Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1862

Allan Kardec

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El realismo y el idealismo en la Pintura
(Sociedad Espírita de París; médium: Sr. A. Didier)

I
La pintura es un arte que tiene como objetivo retratar las más bellas y más elevadas escenas terrenas y, a veces, imitar simplemente a la Naturaleza a través de la magia de la verdad. Por así decirlo, es un arte que no tiene límites, sobre todo en vuestra época. El arte de vuestros días no debe solamente reflejar la personalidad; él debe ser –si puedo expresarme así– el entendimiento de todo lo que ha sido en la Historia, y las exigencias del color local, lejos de poner obstáculos a la personalidad y a la originalidad del artista, amplían su visión, formando y depurando su gusto, haciéndole crear obras interesantes para el arte y para los que quieren ver allí una civilización caída o algunas ideas olvidadas. La llamada pintura histórica de vuestras escuelas no se ajusta a las exigencias del siglo; y me atrevo a decir que hay más futuro para un artista en sus investigaciones individuales sobre el arte y sobre la Historia que en ese camino donde dicen que uno ha comenzado a poner los pies. Sólo hay una cosa que puede salvar el arte de vuestra época: un nuevo impulso y una nueva escuela que, aliando los dos principios que consideran tan contrarios –el realismo y el idealismo–, lleve a los jóvenes a comprender que si los maestros son llamados así, es porque vivían con la Naturaleza y porque su poderosa imaginación inventaba donde era preciso inventar, pero obedecía donde era necesario obedecer.

Para muchas personas ignorantes de la Ciencia del arte, las disposiciones reemplazan a menudo el saber y la observación; así, en vuestra época se ven por todas partes a hombres de una imaginación muy interesante –es cierto–, incluso artistas, pero de ningún modo a pintores; aquéllos sólo serán contados en la Historia como dibujantes muy ingeniosos. La rapidez en el trabajo, la pronta representación del pensamiento, se adquiere poco a poco por medio del estudio y de la práctica, y aunque se tenga esa inmensa facultad de pintar rápido, aún es necesario luchar, siempre luchar. En vuestro siglo materialista, el arte –no lo digo en todos los puntos, felizmente– se materializa al lado de los esfuerzos verdaderamente sorprendentes de los hombres célebres de la pintura moderna. ¿Por qué esta tendencia? Es lo que indicaré en una próxima comunicación.

II
Como he dicho en mi última comunicación, para comprender bien la pintura sería necesario ir sucesivamente de la práctica a la idea y de la idea a la práctica. Casi toda mi vida la he pasado en Roma; cuando yo contemplaba las obras de los maestros, me esforzaba por captar en mi Espíritu la conexión íntima, las relaciones y la armonía entre el idealismo más elevado y el realismo más verdadero. Raramente he visto una obra maestra que no reunise estos dos grandes principios; yo veía en ella el ideal y el sentimiento de la expresión al lado de una verdad tan brutal, que decía para mí mismo: esta es realmente la obra del Espíritu humano; primero la obra es pensada y después retratada; es verdaderamente el alma y el cuerpo: es la vida integral. Veía que los maestros flojos en sus ideas y en su comprensión, lo eran también en sus formas, en sus colores y en sus efectos; la expresión de sus cabezas era incierta, y la de sus movimientos era banal y sin grandeza. Es necesaria una larga iniciación en la Naturaleza para comprender bien sus secretos, sus caprichos y su sublimidad. No es pintor quien quiere; además del trabajo de observación, que es inmenso, es preciso luchar en el cerebro y en la práctica continua del arte. En un dado momento es necesario llevar a la obra que uno quiere producir los instintos y el sentimiento de las cosas adquiridas y de las cosas pensadas; en una palabra, siempre esos dos grandes principios: alma y cuerpo.

NICOLAS POUSSIN