Los sermones se siguen y no son similares
Nos
escribieron desde Chauny el 7 de marzo de 1863:
"Señor,
He venido para intentar haceros un análisis
de un sermón que nos predicó ayer el Padre X…, desconocido en nuestra
parroquia. Este sacerdote, que es además muy buen predicador, nos explicó lo
mejor posible qué es Dios y qué son los Espíritus. No debe haber ignorado que
tenía un gran número de Espíritas en su audiencia, por lo que sentimos gran
satisfacción al escuchar sobre los Espíritus y sus relaciones con los vivos.
No puedo explicar de otra manera, dijo, todos
los hechos milagrosos, todas las visiones, todos los presentimientos, que el
contacto con aquellos que nos son queridos y que nos han precedido en la tumba;
y si no tuviera miedo de levantar un velo demasiado misterioso, o de hablaros
de cosas que no serían comprendidas por todos, me extendería mucho en este
tema. Me siento inspirado y, obedeciendo a la voz de mi conciencia, no puedo
exhortaros lo suficiente a que guardéis buena memoria de mis palabras: Creed en
este Dios de quien emanan todos los Espíritus, y en quien todos debemos
reunirnos un día.
Este sermón, señor, dicho con acento de
dulzura, benevolencia y convicción, llegó al corazón mucho mejor que los
discursos furiosos donde se busca en vano la caridad predicada por Cristo;
estaba al alcance de todas las inteligencias; así todos lo entendieron y
salieron consolados, en lugar de desanimarse y entristecerse por las imágenes
del infierno y del castigo eterno, y tantos otros temas en contradicción con la
sana razón.
Aceptar,
etc.
V...”
Este sermón, gracias a Dios, no es el único
de su tipo; se nos informa de varios otros en el mismo sentido, más o menos
acentuados, que fueron predicados en París y en los departamentos; y,
curiosamente, en un sentido diametralmente opuesto, predicó el mismo día en la
misma ciudad, y casi a la misma hora. Esto no es sorprendente, porque hay
muchos eclesiásticos ilustrados que entienden que la religión sólo puede perder
su autoridad oponiéndose al irresistible curso de las cosas, y que, como todas
las instituciones, debe seguir el progreso de las ideas, so pena de recibir más
tarde la negación de hechos consumados. Ahora bien, en cuanto al Espiritismo,
es imposible que muchos de estos señores no pudieran convencerse de la realidad
de las cosas; conocemos personalmente a más de uno en este caso. Uno de ellos
nos dijo un día: “Se me puede prohibir hablar a favor del Espiritismo, pero
obligarme a hablar en contra de mi convicción, a decir que todo esto es obra
del diablo, cuando tengo pruebas materiales de lo contrario, es lo que creo.
nunca lo haré”.
De esta divergencia de opiniones surge un
hecho capital, y es que la doctrina exclusiva del diablo es una opinión
individual que necesariamente debe ceder a la experiencia y a la opinión
general. Es posible que algunos persistan en su idea hasta el último momento,
pero pasarán, y con ellas sus palabras.