Bibliografía
- La pluralidad de los mundos habitados
Estudio en el que se exponen las condiciones
de habitabilidad de las tierras celestes discutidas desde el punto de vista de
la astronomía y la fisiología; por Camille Flammarion, calculador del Observatorio
Imperial de París, adjunto al Bureau des longitudes, etc. [1]
Aunque no se trata de Espiritismo en esta
obra, el tema es uno que entra dentro del alcance de nuestras observaciones y
los principios de la doctrina, y nuestros lectores nos agradecerán haberlo
llamado su atención, persuadidos del avance, del poderoso interés que aportarán
a esta lectura doblemente entrañable, por la forma y por el contenido.
Encontrarán allí confirmada por la ciencia una de las revelaciones capitales
hechas por los Espíritus. El Sr. Flammarion es uno de los miembros de la
Sociedad Espírita de París, y su nombre aparece como médium en las notables
disertaciones firmadas por Galileo, y que publicamos en septiembre pasado bajo
el título de Estudios Uranográficos. Por este doble título nos complace
otorgarle una mención especial, que será ratificada, no nos cabe duda.
El autor se esforzó en reunir todos los
elementos susceptibles de sustentar la opinión de la pluralidad de los mundos
habitados, al mismo tiempo que combate la opinión contraria, y, después de
haberla leído, uno se pregunta cómo es posible dudar de esta cuestión. Añadamos
que las consideraciones del más alto orden científico no excluyen ni la gracia
ni la poesía del estilo. Podemos juzgar de esto por el siguiente pasaje donde
habla de la intuición que la mayoría de los hombres, en contemplación ante la
bóveda celeste, tienen de la habitabilidad de los mundos:
“…Pero la admiración que suscita en nosotros
la escena más conmovedora del espectáculo de la naturaleza, pronto se convierte
en un sentimiento de tristeza indescriptible, porque somos extraños a esos
mundos donde reina una aparente soledad, y que no puede dar a luz la impresión
inmediata porque la vida nos conecta a la Tierra. Sentimos dentro de nosotros
la necesidad de poblar estos globos aparentemente olvidados por la vida, y en
estas playas eternamente desiertas y silenciosas buscamos miradas que respondan
a las nuestras. Como un audaz navegante exploró durante mucho tiempo los
desiertos del océano en un sueño, buscando la tierra que se le reveló,
atravesando con sus ojos de águila las más vastas distancias, y audazmente
cruzando los límites del mundo conocido, para perderse finalmente en las vastas
llanuras donde el Nuevo Mundo se había asentado durante siglos. Su sueño se
hizo realidad. Salga la nuestra del misterio que aún la envuelve, y en el barco
del pensamiento ascenderemos a los cielos para buscar allí otras tierras.”
El trabajo se divide en tres partes; en el
primero, titulado Etude historique, el autor repasa la innumerable serie de
eruditos y filósofos, antiguos y modernos, religiosos o profanos, que han
profesado la doctrina de la pluralidad de los mundos, desde Orfeo hasta
Herschel y el erudito Laplace.
“La mayoría de las sectas griegas, dice, lo
enseñaban, ya sea abiertamente a todos sus discípulos sin distinción, o en
secreto a los iniciados en la filosofía. Si los poemas atribuidos a Orfeo son
suyos, podemos contarlo como el primero que enseñó la pluralidad de los mundos.
Está implícitamente contenida en los versos órficos, donde se dice que cada
estrella es un mundo, y en particular en estas palabras conservadas por Proclo:
"Dios construye una tierra inmensa que los inmortales llaman Selene, y que
los hombres llaman Luna, en la que levanta un gran número de viviendas,
montañas y ciudades. “
El primero de los griegos que llevó el nombre
de filósofo, Pitágoras, enseñó en público la inmovilidad de la Tierra y el
movimiento de los astros a su alrededor como único centro de la creación,
mientras declaraba a los adeptos avanzados de su doctrina su creencia en el
movimiento de la Tierra como planeta y en la pluralidad de los mundos. Más
tarde, Demócrito, Heráclito y Metrodoro de Quíos, los más ilustres de sus
discípulos, propagaron desde el púlpito la opinión de su maestro, que se
convirtió en la de todos los pitagóricos y la mayor parte de los filósofos
griegos. Filolao, Nicetas, Heráclides, fueron los más ardientes defensores de
esta creencia; este último llegó incluso a afirmar que cada estrella es un
mundo que tiene, como el nuestro, una tierra, una atmósfera y una inmensa
extensión de materia etérea. “
Además,
agrega:
“La acción benéfica del Sol, dice Laplace,
hace florecer los animales y plantas que cubren la tierra, y la analogía nos
hace creer que produce efectos similares en los demás planetas; porque no es
natural pensar, que la materia cuya fecundidad vemos desarrollándose de tantas
maneras, sea estéril en un planeta tan grande como Júpiter que, como el globo
terrestre, tiene sus días, sus noches y sus años, y en el cual, las
observaciones indican cambios que suponen fuerzas muy activas... El hombre,
hecho para la temperatura que disfruta en la Tierra, no podría, según todas las
apariencias, vivir en los demás planetas. Pero ¿no debería haber una infinidad
de organizaciones relativas a las distintas temperaturas de los globos y de los
universos? Si la única diferencia de los elementos y los climas pone tantas
variedades en las producciones terrestres, ¡cuánto más deben diferir las de los
planetas y los satélites! “
La segunda parte está dedicada al estudio
astronómico de la constitución de los diversos globos celestes, según los datos
más positivos de la ciencia, y de donde se sigue que la Tierra no está, ni por
su posición, ni por su volumen, ni por los elementos de que se compone, en una
situación excepcional que podría haberle valido el privilegio de ser habitada
con exclusión de tantos otros mundos más favorecidos en varios aspectos. La
primera parte es erudición, la segunda es ciencia.
La tercera parte trata la cuestión desde el
punto de vista fisiológico. Observaciones astronómicas que revelan el
movimiento de las estaciones, las fluctuaciones de la atmósfera y la
variabilidad de la temperatura en la mayoría de los mundos que componen nuestro
vórtice solar, indican que la Tierra se encuentra en una de las condiciones
menos ventajosas, una de aquellas, cuyos habitantes deben experimentar la
mayoría de las vicisitudes, y donde la vida debe ser la más dolorosa; de lo
cual el autor concluye, que no es racional admitir que Dios haya reservado para
la habitación del hombre uno de los mundos menos favorecidos, mientras que los
mejor dotados estarían condenados a albergar ningún ser vivo. Todo esto se establece,
no sobre una idea sistemática, sino sobre datos positivos para los que han sido
convocadas todas las ciencias: astronomía, física, química, meteorología,
geología, zoología, fisiología, mecánica, etc.
Pero, añade, de todos los planetas, el más favorecido
en todos los aspectos es el magnífico Júpiter, cuyas estaciones, apenas
diferenciadas, tienen todavía la ventaja de durar doce veces más que las
nuestras. Este gigante planetario parece flotar en los cielos como un desafío a
los débiles habitantes de la Tierra, dejándoles entrever las pomposas escenas
de una larga y dulce existencia.
Para nosotros, que estamos atados a la bola
terrestre por cadenas que no nos es dado romper, vemos nuestros días
extinguirse sucesivamente con el tiempo rápido que los consume, con los
períodos caprichosos que los dividen, con estas estaciones dispares, cuyo el
antagonismo se perpetúa en la continua desigualdad del día y la noche y en la
inconstancia de la temperatura. “
Después de un elocuente cuadro de las luchas
que el hombre tiene que sostener contra la naturaleza para asegurar su
subsistencia, de las revoluciones geológicas que trastornan la superficie del
globo y amenazan con aniquilarla, agrega: “Siguiendo tales consideraciones,
¿podemos afirmar todavía que este globo es, incluso para el hombre, el mejor de
los mundos posibles, y que muchos otros cuerpos celestes no pueden ser
infinitamente superiores a él y reunir, mejor que él, las condiciones
favorables al desarrollo y a la larga duración de la existencia humana?”
Luego, conduciendo al lector a través de los
mundos en la infinidad del espacio, le muestra un panorama de tal inmensidad,
que uno no puede dejar de encontrar ridículo e indigno en el poder de Dios la
suposición de que, entre tantos billones, nuestro pequeño globo, desconocido
aun para gran parte de nuestro sistema planetario, sea la única tierra
habitada, y nos identificamos con el pensamiento del autor cuando dice, en
conclusión:
"¡Vaya! si nuestra vista fuera lo
suficientemente aguda para descubrir, donde solo distinguimos puntos brillantes
contra el fondo negro del cielo, los soles resplandecientes que gravitan en la amplitud,
y los mundos habitados que los siguen en su curso; si se nos concediera abarcar,
bajo una mirada general, estas miríadas de sistemas interdependientes, y si,
avanzándonos con la velocidad de la luz, atravesáramos durante siglos de siglos
este número ilimitado de soles y esferas, sin encontrar jamás fin alguno a esta
prodigiosa inmensidad, donde Dios hizo germinar mundos y seres, volviendo la
mirada hacia atrás, pero sin saber ya en qué punto del infinito encontrar ese grano
de polvo que llamamos Tierra, nos detendríamos fascinados y confundidos ante
tal espectáculo, y uniendo nuestras voces al concierto de la naturaleza universal,
diríamos desde el fondo de nuestra alma: ¡Dios todo poderoso! ¡Qué necios
fuimos al creer que no había nada más allá de la Tierra, y que sólo nuestra
pobre morada tenía el privilegio de reflejar tu grandeza y tu poder! “
Terminaremos a nuestra vez con una
puntualización, y es que, viendo la suma de ideas contenidas en esta pequeña
obra, uno se sorprende de que un joven, de una edad en la que otros todavía
están en los bancos del colegio, haya tenido tiempo de apropiarse de ellos, y
tanto más para profundizarlos; es para nosotros la prueba evidente de que su
Espíritu no está en su principio, o que sin su conocimiento, fue asistido por
otro Espíritu.
[1]
Folleto grande en 8. Precio: 2 francos.; por correo, 2 fr. 10; en Bachelier,
impresor-librero del Observatorio, 55, estación des Grands-Augustins.