Revista Espírita – Periódico de Estudios Psicológicos - 1863

Allan Kardec

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Bibliografía - La pluralidad de los mundos habitados

Estudio en el que se exponen las condiciones de habitabilidad de las tierras celestes discutidas desde el punto de vista de la astronomía y la fisiología; por Camille Flammarion, calculador del Observatorio Imperial de París, adjunto al Bureau des longitudes, etc. [1]

Aunque no se trata de Espiritismo en esta obra, el tema es uno que entra dentro del alcance de nuestras observaciones y los principios de la doctrina, y nuestros lectores nos agradecerán haberlo llamado su atención, persuadidos del avance, del poderoso interés que aportarán a esta lectura doblemente entrañable, por la forma y por el contenido. Encontrarán allí confirmada por la ciencia una de las revelaciones capitales hechas por los Espíritus. El Sr. Flammarion es uno de los miembros de la Sociedad Espírita de París, y su nombre aparece como médium en las notables disertaciones firmadas por Galileo, y que publicamos en septiembre pasado bajo el título de Estudios Uranográficos. Por este doble título nos complace otorgarle una mención especial, que será ratificada, no nos cabe duda.

El autor se esforzó en reunir todos los elementos susceptibles de sustentar la opinión de la pluralidad de los mundos habitados, al mismo tiempo que combate la opinión contraria, y, después de haberla leído, uno se pregunta cómo es posible dudar de esta cuestión. Añadamos que las consideraciones del más alto orden científico no excluyen ni la gracia ni la poesía del estilo. Podemos juzgar de esto por el siguiente pasaje donde habla de la intuición que la mayoría de los hombres, en contemplación ante la bóveda celeste, tienen de la habitabilidad de los mundos:

“…Pero la admiración que suscita en nosotros la escena más conmovedora del espectáculo de la naturaleza, pronto se convierte en un sentimiento de tristeza indescriptible, porque somos extraños a esos mundos donde reina una aparente soledad, y que no puede dar a luz la impresión inmediata porque la vida nos conecta a la Tierra. Sentimos dentro de nosotros la necesidad de poblar estos globos aparentemente olvidados por la vida, y en estas playas eternamente desiertas y silenciosas buscamos miradas que respondan a las nuestras. Como un audaz navegante exploró durante mucho tiempo los desiertos del océano en un sueño, buscando la tierra que se le reveló, atravesando con sus ojos de águila las más vastas distancias, y audazmente cruzando los límites del mundo conocido, para perderse finalmente en las vastas llanuras donde el Nuevo Mundo se había asentado durante siglos. Su sueño se hizo realidad. Salga la nuestra del misterio que aún la envuelve, y en el barco del pensamiento ascenderemos a los cielos para buscar allí otras tierras.”

El trabajo se divide en tres partes; en el primero, titulado Etude historique, el autor repasa la innumerable serie de eruditos y filósofos, antiguos y modernos, religiosos o profanos, que han profesado la doctrina de la pluralidad de los mundos, desde Orfeo hasta Herschel y el erudito Laplace.

“La mayoría de las sectas griegas, dice, lo enseñaban, ya sea abiertamente a todos sus discípulos sin distinción, o en secreto a los iniciados en la filosofía. Si los poemas atribuidos a Orfeo son suyos, podemos contarlo como el primero que enseñó la pluralidad de los mundos. Está implícitamente contenida en los versos órficos, donde se dice que cada estrella es un mundo, y en particular en estas palabras conservadas por Proclo: "Dios construye una tierra inmensa que los inmortales llaman Selene, y que los hombres llaman Luna, en la que levanta un gran número de viviendas, montañas y ciudades. “

El primero de los griegos que llevó el nombre de filósofo, Pitágoras, enseñó en público la inmovilidad de la Tierra y el movimiento de los astros a su alrededor como único centro de la creación, mientras declaraba a los adeptos avanzados de su doctrina su creencia en el movimiento de la Tierra como planeta y en la pluralidad de los mundos. Más tarde, Demócrito, Heráclito y Metrodoro de Quíos, los más ilustres de sus discípulos, propagaron desde el púlpito la opinión de su maestro, que se convirtió en la de todos los pitagóricos y la mayor parte de los filósofos griegos. Filolao, Nicetas, Heráclides, fueron los más ardientes defensores de esta creencia; este último llegó incluso a afirmar que cada estrella es un mundo que tiene, como el nuestro, una tierra, una atmósfera y una inmensa extensión de materia etérea. “

Además, agrega:

“La acción benéfica del Sol, dice Laplace, hace florecer los animales y plantas que cubren la tierra, y la analogía nos hace creer que produce efectos similares en los demás planetas; porque no es natural pensar, que la materia cuya fecundidad vemos desarrollándose de tantas maneras, sea estéril en un planeta tan grande como Júpiter que, como el globo terrestre, tiene sus días, sus noches y sus años, y en el cual, las observaciones indican cambios que suponen fuerzas muy activas... El hombre, hecho para la temperatura que disfruta en la Tierra, no podría, según todas las apariencias, vivir en los demás planetas. Pero ¿no debería haber una infinidad de organizaciones relativas a las distintas temperaturas de los globos y de los universos? Si la única diferencia de los elementos y los climas pone tantas variedades en las producciones terrestres, ¡cuánto más deben diferir las de los planetas y los satélites! “

La segunda parte está dedicada al estudio astronómico de la constitución de los diversos globos celestes, según los datos más positivos de la ciencia, y de donde se sigue que la Tierra no está, ni por su posición, ni por su volumen, ni por los elementos de que se compone, en una situación excepcional que podría haberle valido el privilegio de ser habitada con exclusión de tantos otros mundos más favorecidos en varios aspectos. La primera parte es erudición, la segunda es ciencia.

La tercera parte trata la cuestión desde el punto de vista fisiológico. Observaciones astronómicas que revelan el movimiento de las estaciones, las fluctuaciones de la atmósfera y la variabilidad de la temperatura en la mayoría de los mundos que componen nuestro vórtice solar, indican que la Tierra se encuentra en una de las condiciones menos ventajosas, una de aquellas, cuyos habitantes deben experimentar la mayoría de las vicisitudes, y donde la vida debe ser la más dolorosa; de lo cual el autor concluye, que no es racional admitir que Dios haya reservado para la habitación del hombre uno de los mundos menos favorecidos, mientras que los mejor dotados estarían condenados a albergar ningún ser vivo. Todo esto se establece, no sobre una idea sistemática, sino sobre datos positivos para los que han sido convocadas todas las ciencias: astronomía, física, química, meteorología, geología, zoología, fisiología, mecánica, etc.

Pero, añade, de todos los planetas, el más favorecido en todos los aspectos es el magnífico Júpiter, cuyas estaciones, apenas diferenciadas, tienen todavía la ventaja de durar doce veces más que las nuestras. Este gigante planetario parece flotar en los cielos como un desafío a los débiles habitantes de la Tierra, dejándoles entrever las pomposas escenas de una larga y dulce existencia.

Para nosotros, que estamos atados a la bola terrestre por cadenas que no nos es dado romper, vemos nuestros días extinguirse sucesivamente con el tiempo rápido que los consume, con los períodos caprichosos que los dividen, con estas estaciones dispares, cuyo el antagonismo se perpetúa en la continua desigualdad del día y la noche y en la inconstancia de la temperatura. “

Después de un elocuente cuadro de las luchas que el hombre tiene que sostener contra la naturaleza para asegurar su subsistencia, de las revoluciones geológicas que trastornan la superficie del globo y amenazan con aniquilarla, agrega: “Siguiendo tales consideraciones, ¿podemos afirmar todavía que este globo es, incluso para el hombre, el mejor de los mundos posibles, y que muchos otros cuerpos celestes no pueden ser infinitamente superiores a él y reunir, mejor que él, las condiciones favorables al desarrollo y a la larga duración de la existencia humana?”

Luego, conduciendo al lector a través de los mundos en la infinidad del espacio, le muestra un panorama de tal inmensidad, que uno no puede dejar de encontrar ridículo e indigno en el poder de Dios la suposición de que, entre tantos billones, nuestro pequeño globo, desconocido aun para gran parte de nuestro sistema planetario, sea la única tierra habitada, y nos identificamos con el pensamiento del autor cuando dice, en conclusión:

"¡Vaya! si nuestra vista fuera lo suficientemente aguda para descubrir, donde solo distinguimos puntos brillantes contra el fondo negro del cielo, los soles resplandecientes que gravitan en la amplitud, y los mundos habitados que los siguen en su curso; si se nos concediera abarcar, bajo una mirada general, estas miríadas de sistemas interdependientes, y si, avanzándonos con la velocidad de la luz, atravesáramos durante siglos de siglos este número ilimitado de soles y esferas, sin encontrar jamás fin alguno a esta prodigiosa inmensidad, donde Dios hizo germinar mundos y seres, volviendo la mirada hacia atrás, pero sin saber ya en qué punto del infinito encontrar ese grano de polvo que llamamos Tierra, nos detendríamos fascinados y confundidos ante tal espectáculo, y uniendo nuestras voces al concierto de la naturaleza universal, diríamos desde el fondo de nuestra alma: ¡Dios todo poderoso! ¡Qué necios fuimos al creer que no había nada más allá de la Tierra, y que sólo nuestra pobre morada tenía el privilegio de reflejar tu grandeza y tu poder! “

Terminaremos a nuestra vez con una puntualización, y es que, viendo la suma de ideas contenidas en esta pequeña obra, uno se sorprende de que un joven, de una edad en la que otros todavía están en los bancos del colegio, haya tenido tiempo de apropiarse de ellos, y tanto más para profundizarlos; es para nosotros la prueba evidente de que su Espíritu no está en su principio, o que sin su conocimiento, fue asistido por otro Espíritu.



[1] Folleto grande en 8. Precio: 2 francos.; por correo, 2 fr. 10; en Bachelier, impresor-librero del Observatorio, 55, estación des Grands-Augustins.