Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1862

Allan Kardec

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Sobre los instintos
(Sociedad Espírita de París; médium: Sra. de Costel.)
Te enseñaré el verdadero conocimiento del bien y del mal, que el Espíritu confunde con tanta frecuencia. El mal es la rebeldía de los instintos contra la conciencia, este tacto interior y delicado que es el tacto moral. ¿Cuáles son los límites que lo separan del bien que él acompaña en todas partes? El mal no es complejo: es uno y emana del ser primitivo, que quiere la satisfacción del instinto a expensas del deber. El instinto, destinado primitivamente a desarrollar en el hombre-animal el cuidado de su conservación y de su bienestar, es el único origen del mal, porque al persistir más violento y más severo en ciertas naturalezas, las impele a apoderarse de lo que desean o a concentrar lo que poseen. El instinto, al que los animales siguen ciegamente –y que es su propia virtud–, debe ser incesantemente combatido por el hombre que quiere elevarse, reemplazando la grosera herramienta de la necesidad por las armas finamente cinceladas de la inteligencia. Piensa, entretanto, que el instinto no siempre es malo y que, a menudo, la Humanidad le debe sublimes inspiraciones, como por ejemplo en la maternidad y en ciertos actos de abnegación, en los cuales sustituye, segura y prontamente, a la reflexión. Hija mía: tu objeción es precisamente la causa del error en el cual caen los hombres que están prontos para menospreciar la verdad, siempre absoluta en sus consecuencias. Sean cuales fueren los buenos resultados de una causa mala, los ejemplos nunca deben pronunciarse contra las premisas establecidas por la razón. El instinto es malo porque es meramente humano, y la propia Humanidad sólo debe pensar en despojarse, en dejar la carne para elevarse al Espíritu; y si el mal acompaña al bien, es porque su principio suele tener resultados opuestos a sí mismo, que hacen que sea menospreciado por el hombre liviano y arrastrado por la sensación. Nada verdaderamente bueno puede emanar del instinto: un impulso sublime no es devoción, así como una inspiración aislada no es genio. El verdadero progreso de la Humanidad es su lucha y su triunfo contra la propia esencia de su ser. Jesús ha sido enviado a la Tierra para demostrarlo humanamente. Él ha puesto al descubierto la verdad, bella fuente escondida en la arena de la ignorancia. No perturbéis más la limpidez de la linfa divina con los compuestos del error. Y, creedlo, los hombres que sólo instintivamente son buenos y abnegados, lo son mal intencionalmente, porque sufren una ciega dominación que de repente puede precipitarlos al abismo.

LÁZARO

Observación – A pesar de todo nuestro respeto por el Espíritu Lázaro, que muy a menudo nos ha dado bellas y buenas disertaciones, nos permitimos no concordar con su opinión en lo tocante a esas últimas proposiciones. Se puede decir que hay dos especies de instintos: el instinto animal y el instinto moral. El primero –como muy bien dice Lázaro– es orgánico; ha sido dado a los seres vivos para su conservación y la de su descendencia; es ciego y casi inconsciente, porque la Providencia ha querido dar un contrapeso a su indiferencia y a su negligencia. No sucede lo mismo con el instinto moral, que es privilegio del hombre y que puede ser definido así: Propensión innata para hacer el bien o el mal; ahora bien, esta propensión se debe al estado de mayor o menor adelanto del Espíritu. El hombre, cuyo Espíritu ya es depurado, hace el bien sin premeditación y como algo muy natural, por lo que se admira de ser elogiado. Por lo tanto, no es justo decir que «los hombres que sólo instintivamente son buenos y abnegados, lo son mal intencionalmente, porque sufren una ciega dominación que de repente puede precipitarlos al abismo». Los que instintivamente son buenos y abnegados denotan un progreso realizado; en aquellos que lo son intencionalmente, el progreso está por realizarse, razón por la cual hay trabajo y lucha entre los dos sentimientos. En el primero, la dificultad es vencida; en el segundo, es preciso vencerla. El primero es como el hombre que sabe leer y que lee sin dificultad, casi sin percibirlo; el segundo es como el que deletrea. ¿Uno, haber llegado antes, los tienen menos mérito por consiguiente que el otro?