INTRODUCCIÓN AL ESTUDIO DE LA DOCTRINA
ESPIRITISTA
I
Para las cosas nuevas se necesitan nuevas palabras. Así lo requiere la claridad en el
lenguaje, con el fin de evitar la confusión inseparable del sentido múltiple dado a los mismos
términos. Las palabras
espiritual, espiritualista y espiritualismo, tienen una aceptación bien
caracterizada, y darles otra nueva para aplicarlas á la doctrina de los espíritus equivaldría a
multiplicar las causas de anfibología, ya numerosas. En efecto, el espiritualismo es el término
opuesto al materialismo, y todo el que cree que tiene en si mismo algo más que materia, es
espiritualista; pero no se sigue de aquí que crea en la existencia de los espíritus o en sus
comunícaciones con el mundo visible. En vez de las palabras ESPIRITUALISTA y
ESPIRITUALISMO, empleamos, para designar esta última creencia, las de
espiritista y
espiritismo, cuya forma recuerda el origen y su significación radical, teniendo por lo mismo la
ventaja de ser perfectamente inteligibles, y reservamos a la palabra
espiritualismo la acepción
que le es propia. Diremos, pues, que la doctrina
espiritista o el espiritismo tiene como
principios las relaciones del mundo material con los espíritus o seres del mundo invisible.
Los adeptos del espiritismo serán los
espíritas o los espiritistas, si se quiere.
EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS contiene, como especialidad, la doctrina espiritista, y
como generalidad, se asocia a la doctrina
espiritualista, ofreciendo una de sus fases. Por esta
razón se ve en la cabecera de su título la frase
Filosofía espiritualista.
II
Existe otra palabra sobre la cual es igualmente importante que nos entendamos, porque
es una de las llaves maestras de toda doctrina moral y porque es causa de muchas
controversias por carecer de una acepción bien deslindada; tal es la palabra
alma. La
divergencia de opiniones acerca de la naturaleza del alma procede de la aplicación particular
que de esta palabra hace cada uno. Un idioma perfecto, en el que cada idea estuviese
representada por su palabra peculiar, evitaría muchas discusiones, y con un término para cada
cosa, todos nos entenderíamos.
Según unos, el alma es el principio de la vida material orgánica no tiene existencia propia
y cesa cuando la vida cesa. Así piensa el materialismo puro. En este séntido, y por
comparación, dicen los materialistas que no tiene alma el instrumento que, por estar rajado,
no suena. En esta hipótesis, el alma es efecto y no causa.
Otros creen que el almaes el principio de la inteligencia, agente universal del que cada
ser absorbe tina parte. Según éstos, todo el universo no tiene más que una sola alma que
distribuye partículas a los diversos seres inteligentes, durante la vida, volviendo, después a la
muerte, cada partícula al origen común donde se confunde con el todo, como los arroyos y
ríos vuelven al mar de donde salieron. Difiere esta opinión de la precedente en que, en la
hipótesis que nos ocupa, existe en nosotros algo más que materia y algo subsiste después de
la muerte; pero es casi como si nada sobreviviese; porque, desapareciendo la individualidad,
no tendríamos conciencia de nosotros mismos. Siguiendo esta opinión. el alma universal sería
Dios, y todo ser, parte de la Divinidad. Semejante sistema es una de las variaciones del
panteísmo.
Según otros, en fin, el alma es un ser moral distinto, independiente de la materia, que
conserva su individualidad después de la muerte. Esta acepción es, sin contradicción, la más
general, porque, con uno u otro nombre, la idea de este ser que sobrevive al cuerpo se
encuentra en estado de creencia instintiva e independiente de toda enseñanza, en todos los
pueblos, cualquiera que sea su grado de civilización. Esta doctrina, según la cual el alma es
causa y no efecto, es la de los espiritualistas.
Sin discutir el mérito de estas opiniones, y concretándonos únicamente a la cuestión
lingüística, diremos que esas tres aplicaciones de la palabra
alma constituyen tres distintas
ideas, para cada una de las cuales sería necesario un término especial. La palabra que nos
ocupa tiene, pues, una triple acepción, y los partidarios de los citados sistemas tienen razón en
las definiciones que dan de ella, teniendo en cuenta el punto de vista en que se colocan. La
culpa de la confusión es del lenguaje, que sólo tiene una palabra para tres ideas distintas. Para
evitar las anfibologías, preciso sería emplear la palabra
alma para una sola de las tres
indicadas ideas, y siendo la cuestión principal la de que nos entendamos perfectamente, es
indiferente la elección, dado que este es un punto convencional. Creemos que lo más lógico
es tomarla en su acepción más vulgar, y por este motivo llamamos
alma al ser inmaterial e
individual que reside en nosotros y
sobrevive al cuerpo. Aunque este ser no existiera, aunque
fuese producto de la imaginación, no sería menos necesario un término que lo representara.
En defecto de esta palabra especial para cada una de las otras dos acepciones, llamamos:
Principio vital, al principio de la vida material y orgánica, cualquiera que sea su origen;
principio común a todos los seres vivientes, desde las plantas hasta el hombre. El principio
vital es distinto e independiente porque puede existir la vida, aun haciendo abstracción de la
facultad de pensar. La palabra
vitalidad no respondería a la misma idea. Para unos, el
principio vital es una propiedad de la materia, un efecto que se produce desde que la materia
se encuentra en ciertas circunstancias determinadas; para otros, y esta es la idea más vulgar,
reside en uti fluido especial, universalmente esparcido y del cual absorbe y se asimila cada ser
una parte, durante la vida, como, según vemos, absorben la luz los cuerpos inertes. Sería este
el
fluido vital que, admitiendo ciertas opiniones, es el mismo fluido eléctrico animalizado,
designado también con los nombres de
fluido magnético, fluido nervioso, etcétera.
Como quiera que sea, existe un hecho indiscutible, porque resulta de la observación, que
los seres orgánicos tienen en si mismos una fuerza íntima que produce el fenómeno de la vida, mientras existe aquélla; que la vida material es común a todos los seres orgánicos,
y que es independiente de la inteligencia y del pensamiento; que éste y aquélla son facultades
propias de ciertas especies orgánicas, y, en fin, que entre las especies orgánicas dotadas de
inteligencia y pensamiento, existe una que lo está de un sentimiento moral especial que le da
una superioridad incuestionable sobre las otras. Esta es la especie humana.
Concibese que con una acepción múltiple, el alma no excluye el materialismo, ni el
panteísmo. El mismo espiritualista puede perfectamente aceptar el alma en una u otra de las
dos primeras acepciones, sin perjuicio del ser inmaterial, al que dará entonces otro nombre
cualquiera. Así, pues, la palabra que nos viene ocupando no es representativa de una opinión
determinada: es un Proteo que cada cual transforma a su antojo, y de aquí el origen de tantas
interminables cuestiones.
Evitaríase igualmente la confusión empleando la palabra alma en aquellos tres casos,
pero añadiéndole un calificativo que especificase el aspecto en que se la toma, o la acepción
que quiere dársele. Sería entonces un vocablo genérico, que representaría simultáneamente el
principio de la vida material, el de la inteligencia y el del sentido moral, y que se distinguiría
por medio de un atributo, como distinguimos los gases, añadiendo a la palabra
gas los
calificativos
hídrógeno, oxígeno o ázoe. Pudiera, pues, decirse, y esto sería lo más acertado,
el alma
vital por el principio de la vida material, el alma intelectual por el principio
inteligente y el
alma espiritista por el principio de nuestra individualidad después de la
muerte. Según se ve, todo esto se reduce a una cuestión de suma importancia para
entendernos. Conformándonos con aquella clasificación, el
alma vital seria común a todos los
seres orgánicos: las plantas, los animales y los hombres; el
alma intelectual propia de los
animales y de los hombres, perteneciendo el
alma espiritista al hombre únicamente.
Hemos creído deber nuestro insistir tanto más en estas explicaciones, por cuanto la
doctrina espiritista está naturalmente basada en la existencia en nosotros mismos de un ser
independiente de la materia. que sobrevive al cuerpo. Debiendo repetir frecuentemente la
palabra
alma en el curso de esta obra, importaba fijar el sentido que le damos para evitar así
las equivocaciones.
Vamos ahora al principal objeto de esta instrucción preliminar.
III
Como todo lo nuevo, la doctrina espiritista tiene adeptos y contradictores. Vamos a
procurar contestar a algunas de las objeciones de estos últimos, sin abrigar, empero, la
pretensión de convencerlos a todos, ya que hay gentes que creen que para ellas
exclusivamente fue hecha la luz. Nos dirigimos a las personas de buena fe que no tienen ideas
preconcebidas o sistemáticas, por lo menos, y que están sinceramente deseosas de instruirse, a
las cuales demostraremos que la mayor parte de las objeciones que se hacen a la doctrina
nacen de la observación incompleta de los hechos y de un fallo dictado con harta ligereza y
precipitación.
Recordemos ante todo y en pocas palabras la serie progresiva de los fenómenos que
originaron esta doctrina.
El primer hecho observado fue el de diversos objetos que se movían, fenómeno
vulgarmente conocido con el nombre de
mesas giratorias o danza de las mesas. Este hecho
que, según parece, se observó primeramente en América, o que, mejor dicho, se renovó en
aquella comarca, puesto que la historia prueba que se remonta a la antigúedad más remota, se
produjo acompañado de extrañas circunstancias, tales como ruidos inusitados y golpes sin
causa ostensiblemente conocida. Desde alli se propagó con rapidez por Europa y por las
demás partes del mundo, siendo al principio objeto de mucha incredulidad, hasta que la
multiplicidad de los experimentos no permitió que se dudase de su realidad.
Si este fenómeno se hubiese limitado al movimiento de objetos materiales, podríase
explicar por una causa puramente física. Lejos estamos de conocer todos los agentes ocultos
de la naturaleza. ni las propiedades todas de los que nos son conocidos. La electricidad, por
otra parte, multiplica hasta lo infinito cada día los recursos que brinda al hombre y parece
llamada a derramar una nueva luz sobre la ciencia. No era, pues, imposible que la
electricidad. modificada por ciertas circunstancias, o por otro agente cualquiera, fuese la
causa de aquel movimiento. El aumento de la potencia de la acción, que resultaba siempre de
la reunión de muchas personas, parecía venir en apoyo de esta teoría; porque podia considerarse el conjunto de
individuos como una pila múltiple. cuya potencia está en razón del número de elementos.
Nada de particular tenía el movimiento circular; porque, siendo natural y moviéndose
circularmente todos los astros, podía ser, pues, aquel un ligero reflejo del movimiento general
del universo; o por decirlo mejor, una causa, hasta entonces desconocida, podía imprimir
accidentalmente a los objetos pequeños, en circunstancias dadas, una corriente análoga a la
que arrastra a los mundos.
Pero no siempre era circular el movimiento, sino que a veces se verificaba a sacudidas y
desordenadamente. El mueble era zárandeado con violencia, derribado, arrastrado en una
dirección cualquiera y, en una oposición a todas las leyes de la estática, levantado del suelo y
sostenido en el espacío. Hasta aquí. nada existe en tales hechos que no pueda explicarse por
la potencia de un agente físico invisible. ¿Acaso no vemos que la electricidad derriba
edificios, desarraiga árboles, lanza a distancia los cuerpos más pesados, los atrae y los repele?
Los ruidos inusitados y los golpes, en el supuesto de que no fuesen efectos ordinarios de
la dilatación de la madera, o de otra causa accidental, podían muy bien ser producidos por la
acumulación del fluido oculto. ¿Por ventura no produce la electricidad los ruidos más
violentos?
Hasta aquí, todo, como se ve, puede caber en el dominio de hechos puramente físicos y
fisiológicos. Sin salir de este orden de ideas, era este fenómeno materia de estudios graves y
dignos de llamar la atención de los sabios. ¿Por qué no sucedió así? Sensible es tener que
decirlo; pero procede este hecho de causas que prueban. entre mil acontecimientos
semejantes, la ligereza del humano espíritu. Ante todo, no es acaso extraño a esto la
vulgaridad del objeto principal que ha servido de base a los primeros experimentos. Cuán
grande no ha sido frecuentemente la influencia de una palabra en los más graves asuntos! Sin
considerar que el movimiento pudiera haber sido impreso a cualquier objeto, prevaleció la
idea de las mesas, sin duda porque era el más cómodo y porque, más naturalmente que a otro
mueble, nos sentamos alrededor de una mesa. Pues bien, los hombres eminentes son tan
pueriles, a veces, que nada imposible sería que ciertos genios de nota hayan creído indigno de ellos ocuparse de lo que se
convino en llamar
danza de las mesas. Es probable que si el fenómeno observado por Galvani
lo hubiese sido por hombres vulgares y designado con un nombre burlesco, estaría aún
relegado al olvido juntamente con la varita mágica. ¿Cuál es, en efecto, el sabio que no
hubiera creído rebajarse ocupándose de la
danza de las ranas?
Algunos, sin embargo, bastante modestos para convenir en que la naturaleza puede no
haber dicho su última palabra, han querido ver, para tranquilidad de su conciencia. Pero ha
sucedido que no siempre ha correspondido el fenómeno a sus esperanzas, y porque no se ha
producido constantemente a gusto de su voluntad y conforme a su manera de experimentar, se
han pronunciado por la negativa. A pesar de su fallo, las mesas, ya que de mesas se trata,
continúan agitándose; de modo, que podemos decir con Galileo: ¡y
con todo, se mueven!
Diremos más aún, y es que los hechos se han repetido de una manera tal, que han adquirido
ya derecho de ciudadanía, no tratándose actualmente más que de hallarles una explicación
racional. ¿Puede deducirse algo en contra de la realidad del fenómeno, porque no se produce
siempre de un modo idéntico y conforme a la voluntad y exigencias del observador? ¿Acaso
los fenómenos eléctricos y químicos no están subordinados a ciertas condiciones? ¿Y hemos
de negarlos porque no se producen fuera de ellas? ¿Hay, pues, algo de sorprendente en que el
fenómeno del movimiento de los objetos por medio del fluido humano tenga también sus
condiciones de existencia, y en que cese de producirse cuando el observador, situándose en su
punto de vista particular, pretende que se manifieste a merced de su capricho, o reducirlo a las
leyes de los fenómenos conocidos, sin considerar que para nuevos hechos puede y debe haber
leyes nuevas? Para conocerlas, es preciso estudiar las circunstancias en que se producen los
hechos, y este estudio ha de ser fruto de una observación continuada, atenta y muy lárga, a
veces.
Pero, objetan ciertas personas, la superchería es evidente con frecuencia. Ante todo les
preguntaremos si están bien ciertas de que exista supercheria y si no han tomado por tal
efectos de que no podían darse cuenta, poco más o menos como aquel aldeano que creía que
un profesor de física, a
quien veía experimentar, era un hábil escamoteador. Pero suponiendo que así hubiese
sucedido alguna vez, ¿sería ésta razón para negar el hecho? ¿Hemos de negar la física, porque
hay prestidigitadores que se apropian el título de físicos? Preciso es, por otra parte, tener
presente el carácter de las personas y el interés que pueden tener en engañar. ¿Será todo ello
una broma? Podemos chancearnos un momento; pero una chanza indefinidamente prolongada
sería tan fastidiosa para el embaucador como para el embaucado. Además de que, en una
superchería que se propaga de un extremo al otro del mundo y entre las personas más graves,
honradas e ilustradas, habría de haber algo, por lo menos, tan extraordinario como el mismo
fenómeno.
IV
Si los fenómenos que nos ocupan se hubiesen limitado al movimiento de objetos,
hubieran cabido, según tenemos dicho, en los límites de las ciencias físicas; pero no ha sido
así, y les estaba reservado conducirnos a hechos de un extraño orden. No sabemos por qué
iniciativa, creyóse descubrir que el impulso dado a los objetos no era producido únicamente
por una fuerza mecánica ciega, sino que intervenía en el movimiento una causa inteligente.
Una vez abierto este sendero, ofrecióse un campo nuevo a las observaciones, y quedó
descorrido el velo de muchos misterios. ¿Interviene, en efecto, una potencia inteligente? Esta
es la cuestión. Si la potencia existe, ¿cuál es, cuál su naturaleza y cuál su origen? ¿Es superior
a la humanidad? Tales son las preguntas involucradas en la primera.
Las primeras manifestaciones inteligentes se obtuvieron por medio de mesas que se
levantaban y daban con uno de sus pies un número determinado de golpes, representativos de
las palabras
si o no, según lo convenido, respondiendo de esta manera a las preguntas que se
hacian. Hasta aquí, nada hay convincente para los escépticos; porque pudiera atribuirse el
resultado a la casualidad. Obtuviéronse después contestaciones más extensas con las letras del
alfabeto. Haciendo que el objeto diese el número de golpes correspondiente al número de
orden de cada letra, consiguióse formar palabras y frases, que contestaban a las preguntas hechas. La exactitud de las respuestas y su correlación con las preguntas excitaron la
admiración. Preguntado acerca de su naturaleza, el ser misterioso que de tal manera
respondía, contestó que era un
espíritu o genio, dijo su nombre y dio diversos pormenores
acerca de si mismo. Esta es una circunstancia muy digna de notarse. Nadie ideó los
espíritus
como medio de explicar el fenómeno, sino que éste mismo reveló la palabra. En las ciencias
exactas se sientan hipótesis con frecuencia para tener una base de razonamiento; pero no es
este el caso presente.
El indicado medio de correspondencia era incómodo y tardío. El espíritu, y es también
digna de notarse semejante circunstancia, indicó otro. Uno de esos seres invisibles fue quien
aconsejó que se adaptase un lápiz a una cestita o a otro objeto. La cestita, colocada sobre una
hoja de papel, es movida por el mismo poder ocultó que mueve las mesas; pero, en vez de
seguir un simple movimiento irregular. el lápiz traza por si mismo caracteres que forman
palabras, frases y discursos enteros de muchas páginas, tratando las más elevadas cuestiones
de filosofía, de moral, de metafísica, de psicología, etc., todo lo cual se verifica con la misma
rapidez que si escribiésemos con la mano.
El consejo fue dado simultáneamente en América, en Francia y en diversas comarcas. He
aquí los términos en que fue dado en París, el 10 de junio de 1853
, a uno de los más
fervientes adeptos de la doctrina, que desde muchos años, desde 1849, se ocupaba en evocar a
los espíritus: «Ve a la habitación contigua; toma la cestita; átale un lápiz; colócalo sobre el
papel, y pon después los dedos en los bordes.> Transcurridos algunos instantes, se puso la
cestita en movimiento y escribió el lápiz de un modo muy legible esta frase:
No siendo más que un instrumento el objeto a que se adapta el lápiz, su naturaleza, y su
forma son de todo punto indiferentes. Se ha procurado buscar únicamente la comodidad, y así
es que muchas personas emplean una tablita.
La cestita o tablita sólo es puesta en movimiento por la influencia de ciertas personas
dotadas, bajo este aspecto, de un poder especial; personas que han sido designadas con el
nombre de
médiums, es decir, medio o intermediario entre los espíritus y los hombres. Las
condiciones que producen este poder, proceden de causas a la vez físicas y morales imperfectamente conocidas todavía,
porque hay médiums de todas edades, en ambos sexos y en todos los grados de
desenvolvimiento intelectual. Por lo demás, la facultad se desarrolla con la práctica.
V
Reconocióse más tarde que la cestita y la tablita no eran en realidad más que un apéndice
de la mano, y tomando directamente el lápiz, el médium escribió, por un impulso involuntario
y casi febril. Por este medio las comunicaciones fueron más rápidas, más fáciles y más
completas, viniendo a ser el más empleado actualmente, tanto más, cuanto que el número de
personas dotadas de semejante aptitud es muy considerable y aumenta cada día. Por fin, la
experiencia dio a conocer muchas otras variedades de la facultad mediadora, y se supo que las
comunicaciones podían obtenerse igualmente por medio de la palabra, del oído, de la vista,
del tacto, etc., y hasta por medio de la escritura directa de los espíritus, es decir, sin el
concurso de la mano del médium, ni el del lápiz.
Obtenido el hecho, quedaba por dilucidar un punto esencial: el del papel que desempeña el
médium en las comunicaciones, y la parte que mecánica y moralmente puede tomar en ellas.
Dos circunstancias capitales, que no pasan inadvertidas al observador atento, pueden resolver
la cuestión. La primera es el modo como la cestita se mueve bajo su influencia, por la sola
imposición de los dedos en el borde, pues el examen demuestra la imposibilidad de
imprimirle una dirección determinada. Semejante imposibilidad se hace patente, cuando dos o
tres personas operan al mismo tiempo con la misma cestita, porque sería preciso entre ellas
una avenencia de movimiento verdaderamente fenomenal y además concordancia de
pensamientos para convenir acerca de la respuesta que han de dar a la pregunta hecha. Otra
circunstancia, no menos singular, viene a aumentar la dificultad: la diferencia radical de letra
según el espíritu que se manifiesta, reproduciéndose la misma siempre que se presenta un
mismo espíritu. Preciso sería que el médium se hubiese dedicado a cambiar de veinte maneras
diferentes
su propia letra, y sobre todo que pudiese recordar la que pertenece a este o a aquel espíritu.
La segunda circunstancia resulta de la misma naturaleza de las contestaciones, que, la
mayor parte de las veces, sobre todo en cuestiones abstractas y científicas, son notoriamente
superiores a los conocimientos y en otras ocasiones al alcance intelectual del médium, quien,
además, no tiene conciencia ordinariamente de lo escrito bajo su influencia, y quien, con
mucha frecuencia, ni siquiera oye o entiende la pregunta, puesto que puede ser hecha en un
idioma desconocido para él y aun mentalmente, pudiendo ser dada la respuesta en aquel
idioma. Sucede también, a menudo, que la cestita escribe espontáneaniente sobre un asunto cualquiera y del todo inesperado.
Estas contestaciones tienen, en ciertos casos, un sello tal de sabiduría, de profundidad y de
oportunidad; revelan pensamientos tan elevados y sublimes, que sólo pueden provenir de una
inteligencia superior, penetrada de la más pura moralidad; y son otras veces, tan ligeras, tan
frívolas y hasta tan triviales, que la razón se resiste a creer que procedan del mismo origen.
Esta diversidad de lenguaje no puede encontrar otra explicación que la diversidad de
inteligencias que se manifiestan. ¿Semejantes inteligencias pertenecen a la humanidad? He
aqui el punto que ha de dilucidarse, y cuya perfecta explicación, tal como ha sido dada por los
mismos espíritus, se encontrará en esta obra.
Estos son los hechos patentes que se producen fuera del circulo de nuestras habituales
observaciones, no con misterio, sino a la luz del día, pudiendo todo el mundo verlos y
evidenciarlos, puesto que no son privilegio de un solo individuo, ya que miles de personas los
repiten diaria y voluntariamente. Estos efectos han de tener por fuerza una causa, y desde el
momento que revelan la acción de una inteligencia y de tina voluntad, se sustraen del dominio
puramente físico.
Muchas teorías se han emitido sobre el particular. Las examinaremos, y veremos si pueden
dar razón de todos los hechos que se producen. Interinamente admitamos la existencia de
seres distintos de la humanidad, puesto que esta es la explicación dadapor las inteligencias
que se manifiestan, y veamos ahora lo que nos dicen.
VI
Los seres que se comunican se designan a si mismos, según hemos dicho, con el nombre
de espíritus o genios, y dicen haber pertenecido, algunos, por lo menos a los hombres que
vivieron en la tierra. Constituyen el mundo espiritual, como nosotros constituimos, durante la
vida, el mundo corporal.
Pasemos a resumir en pocas palabras los puntos más culminantes de la doctrina que nos
han transmitido, para responder más fácilmente a ciertas objeciones:
»Dios es eterno, inmutable, inmaterial, único, todopoderoso, soberanamente justo y
bueno.
»Creó el universo que comprende todos los seres animados e inanimados, materiales e
inmateriales.
»Los seres materiales constituyen el mundo visible o corporal y los inmateriales el
invisible o espiritista, es decir, el de los espíritus.
»El mundo espiritista es el normal, primitivo, eterno, preexistente y sobreviviente a todo.
El mundo corporal no pasa de ser secundario; podria dejar de existir, o no haber existido
nunca, sin que se alterase la esencia del mundo espiritista.
»Los espíritus revisten temporalmente una envoltura material perecedera, cuya
destrucción, a consecuencia de la muerte, los constituye nuevamente en estado de libertad.
»Entre las diferentes especies de seres corporales, Dios ha escogido a la especie humana
para la encarnación de los espíritus que han llegado a cierto grado de desarrollo, lo cual les da
la superioridad moral e intelectual sobre todos los otros.
»El alma es un espíritu encarnado, cuyo cuerpo no es más que la envoltura.
»Tres cosas existen en el hombre: 1a el cuerpo o ser material análogo a los animales, y
animado por el mismo principio vital; 2a el alma o ser inmaterial, espíritu encarnado en el
cuerpo, y 3a el lazo que une el alma al cuerpo, principio intermedio entre la materia y el
espíritu.
»Así, pues, el hombre tiene dos naturalezas: por el cuerpo, particípa de la naturaleza de
los animales, cuyos instintos tienen, y por el alma, participa de la naturaleza de los espíritus.
»El lazo o periespíritu que une el cuerpo y el espíritu es una especie de envoltura
semimaterial. La muerte es la destrucción de la envoltura más grosera; pero el espíritu
conserva la segunda, que le constituye un cuerpo etéreo, invisible para nosotros en estado
normal y que puede hacer visible accidentalmente, y hasta tangible. como sucede en el
fenómeno de las apariciones.
»Así, pues, el espíritu no es un ser abstracto e indefinido, que sólo puede concebir el
pensamiento, sino un ser real y circunscrito que es apreciable en ciertos casos, por los
sentidos de la
vista, del oído y del tacto.
»Los espíritus pertenecen a diferentes clases y no son iguales en poder, inteligencia,
ciencia y moralidad. Los del primer orden son los espíritus superiores, que se distinguen de
los demás por su perfección, conocimientos, proximidad a Dios, pureza de sentimientos y
amor al bien. Son los ángeles o espíritus puros. Las otras clases se alejan más y más de
semejante perfección, estando los de los grados inferiores inclinados a la mayor parte de
nuestras pasiones, al odio, la envidia, los celos, el orgullo, etcétera, y se complacen en el mal.
»Entre ellos, los hay que no son ni muy buenos, ni muy malos. Más embrollones y
chismosos que malvados, parece ser patrimonio suyo la malicia y la inconsecuencia. Estos
tales son los duendes o espíritus ligeros.
»Los espíritus no pertenecen perpetuamente al mismo orden, sino que todos se
perfeccionan pasando por los diferentes grados de la jerar4uía espiritista. Este
perfeccionamiento se realiza por medio de la encarnación, impuesta como expiación a unos, y
como misión a otros. La vida material es una prueba que deben sufrir repetidas veces, hasta
que alcanzan la perfección absoluta; una especie de tamiz o depuratorio del que salen más o
menos purificados.
»Al ábandonar el cuerpo, el alma vuelve al mundo de los espíritus, de donde había salido,
para tomar una nueva existencia material, después de un espacio de tiempo más o menos
prolongado, durante el cual se encuentra en estado de espíritu errante. *
* Entre esta doctrina de la reencarnación y de la metempsicosis, como la admiten ciertas sectas, existe la diferencia característica que en el curso de esta obra se explica.
»Debiendo pasar el espíritu por varias encarnaciones, resulta que todos nosotros hemos
tenido diversas existencias y que tendremos otras, perfeccionadas más o menos, ora en la
tierra, ora en otros mundos.
»Los espíritus se encarnan siempre en la especie humana, y sería erróneo creer que el
alma o espíritu pueda encarnarse en el cuerpo de un animal.
»Las diferentes existencias corporales del espíritu siempre son progresivas, nunca
retrógradas; pero la rapidez del progreso depende de los esfuerzos que hagamos para llegar a
la perfección.
»Las cualidades del alma son las mismas que las del espíritu encarnado en nosotros, de
modo que el hombre de bien es encarnación de un espíritu bueno y el hombre perverso lo es
de un espíritu impuro.
»El alma era individual antes de la encarnación, y continúa siéndolo después de separarse
del cuerpo.
» A su vuelta al mundo de los espíritus, el alma encuentra en él a todos los que conoció
en la tierra y todas sus existencias anteriores se presentan a su memoria con el recuerdo de
todo el bien y de todo el mal que ha hecho.
»El espíritu encarnado está bajo la influencia de la materia, y el hombre que vence
semejante influencia por medio de la elevación y purificación de su alma se aproxima a los
espíritus buenos a los cuales se únirá algún día. El que se deja dominar por las malas
pasiones, y cifra toda su ventura en la satisfacción de los apetitos groseros, se aproxima a los
espíritus impuros, dándo el predominio a la naturaleza animal.
»Los espíritus encarnados pueblan los diferentes globos del universo.
»Los espíritus no encarnados o errantes no ocupan una región determinada y circunscrita,
sino que están en todas partes, en el espacio y a nuestro lado, viéndonos y codeándose
incesantemente con nosotros. Forman una población invisible que se agita a nuestro
alrededor.
»Los espíritus ejercen en el mundo moral y hasta en el físico una acción incesante; obran
sobre la materia y el pensamiento, y constituyen uno de los poderes de la naturaleza, causa
eficiente de una multitud de fenómenos inexplicados o mal explicados hasta ahora, y que sólo
en el espiritismo encuentran solución racional.
»Las relaciones de los espíritus con los hombres son constantes. Los espíritus buenos nos
excitan al bien, nos fortalecen en las pruebas de la vida y nos ayudan a sobrellevarías con
valor y resignación. Los espíritus malos nos excitan al mal, y les es placentero vernos
sucumbir y equipararnos a ellos.
»Las comunicaciones de los espíritus con los hombres son ocultas u ostensibles. Tienen
lugar las comunicaciones ocultas por medio de la buena o mala influencia que ejercen en
nosotros sin que lo conozcamos. A nuestro juicio toca el distinguir las buenas de las malas
inspiraciones. Las comunicaciones ostensibles se verifican por medio de la escritura, de la
palabra o de otras manifestaciones materiales, y la mayor parte de las veces por mediación de
los médiums que sirven de instrumento a los espíritus.
»Los espíritus se manifiestan espontáneamente o cuando se les evoca. Puede evocárseles
a todos, lo mismo a los que animaron a los hombres oscuros, que a los de los más ilustres
personajes, cualquiera que sea la época en que hayan vivido: así a los de nuestros parientes y
amigos, como a los de nuestros enemigos, y obtener en comunicaciones verbales o escritas,
consejos y reseñas de su situación de ultratumba, de sus pensamientos respecto de nosotros,
como también aquellas revelaciones que les es licito hacernos.
»Los espíritus son atraídos en razón de su simpatía hacia la naturaleza moral del centro
que los convoca. Los espíritus superiores se complacen en las reuniones graves en que
prevalecen el amor del bien y el deseo sincero de instruirse y perfeccionarse. Su presencia
ahuyenta a los espíritus inferiores que encuentran, por el contrario, franco acceso, y pueden
obrar con entera libertad, en personas frívolas o guiadas únicamente por la curiosidad, y en
donde quiera que reinen malos instintos. Lejos de esperar de ellos buenas advertencias y
reseñas útiles, no deben esperarse más que sutilezas, mentiras, bromas pesadas o
supercherías; porque a veces usurpan nombres venerables para mejor inducir en erro.
»Es sumamente fácil distinguir los espíritus buenos de los malos; porque el lenguaje de
los espíritus superiores es siempre digno, noble, inspirado por la más pura moralidad,
desprovisto de toda pasión baja, y porque sus consejos respiran la más profunda sabiduría,
teniendo siempre por
objeto nuestro perfeccionamiento y el bien de la humanidad. El de los espíritus inferiores es,
por el contrarío, inconsecuente, trivial con frecuencia y hasta grosero. Si dicen a veces cosas
buenas y verdaderas, con más frecuencia aún las dicen falsas y absurdas por malicia o por
ignorancia, y abusan de la credulidad y se divierten a expensas de los que les consultan,
dando pábulo a su vanidad y alimentando sus deseos con mentidas esperanzas. En resumen,
solamente en las reuniones graves, en aquellas cuyos miembros están unidos por una
comunidad íntima de pensamientos encaminados al bien, se obtienen comunicaciones graves
en la verdadera acepción de la palabra.
»La moral de los espíritus superiores se resume, como la de Cristo, en esta máxima
evangélica: Hacer con los otros lo que quisiéramos que a nosotros se nos hiciese, es decir,
hacer bien y no mal. En este principio encuentra el hombre la regla universal de conducta
para sus más insignificantes acciones.
»Nos enseñan que el egoísmo, el orgullo, y el sensualismo son pasiones que nos
aproximan a la naturaleza animal, ligándonos a la materia; que el hombre que, desde este
mundo, se desprende de la materia despreciando las humanas futilidades y practicando el
amor al prójimo, se aproxima a la naturaleza espiritual; que cada uno de nosotros debe ser útil
con arreglo a las facultades y a los medios que Dios, para probarle, ha puesto a su
disposición; que el fuerte y el poderoso deben apoyo y protección al débil; porque el que
abusa de su fuerza y poderío para oprimir a su semejante viola la ley de Dios. Nos enseñan,
en fin, que en el mundo de los espíritus, donde nada puede ocultarse, el hipócrita será
descubierto y patentizadas todas sus torpezas; que la presencia inevitable y perenne de
aquelíos con quienes nos hemos portado mal es uno de los castigos que nos están reservados,
y que al estado de inferioridad y de superioridad de los espíritus son inherentes penas y
recompensas desconocidas en la tierra.
»Pero nos enseñan también que no hay faltas irremísíbies y que no pueden ser borradas
por la expiación. El medio de conseguirlo lo encuentra el hombre en las diferentes existencias
que le permiten avanzar, según sus deseos y esfuerzos, en el camino del progreso y hacia la
perfección que es su objeto final. »
Tal es el resumen de la doctrina espiritista, según resulta de la enseñanza dada por los
espíritus superiores. Pasemos ahora a las objeciones que a ella oponen algunos.
VII
Para muchas personas la oposición de las corporaciones sabias es, si no una prueba, por
lo menos, una poderosa presunción en contra. No somos nosotros de los que gritamos contra
los sabios
¡a ese!, ¡a ese!; porque no queremos que se nos diga que damos coces al asno, sino
que, por el contrario, los tenemos en mucha estima, y nos creeriamos muy honrados siendo
uno de ellos; pero no siempre puede ser su opinión un juicio irrevocable.
Desde que la ciencia se emancipa de la observación material de los hechos; desde que se
trata de explicarlos y apreciarlos, queda el campo abierto a las conjeturas y cada cual idea un
sistema que quiere hacer prevalecer y sostiene con empeño. ¿No vemos todos los días
preconizadas y rechazadas alternativamente las divergentes opiniones combatidas hoy como
absurdos errores y mañana proclamadas como incontestables verdades? El verdadero criterio
de nuestros juicios, el argumento sin réplica son los hechos, en cuyo defecto, debe ser la duda
la opinión de los prudentes.
En las cosas notorias, la opinión de los sabios es con justo título fehaciente, porque saben
más y mejor que el vulgo; pero en punto a principios nuevos y a cosas desconocidas, su modo
de ver no pasa nunca de ser hipotético, porque no están más exentos que los otros de
preocupaciones, y hasta me aventuro a decir que en mayor número las tiene quizá el sabio,
puesto que una natural propensión le arrastra a subordinarlo todo al aspecto que ha
profundizado. El matemático no admite otra prueba que la demostración algebraica, el
químico lo refiere todo a la acción de los elementos, etc. El hombre que se ha dedicado a una
especialidad encadena a ella todas sus ideas; y si le sacáis de su especialidad, raciocína mal
con frecuencia; porque todo quiere someterlo al mismo crisol. Esto es consecuencia de la
humana flaqueza. Consultaré, pues, de buen grado y confiadamente a un químico sobre una
cuestión de análisis, a un físico sobre la potencia eléctrica y a un mecánico sobre
la fuerza motriz; pero séame permitido, y esto sin rebajar el aprecio que merecen sus
conocimientos especiales, de no valorar del mismo modo su opinión negativa en materia de
espiritismo, como no estimo el parecer de un arquitecto en punto a música.
Las ciencias vulgares están basadas en las propiedades de la materia que a nuestro antojo
podemos manipular y someter a nuestros experimentos. Los fenómenos espiritistas están
basados en la acción de inteligencias que, teniendo voluntad propia, nos prueban a cada
instante que no se hallan a merced de nuestros caprichos. No pueden, pues, observarse de la
misma manera, sino que hemos de colocarnos en condiciones especiales y en distinto punto
de vista, y querer someterlos a los procedimientos ordinarios de investigación es lo mismo
que establecer analogías que no existen. La ciencia, propiamente tal, es, pues. incompetente,
como ciencia, para fallar la cuestión del espiritismo. No ha de ocuparse de él, y su juicio,
cualquiera que sea, favorable o contrario, no puede tener importancia alguna. El espiritismo
es resultado de una convicción personal que, como individuos, pueden abrigar los sabios,
haciendo abstracción de su calidad de tales; perosometer esta cuestión a la ciencia valdría
tanto como someter la existencia del alma a una asamblea de físicos o de astrónomos. En
efecto, todo el espiritismo está contenido en la existencia del alma y en su estado después de
la muerte, y es soberanamente ilógico creer que un hombre ha de ser un gran psicólogo,
porque es un gran matemático o un gran cirujano. Al disecar el cuerpo humano, el cirujano
busca el alma, y porque no tropieza con ellá su escalpelo, como con un nervio, o porque no la
ve desprenderse como un gas, deduce que no existe, mirando la cosa bajo el punto de vista
exclusivamente material. ¿Quiere esto decir que tenga razón contra la opinión universal? No.
Véase, pues, como el espiritismo no incumbe a la ciencia,
Cuando las creencias espiritistas se hayan vulgarizado; cuando sean aceptadas por las
masas -y a juzgar por la rapidez con que se propagan. esa época no puede estar muy lejos-,
sucederá con esta como con todas las otras ideas nuevas que han encontrado oposición, y los
sabios se rendirán a la evidencia. Hasta que ese tiempo no llegue, es intempestivo distraerlos
de sus trabajos especiales, para obligarles a que se ocupen de una materia ajena a sus atribuciones y a su programa. En el ínterin, los que, sin haber estudiado profunda y anticipadamente
el asunto, optan por la negativa y escarnecen a los que no siguen su parecer, olvidan que otro
tanto ha acontecido con la mayor parte de los grandes descubrimientos que honran a la
humanidad, y se exponen a que sus nombres aumenten la lista de los ilustres proscriptores de
ideas nuevas, y a verlos inscritos a continuación de los de aquellos miembros de la docta
asamblea que, en 1752
, acogió con explosiones de risa la memoria de Franklin sobre los
pararrayos, juzgándola indigna de figurar en el número de las comunicaciones que le eran
dirigidas, y de los de aquella otra que fue causa de que Francia perdiese la gloría de iniciar la
navegación por medio del vapor, declarando que el sistema de Fulton era un sueño
irrealizable, a pesar de que semejantes cuestiones eran de su competencia. Si, pues, esas
corporaciones que contaban en su seno lo más granado de los sabios del mundo, sólo burlas y
sarcasmos prodigaron a las ideas que no comprendían, ideas que, algunos años después,
habían de revolucionar la ciencia, las costumbres y la industria, ¿cómo podrá esperarse que
les merezca mejor acogida una cuestión extraña a sus tareas?
Esos errores de algunos, lamentables para su memoria, no pueden privarles de los títulos
que tienen adquiridos, por otro concepto, a nuestro aprecio; pero, ¿se ha de menester acaso de
un diploma oficial para tener sentido común, y sólo imbéciles se encuentran por ventura fuera
de las poltronas académicas? Fijense bien los ojos en los adeptos de la doctrina espiritista, y
entonces se verá si sólo ignorantes cuenta, y si el número inmenso de hombres de mérito que
la han abrazado permite que se la coloque en la estirpe de las creencias de las mujerzuelas. Su
carácter y su ciencia valen la pena de que se diga: puesto que tales hombres afirman eso, algo,
por lo menos, debe tener de cierto.
Volvemos a repetir que si los hechos que nos ocupan se hubiesen concretado al
movimiento mecánico de los cuerpos, la investigación de la causa física del fenómeno entraba
en el dominio de la ciencia; pero tratándose de una manifestación que se substrae a las leyes
de la humanidad, no es competente la c¡encia material, porque no puede ser explicada ni por
medio de los números, ni por medio de la potencia mecánica. Cuando surge un nuevo hecho
que no se desprende de ninguna de las ciencias conocidas, el sabio debe, para estudiarlo, hacer abstracción de su
ciencia, y convencerse de que constituye para él un nuevo estudio que no puede hacerse con
ideas ya preconcebidas.
El hombre que cree infalible a su razón cstá muy cercano del error, pues hasta los que
patrocinan las ideas más falsas se apoyan en su razón, y en virtud de ella rechazan todo lo que
les parece imposible. Los que en otras épocas han rechazado los admirables descubrimientos
con que se honra la humanidad, apelan para hacerlo, a la razón. Lo que se llama tal, con
frecuencia, no es más que orgullo, y aquel que se cree infalible pretende igualarse a Dios. Nos
dirigimos, pues, a los que son bastante prudentes para dudar de lo que no han visto, y que,
juzgando del porvenir por el pasado, no creen que el hombre ha llegado a su apogeo, ni que la
naturaleza le haya presentado ya la última página de su libro.
VIII
Añadamos que el estudio de una doctrina, como la espiritista, que repentinamente nos
conduce a un orden de cosas tan nuevo y tan dilatado, sólo puede ser hecho fructíferamente
por hombres graves, perseverantes, ajenos de prevenciones y animados de la firme y sincera
voluntad de obtener un resultado. No podemos dar estos calificativos a los que juzgan a
priori, ligeramente y sin haberlo visto todo, no observando en sus estudios la ilación, la
regularidad y el recogimiento necesarios, y menos aún podemos darlos a ciertas personas que,
para no desmentir su reputación de chistosos, se esfuerzan en encontrar un lado burlesco a las
cosas más verdaderas, o reputadas tales por individuos cuya ciencia. carácter y convicciones
tienen derecho a la consideración de todo el que se precie de saber vivir en sociedad.
Repórtense, pues, aquellos que juzgan los hechos indignos de ellos y de su atención, y puesto
que nadie piensa en violar sus creencias, respete asimismo las de los otros.
Lo que caracteriza de serio a un estudio es la perseverancia en él. ¿Debe nadie admirarse
de no obtener con frecuencia respuesta alguna formal a preguntas graves en si mismas,
cuando son hechas al acaso y lanzadas a quemarropa en medio de una multitud de preguntas impertinentes? Una pregunta, por otra parte, es a
menudo compleja y requiere, para su aclaración, otras preliminares o complementarias. Todo
el que quiera adquirir una ciencia debe estudiarla metódicamente, empezar por el principio y
proseguir el encadenamiento y desarrollo de las ideas. El que dirigiese al acaso a un sabio una
pregunta sobre una ciencia de la que ignora los primeros rudimentos, ¿habrá adelantado algo
en ella? ¿Y podrá el sabio, a pesar de su buena voluntad, darle una respuesta satisfactoria?
Esta respuesta aislada será, por fuerza, incompleta e ininteligible, cón frecuencia, o podrá
parecer absurda y contradictoria. Lo mismo sucede exactamente en las relaciones que
establecemos con los espíritus. Si alguien quiere instruirse en su escuela, es preciso seguir un
curso con ellos; pero, como acontece entre nosotros, es necesario escoger sus profesores y
trabajar con asiduidad.
Hemos dicho que los espíritus superiores no concurren a más reuniones que a las graves
y. sobre todo, a aquellas en que reina una perfecta comunidad de pensamientos y sentimientos
encaminados al bien. La ligereza y las preguntas inútiles los alejan, como alejan a las
personas razonables, quedando enton¿es el campo libre a la turba de espíritus mentirosos y
frívolos, que siempre atisban las ocasiones de burlarse de nosotros y de divertírse a expensas
nuestras. ¿Qué resultado puede dar una pregunta seria en semejante reunión? Será contestada;
¿pero por quién? Valdría tanto hacerla, como en medio de una reunión de buen humor dejar
caer estas preguntas: ¿Qué es el alma? ¿Qué la muerte?, u otras lindezas por el estilo. Si
queréis respuestas graves, sed graves en toda la acepción de la palabra y colocaos en las
condiciones indispensables, que sólo entonces obtendréis comunicaciones notables. Sed de
los más laboriosos y perseverantes en vuestros estudios, sin lo cual os abandonarán los
espíritus superiores, como hace el profesor con los discípulos desaplicados.
IX
Siendo un hecho demostrado el movimiento de los objetos. la cuestión se reduce a saber
si es o no una manífestación inteligente, y en caso afirmativo, cuál es el origen de esa manifestación.
No hablamos del movimiento inteligente de ciertos objetos, ni de las comunicaciones
verbales, ni siquiera de las que son directamente escritas por los médiums, puesto que esta
clase de manifestaciones, evidentes para los que han visto y profundizado el asunto, no es a
primera vista bastante independiente de la voluntad para servir de base a la convicción del
observador novel. No hablaremos, pues, mas que de los escritos obtenidos con la ayuda de un
objeto cualquiera provisto de un lápiz, tales como una cestita, una tablita, etcétera, puesto que
la colocación de los dedos del médium hace inútil, como tenemos dicho, la más consumada
habilidad de participar de un modo cualquiera en el trazado de los caracteres. Pero admitamos
aún que por una destreza maravillosa, pueda burlarse la vista más escudriñadora, ¿cómo
podrá explicarse la naturaleza de las contestaciones, cuando son superiores a todas las ideas y
conocimientos del médium? Y nótase bien que no se trata de contestaciones monosilábicas,
sino, muy a menudo, de muchas páginas escritas con la rapidez más sorprendente, ora
espontáneamente, ora sobre un asunto determinado. De la mano del médium más ignorante en
literatura, brotan, a veces, poesías de sublimidad y pureza irreprochables, que no
desaprobarían los mejores poetas humanos, y lo que más aumenta la extrañeza de semejantes
hechos es que se producen en todas partes, y que los, médiums se multiplican hasta lo
infinito. ¿Son o no reales estos hechos? Sólo una cosa respondemos: ved y observad, pues no
os faltarán ocasiones; pero sobre todo observad a menudo, mucho y en las condiciones
indispensables.
¿Qué responden a la evidencia los impugnadores? Sois, dicen, víctimas del
charlatanismo o juguete de una ilusión. Diremos ante todo que, cuando no se trata de sacar
provecho, es preciso prescindir de la palabra
charlatanismo, ya que los charlatanes no
trabajan gratis. Esto sería una mistificación a lo más. Pero ¿por qué extraña coincidencia
habrán llegado esos mistificadores a ponerse de acuerdo del uno al otro extremo del mundo, a
fin de obrar de la misma manera, de producir los mismos efectos y de dar sobre los mismos
asuntos y en diversos idiomas respuestas idénticas, si no por las palabras, a lo menos, por el
sentido? ¿Cómo y con qué objeto se prestarían a semejantes artimañas personas graves, formales, honradas e instruidas? ¿Cómo explicar la paciencia y la habilidad
necesarias en los niños? Porque si los médiums no son instrumentos pasivos, les son precisos
habilidad y conocimientos incompatibles con ciertas edades y posiciones sociales.
Dícese que si no existe superchería, todos podemos ser juguetes de úna ilusión. En buena
lógica siempre tiene cierta trascendencia la calidad de los testigos, y en este caso,
preguntamos si la doctrina espiritista, que cuenta hoy millones de adeptos, los tiene solamente
entre los ignorantes. Son tan extraordinarios los fenómenos en que se apoya, que concebimos
la duda; pero lo que no puede admitirse es la pretensión de ciertos incrédulos
monopolizadores del sentido común, quienes, sin respeto a la posición social o valor moral de
sus adversarios, tachan sin miramiento, de imbéciles a todos los que no siguen su dictamen.
Para toda persona sensata la opinión de individuos ilustrados que, por largo tiempo, han visto,
estudiado y meditado una cosa, será siempre, si no una prueba, por lo menos, una presunción
favorable, ya que ha llamado la atención de hombres graves que no tienen interés en propagar
un error, ni tiempo que perder en futilidades.
X
Entre las objeciones, las hay más especiosas que las examinadas, por lo menos, en
apariencia, porque son deducidas de la observación y hechas por personas graves.
Una de ellas se apoya en el lenguaje de ciertos espíritus, que no parece digno de la
elevación que se supone a seres sobrenaturales. Si se recuerda el resumen que antes hemos
dado de la doctrina, se verá que los mismos espíritus nos dicen que no son iguales todos ellos
en conocimientos y cualidades morales, y que no debe tomarse al pie de la letra todo lo que
dicen. A las personas sensatas toca distinguir lo bueno de lo malo. Seguramente los que de
este hecho deduzcan la consecuencia de que siempre nos las habemos con seres malhechores,
cuya ocupación única es la de embaucarnos, no tendrán conocimiento de las comunicaciones
obtenidas en las reuniones donde sólo se presentan espíritus superiores, pues de otra manera,
no pensarían de aquel modo.
Es lamentable que la casualidad les haya hecho el flaco servicio de no dejarles ver más que el
lado malo del mundo espiritista; porque suponemos de buen grado que una tendencia
simpática no les hábrá rodeado de malos espíritus con preferencia a los buenos, de espíritus
mentirosos o de aquellos cuyo lenguaje grosero irrita. Pudiera deducirse a lo más que la
solidez de sus principios no es bastante poderosa para alejar el mal, y que, encontrando
placentero satisfacer sobre este punto su curiosidad, aprovechan esta ocasión los malos
espíritus para introducirse entre ellos, en tanto que se alejan los buenos.
Juzgar por estos hechos de la cuestión de los espíritus seria tan poco lógico como juzgar
del carácter de un pueblo por lo que se dice y hace en las reuniones de algunos aturdidos,
personas de mala reputación, a las que no concurren los sabios, ni los hombres sensatos. Los
que de aquel modo proceden se encuentran en la misma situación que aquel extranjero que.
entrando en una gran capital por el más feo de sus arrabales, juzgase de todos los habitantes
por el lenguaje y costumbres del arrabal en cuestión. En el mundo de los espíritus hay
también una buena y una mala sociedad. Estúdiese bien lo que ocurre entre los espíritus
superiores, y se llegará a la convicción de que la ciudad celeste contiene algo más que la hez
del pueblo. Pero, dicen, ¿acaso vienen a nosotros los espíritus superiores? A esto
contestamos: No os quedéis en el arrabal; mirad, observad y juzgaréis. Los hechos están a
disposición de todos, a menos que no se trate de aquellas personas a quienes se aplican estas
palabras de Jesús:
Tienen ojos, y no ven; oídos, y no oyen.
Una variante de está opinión consiste en no ver en las comunicaciones espiritistas, y en
todos los hechos materiales a que dan lugar, más que la intervención de un poder diabólico,
nuevo Proteo que adopta todas las formas para engañarnos mejor. No la creemos susceptible
del examen serio, y por esto no nos detenemos en ella. Queda refutada con lo que acabamos
de decir, y sólo añadiremos que, si fuese cierta, sería preciso convenir en que a veces el
diablo es muy sabio, muy razonable y sobre todo muy moral, o bien en que también hay
diablos buenos.
¿Cómo hemos de creer, en efecto, que Dios permite al espíritu del mal que se manifieste
exclusivamente para perdernos sin darnos como antídoto los consejos de los espíritus buenos? Si no lo puede hacer, es impotente, y si lo puede y no lo hace, es esto
incompatible con su bondad; las dos suposiciones son blásfematorias. Observad que,
admitida la comunicación de los espíritus malos, se reconoce el principio de las
manifestaciones, y puesto que existen, sólo puede ser con permiso de Dios, ¿Cómo, pues,
creer, sin incurrir en impiedad, que permita el mal con exclusión del bien? Semejante
doctrina es contraria a las más sencillas nocioncs del sentido común y de la religión.
XI
Lo raro es, se añade, que se hablá únicamente de los espíritus de personajes conocidos, y
se pregunta por qué sólo ellos se manifiestan. Este es un error que, como otros muchos,
proviene de una observación superficial. Entre los espíritus que espontáneamente se
manifiestan, mayor es el número de los desconocidos para nosotros que el de los ilustres que
se dan a conocer con un nombre cualquiera y a menudo con uno alegórico o característico,
Respecto de los que se evocan, a menos que no se trate de un pariente o amigo, es muy
natural que nos dirijamos antes a los que conocemos que a los que nos son desconocidos, y
llamando mucho más la atención el nombre de los personajes ilustres, son más notados que
los otros.
Encuéntrase también raro, que los espíritus de hombres eminentes acudan familiarmente
a la evocación y que se ocupen a veces de cosas sin importancia en comparación con las que
realizaron durante su vida. Pero nada admirable es esto para los que saben que el poder o
consideración de que disfrutaron en la tierra semejantes hombres, no les da supremacía
alguna en el mundo espiritista. Los espíritus confirman en este punto las siguientes palabras
del Evangelio: Los grandes serán humillados y los pequen os ensal zados, lo cual debe
entenderse del lugar que entre ellos ocupará cada uno de nosotros, y así es como el que fue
primero en la tierra puede encontrarse que es el último entre ellos, como aquel ante quien
bajábamos la cabeza durante su vida, puede venir a nosotros como el más humilde artesano,
porque, al morir; dejó toda su grandeza; y como el más poderoso monarca puede hallarse en puesto inferior al del último de sus vasallos.
XII
Es un hecho demostrado por la observación y confirma-do por los mismos espíritus, que
los inferiores usurpan a menudo nombres conocidos y venerados. ¿Quién puede, pues,
asegurarnos que los que dicen haber sido Sócrates, Julio César, Carlomagno, Fenelón,
Napoleón, Washington, etcétera, han animado realmente a estos personajes? Semejante duda
asalta a ciertos adeptos muy fervientes de la doctrina espiritista, que admiten la intervención y
manifestación que de su identidad puede tenerse. Esta comprobación es efectivamente difícil;
pero si no puede conseguirse tan auténtica como la que resulta de un acta del estado civil,
puédese obtenerla presuntiva por lo menos, con arreglo a ciertos indicios.
Cuando el espíritu de alguien que nos es personalmente conocido, se manifiesta, de un
amigo o de un pariente, por ejemplo, sobre todo si hace poco que ha muerto, sucede por
punto general que su lenguaje está en perfecta reíación con el carácter que sabemos que tenía.
Este es ya un indicio de identidad. Pero no es lícito dudar cuando el mismo espíritu habla de
cosas privadas y recuerda circunstancias de familia que sólo del interlocutor son conocidas.
El hijo no se equivocará seguramente respecto del lenguaje de su padre y de su madre, ni
éstos respecto del de aquél. A veces tienen lugar en esta clase de evocaciones intimas cosas
notabilísimas, capaces de convencer al más incrédulo. El escéptico más endurecido se ve a
menudo aterrado, por las revelaciones inesperadas que se le hacen.
Otra circunstancia muy característica viene a apoyar la identidad. Hemos dicho que el
carácter de letra del médium cambia generalmente con el espíritu evocado, y que se reproduce
el mismo carácter siempre que se presenta el mismo espíritu. Se ha notado muchas veces que,
sobre todo en las personas muertas de poco tiempo con respecto a la evocación, el carácter de
letra tiene una semejan?a visible con el de la misma persona durante la yida, y se han
obtenido firmas de exactitud perfecta. Estamos sin embargo, muy lejos de dar este hecho
como regla, y mucho menos como costumbre; sino que lo mencionamos como digno de notarse.
Sólo los espíritus que han llegado a cierto grado de purificación están libres de las
influencias corporales; pero hasta que no están completamente desmaterializados (esta es la
expresión que ellos mismos emplean) conservan la mayor parte de las ideas, de las
inclinaciones y hasta de las
manías que tenían en la tierra, lo cual es también un medio de
reconocimiento. Pero éstos se hallan sobre todo en una multitud de pormenores que sólo la
observación atenta y prolongada puede revelar. Se ven escritores discutiendo sus propias
obras o doctrinas y aprobar o condenar parte de ellas, y a otros espíritus recordar
circunstancias ignoradas o poco conocidas de su vida o muerte, cosas todas que, por lo
menos, son pruebas morales de identidad, únicas que pueden invocarse en punto a hechos
abstractos.
Si, pues, la identidad del espíritu evocado puede obtenerse hasta cierto punto en algunos
casos, no existe razón para que no suceda lo mismo en otros, y si no se tienen para con las
personas, cuya muerte es más remota, los mismos medios de comprobación, se cuenta
siempre con los del lenguaje y carácter; porque seguramente el espíritu de un hombre de bien
no hablará como el de un perverso o depravado. En cuanto a los espíritus que se adornan con
nombres respetables, muy pronto se hacen traición por su lenguaje y por sus máximas, y así el
que, por ejemplo, se llama Fenelón, si desmintiese, aunque accidentalmente, el sentido común
y la moral, patentizaría por este solo hecho la super chería. Si los pensamientos que expone
son, por el contrarío, puros, no contradictorios y constantemente dignos del carácter de
Fenelón, no habrá motivos para dudar de su identidad, pues de otro modo sería preciso
suponer que un espíritu que sólo el bien predica puede mentir conscientemente y sin
provecho. La experiencia nos enseña que los espíritus del mismo grado, del mismo carácter y
que están animados de los mismos sentimientos se reúnen en grupos y familias. El número de
los espíritus es inconcebible, y lejos estamos de conocerlos a todos, careciendo hasta de
nombre para nosotros la mayor parte. Un espíritu de la categoría de Fenelón puede venir,
pues, en vez y lugar de aquél, enviado a menudo por él mismo en calidad de mandatario. Se
presenta con su nombre; porque le es idéntico y puede suplirlo, y porque es preciso un nombre a la fijación de nuestras ideas; pero ¿qué importa, en
último resultado, que un espíritu sea o no realmente Fenelón? Desde el momento que sólo
cosas buenas dice y que habla como lo hubiese hecho el mismo Fenelón, es un espíritu bueno,
y el nombre con que se da a conocer es indiferente, no siendo por lo regular más que un
medio de fijar nuestras ideas. No puede ser lo mismo en las evocaciones intimas; pues en
éstas, según dejamos dicho, puede obtenerse la identidad por pruebas en cierto modo
patentes.
Por lo demás, es cierto que la substitución de los espíritus puede dar lugar a una multitud
de equivocaciones, resultando de ellas errores y a menudo supercherías. Esta es una de las
dificultades del
espiritismo práctico; pero nunca hemos dicho que la ciencia espiritista fuese
fácil, ni que se la pueda alcanzar bromeando, siendo en este punto igual a otra ciencia
cualquiera. No lo repetiremos bastante: el espiritismo requiere un estudio asiduo y a menudo
vasto. No pudiendo provocar los hechos, es preciso esperar que por si mismos se presenten, y
con frecuencia son provocados por las circunstancias que menos se esperan. Para el
observador atento y paciente abundan los hechos; p6rque descubre millares de matices
característicos que son para él rayos luminosos. Otro tanto sucede en las ciencias vulgares.
pues mientras que el hombre superficial no ve de la flor más que la forma elegante, el sabio
descubre tesoros para el pensamiento.
XIII
Las observaciones anteriores nos inducen a decir algunas palabras sobre otra dificultad,
cual es la de la divergencia que se nota en el lenguaje de los espíritus.
Siendo muy diferentes entre si los espíritus bajo el aspecto de sus conocimientos y
moralidad, es evidente que la misma cuestión puede ser resuelta de distinto modo, según la
jerarquía que ocupen aquéllos, absolutamente lo mismo que si se propusiese alternativamente
a un sabio, a un ignorante o a un bromista de mal género. Según hemos dicho, lo esencial es
saber a quien nos dirigimos.
Pero, se añade, ¿cómo puede. ser que los espíritus tenidos por superiores no estén
siempre acordes? Diremos, ante todo, que independientemente de la causa que acabamos de
señalar existen otras que pueden ejercer cierta influencia en la naturaleza de las
contestaciones, haciendo abstracción de la calidad de los espíritus. Este es un punto capital
cuya explicación dará el estudio, y por esta razón decimos que las materias requieren una
atención sostenida, una profunda observación y, sobre todo, como en las demás ciencias
humanas. continuación y perseverancia. Se necesitan años para ser un médico adocenado, las
tres cuartas partes de la vida para ser sabio, ¡y se querrá obtener en unas cuantas horas la
ciencia del infinito! Es preciso no hacerse ilusiones: el espiritismo es inmenso; toca todas las
cuestiones metafísicas y de orden social, constituye todo un mundo abierto ante nuestra vista,
¿y habremos de maravillarnos de que se necesite tiempo, y mucho, para adquirirlo?
La contradicción, por otra parte, no es siempre tan real como puede parecerlo. ¿Acaso no
vemos todos los días hombres que profesan la misma ciencia variar las definiciones que dan
de una cosa, sea porque emplean términos diferentes, sea porque la consideran bajo otro
aspecto, aunque siempre permanezca una misma la idea fundamental? Cuéntense. si es
posible, las definiciones que se han dado de la gramática. Añadamos, además, que la forma
de la respuesta depende a menudo de la de la pregunta. Seria, pues, pueril ver contradicción
en lo que frecuentemente no pasa de ser diferencia de palabras. Los espíritus superiores no
atienden en modo alguno a la forma, siendo para ellos el todo el fondo del pensamiento.
Tomemos por ejemplo la definición del alma. No teniendo acepción fija esta palabra, pueden
los espíritus, lo mismo que nosotros, diferir en la definición que den de ella, pudiendo decir
uno que es el principio de la vida, llamándola otro el destello animico, diciendo éste que es
interna, aquél que es externa, etc., y todos tendrán razón según el punto de vista. Hasta podría
creerse que algunos de ellos profesan teorías materialistas, y. sin embargo, no hay tal cosa. Lo
mismo sucede con la palabra
Dios, que será: el principio de todas las cosas, el creador del
universo, la soberana inteligencia, el infinito, el gran espíritu, etc., etc., y en definitiva
siempre será Dios. Citemos, en fin, la clasificación de
los espíritus. Éstos forman una serie no interrumpida, desde el grado inferior hasta el
superior. La clasificación es arbitraria, y así podrá uno dividirlos en tres clases, otro en cinco,
diez o veinte, según su voluntad, sin incurrir por ello en error. Todas las ciencias humanas
nos ofrecen ejemplos de esto, cada sabio tiene su sistema, todos los cuales cambian, sin que
cambie la ciencia. Aunque se haya aprendido botánica por el sistema de Linneo, de Jussieu o
de Tournefort, no deja de saberse botánica. Concluyamos, pues, de dar a las cosas puramente
convencionales más importancia de la que merecen, para fijarnos en lo que sólo es
verdaderamente grave, y la reflexión hará descubrir con frecuencia, en lo que más disparatado
parece, una semejanza que había pasado inadvertida a la primera inspección.
XIV
Pasaríamos ligeramente por encima de la objeción de ciertos escépticos sobre las faltas de
ortografía que cometen algunos espíritus, si no hubiese de dar lugar a una observación
esencial. Su ortografía, preciso es decirlo, no siempre es irreprochable; pero es necesario estar
muy pobre de razones para hacerla objeto de una crítica grave, diciendo que, puesto que todo
lo saben los espíritus, deben saber ortografía. A esto podríamos oponerles las numerosas
faltas de este género cometidas por más de un sabio de la tierra, lo cual no amengua en un
ápice su mérito; pero este hecho envuelve una cuestión más grave. Para los espíritus, y, sobre
todo, para los superiores, la idea lo es todo, y nada. la forma. Desprendidos de la materia, el
lenguaje es entre ellos rápido como el pensamiento, puesto que el mismo pensamiento sin
intermediario es el que se comunica. Deben, pues, encontrarse violentos, cuando se ven
obligados, para comunicarse con nosotros, a emplear las formas extensas y embarazosas del
lenguaje humano, y sobre todo de la insuficiencia e imperfección de ese lenguaje para
exponer todas las ideas. Esto lo dicen ellos mismos, y es curioso ob-servar los medios de que
echan mano para atenuar semejante inconveniente. Otro tanto nos sucedería a nosotros si
hubiéramos de expresarnos en un idioma de palabras más largas y de giros más extensos que
los del idioma que empleamos. Este es el mismo inconveniente que encuentra el hombre de genio, el cual se
impacienta de la lentitud de la pluma que va siempre más despacio que el pensamiento.
Concíbese, después de lo dicho, que los espíritus den poca importancia a la puerilidad de la
ortografía, sobre todo cuando se trata de una enseñanza grave y sería. ¿Acaso no es bastante
sorprendente que se expresen indistintamente en todas las lenguas y que las comprendan
todas? No debe, sin embargo, deducirse de esto que les sea desconocida la corrección
convencional del lenguaje, antes, por el contrario, la observan cuando es necesaria; y así, por
ejemplo, las poesías dictadas por ellos desafían a menudo la crítica del más meticuloso
purista,
a pesar de la ignorancia del médium.
XV
Hay gentes que ven peligros en todas partes y en todo lo que no conocen, gentes que no dejan
de deducir consecuencias desfavorables del hecho de que ciertas personas, dadas a estos
estudios, han perdido la razón. Pero ¿qué hombre sensato podrá ver en ésta una objeción
grave? ¿No sucede lo mismo con todas las preocupaciones intelectuales, respecto de cerebros
débiles? ¿Se sabe acaso el número, de locos y maniáticos producidos por los estudios
matemáticos, médicos, musicales, filosóficos y otros? ¿Debemos por esto anatematizar esos
estudios? ¿Qué prueban semejantes hechos? En los trabajos corporales nos estropeamos los
brazos y las piernas, instrumentos de la acción material, y
en los trabajos intelectuales nos
estropeamos el cerebro, instrumento del pensamiento. Pero si se rompe el instrumento, no
sucede lo mismo al espíritu, y desprendido de la materia no deja de disfrutar por ello de la
plenitud de sus facultades. En su género, y, como hombre, es un mártir del trabajo.
Todas las grandes preocupaciones del espíritu pueden ocasionar la locura; las ciencias, las
artes y hasta la religión aprontan su contingente. La locura reconoce como causa primordial
una predisposición orgánica del cerebro que le hace más o menos accesible a ciertas
impresiones. Dada una predisposición a la locura, ésta tomará carácter de la preocupación
principal que entonces se convierte en idea fija. Esta idea fija podrá ser la de los espíritus, en
quien de ellos se haya ocupado, como la de Dios, la de los ángeles, del diablo, de la fortuna, del poder, de un
arte, de una ciencia, de la maternidad o de un sistema político o social. Es probable que el
loco religioso lo hubiese sido también espiritista, y el espiritismo hubiera sido su
preocupación dominante, como el loco espiritista hubiéralo sido por otro concepto, según las
circunstancias.
Digo, pues, que en este particular no disfruta de ningún privilegio el espiritismo; pero
digo. más aún, y es que, bien comprendido, es un preservativo de la locura.
Entre las más numerosas causas de la sobreexcitación cerebral, es preciso contar los
desengaños, las desgracias y los afectos contrarios, que son también las más frecuentes causas
de suicidio. Pues bien, el verdadero espiritista ve las cosas de este mundo desde un punto tan
elevado; le parecen tan pequeñas y mezquinas, comparadas con el porvenir que espera; la
vida es para él tan corta, tan fugitiva, que a sus ojos las tribulaciones no son más que
incidentes des-agradables de un viaje. Lo que produciría a otro una violenta emoción, le
afecta medianamente; y sabe, además, que los pesares de la vida son pruebas que favorecen
su progreso, si las sufre sin murmurar; porque será recompensado con arreglo al valor con
que las haya soportado. Sus conviciones le dan, pues, una resignación que le preserva de la
desesperación, y por lo tanto, de una causa incesante de locura y de suicidio. Sabe, además,
por el espectáculo que le ofrecen las comunicaciones con los espíritus, la suerte de los que
voluntariamente abrevian sus días, y este cuadro es bastante perfecto para hacerle reflexionar;
de modo, que es considerable el número de los que han sido detenidos por el espiritismo en
esta funesta pendiente. Este es uno de sus resultados. Ríanse de él tanto como quieran los
incrédulos, que yo me limito a desearles los consuelos que ha proporcionado a todos los que
se han tomado el trabajo de sondear sus misteriosas profundidades.
En el número de las causas de locura ha de incluirse también el terror, y el del diablo ha
trastornado más de un cerebro. ¿Se sabe acaso el número de víctimas hechas, hiriendo
imaginaciones débiles con el cuadro ese que se esmeran en hacer más horroroso, añadiendole
horribles pormenores? El diablo, se dice, no es panta más que a los niños; es una cortapisa
para conseguir que sean dóciles. Ciertamente, lo mismo que el coco y el bú, y cuando no le tienen ya miedo, son peores que antes. Y para
obtener tan hermoso resultado no se tiene en cuenta el número de epilepsias causadas a
consecuencia del trastorno de un cerebro delicado. Sería muy débil la religión, si por no poder
intimidar pudiese ver comprometido su poderío. Tiene, afortunadamente, otros medios de
obrar sobre las almas, y el espiritismo se los proporciona más eficaces y graves, si sabe
aprovecharlos. Demostrando la realidad de las cosas, neutraliza los funestos efectos del temor
exagerado.
XVI
Dos objeciones nos quedan por examinar, las únicas que verdaderamente merecen tal
nombre, porque están basadas en teorías razonables. La una y la otra admiten la realidad de
todos los fenómenos materiales y morales; pero excluyen la intervención de los espíritus.
Según la primera de estas teorías, todas las manifestaciones atribuidas a los espíritus no
son más que efectos magnéticos. Los médiums están en un estado que puede llamarse
sonambulismo despierto, de cuyo fenómeno ha podido ser testigo todo el que haya estudiado
el magnetismo. En este estado, las facultades intelectuales adquieren un desarrollo anormal, y
el círculo de las percepciones intuitivas traspasa los limites de nuestra concepción ordinaria.
El médium, por consiguiente, toma en si mismo y a causa de su lucidez, todo lo que dice y
todas las nociones que trasmite, hasta sobre las cosas que más desconocidas le son en su
estado normal.
No seremos nosotros quienes pongamos en tela de juicio el poder del sonambulismo,
cuyos prodigios hemos visto y cuyas fases hemos estudiado por espacio de más de treinta y
cinco años. y convenimos en que, en efecto, muchas manifestaciones espiritistas pueden
explicarse por este medio; pero una observación sostenida y atenta pone de manifiesto una
multitud de hechos en que la intervención del médium, fuera de la de instrumento pasivo, es
materialmente imposible. A los que participan de esta opinión les diremos como a otros:
«Mirad y observad: porque seguramente no lo habéis visto todo», y en seguida les oponemos
dos consideraciones sacadas de su propia doctrina. ¿De dónde ha venido la teoría espiritista? ¿Es acaso algún sistema
imaginado por ciertos hombres para explicar los hechos? De ninguna manera. ¿Quién la ha
revelado, pues? Precisamente esos mismos médiums, cuya lucidez encomiáis. Si, pues, la
lucidez es tal como vosotros la suponéis, ¿por qué habían de atribuir a los espíritus lo que en
si mismos habían tomado? ¿Cómo habrían dado esas reseñas tan precisas, tan lógicas y
sublimes acerca de la naturaleza de aquellas inteligencias extrahumanas? Una de dos, o son
lúcidas o no lo son: si lo son y se tiene confianza en su veracidad. no se puede admitir, sin
contradecirse, que no digan la verdad. En segundo lugar, si todos los fenómenos se originasen
en el médium. serian idénticos en el mismo individuo, y no se vería a la misma persona
hablar disparatadamente, ni decir alternativamente las cosas más contradictorias. Esta falta de
unidad en las manifestaciones obtenidas por el médium, prueba la diversidad de origen, y si
todas no pueden encontrarse en el médium, preciso es buscarlas fuera de él.
Según otra opinión, continúa siendo el médium origen de las manifestaciones; pero en vez
de tomarlas en si mismo como pretenden los partidarios de la teoría sonambúlica, las toma en
el medio ambiente. El médium será en este caso una especie de espejo que refleja todas las
ideas, todos los pensamientos y conocimientos de las personas que le rodean, y nada dice que
no sea conocido de algunos, por lo menos, de los concurrentes. No se puede negar. y este es
uno de los principios de la doctrina, la influencia que ejercen los asistentes en la naturaleza de
las comunicaciones; pero es muy distinta de la que se supone, y de lo que dejamos dicho a la
opinión de que el médium sea eco de aquéllos, va mucha diferencia; porque millares de
hechos demuestran perentoriamente lo contrario. Este es, pues, un grave error que prueba una
vez más el peligro de las conclusiones prematuras. Las personas a quienes contestamos, no
pueden, pues, negar la existencia de un fenómeno de que no puede darse cuenta la ciencia
vulgar; pero, no queriendo admitir la presencia de los espíritus, lo explican a su manera. Su
teoría seria especiosa, si pudiera abrazar todos los extremos; pero no sucede así. Cuando se
les demuestra hasta la evidencia que ciertas comunicaciones del médium son completamente
extrañas a los pensamientos, a los conocimientos y hasta a las opiniones de los asistentes, y que con frecuencia son espontáneas y contradicen todas las
ideas preconcebidas, no se detienen por tan poca cosa. La irradiación, dicen entonces, se
extiende más allá del círculo inmediato que nos rodea; el méditim es reflejo de toda la
humanidad, de modo, que no toma sus inspiraciones de las personas circunvecinas, sino que
va a buscarlas más lejos, a la ciudad en que se encuentra, a la comarca, por todo el globo y
hasta a las otras esferas.
Creo que no se encontrará en esta teoría una explicación más sencilla y más probable que
la del espiritismo; porque dicha teoría supone una causa mucho más maravillosa. La idea de
que algunos seres que pueblan el espacio y que, estando en contacto permanente con
nosotros, nos comunican sus pensamientos, nada tiene que choque más con la razón que la
suposición de esa irradiación universal que, procediendo de todos los puntos del universo, se
concentra en el cerebro de un solo individuo.
Digámoslo una vez más, y este es un punto capital sobre el cual nunca insistiremos
bastante la teoría sonambúlica, y la que pudiera llamarse reflectiva, han sido imaginadas por
algunos hombres, y son opiniones individuales forjadas para explicar un hecho, al paso que la
doctrina espiritista no es de creación humana, sino que ha sido dictada por las mismas
inteligencias que se manifiestan, cuando nadie pensaba en ella, y hasta la opinión general la
rechazaba. Pues bien, nosotros pedimos que se diga el lugar donde han ido a tomar los
médiums una doctrina que no existía en el pensamiento de nadie en la tierra, y preguntamos
también por qué extrana coincidencia millares de médiums distmínados por todo el globo, y
que nunca se han visto, están conformes en decir lo mismo. Si el primer médium que apareció
en Francia sufrió la influencia de opiniones conocidas ya en América, ¿por qué rareza ha ido
a buscar sus ideas a dos mil leguas más allá de los mares, a un pueblo de distintas costumbres
y lenguaje. en vez de tomarlas de su alrededor?
Pero hay otra circunstancia en la cual no se ha pensado lo suficiente. Las primeras
manifestaciones, así en Francia como en América, no tuvieron lugar por medio de la escritura
ni de la palabra, sino por medio de golpes, que coincidiendo con las letras del alfabeto,
formaban palabras y frases. De este modo declararon que eran espíritus las inteligencias que se revelaban. Si se podía, pues. suponer una intervención del pensamiento del
médium en las comunicaciones verbales o escritas, no sucede así en las obtenidas por golpes,
cuya significación no podía ser conocida de antemano.
Podríamos citar numerosos hechos que demuestran en la inteligencia que se manifiesta una
individualidad evidente y una independencia absoluta de la voluntad. Recomendamos, pues, a
los disidentes una observación más atenta, y si quieren estudiar sin prevención y no deducir
antes de haberlo visto todo, reconocerán la insuficiencia de su teoría para explicarlo todo.
Nos limitaremos a dejar sentadas las siguientes cuestiones: ¿Por qué la inteligencia que se
manífiesta, cualquiera que sea. se niega a responder a ciertas preguntas sobre asuntos
perfectamente conocidos, como, por ejemplo, sobre el nombre y la edad del que pregunta,
sobre lo que tiene en la mano, sobre lo que ha hecho el día anterior y lo que hará el día
siguiente. etc.? Si el médium es espejo del pensamiento de lós concurrentes. nada le sería más
fácil que contestar.
Los adversarios rearguyen preguntando a su vez por qué los espíritus, que deben saberlo
todo, no pueden decir cosas tan sencillas; apoyan el argumento en el axioma:
Quien puede lo
más, puede lo menos,
y de ahí deducen que no hay tales espíritus. Si un ignorante o bromista
de mal género se presentase ante una corporación sabia, y preguntase, por ejemplo, ¿por qué
es de día a la hora del medio día, creerá nadie que aquélla se tomará el trabajo de contestar, y
sería lógico deducir de su silencio, o de la burla con que recibiría al preguntador, que sus
miembros son unos borricos? Pues precisamente, porque son superiores, no responden los
espíritus a preguntas ociosas o ridículas, ni quieren ser puestos en berlina. Por esta razón se
callan o mandan que se ocupen de cosas más graves.
Preguntamos, por último, ¿por qué los espíritus vienen y se van en momentos dados, y
por qué, pasados éstos, no valen ruegos ni súplicas para atraerlos nuevamente? Si sólo por el
impulso mental de los asistentes obrase el médium, es evidente que, en circunstancias
semejantes, el concurso de todas las voluntades reunidas deberla estimular su perspicacia. Si
no cede, pues, al deseo de la reunión, corroborado por su propia voluntad, es porque obedece
a una influencia extraña a el y a los que le rodean, y porque aquella influencia demuestra de tal modo su
independencia e individualidad.
XVII
El escepticismo en punto a espiritismo, cuando no es fruto de una oposición
sistemáticamente interesada, recolloce casi siempre como origen un conocimiento incompleto
de los hechos, lo que no obsta a que ciertas gentes resuelvan la cuestión como si la
conociesen a fondo. Puede tenerse mucho ingenio y hasta instrucción y carecerse de
raciocinio, siendo el primer indicio de este defecto el creer infalible su juicio. Muchas
personas también no ven en las manifestaciones espiritistas más que un objeto de curiosidad;
pero confiamos que, mediante la lectura de este libro, verán en esos extraños fenómenos algo
más que un simple pensamiento.
Dos partes comprende la ciencia espiritista: una, experimental, que versa sobre las
manifestaciones en general: otra, filosófica, que comprende las manifestaciones inteligentes.
El que no haya observado más que la primera se encuentra en la posición de aquel que no
conoce la física más que por experimentos recreativos, sin haber penetrado en el fondo de la
ciencia. La verdadera doctrina espiritista consiste en la enseñanza dada por lo espíritus, y los
conocimientos de que es susceptible esta enseñanza son demasiado graves para poderse
obtener de otro modo que por el estudio serio y continuado, hecho en el silencio y
recogimiento, porque solamente en tales condiciones puede observarse un número infinito de
hechos y matices que pasan inadvertidos al observador superficial, y que permiten la
adquisición de una opinión fundada. Aunque este libro no produjese otro resultado que el de
indicar el lado grave de la cuestión y provocar estudios en este sentido, sería ya bastante, y
nos regocijaríamos de haber sido elegidos para realizar una obra, de la cual no pretendemos,
por otra parte, hacernos ningún mérito personal. puesto que los principios que contiene no
son creación nuestra. Todo el mérito se debe, pues, a los espíritus que lo han dictado.
Esperamos que producirá otro resultado, y es el de guiar a los hombres serios que deseen
instruirse, haciéndoles ver en estos estudios un fin grande y sublime: el del progreso individual y social, y el de indicarles el camino
que deben seguir para alcanzarlo.
Concluyamos con una consideración final. Los astrónomos, al sondear los espacios, han
encontrado en el reparto de los cuerpos celestes, claros injustificados y en desacuerdo con las
leyes del conjunto, y han supuesto que estos claros estaban ocupados por mundos invisibles a
sus miradas. Han observado, por otra parte, ciertos efectos cuya causa les era desconocida, y
se han dicho: Ahí debe haber un mundo, porque ese vacio no puede existir y esos efectos
deben tener una causa. Juzgando entonces la causa por el efecto, han podido calcular los
elementos, vinfendo después los hechos a justificar sus previsiones. Apliquemos este
raciocinio a otro orden de ideas. Si se observa la serie de los seres, se encuentra que la forma
una cadena sin solución de continuidad, desde la materia bruta hasta el hombre más
inteligente. Pero entre el hombre y Dios, que es el alfa y omega de todas las cosas, ¡cuán
grande no es el vacío! ¿Es razonable creer que en aquél cesan los eslabones de la cadena?
¿Que salve sin transición la distancia que les separa del infinito? La razón nos dice que entre
el hombre y Dios debe haber otros grados, como dijo a los astrónomos que entre los mundos
conocidos debía haber muchos desconocidos ¿Qué filosofía ha llenado este vacio? El
espiritismo nos lo presenta ocupado por los seres de todos los grados del mundo invisible,
seres que no son más que los espíritus de los hombres que han llegado a los distintos grados,
que conducen a la perfección, y de este modo, todo se encadena desde el alfa, hasta la omega.
Vosotros los que negáis la existencia de los espíritus, llenad, pues, el vacío ocupado por ellos;
y vosotros los que de los espíritus os reis, atreveos a reíros de las obras de Dios y de su
omnipotencia.
ALLAN KARDEC.