tradición. Eugene Sue cita familias en las que varias generaciones han pasado sucesivamente por el asesinato y la guillotina. La creación del alma por el individuo explicaría aún menos estas dificultades, entiendo, pero hay que admitir que una y otra doctrina se prestan a los golpes de los materialistas, que ven en toda facultad sólo una concentración de fuerzas nerviosas.

“En cuanto a los sueños, la Doctrina Espírita no concilia suficientemente el sistema de peregrinaciones del alma durante el sueño con la opinión vulgar que los convierte simplemente en el reflejo de las impresiones percibidas durante la vigilia. Esta última opinión podría parecer la verdadera explicación de los sueños, mientras que la peregrinación sería sólo un caso excepcional. (Varios ejemplos de apoyo siguen.)

"Se entiende, señor presidente, que no pretendo hacer ninguna objeción aquí en mi nombre personal, pero me parecería útil que la Revista Espírita se ocupe de estas preguntas, aunque solo sea para proporcionar los medios para responder a los incrédulos; en cuanto a mí, soy creyente y busco sólo mi instrucción.”

La cuestión de los sueños se examinará más adelante en un artículo especial; sólo nos ocuparemos hoy de la herencia moral, que dejaremos para el tratamiento de los Espíritus, limitándonos a algunas observaciones preliminares.

Cualquier cosa que se diga sobre este tema, los materialistas no estarán más convencidos de ello, porque, no admitiendo el principio, no pueden admitir sus consecuencias; sería necesario sobre todo hacerlos Espíritas; sin embargo, no es con esta pregunta que uno debe comenzar; por lo tanto, no podemos preocuparnos por sus objeciones.

Tomando como punto de partida la existencia de un principio inteligente fuera de la materia, es decir, la existencia del alma, la cuestión es saber si las almas proceden de las almas o si son independientes. Creemos haber demostrado ya, en nuestro artículo sobre los Espíritus y el escudo, publicado en el número del mes de marzo pasado, las imposibilidades que existen en la creación del alma por el alma; en efecto, si el alma del hijo fuera parte de la del padre, debería tener siempre las cualidades y las imperfecciones, en virtud del axioma de que la parte es de la misma naturaleza que el todo; sin embargo, la experiencia demuestra lo contrario todos los días. Citamos, es cierto, ejemplos de semejanzas morales e intelectuales que parecen debidas a la herencia, de las que habría que concluir que hubo transmisión; pero entonces, ¿por qué no siempre se produce esta transmisión? ¿Por qué vemos a diario padres esencialmente buenos que tienen hijos instintivamente viciosos, y viceversa? Como es imposible hacer de la herencia moral una regla general, es necesario explicar, con el sistema de la independencia recíproca de las almas, la causa de las semejanzas. Esto podría ser a lo sumo una dificultad, pero que en modo alguno prejuzgaría la doctrina de la anterioridad del alma y de la pluralidad de las existencias, ya que esta doctrina está probada por otros cien hechos concluyentes y contra los que es imposible levantar ninguna abyección seria. Dejamos hablar a los Espíritus que estaban dispuestos a tratar la cuestión. Estas son las dos comunicaciones que recibimos sobre este tema:


(Sociedad Espírita de París, 23 de mayo de 1862. - Médium, Sr. d'Ambel.)

Se ha dicho muchas veces, que un sistema no debe construirse sobre meras apariencias, y es un sistema de esta naturaleza el que deduce de las semejanzas de familia una teoría contraria a la que os habéis dado sobre la existencia de las almas antes de su encarnación terrena. Es cierto que muy a menudo éstos nunca hayan tenido relaciones directas con los ambientes, con las familias en las que se encarnan aquí abajo. Ya os hemos repetido muchas veces que las similitudes corporales se deben a una cuestión material y fisiológica completamente aparte de la acción espiritual, y que en cuanto a aptitudes y gustos semejantes, resultan, no de la procreación del alma por un alma ya nacida, sino de lo que Espíritus semejantes se atraen entre sí. Admítanse pues en principio que los buenos Espíritus escogen con preferencia para su nueva etapa terrenal el ambiente donde ya está preparado el terreno, la familia de los Espíritus avanzados donde están seguros de encontrar los materiales necesarios para su futuro adelanto; admítanse también que los Espíritus atrasados, aún inclinados a los vicios y apetitos de las bestias, huyen de los grupos elevados, de las familias morales, y se encarnan, por el contrario, allí donde esperan encontrar los medios de satisfacer las pasiones que todavía los dominan. Así, como tesis general, las semejanzas espirituales provienen del hecho de que los semejantes atraen a sus semejantes, mientras que las semejanzas corporales se deben a la procreación. Ahora, debemos agregar esto: es que muy a menudo nacen en familias, dignas en todo respecto del respeto de sus conciudadanos, individuos viciosos y malvados que son enviados allí para ser la piedra de toque de éstos; como a veces todavía acuden allí por su propia voluntad, con la esperanza de salir de la rutina en que se han arrastrado hasta ahora y de perfeccionarse bajo la influencia de estos círculos virtuosos y morales. Lo mismo ocurre con los Espíritus ya moralmente avanzados que, siguiendo el ejemplo de la joven de Saint-Étienne mencionada el año pasado, se encarnan en familias oscuras, entre Espíritus atrasados, para mostrarles el camino que conduce al progreso. No has olvidado, estoy seguro, a ese ángel de alas blancas en el que apareció transfigurada a los ojos de los que la habían amado en la tierra, cuando éstos a su vez volvían al mundo de los Espíritus. (Revista Espírita de junio de 1861, página 179: Sra. Gourdon).

Erasto.

(Otra; misma sesión. - Médium, Sra. Costel.)

Vengo a explicaros la importante cuestión de la herencia de las virtudes y los vicios en el género humano. Esta transmisión hace vacilar a quien no comprende la inmensidad del dogma revelado por el Espiritismo. Los mundos intermedios están poblados por Espíritus que esperan la prueba de la encarnación o se preparan para ella nuevamente, según su grado de avance. Los Espíritus, en estos viveros de vida eterna, se agrupan y dividen en grandes tribus, unos delante, otros detrás del progreso, y cada uno elige, entre los grupos humanos, los que corresponden simpáticamente a sus facultades adquiridas, que progresan y no pueden retroceder.

El Espíritu que encarna elige al padre cuyo ejemplo lo hará avanzar de la manera preferida, y hace eco, elevándolos o debilitándolos, de los talentos de aquel que le dio la vida corporal; en ambos casos la conjunción simpática existe antes del nacimiento, y se desarrolla después en las relaciones de la familia, por imitación y hábito.

Después de la herencia familiar, quiero, amigos míos, revelaros el origen de la discordancia que separa a los individuos de una misma raza, súbitamente ilustrada o deshonrada por quedar uno de sus miembros como extraño entre ella. El bruto vicioso que está encarnado en un centro elevado, y el Espíritu luminoso que está encarnado entre los seres burdos, obedecen ambos a la armonía misteriosa que reúne las partes divididas de un todo, y pone lo infinitamente pequeño en armonía con la grandeza suprema. El Espíritu culpable, apoyándose en las virtudes adquiridas de su procreador terrenal, espera ser fortalecido por ellas, y si aún sucumbe en la prueba, adquiere con el ejemplo el conocimiento del bien, y vuelve a la erraticidad, menos cargado de ignorancia y mejor preparado para sostener una nueva lucha.

Los Espíritus adelantados vislumbran la gloria de Jesús y queman hasta agotar tras él el cáliz de la caridad ardiente; después de él también, quieren guiar a la humanidad hacia la meta sagrada del progreso, y nacen en las profundidades sociales donde, encadenados entre sí, la ignorancia y el vicio, de los cuales son a su vez vencedores y mártires.

Si esta respuesta no satisface todas sus dudas, pregúntenme, mis amigos.

San Luis.