Revista Espírita – Periódico de Estudios Psicológicos - 1863

Allan Kardec

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Decisión de la Sociedad Espírita de París sobre las cuestiones tratadas por Tonnay-Charente (Sesión del 13 de febrero de 1863)

La Sociedad Espírita de París, después de haber leído la carta del Sr...., y las cuestiones sobre las que desea pronunciarse en sesión solemne, cree que debe recordar al autor de esta carta que el objetivo esencial del Espiritismo es la destrucción de ideas materialistas y la mejora moral del hombre; que no se preocupa en modo alguno de discutir los dogmas particulares de cada religión, dejando su valoración a la conciencia de cada uno; que sería ignorar este objetivo convertirlo en instrumento de una controversia religiosa cuyo efecto sería perpetuar un antagonismo que tiende a hacer desaparecer, llamando a todos los hombres bajo la bandera de la caridad y llevándolos a ver en sus pares sólo hermanos, cualesquiera que sean sus creencias. Si en determinadas religiones existen dogmas controvertidos, debemos dejar al tiempo y al progreso de las luces la tarea de su purificación; el peligro de errores que puedan contener desaparecerá a medida que los hombres hagan del principio de la caridad la base de su conducta. El deber de los verdaderos Espíritas, de quienes comprenden el objetivo providencial de la Doctrina, es, pues, sobre todo, esforzarse en combatir la incredulidad y el egoísmo, que son las verdaderas plagas de la humanidad, y prevalecer, tanto con el ejemplo como con la teoría, el sentimiento de caridad, que debe ser la base de toda religión racional y servir de guía en las reformas sociales; las cuestiones de fondo deben preceder a las cuestiones de forma; ahora bien, las cuestiones fundamentales son aquellas que apuntan a mejorar a los hombres, dado que cualquier progreso social o de otro tipo sólo puede ser consecuencia del mejoramiento de las masas; a esto aspira el Espiritismo, y con ello prepara los caminos para todo tipo de progreso moral. Querer actuar de otra manera es comenzar una construcción desde arriba antes de poner sus cimientos; se siembra en tierra antes de haberla desbrozado.

En aplicación de los principios antes mencionados, la Sociedad Espírita de París se ha prohibido, mediante su reglamento, toda cuestión de controversia religiosa, política y economía social, y no cederá a ninguna incitación que tienda a desviarla de este rumbo de acción.

Por estas razones, no puede expresar, ni oficial ni extraoficialmente, opiniones sobre el valor de las respuestas dictadas por medio del Sr...., siendo estas respuestas esencialmente dogmáticas, e incluso políticas, y menos aún convertirlas en objeto de una discusión solemne tal como lo solicitó el autor de la carta.

En cuanto al libro que debería tratar estas cuestiones, y cuya publicación está prescrita por el Espíritu que lo dictó, la Sociedad no duda en declarar que consideraría esta publicación inoportuna y peligrosa, en la medida en que no podría proporcionar armas a los enemigos del Espiritismo; en consecuencia, creería que es su deber repudiarlo, como rechaza cualquier publicación que pueda distorsionar la opinión sobre el objetivo y las tendencias de la Doctrina.

En cuanto a la naturaleza del Espíritu que dicta estas comunicaciones, la Sociedad cree que debe recordar que el nombre que toma un Espíritu nunca es garantía de su identidad; que no podemos ver una prueba de su superioridad en algunas ideas correctas que emite, si junto a esas ideas hay otras falsas. Los Espíritus verdaderamente superiores son lógicos y coherentes en todo lo que dicen; sin embargo, este no es el caso del que nos ocupa; su pretensión de creer que este libro debe tener como consecuencia comprometer al gobierno a modificar ciertas partes de su política, sería suficiente para generar dudas sobre su elevación y mejor aún sobre el nombre que toma, porque esto no es racional. Su insuficiencia surge de otros dos hechos no menos característicos.

La primera es que es completamente falso que el Sr. Allan Kardec haya recibido la misión, como pretende el Espíritu, de examinar y publicar el libro en cuestión; si tiene la misión de examinarlo, sólo puede ser dar a conocer sus desventajas y combatir su publicación.

El segundo hecho está en la forma en que el Espíritu exalta la misión del médium, cosa que los buenos Espíritus nunca hacen, y que, por el contrario, sí hacen quienes quieren imponerse captando la confianza por medio de unas pocas palabras hermosas, la ayuda de que esperan transmitir al resto.

En resumen, resulta evidente para la Sociedad que el nombre con el que se adorna el Espíritu, que dice ser Cristo, es apócrifo; cree que debe instar al autor de la carta, así como a su médium, a no hacerse ilusiones sobre estas comunicaciones y a limitarse al objetivo esencial del Espiritismo.