El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

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Introducción al estudio de la doctrina espiritista

III

Como todo lo nuevo, la doctrina espiritista tiene adeptos y contradictores. Vamos a procurar contestar a algunas de las objeciones de estos últimos, sin abrigar, empero, la pretensión de convencerlos a todos, ya que hay gentes que creen que para ellas exclusivamente fue hecha la luz. Nos dirigimos a las personas de buena fe que no tienen ideas preconcebidas o sistemáticas, por lo menos, y que están sinceramente deseosas de instruirse, a las cuales demostraremos que la mayor parte de las objeciones que se hacen a la doctrina nacen de la observación incompleta de los hechos y de un fallo dictado con harta ligereza y precipitación.

Recordemos ante todo y en pocas palabras la serie progresiva de los fenómenos que originaron esta doctrina.

El primer hecho observado fue el de diversos objetos que se movían, fenómeno vulgarmente conocido con el nombre de mesas giratorias o danza de las mesas. Este hecho que, según parece, se observó primeramente en América, o que, mejor dicho, se renovó en aquella comarca, puesto que la historia prueba que se remonta a la antigúedad más remota, se produjo acompañado de extrañas circunstancias, tales como ruidos inusitados y golpes sin causa ostensiblemente conocida. Desde alli se propagó con rapidez por Europa y por las demás partes del mundo, siendo al principio objeto de mucha incredulidad, hasta que la multiplicidad de los experimentos no permitió que se dudase de su realidad.

Si este fenómeno se hubiese limitado al movimiento de objetos materiales, podríase explicar por una causa puramente física. Lejos estamos de conocer todos los agentes ocultos de la naturaleza. ni las propiedades todas de los que nos son conocidos. La electricidad, por otra parte, multiplica hasta lo infinito cada día los recursos que brinda al hombre y parece llamada a derramar una nueva luz sobre la ciencia. No era, pues, imposible que la electricidad. modificada por ciertas circunstancias, o por otro agente cualquiera, fuese la causa de aquel movimiento. El aumento de la potencia de la acción, que resultaba siempre de la reunión de muchas personas, parecía venir en apoyo de esta teoría; porque podia considerarse el conjunto de individuos como una pila múltiple. cuya potencia está en razón del número de elementos.

Nada de particular tenía el movimiento circular; porque, siendo natural y moviéndose circularmente todos los astros, podía ser, pues, aquel un ligero reflejo del movimiento general del universo; o por decirlo mejor, una causa, hasta entonces desconocida, podía imprimir accidentalmente a los objetos pequeños, en circunstancias dadas, una corriente análoga a la que arrastra a los mundos.

Pero no siempre era circular el movimiento, sino que a veces se verificaba a sacudidas y desordenadamente. El mueble era zárandeado con violencia, derribado, arrastrado en una dirección cualquiera y, en una oposición a todas las leyes de la estática, levantado del suelo y sostenido en el espacío. Hasta aquí. nada existe en tales hechos que no pueda explicarse por la potencia de un agente físico invisible. ¿Acaso no vemos que la electricidad derriba edificios, desarraiga árboles, lanza a distancia los cuerpos más pesados, los atrae y los repele?

Los ruidos inusitados y los golpes, en el supuesto de que no fuesen efectos ordinarios de la dilatación de la madera, o de otra causa accidental, podían muy bien ser producidos por la acumulación del fluido oculto. ¿Por ventura no produce la electricidad los ruidos más violentos?

Hasta aquí, todo, como se ve, puede caber en el dominio de hechos puramente físicos y fisiológicos. Sin salir de este orden de ideas, era este fenómeno materia de estudios graves y dignos de llamar la atención de los sabios. ¿Por qué no sucedió así? Sensible es tener que decirlo; pero procede este hecho de causas que prueban. entre mil acontecimientos semejantes, la ligereza del humano espíritu. Ante todo, no es acaso extraño a esto la vulgaridad del objeto principal que ha servido de base a los primeros experimentos. Cuán grande no ha sido frecuentemente la influencia de una palabra en los más graves asuntos! Sin considerar que el movimiento pudiera haber sido impreso a cualquier objeto, prevaleció la idea de las mesas, sin duda porque era el más cómodo y porque, más naturalmente que a otro mueble, nos sentamos alrededor de una mesa. Pues bien, los hombres eminentes son tan pueriles, a veces, que nada imposible sería que ciertos genios de nota hayan creído indigno de ellos ocuparse de lo que se convino en llamar danza de las mesas. Es probable que si el fenómeno observado por Galvani lo hubiese sido por hombres vulgares y designado con un nombre burlesco, estaría aún relegado al olvido juntamente con la varita mágica. ¿Cuál es, en efecto, el sabio que no hubiera creído rebajarse ocupándose de la danza de las ranas?

Algunos, sin embargo, bastante modestos para convenir en que la naturaleza puede no haber dicho su última palabra, han querido ver, para tranquilidad de su conciencia. Pero ha sucedido que no siempre ha correspondido el fenómeno a sus esperanzas, y porque no se ha producido constantemente a gusto de su voluntad y conforme a su manera de experimentar, se han pronunciado por la negativa. A pesar de su fallo, las mesas, ya que de mesas se trata, continúan agitándose; de modo, que podemos decir con Galileo: ¡y con todo, se mueven! Diremos más aún, y es que los hechos se han repetido de una manera tal, que han adquirido ya derecho de ciudadanía, no tratándose actualmente más que de hallarles una explicación racional. ¿Puede deducirse algo en contra de la realidad del fenómeno, porque no se produce siempre de un modo idéntico y conforme a la voluntad y exigencias del observador? ¿Acaso los fenómenos eléctricos y químicos no están subordinados a ciertas condiciones? ¿Y hemos de negarlos porque no se producen fuera de ellas? ¿Hay, pues, algo de sorprendente en que el fenómeno del movimiento de los objetos por medio del fluido humano tenga también sus condiciones de existencia, y en que cese de producirse cuando el observador, situándose en su punto de vista particular, pretende que se manifieste a merced de su capricho, o reducirlo a las leyes de los fenómenos conocidos, sin considerar que para nuevos hechos puede y debe haber leyes nuevas? Para conocerlas, es preciso estudiar las circunstancias en que se producen los hechos, y este estudio ha de ser fruto de una observación continuada, atenta y muy lárga, a veces.

Pero, objetan ciertas personas, la superchería es evidente con frecuencia. Ante todo les preguntaremos si están bien ciertas de que exista supercheria y si no han tomado por tal efectos de que no podían darse cuenta, poco más o menos como aquel aldeano que creía que un profesor de física, a quien veía experimentar, era un hábil escamoteador. Pero suponiendo que así hubiese sucedido alguna vez, ¿sería ésta razón para negar el hecho? ¿Hemos de negar la física, porque hay prestidigitadores que se apropian el título de físicos? Preciso es, por otra parte, tener presente el carácter de las personas y el interés que pueden tener en engañar. ¿Será todo ello una broma? Podemos chancearnos un momento; pero una chanza indefinidamente prolongada sería tan fastidiosa para el embaucador como para el embaucado. Además de que, en una superchería que se propaga de un extremo al otro del mundo y entre las personas más graves, honradas e ilustradas, habría de haber algo, por lo menos, tan extraordinario como el mismo fenómeno.