El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

Volver al menú
PÉRDIDA DE LAS PERSOÑAS QUERIDAS

934. La pérdida de las personas que nos son queridas, ¿no es una de esas que nos causan un pesar tanto más legítimo en cuanto a esa pérdida es irreparable e independiente de nuestra voluntad?

«Esta causa de pesar alcanza así al rico, como al pobre; es una prueba o una expiación, es la ley común. Pero es un consuelo poder comunicar con vuestros amigos por los medios que tenéis, hasta tanto que tengáis otros más directos y más accesibles a vuestros sentidos».

935. ¿Qué debe pensarse de las personas que miran las comunicaciones de ultratumba como una profanación?

«No puede existir profanación cuando hay recogimiento, y cuando se hace la evocación con respeto y dignamente. Y es prueba de ello que los espíritus que os aprecian vienen con placer; son felices a consecuencia de vuestro recuerdo y hablando con vosotros. Profanación habría, haciéndolo con ligereza».

La posibilidad de establecer comunicación con los espíritus es muy grato consuelo, puesto que nos proporciona el medio de hablar con nuestros parientes y amigos, que han dejado la tierra antes que nosotros. Con la evocación los aproximamos a nosotros; están a nuestro lado, nos oyen y nos responden, y, por decirlo así, concluye la separación entre ellos y nosotros. Nos ayudan con sus consejos, nos demuestran su afecto y el placer que experimentan por nuestro recuerdo. Para nosotros es una satisfacción saber que son felices, saber por ellos mismos los pormenores de su nueva existencia, y adquirir la certeza de que nos reuniremos a ellos.

936. ¿Cómo afectan los dolores inconsolables de los so brevivientes a los espíritus, objeto de ellos?

«El espíritu es sensible al recuerdo y pesares de los que ha amado, pero un dolor incesante e irracional le afecta penosamente; porque ese dolor excesivo va falto de fe en el porvenir y de confianza en Dios, y por consiguiente un obstáculo al adelanto y acaso a la reunión».

Siendo el espíritu más feliz que en la tierra, echarle a menos la vida es sentir que sea feliz. Dos amigos están presos y encerrados en un mismo calabozo; ambos obtendrán un día la libertad, pero el uno la logra primeramente. ¿Seria caritativo que el que permanece encarcelado sintiese que su amigo se viera libre antes que él? ¿No habría de su parte más egoísmo que afecto, queriendo que participe de su cautiverio y sus sufrimientos por tanto tiempo como él? Pues lo mismo sucede con dos seres que se aman en la tierra, el que primero parte es el primero en ser libre, y debemos felicitarle, esperando con paciencia el momento en que también lo seremos.

Pondremos otra comparación sobre el particular. Tenemos un amigo que, a vuestro lado se halla en situación penosa; su salud o su interés exigen que vaya a otro país donde bajo todos aspectos se encontrará mejor. Momentáneamente no estará ya a vuestro lado, pero siempre estaréis en correspondencia con él, la separación no pasará de ser material. ¿Os dolería su alejamiento, puesto que sería para su bien?

La doctrina espiritista, por las pruebas patentes que da de la vida futura de la presencia a nuestro alrededor de aquellos a quienes hemos amado, de la continuidad de su afecto y solicitud, y por las relaciones que con ellos nos hace posibles; nos ofrece un supremo consuelo en una de las más legítimas causas de dolor. Con el espiritismo cesan la soledad y el abandono, y el hombre más aislado tiene siempre amigos a su lado con quienes puede hablar.

Sufrimos con impaciencia las tribulaciones le la vida; nos parecen tan insoportables, que no comprendemos que podamos sobrellevarías; y sin embargo, si las hemos sufrido con valor, si hemos sabido acallar nuestras murmuraciones, nos felicitaremos de ello cuando estemos fuera de esta prisión terrestre, como el paciente que sufre se felicita, después de curado, de haberse resignado a un tratamiento doloroso.