CAPÍTULO II
PENAS Y GOCES FUTUROS
La nada. Vida futura. —Intuición de las penas y goces futuros.
—Intervención de Dios
en las penas y recompensas. —Naturaleza de las penas y goces futuros. —Penas temporales.
—Expiación y arrepentimiento. —Duración de las penas futuras.
—Resurrección de la carne. —Paraíso, infierno y purgatorio.
La nada. Vida futura.
958. ¿Por qué el hombre tiene instintivamente horror a la nada?
«Porque la nada no existe».
959. ¿De dónde viene al hombre el sentimiento instintivo de la vida futura?
«Ya lo hemos dicho: antes de su encarnación, el espíritu conocía todas esas cosas, y el
alma conserva un recuerdo vago de lo que sabe y ha visto en su estado de espíritu». (393.)
En todas épocas el hombre se ha ocupado de su porvenir de ultratumba, y esto es muy natural.
Cualquiera que sea la importancia que dé a la vida presente. no puede menos de considerar lo corta que
es y precaria sobre todo, puesto que puede ser interrumpida a cada instante y nunca está cierto del dia de
mañana. ¿Qué se hace de él después del instante fatal? La cuestión es grave, pues no se trata de algunos
años, sino de la eternidad. El que debe pasar largos años en un país extraño se ocupa de la posición que en
él tendrá; ¿cómo no nos hemos de ocupar de la que tendremos, al dejar este mundo, puesto que es para
siempre?
La idea de la nada tiene algo que repugna a la razón. El hombre más despreocupado durante su
vida, al llegar al momento supremo, se pregunta lo que va a ser de él, e involuntariamente espera.
Creer en Dios sin admitir la vida futura sería un contrasentido. El sentimiento de una existencia
mejor se encuentra en el foro interior de todos los hombres, y Dios no lo puede haber puesto allí en vano.
La vida futura implica la conservación de nuestra individualidad después de la muerte; ¿qué nos
importaría, en efecto, sobrevivir a nuestro cuerpo, si nuestra esencia moral debiera perdese en el océano
de lo infinito? Para nosotros serian las mismas consecuencias que la de la nada.
Intuición de las penas y goces futuros.
960. ¿De dónde procede la creencia que en todos los pueblos se encuentra de las penas y
recompensas futuras?
«Siempre es lo mismo: presentimiento de la realidad dado al hombre por el espíritu
encarnado en él: porque, sabedlo, no en vano os habla una voz interior. Vuestra desgracia es
la de no escucharla siempre. Si pensaseis en ella bien a menudo, serjais mejores».
961. ¿Cuál es el sentimiento que en el acto de la muerte predomina en el mayor número
de los hombres, la duda, el temor o la esperanza?
«La duda en los escépticos endurecidos, el temor en los culpables y la esperanza en los
hombres de bien».
962. ¿Por qué hay escépticos, siendo así que el alma da al hombre el sentimiento de las
cosas espirituales?
«Hay menos de los que se creen; muchos se hacen los despreocupados por orgullo
durante la vida, pero en el acto de morir no son tan fanfarrones».
La consecuencia de la vida futura es la responsabilidad de nuestros actos. La razón y la justicia nos
dicen que, en el reparto de la dicha a que aspira todo hombre, no pueden ser confundidos los buenos y los
malvados. Dios no puede querer que los unos gocen sin trabajo de los bienes a que sólo con esfuerzo y
perseverancia llegan los otros.
La idea que Dios nos da de su justicia y de su bondad por la sabíduna de sus leyes, no nos permite
creer que el justo y el malvado sean para él iguales, ni dudar que reciban un dia, aquél la recompensa y
éste el castigo del bien o del mal que hayan hecho. Y por esto el sentimiento innato que tenemos de la
justicia nos da la intuición de las penas y recompensas futuras.
Intervención de Dios en las penas y recompensas.
963. ¿Dios se ocupa personalmente de cada hombre? ¿No es demasiado grande y
nosotros demasiado pequeños, para que cada individuo en particular tenga importancia a sus
ojos?
«Dios se ocupa de todos los seres que ha creado, por pequenos que sean: nada es
demasiado pequeño para su bondad».
964. ¿Necesita Dios ocuparse de cada uno de nuestros actos para recompensarnos o
castigarnos, y no son insigni ficantes para él la mayor parte de esos actos?
«Dios tiene sus leyes que arreglan todas vuestras acciones; si las violáis, culpa vuestra es.
Es indudable que, cuando un hombre comete un exceso, Dios no pronuncia un fallo contra él
para decirle, por ejemplo. Has sido un glotón, voy a castigarte; pero ha trazado un límite. Las
enfermedades y con frecuencia la muerte son consecuencia de los excesos; este es el castigo,
que resulta de la infracción de la ley. En todo sucede lo mismo».
Todas nuestras acciones están sometidas a las leyes de Dios, no hay ninguna, por insignificante que nos
parezca, que no pueda ser violación de semejantes leyes. Si sufrimos las consecuencias de esa violación, no
debemos quejamos más que de nosotros mismos, que nos constituimos en artifices de nuestra dicha o
desdicha futura.
Esta verdad se hace sensible por medio del siguiente apólogo:
«Un padre da su hijo educación e instrucción, es decir los medios de saber conducirse. Cédele un campo para que lo cultive y le dice: Esta marcha has de adoptar, y además aquí tienes todos los aperos
necesarios para que, haciendo fértil este campo, asegures tu subsistencia. Te he dado instrucción para que
comprendas semejantes reglas; si las sigues, tu campo te producirá mucho y te asegurará el descanso en la
ancianidad; si no, nada te producirá y morirás de hambre. Dicho esto, le deja obrar a su gusto».
¿No es cierto que el campo producirá en razón a los cuidados que se empleen en el cultivo, y que toda
negligencia redundará en perjuicio de la cosecha? El hijo será, pues, en su ancianidad feliz o desgraciado
según que haya seguido o descuidado la regla que su padre le ha trazado. Dios es más previsor aún;
porque nos advierte a cada instante si hacemos mal o bien, nos manda espíritus para que nos inspiren,
pero nosotros no los escuchamos. Hay también esta diferencia. Dios da siempre al hombre recursos en sus
nuevas existencias para reparar sus pasados errores, mientras que el hijo de que hablamos, carece de
ellos, si ha empleado mal su tiempo.
Naturaleza de las penas y goces futuros.
965. Las penas y goces del alma después de la muerte, ¿tienen algo de material?
«No pueden ser materiales, puesto que el alma no es materia; el sentido común lo dice.
Esas penas y goces nada tienen de carnal, y sin embargo, son mil veces más agudas de las que
experimentáis en la tierra, porque el espíritu, una vez desprendido, es más impresionable. La materia no embota ya sus sensaciones». (237 a
257.)
966. ¿Por qué se forma a menudo el hombre una idea tan grosera y tan absurda de las
penas y goces de la vida futura?
«Inteligencia no bastante desarrollada aún. ¿Comprende el niflo como el adulto? Por otra
parte, depende también de lo que se le ha enseñado. En esto es donde se hace necesaria la
reforma.
»Vuestro lenguaje es muy incompleto para expresar lo que está fuera de vosotros; han
sido necesarias comparaciones, y vosotros habéis tomado por realidades esas imágenes y
figuras. Pero a medida que el hombre se ilustra, su pensamiento comprende las cosas que no
puede expresar su lenguaje».
967. ¿En qué consiste la felicidad de los espíritus buenos?
«En conocer todas las cosas; en no tener ni odio, ni celos, ni envidia, ni ambición, ni
ninguna de las pasiones que hacen desgraciados a los hombres. El amor que los une es para
ellos origen de suprema felicidad. No experimentan ni las necesidades, ni los sufrimientos, ni
las angustias de la vida material; son felices por el bien que hacen. Por lo demás, la felicidad
de los espíritus es siempre proporcionada a su elevación. Sólo los espíritus puros gozan de la
felicidad suprema, es cierto; pero todos los otros no son desgraciados. Entre los malos y los
perfectos hay una infinidad de grados en que los goces son relativos al estado moral. Los que
están bastante adelantados comprenden la felicidad de los que han llegado antes que ellos;
aspiran a ella, pero siendo ésta un objeto de emulación, no celosos. Saben que de ellos
depende lograrla y con este fin trabajan, pero con la tranquilidad de la buena conciencia, y
son felices por no tener que sufrir lo que sufren los malos».
968. Colocáis la carencia de necesidades materiales en el número de las condiciones de
felicidad de los espíritus; pero la satisfacción de semejantes necesidades, ¿no es para el
hombre origen de goces?
«Sí, los goces del bruto, y el no poder satisfacerlos es para ti un tormento».
969. ¿Qué debe entenderse cuando se dice que los espíritus puros están reunidos en el
seno de Dios, y ocupado en cantar sus alabanzas?
«Esa es una alegoría que pinta la inteligencia que tienen de las perfecciones de Dios,
porque lo ven y lo comprenden; pero que no debe tomarse literalmente como tampoco
muchas otras. Desde el grano de arena, todo canta, es decir, prodama el poder, la sabiduría y
la bondad de Dios; pero no creas que los espíritus bienaventurados estén en eterna
contemplación. Esto sería una dicha estúpida y monótona, y además la del egoísta, puesto que
su existencia sería una inutilidad sin término. Están libres ya de las tribulaciones de la
existencia corporal, lo cual es un goce, y además, según tenemos dicho, conocen y saben
todas las cosas y aprovechan la inteligencia que han adquirido para favorecer el progreso de
los otros espíritus. Esta es su ocupación y al mismo tiempo un goce».
970. ¿En qué consisten los sufrimientos de los espíritus inferiores?
«Son tan variados como las causas que los han producido, y proporcionados al grado de
inferioridad como los goces lo son al de superioridad. Pueden resumirse así: Envidiar todo lo
que les falta para ser felices sin poder obtenerlo; ver la dicha sin poder alcanzarla, pesar,
celos, rabia y desesperación producidos por lo que les priva de ser felices; remordimientos y
ansiedad moral indefinibles. Desean todos los goces sin poder satisfacerlos, lo cual los
atormenta».
971. ¿Es siempre buena la influencia que ejercen unos espíritus en otros?
«Buena siempre de parte de los espíritus buenos, no hay que decirlo; pero los espíritus
perversos procuran alejar del camino del bien y del arrepentimiento a los que creen
susceptibles de dejarse arrastrar, y a quienes, durante la vida, han arrastrado al mal con
frecuencia».
—¿De modo que la muerte no nos libra de la tentación?
«No; pero la acción de los espíritus malos es mucho menor en los otros espíritus que en
los hombres, porque no tienen por auxiliares a las pasiones materiales». (996.)
972. ¿De qué medio se valen los espíritus malos para tentar a los otros no teniendo el
auxilio de las pasiones?
«Si éstas no existen matenalmente, existen aún en el pensamiento de los espíritus
atrasados. Los malos fomentan esos pensamientos, arrastrando a sus victimas a los lugares,
donde se les presenta el espectáculo de esas pasiones y de todo lo que puede excitarías».
—Pero ¿de qué sirven semejantes pasiones, pues que no tienen otro objeto real?
«Este es cabalmente su suplicio; el avaro ve oro que no puede poseer; el licencioso orgías
en las que no puede tomar parte, y el orgulloso honores que codicia y no puede disfrutar».
973. ¿Cuáles son los mayores sufrimientos que pueden experimentar los espíritus?
«No hay descripción posible de los tormentos morales con que son castigados ciertos
crímenes. El mismo que los experimenta tendría trabajo en daros una idea de ellos; pero el
más horrible indudablemente es la creencia de estar eternamente condenado».
El hombre se forma, según el estado de su inteligencia, una idea más o menos elevada de las penas y
goces del alma después de la muerte. Mientras más se desarrolla la inteligencia, más se depura y se
desmaterializa aquella idea; comprende las cosas desde un punto de vista más racional, y cesa de tomar
literalmente las imágenes del lenguaje figurado. La razón más ilustrada, demostrándonos que el alma es
un ser del todo espiritual, nos dice, por lo mismo, que no puede ser afectada por las impresiones que sólo
en la materia obran. Mas no se sigue de aquí que esté exenta de sufrimientos, ni que no reciba castigo por
sus faltas. (237.)
Las comunicaciones espiritistas producen el resultado de mostrarnos el estado futuro del alma no
como una teoría, sino como una realidad; ponen ante nuestros ojos todas las peripecias de la vida de
ultratumba; pero nos las ofrecen también como consecuencias perfectamente lógicas de la vida terrestre,
y, aunque desprovistas del aparato fantástico creado por la imaginación de los hombres, no son menos
penosas para los que han hecho mal uso de sus facultades. La diversidad de semejantes consecuencias es
infinita; pero, en tesis general, puede decirse: cada uno es castigado por donde ha pecado. Así es que unos
lo son por la vista incesante del mal que han hecho; otros por los pesares, el temor, la vergüenza, la duda,
el alejamiento, las tinieblas, el alejamiento de los seres queridos, etcétera.
974. ¿De dónde procede la doctrina del fuego eterno?
«Imagen, como muchas otras, tomada de la realidad».
—¿Pero ese temor no puede producir buen resultado?
«Mira si contiene a muchos, aun entre aquellos que lo predican. Si enseñáis cosas que
más tarde rechaza la razón, producís una impresión que no será duradera ni saludable».
El hombre, impotente para dar a comprender con su lenguaje la naturaleza de aquellos
sufrimientos, no ha encontrado comparación más enérgica que la del fuego; porque para él el fuego es el
tipo de los más crueles suplicios y el símbolo de la acción más enérgica. Por esta razón la creencia en el fuego eterno
se remonta a la más alta antigüedad, y los pueblos modernos la han heredado de los antiguos; por esta
razón también dice en su lenguaje figurado: el fuego de las pasiones, abrasarse de amor, de celos,
etcétera.
975. ¿Los espíritus superiores comprenden la dicha del justo?
«Sí, y esto es lo que origina su suplicio, porque comprenden que están privados de ella por culpa suya. Por esto el espíritu, separado de la materia, aspira a una nueva existencia
corporal; porque cada existencia,
si la emplea bien, puede abreviar la duración de aquel
suplicio. Entonces es cuando elige las pruebas por cuyo medio podrá expiar sus faltas;
porque, sabedlo bien, el espíritu sufre por todo el mal que ha hecho, o cuya causa voluntaria
ha sido, por todo el bien que hubiera podido hacer y no hizo,
y por todo el mal que resulta del
bien que no ha hecho.
»El espíritu errante no tiene ya velo, está como fuera de la bruma y ve lo que le aleja de
la dicha, sufriendo entonces más, porque comprende cuán culpable ha sido. Para él no
existe
ya ilusión,
sino que ve la realidad de las cosas».
El espíritu errante abarca por una parte, todas sus existencias pasadas, y por otra, ve el porvenir
prometido y comprende lo que le falta para llegar a él. Tal como un viajero que ha llegado a la cumbre de
la montaña, ve el camino recorrido y el que le falta que recorrer para llegar al término.
976. La presencia de los espíritus que sufren, ¿no es para los buenos causa de aflicción, y
qué viene entonces a ser su dicha, estando perturbada?
«No es aflicción, puesto que saben que el mal concluirá; ayudan a los otros a mejorarse y
les tienden la mano. Esta es su ocupación y un goce cuando obtienen buen resultado».
—Concíbese esto de los espíritus extraños e indiferentes; pero el espectáculo de los
pesares y sufrimientos de aquellos a quienes han amado en la tierra, ¿no perturba su dicha?
«Si no presenciaran esos sufrimientos, sería porque os fueran extraños después de la
muerte. La religión os dice que las almas os ven, pero consideran vuestras aflicciones desde
otro punto de vista, pues saben que esos sufrimientos son útiles a vuestro progreso, si los
soportáis con resignación. Afligense, pues, más de la falta de valor que os detiene, que de los sufrimientos en si
mismos que sólo son pasajeros».
977. No pudiendo los espíritus oculta rse recíprocamente sus pensamientos, y siéndoles
conocidos los actos de la vida, ¿parece que el culpable está perpetuamente ante su víctima?
«No puede ser de otro modo, el sentido común lo dice».
—La divulgación de todos nuestros actos reprensibles, y la perpetua presencia de los que de
ellos han sido víctimas, ¿son un castigo para el culpable?
«Más grande de lo que se cree, pero hasta que haya expiado sus faltas, ya como espíritu, ya
como hombre en nuevas existencias corporales».
Mostrándose a descubierto todo nuestro pasado, cuando estamos en el mundo de los espíritus, el bien
y el mal que hayamos hecho serán igualmente conocidos. En vano querrá el que ha hecho mal sustraerse a
la mirada de sus victimas: la inevitable presencia de éstas serán para él un castigo y un remordimiento
incesante hasta que haya expiado sus culpas, al paso que el hombre de bien, por el contrario, no
encontrará por doquiera más que miradas amigas y benévolas.
En la tierra, no hay mayor tormento para el malvado que la presencia de sus víctimas, y por esto la
evita sin cesar. ¿Qué no ha de ser, pues, cuando, disipada la ilusión de las pasiones, comprenda el mal que
ha hecho, vea descubiertos sus más secretos actos, desenmascarada su hipocresía y no puede evitar ese
espectáculo? Al paso que el alma del hombre perverso es presa de la vergüenza, del pesar y del
remordimiento, la del lusto goza de perfecta serenidad.
978. El recuerdo de las faltas que el alma haya podido cometer, cuando era imperfecta,
¿no perturba su dicha aun después que se ha purificado?
«No, porque ha redimido sus faltas y salido victoriosa de las pruebas a que con este fin se
había sometido».
979. Las pruebas que aún se han de sufrir para terminar la purificación, ¿no son para el
alma una amenaza terrible que perturba su dicha?
«Para el alma impura aún, sí, y por esto no puede disfrutar de un a dicha perfecta; pero
para la que está ya elevada, la idea de las pruebas que le restan por sufrir nada tiene de
penoso».
El alma que ha llegado ya a cierto grado de pureza participa ya de la dicha; penétrala un entimiento
de dulce satisfacción; es feliz por todo lo que ve y la rodea; descórrese para ella el velo de los misterios
y de las maravillas de la creación, y las perfecciones divinas se le presentan en todo su esplendor.
980. El lazo simpático que une a los espíritus de un mismo orden, ¿es para ellos origen
de felicidad?
«La unión de los espíritus que simpatizan para el bien es para ellos uno de los mayores
goces; porque no temen ver perturbada esa unión por el egoísmo. Forman, en el mundo
completamente espiritual, familias de un mismo sentimiento, y en esto es en lo que consiste la
dicha espiritual, como en vuestro mundo os agrupáis por categorías, y disfrutáis de cierto
placer cuando os veis reunidos. El afecto puro y sincero que experimentan y de que son
objeto es origen de felicidad, porque no hay en ella amigos falsos e hipócritas».
El hombre disfruta de las primicias de esa dicha en la tierra cuando encuentra almas con las cuales
puede confundirse en pura y santa unión. En una vida más purificada semejante dicha será inefable e
ilimitada, porque no encontrará más que almas simpáticas, a quienes no enfriará el egoísmo: porque todo
es amor en la naturaleza, y quien lo mata es el egoísmo.
981. ¿Hay, en el estado futuro del espíritu, alguna diferencia entre el que, durante la vida,
temía la muerte, y el que la ve con indiferencia, y hasta con alegría?
«La diferencia puede ser muy grande; pero desaparece, obstante, ante las causas que
engendran ese temor o ese deseo. Ya se la tema, ya se la desee, puede uno ser movido a ello
por muy diversos sentimientos, y éstos son los que influyen en el estado del espíritu. Es
evidente, por ejemplo, que en el que desea la muerte sólo porque en ella ve el término de sus
tribulaciones, es ese deseo una especie de murmuración contra la Providencia y contra las
pruebas que ha de sufrir».
982. ¿Es preciso hacer profesión de espiritismo y de creer en las manifestaciones, para
asegurar nuestra suerte en la vida futura?
«Si así fuese, seguiríase que todos los que en él no creen, o que no han estado en
disposición de ilustrarse sobre el particular, estarían desheredados, lo que es absurdo. El bien
es lo que asegura la suerte venidera, y el bien es siempre bien, cualquiera que sea el camino
que a él conduzca». (165–799.)
La creencia en el espiritismo ayuda a mejorarnos fijando las ideas sobre ciertos puntos del
porvenir; apresura el progreso de los individuos y de las masas, porque nos permite hacernos cargo de lo
que algún día seremos, es un punto de apoyo, una luz que nos guía. El espiritismo enseña a soportar las
pruebas con paciencia y resignación; aparta de los hechos que pueden retardar la dicha futura, y así es
como a ésta contríbuye; pero no hay que decir que sin él no pueda conseguirse aquélla.
Penas temporales.
983. El espíritu que expía sus faltas en una nueva existencia, ¿no experimenta
sufrimientos materiales, y si esto es así, es exacto decir que después de la muerte, sólo
sufrimientos morales experimenta el alma?
«Es cierto que, cuando el alma está reencarnada, son un sufrimiento para ella las
tribulaciones de la vida; pero sólo el cuerpo sufre materialmente.
»Con frecuencia decís del que ha muerto que ya no sufre, y esto no siempre es cierto.
Como espíritu, no experimenta dolores físicos; pero, según las faltas que haya cometido,
puede sentir dolores morales más agudos, y en una nueva existencia puede ser más
desgraciado aún. El mal rico pedirá limosna, siendo presa de todas las humillaciones, y el que
abusa de su autoridad y trata a sus subordinados con desprecio y dureza, se verá obligado a
obedecer a un amo más duro aún que lo fue él. Todas las penas y tribulaciones de la vida son
expiación de faltas de otra existencia, cuando no son consecuencia de las de la actual. Cuando
dejéis este mundo lo comprenderéis. (273,393, 399.)
»EI hombre que se cree feliz en la tierra, porque puede satisfacer sus pásiones, es el que
menos esfuerzos hace para mejorarse. A menudo expía desde esta vida esa dicha efímera,
pero indudablemente la expiará en otra existencia de todo punto material».
984. Las vicisitudes de la vida, ¿son siempre castigo de faltas actuales?
«No; ya hemos dicho que son pruebas impuestas por Dios, o escogidas por vosotros
mismos en estado de espíritu y antes de vuestra encarnación, para expiar las faltas cometidas
en otra existencia; porque nunca las infracciones a las leyes de Dios; y sobre todo a la ley de
justicia, quedan impunes. Si no es en esta vida necesariamente será en otra
y por esta razón el que para vosotros es justo es a menudo castigado por su pasado». (393.)
985. La reencarnación del alma en un mundo menos grosero, ¿es una recompensa?
«Es consecuencia de su purificación; porque, a medida que los espíritus se depuran, se
reencarnan en mundos más y más perfectos, hasta que se hayan desprendido de toda clase de
materia y lavado de todas sus manchas, para gozar eternamente de la felicidad de los espíritus
puros en el seno de Dios».
En los mundos en que es menos material la existencia, las necesidades son menos groseras y menos
vivos todos los sufrimientos fisicos. Los hombres no sienten las malas pasiopes que, en los mundos
inferiores, siembran la enemistad entre ellos. Careciendo de motivo de odio y celos, viven pacíficamente;
porque practican la ley de justicia, de amor y de caridad; y no sienten los disgustos y cuidados que
engendran la envidia, el orgullo y el egoísmo, y que atormentan nuestra existencia terrestre. (172–182.)
986. El espíritu que ha progresado en su existencia terrestre, ¿puede reencarnarse en el
mismo mundo?
«Sí, si no ha podido cumplir su misión, y él mismo puede pedir terminarla en una nueva
existencia pero entonces no es una expiación». (173.)
987. ¿Qué se hace del hombre que, sin hacer mal no hace, empero, nada para sacudir el
yugo de la materia?
«Puesto que ningún paso da hacia la perfección, debe empezar una existencia de la clase
de la que ha terminado; permanece estacionario, y he aquí cómo puede prolongar los
sufrimientos de la expiación».
988. Hay personas cuya vida corre en completa calma y que, no teniendo que hacer nada
por si mismas están libres de cuidados. Esa existencia feliz, ¿prueba que nada tienen que
expiar de otra anterior?
«¿Conoces muchos de esos? Si lo crees, te engañas, pues sólo aparente es con frecuencia
la calma. Pueden haber escogido semejante existencia; pero cuando la terminan, se aperciben
de que no les ha servido para progresar, y entonces, como el perezoso, sienten el tiempo que
han perdido. Sabed que sólo por medio del trabajo puede el espíritu adquirir conocimientos y
elevarse; si se duerme en la incuria, no progresa. Aseméjase a aquel que necesita trabajar
(según vuestras costumbres), y que se pone a pasear o se acuesta con la intención de no hacer nada.
Sabed también que cada uno habrá de dar cuenta de la inutilidad voluntaria de su existencia.
Esa inutilidad es siempre fatal para la dicha venidera.
La suma de ésta, está en razón de la
suma del bien que se ha hecho, y la del mal está en razón del mal y de las desgracias
causadas».
989. Hay gentes que sin ser positivamente malas, hacen desgraciados a todos los que las
rodean, por su carácter. ¿Qué les resultará de ello?
«Ciertamente que esas gentes no son buenas, y expiarán con el espectáculo de aquellos a
quienes han hecho desgraciados, lo que será para ellos un reproche. En otra existencia además
sufrirán lo que han hecho sufrir».
Expiación y arrepentimiento.
990. ¿Tiene lugar el arrepentimiento en estado corporal o espiritual?
«En estado espiritual, pero puede también tener lugar en el corporal cuando comprendáis
bien la diferencia entre el bien y el mal».
991. ¿Qué consecuencia produce el arrepentimiento en estado espiritual?
«El deseo de una nueva encarnación para purificarse. El espíritu comprende las
imperfecciones que le privan de ser feliz, y por esto aspira a una nueva existencia en que
podrá expiar sus faltas». (332–975.)
992. ¿Qué consecuencia produce el arrepentimiento en estado corporal?
«Progresar desde la vida presente, si hay tiempo de reparar las faltas. Cuando la
conciencia acusa y señala una imperfección, puede uno siempre mejorarse».
993. ¿No hay hombres que sólo tienen el instinto del mal y son inaccesibles al
arrepentimiento?
«Te he dicho que se ha de progresar incesantemente. El que, en esta vida, sólo tiene el
instinto del mal, tendrá el del bien en otra,
y por esto renace muchas veces; porque es preciso
que todos progresen y alcancen el objeto, los unos en más tiempo, los otros en menos, según
su deseo. El que sólo tiene el instinto del bien está ya purificado, porque ha podido tener el del mal en una
existencia anterior. (894.)
994. El hombre perverso que no ha reconocido sus faltas durante la vida, ¿las reconoce
siempre después de la muerte?
«Si, las reconoce siempre. y entonces sufre más, pues siente todo el mal que ha hecho o
del que ha sido causa voluntaria. El arrepentimiento, sin embargo, no siempre es inmediato,
hay espíritus que se obstinan en el mal camino a pesar de sus sufrimientos, pero tarde o
temprano reconocerán el falso camino en que se han internado, y vendrá el arrepentimiento.
Para iluminarlos trabajan los espíritus buenos, y con igual fin podéis trabajar vosotros».
995. ¿Hay espintus que, sin ser malos, son indiferentes respecto de su suerte?
«Hay espíritus que en nada útil se ocupan, están a la expectativa; pero, en tal caso, sufren
proporcionalmente, y como en todo debe haber progreso, éste se manifiesta por medio del
dolor».
—¿No sienten deseos de abreviar sus sufrimientos?
«Sin duda lo sienten; pero no tienen bastante energía para querer lo que podría aliviarles.
¿Cuántos hay entre vosotros que prefieren morirse de hambre a trabajar?»
996. Puesto que los espíritus ven el mal que les sobrevienen de sus imperfecciones, ¿a
qué se debe que los haya que agravan su posición y prolongan su estado de inferioridad,
haciendo el mal como espíritus, alejando a los hombres del buen camino?
«Los que así obran son aquellos cuyo arrepentimiento es tardío. El espíritu que se
arrepiente puede en seguida dejarse arrastrar nuevamente al camino del mal por otros
espíritus más atrasados aún». (971.)
997. Se ven espíritus de notoria inferioridad accesibles a los buenos sentimientos y
conmoverse con las oraciones que por ellos se hacen. ¿A qué se debe que otros espíritus, a
quienes debiera creerse más ilustrados, demuestran un endurecimiento y un cinismo del que
nada puede triunfar?
«La oración sólo produce efecto en favor del espíritu que se arrepiente; el que, arrastrado
por el orgullo, se subleva contra Dios, y persiste en sus extravíos, exagerándolos aún, como
hacen los espíritus desgraciados, no siente efecto alguno de la oración, ni lo sentirá hasta que
se manifieste en él la luz del arrepentimiento». (664.)
No debe perderse de vista que el espíritu, después de la muerte del cuerpo, no se transforma
súbitamente; si su vida ha sido reprensible, débese a que era imperfecto, y la muerte no le hace
inmediatamente perfecto. Puede persistir en sus errores, en sus opiniones falsas, en sus preocupaciones,
hasta que el estudio, la reflexión y el sufrimiento le ilustren.
998. ¿Se verifica la expiación en estado corporal o en estado de espíritu?
«La expiación se verifica en estado corporal, por medio de las pruebas a que se somete el
espíritu, y en la vida espiritual por medio de los sufrimientos morales inherentes al estado de
inferioridad del espíritu».
999. El arrepentimiento sincero durante la vida, ¿basta a borrar las faltas y a que Dios nos
perdone?
«El arrepentimiento favorece el mejoramiento del espíritu, pero ha de expiarse el
pasado».
—Si, según esto, dijese un criminal que, puesto que debe en todo caso expiar su pasado, no
tiene necesidad de arrepentirse, ¿qué le sucedería?
«Si se obstina en malos pensamientos, su expiación será más larga y penosa».
1000. ¿Podemos redimir nuestras faltas en esta vida?
«Sí, reparándolas; pero no creáis redimirías con algunas pueriles privaciones, o haciendo
donaciones para después de vuestra muerte, cuando ya no necesitáis lo que dais. Dios no hace
caso alguno del arrepentimiento estéril, fácil siempre y que no cuesta otro trabajo que
golpearse el pecho. La pérdida de un dedo haciendo un servicio, borra más faltas que llevar el
cilicio durante años enteros, sin más objeto que la
propia conveniencia. (726.)
»Sólo con el bien se repara el mal, y ningún mérito tiene la reparación, si no afecta al
hombre,
ni en su orgullo ni en sus intereses materiales.
»¿De qué le sirve, para su justificación, restituir después de su muerte, los bienes mal
adquiridos, cuando vienen a serle inútiles y cuando de ellos se ha aprovechado?
»¿De qué le sirven la privación de algunos goces fútiles y de algunas superfluidades, si
queda en pie el daño que ha causado?
»¿De qué le sirve, en fin, humillarse ante Dios, si conserva su orgullo para con los
hombres?» (720–821.)
1001. ¿No tiene ningún mérito asegurar, para después de la muerte, un empleo útil a los
bienes que se poseen?
«Ningún mérito no es la palabra, pues siempre vale más algo que nada; pero está el mal
en que el que da para después de su muerte, es a menudo más egoísta que generoso; quiere
disfrutar del honor del bien, sin haberse tomado ningún trabajo. El que se priva, viviendo aún,
tiene doble provecho: el mérito del sacrificio, y el placer de ver aquellos a quienes hace
felices. Pero el egoismo dice: Lo que das te lo quitas a tus goces, y como aquél grita más que
el desinterés y la caridad, el hombre conserva sus bienes, con el pretexto de sus necesidades y
de las exigencias de su posición. ¡Ah, compadeced al que no conoce el placer de dar, pues
está desheredado de uno de los más puros y suaves goces! Dios, sometiéndole a la prueba de
la fortuna, tan resbaladiza y peligrosa para su porvenir, ha querido darle como
compensación la dicha de la generosidad de la cual puede disfrutar desde la tierra». (814.)
1002. ¿Qué debe hacer el que, en artículo de muerte, reconoce sus faltas, y no tiene
tiempo de repararlas? ¿Basta el arrepentimiento en este caso?
«El arrepentimiento apresura su rehabilitación, pero no le absuelve. ¿Acaso no tiene ante
si el porvenir que nunca le es negado?»
Duración de las penas futuras.
1003. La duración de los sufrimientos del culpable en la vida futura, ¿es arbitraria o está
subordinada a alguna ley?
«Dios no obra nunca por capricho, y todo el universo está regido por leyes en que se
revelan su sabiduría y su bondad».
1004. ¿En qué se basa la duración de los sufrimientos del culpable?
«En el tiempo necesario para su mejoramiento. Siendo el estado de sufrimiento o de
felicidad proporcional al grado de purificación del espíritu, la duración y naturaleza de sus
sufrimientos dependen del tiempo que emplea en mejorarse. A medida que progresa y que se
purifican sus sentimientos, disminuyen sus sufrimientos y cambian de naturaleza.
SAN LUIS».
1005. Al espíritu que sufre, ¿le parece el tiempo tan largo o menos que si cuando vivía en
la tierra?
«Antes le parece más largo; para él no existe sueño. Sólo para los espíritus que han
llegado a cierto grado de purificación se borra, por decirlo así, el tiempo ante el infinito».
(240.)
1006. ¿Puede ser eterna la duración de los sufrimientos del espíritu?
«Sin duda, si fuese eternamente malo; es decir, que, si nunca hubiese de arrepentirse y
mejorarse, sufriría eternamente; pero Dios no ha creado seres para que se consagren a
perpetuo mal. Creólos únicamente sencillos e ignorantes, y todos deben progresar en un
tiempo más o menos largo, según su voluntad. Ésta puede ser más o menos tardía, como hay
niños más o menos precoces, pero tarde o temprano se despierta por la irresistible necesidad
que experimenta el espíritu de salir de su inferioridad, y de ser feliz. La ley que rige la
duración de las penas es, pues, eminentemente sabia y benévola, puesto que subordina esta
duración a los esfuerzos del espíritu. Jamás le priva de su libre albedrío, y si hace mal uso de
él sufre las consecuencias.
SAN LUIS».
1007. ¿Hay espíritus que nunca se arrepienten?
«Los hay cuyo arrepentimiento es muy tardío, pero pretender que nunca mejorarán,
equivaldría a negar la ley del progreso, y a decir que el niño no llegará a ser adulto.
SAN LUIS».
1008. La duración de las penas, ¿depende siempre de la voluntad del espíritu, y no las hay
que le son impuestas por determinado tiempo?
«Sí, pueden serle impuesta penas por algún tiempo; pero Dios, que sólo quiere el bien de
sus criaturas, acoge siempre el arrepentimiento, y nunca es estéril el deseo de mejorarse.
SAN LUIS».
1009. Según esto, ¿nunca serán eternas las penas impuestas?
«Interrogad a vuestro sentido común, a vuestra razón, y preguntaos si no sería la negación
de la bondad de Dios, una condenación perpetua por algunos momentos de error.
¿Qué es, en efecto, la duración de la vida, más que fuese de cien años, comparada con la
eternidad? ¡Eternidad! ¿Comprendéis bien esta palabra? ¡Sufrimientos, torturas sin fin y sin
esperanza, por algunas faltas! ¿No rechaza vuestro juicio semejante pensamiento? Que los
antiguos vieran en el señor del universo un Dios terrible, celoso y vengativo, se comprende.
En su ignorancia, atribuyeron a la divinidad las pasiones de los hombres; pero no es ese el
Dios de los cristianos, que coloca el amor, la caridad, la misericordia y el olvido de las
ofensas, en el número de las principales virtudes. ¿Y podría carecer él de las cualidades que
ha constituido sus deberes? ¿No es contradictorio atribuirle la bondad infinita y la infinita
venganza? Decís que ante todo es justo, y que el hombre no comprende su justicia; pero ésta
no excluye la bondad, y no sería bueno, si condenase a penas horribles, perpetuas, al mayor
número de sus criaturas. ¿Pudiera haber impuesto a sus hijos la justicia como una obligación,
si no les hubiese dado medios para comprenderla? Por otra parte, el hacer depender la
duración de las penas de los esfuerzos del culpable para mejorarse, ¿no es la sublimidad de la
justicia unida a la bondad? En esto consiste la verdad de las palabras siguientes: "A cada uno
según sus obras".
SAN AGUSTÍN».
«Dedicaos, por todos los medios que estén a vuestro alcance, a combatir, a anonadar la
idea de las penas eternas, pensamiento blasfematorio de la justicia y de la bondad de Dios,
origen más fecundo que otro alguno de la incredulidad, del materialismo y de la indiferencia
que han invadido a las masas, desde que su inteligencia ha empezado a desarrollarse. El
espíritu, próximo a ilustrarse, aunque sólo estuviese desbrozado, advierte muy pronto esa
monstruosa injusticia; su razón la rechaza, y rara vez entonces deja de comprender en el
mismo ostracismo a la pena, que le subleva, y al Dios, a quien la atribuye. De aquí los males
sinnúmero que han descargado sobre vosotros, y para los cuales venimos a traeros remedio.
La tarea que os indicamos os será tanto más fácil, en cuanto las autoridades en que se apoyan
los defensores de semejante creencia, han rehuido todas, su declaración formal sobre el
particular. Ni los concilios, ni los padres de la Iglesia han decidido esta cuestión. Si, según los
mismos evangelistas, y tomando literalmente las palabras emblemáticas de Cristo, amenaza éste a los culpables con un fuego inextinguible, eterno,
nada hay en esas palabras que pruebe que los haya condenado
eternamente.
»Pobres ovejas descarriadas, aprended a ver cómo llega a vosotros el buen Pastor que,
lejos de querer desterraros para siempre de su presencia, sale a vuestro encuentro para
volveros a llevar al redil. Hijos pródigos, abandonad vuestro destierro voluntario, encaminad
vuestros pasos a la morada paterna. El padre os tiende siempre los brazos y siempre está
dispuesto a celebrar vuestro regreso a la familia.
LAMENNAIS».
«¡Cuestiones de palabra! ¡Cuestiones de palabra! ¿Aún no habéis hecho derramar
bastante sangre? ¿Es, pues, necesario volver a encender las hogueras? Se discute sobre las
palabras: eternidad de las penas, eternidad de los castigos. ¿Y acaso no sabéis que lo que
vosotros entendéis por
eternidad no era entendido del mismo modo por los antiguos? Que
consulten los teólogos los orígenes, y como todos vosotros, descubrirán que el texto hebreo
no daba el mismo significado a la palabra que los griegos, los latinos y los modernos han
traducido por
penas sin fin, irremisibles. La eternidad de los castigos corresponde a la
eternidad del mal. Sí, mientras el mal exista entre los hombres, subsistirán los castigos.
Importa interpretar en sentido relativo los textos sagrados, no en sentido absoluto. Que llegue
un día en que todos los hombres vistan, por medio del arrepentimiento, la toga de la
inocencia, y ese día concluirán los gemidos y el rechinar de dientes. Cierto que vuestra razón
es limitada, pero tal como es, es un regalo de Dios, y con ayuda de esa razón, no hay un solo
hombre de buena voluntad que comprenda de otra manera la eternidad de los castigos.
¡Eternidad de los castigos! Sería, pues, preciso admitir que el mal será eterno, pues, de no ser
así, necesario sería negarle el más precioso de sus atributos: el poder soberano; porque aquél
no es soberanamente poderoso que puede crear un elemento destructor de sus obras.
¡Humanidad! ¡Humanidad! No fijes tus tristes miradas en las profundidades de la tierra para
hallar castigos en ellas. Llora, espera, expía, y refúgiate en la idea de un Dios íntimamente
bueno, poderoso en absoluto y esencialmente justo.
PLATÓN».
«Gravitar hacia la unidad divina, he aquí el objeto de la humanidad. Tres cosas son
necesarias para lograrlo: la justicia, el amor y la ciencia; tres le son opuestas y contrarías: la
ignorancia, el odio y la injusticia. Pues bien, en verdad os digo que faltáis a aquellos tres
principios, comprometiendo la idea de Dios con la exageración de su severidad; la
comprometéis doblemete, dejando penetrar en el espíritu de la criatura la creencia de que
existe en ella más clemencia, mansedumbre, amor y verdadera justicia que no atribuís al ser
infinito, y destruís la idea del infierno, haciéndolo ridículo e inadmisible a vuestras creencias,
como lo es a vuestros corazones el horrible espectáculo de los verdugos, hogueras y
tormentos de la Edad Media. ¡Pues qué! Cuando la era de las ciegas represalias ha sido
desterrada para siempre de las legislaciones humanas, ¿esperáis conservarla en el ideal? ¡Oh!
Creedme, hermanos en Dios y en Jesucristo, creedme; o resignaos a ver perecer en vuestras
manos todos los dogmas, antes que dejarlos variar, o bien vivificadlos, abriéndolos a los
bienhechores efluvios que en estos momentos derraman los buenos. La idea del infierno con
sus hornos ardientes y bullidoras calderas, puede ser tolerada, es decir perdonable en un siglo
de hierro; pero en el actual no es más que un fantasma que sólo sirve para espantar a los
niños, y en el que no creen éstos cuando llegan a hombres. Insistiendo en esa horrorosa
mitología, engendráis la incredulidad madre de toda desorganización social; porque temo ver
todo un orden social conmovido y hundido por falta de sanción penal. Hombres de fe ardiente
y viva vanguardia del día de luz, a la obra, pues, no para mantener vetustas y ya
desacreditadas fábulas, sino para reanimar y vivificar la verdadera sanción penal, bajo formas
apropiadas a vuestras costumbres, a vuestros sentimientos y a las luces de vuestra época.
»¿Quién es, en efecto, culpable? El que por un extravío, por un movimiento falso del alma,
se separa del objeto de la creación, que consiste en el culto armonioso de lo bello y de lo
bueno, idealizado por el arquetipo humano, por el Hombre-Dios, por Jesucristo.
»¿Qué es el castigo? La consecuencia natural que deriva de aquel movimiento falso; una
suma de dolores necesarios para apartar al hombre de la deformidad, por medio de la
experimentación del sufrimiento. El castigo es el aguijón que
excita al alma, por medio de la amargura, a reconcentrarse en si misma y a volver a los
dominios del bien. El castigo no tiene más objeto que la rehabilitación, la emancipación.
Querer que el castigo de una falta no eterna, sea eterno, equivale a negarle toda su razón de
ser.
»¡Oh! En verdad os lo digo, cesad, cesad de poner en parangón, respecto de su eternidad,
al bien, esencia del Creador, con el mal, esencia de la criatura. Esto equivale a crear una
penalidad injustificable. Asegurad, por el contrario, la amortización gradual de los castigos y
penas por medio de las transmigraciones, y consagraréis con la razón unida al sentimiento, la
unidad divina.
PABLO, APÓSTOL».
Se quiere excitar al hombre al bien, y alejarle del mal con el incentivo de las recompensas y el temor
de los castigos; pero si éstos se pintan de modo que la razón se niegue a creerlos, no tendrán en aquél
ninguna influencia, y lejos de conseguir su objeto, harán que el hombre lo rechace todo, la forma y el
fondo. Preséntese, por el contrario de una manera lógica, y no lo rechazará. El espiritismo ofrece esa
explicación.
La doctrina de las penas eternas en absoluto convierte al Ser supremo en un Dios implacable. ¿Seria
lógico decir de un soberano que es muy bueno, muy bienhechor, muy indulgente y que no quiere más que
la dicha de los que le rodean; pero que es al mismo tiempo celoso, vengativo, inflexible en su rigor, y que
condena a la última pena a las tres cuartas partes de sus súbditos por una ofensa o infracción a sus leyes,
aun a aquellos que faltaron por no conocerlas? ¿No seria esta una contradicción? ¿Y será Dios menos
bueno que un hombre?
También existe otra contradicción. Puesto que Dios lo sabe todo, sabia, al crear un alma, que pecaria,
y por lo tanto ha sido condenada, desde su formación, a eterna desgracia. ¿Es posible esto? ¿Es racional?
Con la doctrina de las penas relativas todo se justifica. Dios sabía indudablemente que el alma
delinquiría, pero le da medios de ilustrarse por su propia experiencia, y por sus mismas faltas; es preciso
que expíe sus errores para afirmarse más en el bien, pero la puerta de la esperanza no le es cerrada para
siempre, y Dios hace depender el instante de su emancipación de los esfuerzos que hace para llegar a ella.
Esto lo puede comprender todo el mundo, y lo puede admitir la más rigurosa lógica. Si bajo este aspecto
hubiesen sido presentadas las penas futuras, habría menos escépticos.
La palabra eterno se emplea a menudo figuradamente en el lenguaje vulgar, para indicar una cosa de
larga duración y cuyo término no se prevea, aunque se sepa perfectamente que ese término existe.
Decimos, por ejemplo, los hielos eternos de las altas montailas, de los polos, aunque sabemos, por una
párte, que el mundo físico puede tener un fin, y por otra, que el estado de esas regiones puede cambiar
por la dislocación normal del eje o por un cataclismo. La palabra eterno en este caso, no quiere decir
perpetuo hasta el infinito. Cuando sufrimos una larga enfermedad, decimos que nuestro mal es eterno. ¿Qué extraño, pues, que espíritus que sufren, hace ya años,
siglos, hasta millares de aflos, digan otro tanto? No olvidemos sobre todo que, no permitiéndoles su
inferioridad ver el término del camino, creen que han de sufrir siempre y que esto es un castigo para ellos.
Además, la doctrina del fuego material, de las hogueras y de los tormentos copiados del tártaro del
paganismo, está hoy completamente abandonada por la alta teología, y sólo en las escuelas se dan como
verdades positivas esos horribles cuadros alegóricos, por personas más celosas que ilustradas, en lo que
proceden equivocadamente, porque, recuperadas de su terror aquellas jóvenes imaginaciones, podrán
engrosar el número de los incrédulos. La teología reconoce hoy que la palabra
fuego se emplea
figuradamente y debe entenderse de un fuego moral. (974.)
Los que, como nosotros, han seguido las peripecias de la vida y sufrimientos de ultratumba, por medio
de las comunicaciones espiritistas, han podido convencerse de que, aunque no son nada materiales, no
dejan de ser menos agudos. Bajo el mismo punto de vista de su duración ciertos teólogos empiezan a
admitirías en el sentido restrictivo más arriba expresado y creen que, en efecto, la palabra eterno puede
entenderse de las penas en si mismas, como consecuencias de una ley inmutáble, y no de su aplicación a
cada individuo. El día en que la religión admita esta interpretación, como otras que son también
consecuencia del progreso de las luces, se atraerá muchas ovejas descarriadas.
Resurrección de la carne.
1010. El dogma de la resurrección de la carne, ¿es la consagración del de la
reencarnación enseñado por los espíritus?
«¿Cómo queréis que no sea así? Sucede con esas palabras lo que con muchas otras, y es
que sólo parecen absurdas a ciertas personas, porque se las toma literalmente, y por semejante
razón engendran la incredulidad. Pero dadles una interpretación lógica, y aquellos a quienes
llamáis libres pensadores las admitirán sin dificultad, por lo mismo que reflexionan; porque,
no lo dudéis, esos libres pensadores no desean otra cosa que creer. Tienen como los demás,
acaso más, sed del porvenir, pero no pueden admitir lo que la ciencia rechaza. La doctrina de
la pluralidad de existencias es conforme a la justicia de Dios; sólo ella puede explicar lo que
es inexplicable sin ella. ¿Cómo queréis, pues, que ese principio no esté consignado en la
misma religión?»
—¿Así, pues, la misma Iglesia con el dogma de la resurrección de la carne, enseña la
doctrina de la reencarnación?
«Evidentemente. Por otra parte, esa doctrina es consecuencia de muchas cosas que han
pasado desapercibidas, y que, dentro de poco, serán comprendidas en este sentido. No tardará
mucho en reconocerse que el espiritismo salta a cada paso del texto mismo de las Escrituras
sagradas. Los espíritus no vienen, pues, a destruir la religión, como pretenden algunos;
vienen, por el contrario, a confirmarla, a sancionarla con irrecusables pruebas. Mas como ha
llegado el tiempo de no usar ya el lenguaje figurado, se expresan sin alegorías, y dan a las
cosas un sentido claro y preciso que no pueda ser objeto de ninguna falsa interpretación. He
aquí por qué, dentro de poco, tendréis gentes más sinceramente religiosas y creyentes que no
tenéis hoy.
En efecto, la ciencia demuestra la imposibilidad de la resurrección según la idea vulgar. Si los restos
del cuerpo humano continuasen siendo homogéneos, aunque fuesen dispersados y reducidos a polvo, aún
se concebiría su reunión en un tiempo dado; pero no pasan así las cosas. El cuerpo está formado de
elementos diversos: oxígeno, hidrógeno, ázoe, carbono, etcétera; por medio de la descomposición estos
elementos se dispersan, pero para servir a la formación de nuevos cuerpos, de modo, que la misma
molécula de carbono, por ejemplo, habrá entrado en la composición de muchos miles de cuerpos
diferentes (hablamos tan sólo de los humanos, sin contar todos los de los animales); que tal individuo tiene
quizá en su cuerpo moléculas que pertenecieron a los hombres de las edades primitivas; que las mismas
moléculas orgánicas que absorbéis en los alimentos, provienen quizá del cuerpo de algún individuo a
quien habéis conocido, y así sucesivamente. Siendo definida la cantidad de la materia, e indefinidas sus
transformaciones, ¿cómo cada uno de esos cuerpos podrán reconstituirse con los mismos elementos? Esto
envuelve una imposibilidad material. No puede, pues, admitirse racionalmente la resurrección de la carne
más que como una figura que símbolice el fenómeno de la reencarnación y entonces nada en ella repugna
a la razón, nada que esté en contradicción con los datos de la ciencia.
Verdad es que según el dogma, la resurrección no ha de verificarse hasta el fin de los tiempos,
mientras que según la doctrina espiritista tiene lugar cada dia; pero ese cuadro del juicio final ¿no es
también una grande y bella figura que oculta, bajo el velo de la alegoría, una de esas verdades
inmutables, para la que no existirán escépticos cuando sea explicada en su verdadero sentido? Medítese
bien la teoría espiritista sobre el porvenir de las almas, y sobre su muerte a consecuencia de las diferentes
pruebas que han de sufrir, y se verá que, exceptuando la simultaneidad, el juicio que las condena o
absuelve no es una ficción como creen los incrédulos. Observemos también que es consecuencia natural de
la pluralidad de mundos, hoy completamente admitida, al paso que, según la doctrina del juicio final, la
Tierra es el único mundo que se juzga habitado.
Paraíso, infierno y purgatorio.
1012. ¿Existe en el universo un lugar circunscrito afecto a las penas y goces de los
espíritus, según sus méritos?
«Ya hemos contestado a esta pregunta. Las penas y los goces son inherentes al grado de
perfección de los espíritus; cada uno toma de sí mismo el principio de su propia felicidad o
desgracia; y como están por todas partes, ningún lugar circunscrito y cerrado está afecto a uno
con preferencia a otro. En cuanto a los espíritus encarnados, son más o menos felices o
infelices, según que el mundo que habiten esté más o menos adelantado».
—Así, pues, el infierno y el paraíso, ¿no existen tales como el hombre se los representa?
«Esas no son más que figuras; en todas partes hay espíritus felices o infelices. No obstante,
según también hemos dicho, los espíritus de un mismo orden se reúnen por simpatía; pero
cuando son perfectos, pueden reunirse donde quieran».
La localización absoluta de los lugares de castigos y recompensas no existe más que en la
imaginación de los hombres. y proviene de la tendencia de éstos a
materializar y circunscribir las cosas,
cuya esencia infinita no pueden comprender.
1013. ¿Qué debe entenderse por purgatorio?
«Dolores físicos y morales; el tiempo de expiación. Casi siempre pasáis en la tierra vuestro
purgatorio, donde Dios os hace expiar vuestras faltas».
Lo que el hombre llama el purgatorio, es también una figura por la que debe entenderse, no un lugar
cualquiera determinado, sino el estado de los espíritus imperfectos que están expiando, hasta la
purificación completa que ha de elevarlos a la categoría de espíritus bienaventurados. Operándose
semejante purificación en las diversas encarnaciones, el purgatorio consiste en las pruebas de la vida
corporal.
1014. ¿A qué se debe que espíritus que, por su lenguaje, revelan su superioridad, hayan
respondido a personas muy graves, respecto del infierno y del purgatorio, conformándose a
las ideas vulgarmente aceptadas?
«Hablan un lenguaje que comprenden las personas que los interrogan; cuando esas
personas están muy afectas a ciertas ideas, no quieren combatirlas bruscamente para no
ofender sus convicciones. Si prescindiendo de las condiciones oratorias, un espíritu dijese a
un musulmán que Mahoma no es tal profeta, seria muy mal recibido».
—Concibese que suceda así en espíritus que quieran instruirnos; pero ¿cómo puede ser que
espíritus a quienes se ha preguntado acerca de su suerte, hayan contestado que sufrían los
tormentos del infierno o del purgatorio?
«Cuando son inferiores y no están completamente desmaterializados, conservan una
parte de sus ideas terrestres, y expresan sus impresiones en los términos que les son
familiares. Se encuentran en un centro que sólo a medias les permite sondear el porvenir, y
esto es causa de que a menudo espíritus errantes, o recientemente desprendidos, hablen como
durante su vida lo hubiesen hecho.
Infierno puede traducirse por una vida de pruebas
sumamente penosas, con la
incertidumbre acerca de un estado mejor, y purgatorio, también
por vida de prueba, pero con conciencia de mejor porvenir. Cuando sufres un gran dolor. ¿no
dices que sufres como un condenado? Estas no son más que palabras figuradas».
1015. ¿Qué debe entenderse por un alma en pena?
«Un alma errante que sufre, incierta de su porvenir, y a la cual podéis procurar algún
alivio, que con frecuencia solicita cuando con vosotros se comunica». (664.)
1016. ¿En qué sentido debe entenderse la palabra cie¡o?
«¿Crees tú que es un lugar, como los Campos Elíseos de los antiguos en que están
hacinados en desorden los espíritus buenos, sin más cuidado que el de saborear eternamente
una felicidad pasiva? No; es el espacio universal, los planetas, las estrellas y todos los
mundos superiores, donde disfrutan los espíritus de todas sus facultades, sin sentir las
tribulaciones de la vida material, ni las angustias inherentes a la inferioridad».
1017. Ciertos espíritus han dicho que habitaban el 4o, el 5o cielo, etc.; ¿qué entienden por
eso?
«Vosotros les preguntáis qué cielo habitan, porque tenéis la idea de muchos cielos
ordenados como los pisos de una casa, y ellos os contestan acomodándose a vuestro lenguaje.
Pero para ellos estas palabras 4o y 5o cielo expresan diferentes grados de purificación y de dicha, por consiguiente. Sucede lo mismo que cuando se
pregunta a un espíritu si está en el infierno. Si es desgraciado, contestará afirmativamente,
porque para él el infierno es
sinónimo de sufrimiento, pero sabe perfectamente que aquél no
es un horno. Un pagano hubiese dicho que estaba en el
tártaro».
Lo mismo sucede con otras expresiones, análogas tales como las de ciudad de las flores, de los
elegidos, primera, segunda o tercera esfera, etcétera, que no son más que alegorías empleadas por ciertos
espíritus, ya como figuras, ya por ignorancia a veces de la realidad de las cosas y aun de las más sencillas
nociones científicas.
Según la idea estrecha que se tenía en otros tiempos de los lugares de penas y recompensas, y sobre
todo opinando que la tierra era el centro del universo, que el cielo formaba una bóveda y que existía una
región de las estrellas; se colocaba
el cielo en lo alto y el infierno en lo bajo, y de aquí las expresiones:
subir al cielo, estar en lo más alto de los cielos, ser precipitado en el infierno. Hoy que la ciencia ha
demostrado que la Tierra sólo es uno de los más pequefios mundos, sin importancia especial, entre otros
tantos millones; que ha trazado la historia de su formación y descrito su constitución, probado que el
espacio es infinito, que en el universo no hay alto ni bajo; ha sido necesariamente forzoso desistir de
colocar el cielo encima de las nubes, y en los lugares balos el infierno. En cuanto al purgatorio, ningún
sitio se le había señalado. Estaba reservado al espiritismo el dar de todas esas cosas la explicación más
racional, más grandiosa, y al mismo tiempo, más consoladora para la humanidad. Así, pues, podemos
decir que en nosotros mismos llevamos nuestro infierno y nuestro paraiso; nuestro purgatorio lo hallamos
en nuestra encarnación, en nuestras vidas corporales o físicas.
1018. ¿En qué sentido deben entenderse estas palabras de Cristo: Mi reino no es de este
mundo?
«Respondiendo así Cristo hablaba en sentido figurado. Quería decir que no reina más que
en los corazones puros y desinteresados; pero los hombres ávidos de las cosas de ese mundo
y apegados a los bienes de la tierra no están con él».
1019. ¿Podrá establecerse algún día en la tierra el reino del bien?
«El bien reinará en la tierra, cuando entre los espíritus que vengan a habitarla, los buenos
se sobrepondrán a los malos, y entonces harán reinar en ella el amor y la justicia que son el
origen del bien y de la felicidad. Por el progreso moral y por la práctica de las leyes de Dios
atraerá el hombre a la tierra los espíritus buenos, y alejará a los malos; pero éstos no la abandonarán; hasta que el hombre no destierre el orgullo y el egoísmo.
»La transformación de la humanidad ha sido predicha, y vosotros tocáis el momento de
aquélla, que apresuran todos los hombres que favorecen el progreso. La transformación se
verificará por medio de la encarnación de los espíritus mejores que constituirán en la tierra
una nueva generación. Entonces los espíritus de los malos, a quienes la muerte hiere
diariamente, y todos los que intentan detener la marcha de las cosas, serán excluidos de la
tierra, porque estarían fuera de su centro entre hombres de bien cuya felicidad perturbarían.
Irán a mundos nuevos menos adelantados, a cumplir misiones
penosas donde podrán trabajar
para su propio mejoramiento, al mismo tiempo que para el de sus hermanos más atrasados
aún. ¿No veis en esa exclusión de la tierra transformada, la sublime figura del
paraíso
perdido,
y en el hombre venido a la tierra en semejantes condiciones y llevando consigo
mismo el germen de sus pasiones y los vestigios de su inferioridad primitiva, la no menos
sublime figura del
pecado original? El pecado original, desde el punto de vista considerado,
arranca de la naturaleza aún imperfecta del hombre, que así sólo es responsable de sí mismo y
de sus propias faltas, y no de las de sus padres.
»Vosotros todos, hombres de fe y buena voluntad, trabajad, pues, con celo y ánimo en la gran obra de la regeneración, porque recogeréis centuplicado el grano que hayáis sembrado.
Infelices de los que cierran los ojos a la luz, pues se preparan largos siglos de tinieblas y
desengaños; infelices de los que cifran todos sus goces en los bienes de ese mundo, pues
sufrirán más privaciones que goces hayan tenido; infelices sobre todo los egoístas, pues no
encontrarán quien les ayude a llevar la carga de sus miserias.