Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1862

Allan Kardec

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Enseñanzas y disertaciones espíritas

La Fe, la Esperanza y la Caridad
(Burdeos; médium: Sra. de Cazemajoux)

La Fe

Yo soy la hermana mayor de la Esperanza y de la Caridad: me llamo Fe.

Soy grande y fuerte; aquel que me recibe no teme ni el hierro ni el fuego: es a prueba de todo tipo de sufrimientos físicos y morales. Irradio sobre vosotros con una antorcha cuyos rayos resplandecientes se reflejan en lo profundo de vuestros corazones, y os transmito la fuerza y la vida. Entre vosotros dicen que transporto montañas; y yo os digo: Vengo a levantar al mundo, porque el Espiritismo es la palanca que me debe ayudar. Por lo tanto, uníos a mí; vengo a invitaros: yo soy la Fe.

¡Soy la Fe! Vivo con la Esperanza, con la Caridad y con el Amor en el mundo de los Espíritus; a menudo dejé las regiones etéreas y vine a la Tierra para regeneraros, dándoos la vida del Espíritu. Mas, con excepción de los mártires de los primeros tiempos del Cristianismo y, de vez en cuando, de algunos fervorosos sacrificios que han promovido el progreso de la Ciencia, de las Letras, de la Industria y de la Libertad, solamente encontré entre los hombres la indiferencia y la frialdad, retomando tristemente mi vuelo hacia los Cielos. Creéis que me encuentro en vuestro medio, pero estáis en el error, porque la Fe sin obras es un simulacro de Fe; la verdadera Fe es vida y acción.

Antes de la revelación del Espiritismo la vida era estéril; era un árbol que secó por los destellos de los rayos y que no producía fruto alguno. Soy reconocida por mis acciones: ilumino a las inteligencias, vivifico y fortalezco a los corazones; rechazo las influencias engañosas y os conduzco a Dios a través de la perfección del Espíritu y del corazón. Venid a colocaros bajo mi bandera; soy poderosa y fuerte: yo soy la Fe.

Soy la Fe y mi reino comienza entre los hombres, reino pacífico que los hará felices en el presente y en la eternidad. La aurora de mi advenimiento entre vosotros es pura y serena; su sol será resplandeciente, y el poniente vendrá suavemente a mecer a la humanidad en los brazos de la eterna felicidad. ¡Espiritismo! Derrama sobre los hombres tu bautismo regenerador. Les hago un llamado supremo: yo soy la Fe.

GEORGES, obispo de Périgueux.
La Esperanza

Me llamo Esperanza; sonrío a vuestra entrada en la vida; os sigo paso a paso y solamente os dejo en los mundos donde se realizan, para vosotros, las promesas de felicidad que escucháis incesantemente susurrar a vuestros oídos. Soy vuestra amiga fiel; no rechacéis mis inspiraciones: yo soy la Esperanza.

Soy yo la que canta a través del ruiseñor y la que entona en las florestas esas notas lastimeras y cadenciosas que os hacen soñar con el Cielo; soy yo la que inspira a la golondrina el deseo de dar calor a sus amores, al abrigo de vuestras moradas; soy la que se regocija con la tenue brisa que acaricia a vuestros cabellos; la que derrama a vuestros pies los suaves perfumes de las flores de vuestros jardines; ¡pero cuán poco pensáis en esta amiga que tanto se dedica a vosotros! No la rechacéis: es la Esperanza.

Tomo todas las formas para acercarme a vosotros: soy la estrella que brilla en el firmamento; soy el cálido rayo de sol que os vivifica; amparo vuestras noches con dulces sueños; expulso lejos de vosotros las funestas preocupaciones y los pensamientos sombríos; guío vuestros pasos hacia el sendero de la virtud; os acompaño en vuestras visitas a los pobres, a los afligidos, a los moribundos y os inspiro con palabras afectuosas que consuelan. No me rechacéis: yo soy la Esperanza.

¡Soy la Esperanza! En el invierno soy yo la que hace crecer, en la corteza de los robles, el musgo espeso con el cual los pajaritos construyen sus nidos; en la primavera soy yo la que corona el manzano y el almendro con flores blancas y rosadas, y las esparce en la tierra como una alfombra celestial que hace aspirar a mundos felices; estoy con vosotros, sobre todo cuando sois pobres y sufridores; mi voz resuena sin cesar en vuestros oídos. No me rechacéis: yo soy la Esperanza.

No me rechacéis, porque el ángel de la desesperación me hace una guerra encarnizada y se agota en vanos esfuerzos por tomar mi lugar junto a vosotros; no siempre soy la más fuerte, y cuando la desesperación os envuelve con sus alas fúnebres, consiguiendo que me aparte, desvía vuestros pensamientos de Dios e os incita al suicidio; uníos a mí para alejar su funesta influencia y dejad que mis brazos os ampare dulcemente, porque yo soy la Esperanza.

FELICIA, hija de la médium.
La Caridad

Soy la Caridad; sí, la verdadera Caridad; no me parezco en nada a la caridad cuyas prácticas seguís. Aquella que entre vosotros usurpó mi nombre es extravagante, caprichosa, exclusivista, orgullosa, y vengo a preveniros contra los defectos que, a los ojos de Dios, empañan el mérito y el brillo de sus buenas acciones. Sed dóciles a las lecciones que el Espíritu de Verdad os da por intermedio de mi voz. Seguidme, fieles míos: yo soy la Caridad.

Seguidme; conozco todos los infortunios, todos los dolores, todos los sufrimientos, todas las aflicciones que asedian a la Humanidad. Soy la madre de los huérfanos; la hija de los ancianos, la protectora y el sostén de las viudas; trato las heridas infectadas; cuido de todas las enfermedades; doy ropa, pan y abrigo a los que nada tienen; visito las chozas más miserables y los albergues más humildes; llamo a la puerta de los ricos y de los poderosos porque, donde quiera que haya una criatura humana, existen los más amargos y punzantes dolores bajo la máscara de la felicidad. ¡Oh, cuán grande es mi tarea! No podré cumplirla si no viniereis en mi ayuda. Venid a mí: yo soy la Caridad.

No tengo preferencia por nadie; jamás digo a los que necesitan de mí: «Ya tengo a mis pobres; buscad en otra parte». ¡Oh, falsa caridad, cuántos males que hacéis! Amigos: nosotros nos debemos a todos; creedme, no neguéis vuestra asistencia a nadie; socorreos los unos a los otros con bastante desinterés como para no exigir ningún reconocimiento por parte de los que habéis socorrido. La paz del corazón y de la conciencia es la dulce recompensa de mis obras: yo soy la verdadera Caridad.

Nadie sabe en la Tierra el número y la naturaleza de mis beneficios; sólo la falsa caridad hiere y humilla a los que ésta ayuda. Guardaos de este funesto desvío; las acciones de ese género no tienen ningún mérito ante Dios y atraen sobre vosotros su cólera. Solamente Él debe saber y conocer las fuerzas generosas de vuestros corazones cuando os volvéis distribuidores de sus beneficios. Por lo tanto, amigos, guardaos de dar publicidad a la práctica de la asistencia mutua; no le déis más el nombre de limosna. Creed en mí: yo soy la Caridad.

Tengo tantos infortunios para aliviar que a menudo me quedo con los senos y las manos vacías; vengo a deciros que espero por vosotros. El Espiritismo tiene como lema: Amor y Caridad, y todos los verdaderos espíritas se ajustarán, en el futuro, a este sublime precepto enseñado por el Cristo hace dieciocho siglos. Hermanos, seguidme entonces, y os llevaré al Reino de Dios, nuestro Padre. Yo soy la Caridad.

ADOLFO, obispo de Argel.
Instrucciones dadas por nuestros Guías sobre las tres comunicaciones anteriores

Mis queridos amigos: debéis haber pensado que era uno de nosotros el que os había dado esas enseñanzas sobre la Fe, la Esperanza y la Caridad, y habéis tenido razón.

Estamos felices por ver a Espíritus muy superiores daros tan a menudo consejos que deben guiaros en vuestros trabajos espirituales; no es menor la alegría que sentimos –dulce y pura– cuando venimos a ayudaros en la tarea de vuestro apostolado espírita.

Entonces podéis atribuir al Espíritu Georges la comunicación acerca de la Fe; a Felicia la de la Esperanza: aquí encontraréis el estilo poético que ella tenía cuando estaba encarnada; y asignar la comunicación sobre la Caridad a Dupuch, obispo de Argel, que en la Tierra ha sido uno de sus fervorosos apóstoles.

Aún habremos de tratar la Caridad bajo otro punto de vista; lo haremos en algunos días.

VUESTROS GUÍAS
Olvido de las injurias
(Sociedad Espírita de París; médium: Sra. de Costel.)

Hija mía: el olvido de las injurias es la perfección del alma, así como el perdón de las ofensas hechas a la vanidad es la perfección del Espíritu. A Jesús le fue más fácil perdonar los ultrajes de su Pasión que al último de vosotros perdonar una leve burla. La gran alma del Salvador, habituado a la dulzura, no concebía ni la amargura ni la venganza; las nuestras, acometidas por pequeñas cosas, se olvidan de lo que es grande. A cada día los hombres imploran el perdón de Dios, que desciende sobre ellos como un benéfico rocío; pero sus corazones olvidan esa palabra, repetida incesantemente en la oración. En verdad os digo que la hiel interior corrompe el alma; es la piedra pesada que la fija al suelo y que retarda su elevación. Cuando fuereis criticado, entrad en vosotros mismos; examinad vuestro pecado interior, aquel que el mundo ignora; medid su profundidad y curad vuestra vanidad a través del conocimiento de vuestra miseria. Si la ofensa alcanza al corazón –lo que es más grave–, compadeceos del infeliz que la cometió, como os compadecéis del herido cuya llaga abierta vierte sangre; la piedad es debida a quien aniquila su futuro ser. Jesús, en el Huerto de los Olivos, conoció el dolor humano, pero siempre ignoró la aspereza del orgullo y la pequeñez de la vanidad; Él encarnó para mostrar a los hombres el prototipo de la belleza moral que les debía servir de modelo: no os apartéis nunca de Él. Modelad vuestras almas como cera blanda y haced que vuestra arcilla transformada se vuelva un mármol imperecedero, en el que Dios –el Gran Escultor– pueda inscribir su nombre.

LÁZARO
Sobre los instintos
(Sociedad Espírita de París; médium: Sra. de Costel.)
Te enseñaré el verdadero conocimiento del bien y del mal, que el Espíritu confunde con tanta frecuencia. El mal es la rebeldía de los instintos contra la conciencia, este tacto interior y delicado que es el tacto moral. ¿Cuáles son los límites que lo separan del bien que él acompaña en todas partes? El mal no es complejo: es uno y emana del ser primitivo, que quiere la satisfacción del instinto a expensas del deber. El instinto, destinado primitivamente a desarrollar en el hombre-animal el cuidado de su conservación y de su bienestar, es el único origen del mal, porque al persistir más violento y más severo en ciertas naturalezas, las impele a apoderarse de lo que desean o a concentrar lo que poseen. El instinto, al que los animales siguen ciegamente –y que es su propia virtud–, debe ser incesantemente combatido por el hombre que quiere elevarse, reemplazando la grosera herramienta de la necesidad por las armas finamente cinceladas de la inteligencia. Piensa, entretanto, que el instinto no siempre es malo y que, a menudo, la Humanidad le debe sublimes inspiraciones, como por ejemplo en la maternidad y en ciertos actos de abnegación, en los cuales sustituye, segura y prontamente, a la reflexión. Hija mía: tu objeción es precisamente la causa del error en el cual caen los hombres que están prontos para menospreciar la verdad, siempre absoluta en sus consecuencias. Sean cuales fueren los buenos resultados de una causa mala, los ejemplos nunca deben pronunciarse contra las premisas establecidas por la razón. El instinto es malo porque es meramente humano, y la propia Humanidad sólo debe pensar en despojarse, en dejar la carne para elevarse al Espíritu; y si el mal acompaña al bien, es porque su principio suele tener resultados opuestos a sí mismo, que hacen que sea menospreciado por el hombre liviano y arrastrado por la sensación. Nada verdaderamente bueno puede emanar del instinto: un impulso sublime no es devoción, así como una inspiración aislada no es genio. El verdadero progreso de la Humanidad es su lucha y su triunfo contra la propia esencia de su ser. Jesús ha sido enviado a la Tierra para demostrarlo humanamente. Él ha puesto al descubierto la verdad, bella fuente escondida en la arena de la ignorancia. No perturbéis más la limpidez de la linfa divina con los compuestos del error. Y, creedlo, los hombres que sólo instintivamente son buenos y abnegados, lo son mal intencionalmente, porque sufren una ciega dominación que de repente puede precipitarlos al abismo.

LÁZARO

Observación – A pesar de todo nuestro respeto por el Espíritu Lázaro, que muy a menudo nos ha dado bellas y buenas disertaciones, nos permitimos no concordar con su opinión en lo tocante a esas últimas proposiciones. Se puede decir que hay dos especies de instintos: el instinto animal y el instinto moral. El primero –como muy bien dice Lázaro– es orgánico; ha sido dado a los seres vivos para su conservación y la de su descendencia; es ciego y casi inconsciente, porque la Providencia ha querido dar un contrapeso a su indiferencia y a su negligencia. No sucede lo mismo con el instinto moral, que es privilegio del hombre y que puede ser definido así: Propensión innata para hacer el bien o el mal; ahora bien, esta propensión se debe al estado de mayor o menor adelanto del Espíritu. El hombre, cuyo Espíritu ya es depurado, hace el bien sin premeditación y como algo muy natural, por lo que se admira de ser elogiado. Por lo tanto, no es justo decir que «los hombres que sólo instintivamente son buenos y abnegados, lo son mal intencionalmente, porque sufren una ciega dominación que de repente puede precipitarlos al abismo». Los que instintivamente son buenos y abnegados denotan un progreso realizado; en aquellos que lo son intencionalmente, el progreso está por realizarse, razón por la cual hay trabajo y lucha entre los dos sentimientos. En el primero, la dificultad es vencida; en el segundo, es preciso vencerla. El primero es como el hombre que sabe leer y que lee sin dificultad, casi sin percibirlo; el segundo es como el que deletrea. ¿Uno, haber llegado antes, los tienen menos mérito por consiguiente que el otro?