La
lucha entre el pasado y el futuro
Se está realizando en este momento una
verdadera cruzada contra el Espiritismo, como se nos había anunciado; de
diversos lugares se nos habla de escritos, discursos y hasta actos de violencia
e intolerancia; todos los Espíritas deben regocijarse en ella, porque es la
prueba clara de que el Espiritismo no es una quimera. ¿Habría tanto alboroto
por una mosca que vuela?
Lo que excita especialmente esta gran ira, es
la rapidez prodigiosa con la que la nueva idea se propaga, a pesar de todo lo
que se ha hecho para detenerla. También nuestros adversarios, obligados por la
evidencia a reconocer que este progreso invade las clases más ilustradas de la
sociedad e incluso a los hombres de ciencia, se reducen a deplorar este impulso
fatal que lleva a la sociedad en su conjunto a los asilos. La burla ha agotado
su arsenal de burlas y sarcasmos, y esta supuesta arma terrible no ha podido
poner de su lado a las risas, prueba de que no hay cosa de risa. No es menos
evidente que no ha quitado un solo partidario de la Doctrina, ni mucho menos,
ya que se han incrementado visiblemente. La razón de esto es, en efecto,
triple: rápidamente reconocimos todo lo que hay de profundamente religioso en
esta Doctrina que toca las cuerdas más sensibles del corazón, que eleva el alma
hacia el infinito, que hace reconocer a Dios en aquellos que lo habían
malinterpretado; ha arrebatado a tantos hombres de la desesperación, aliviado
tantos dolores, curado tantas heridas morales, que las bromas tontas y llanas,
vertidas sobre ella, han inspirado más repugnancia que simpatía. Los burladores
han luchado en vano para hacer reír a su costa: hay cosas de las que
instintivamente sentimos que no podemos reír sin profanarlas.
Sin embargo, si unas pocas personas,
conociendo la Doctrina sólo por medio de las bromas de los malos bromistas,
hubieran podido creer que sólo era un sueño hueco, la elucubración de un
cerebro dañado, bien está lo que ocurre para desengañarlos. Al escuchar tantas
declamaciones furiosas, deben decirse a sí mismos que es más grave de lo que
pensaban.
La población se puede dividir en tres clases:
los creyentes, los incrédulos y los indiferentes. Si el número de creyentes se
ha multiplicado por cien en los últimos años, sólo puede ser a expensas de las
otras dos categorías. Pero los Espíritus que lideran el movimiento descubrieron
que las cosas aún no iban lo suficientemente rápido. Todavía hay, se decían,
mucha gente que no ha oído hablar del Espiritismo, sobre todo en el campo; es
hora de que entre en ella la Doctrina; también es necesario despertar a los
adormecidos indiferentes. La burla ha hecho su trabajo de propaganda
involuntaria, pero ha sacado todas las flechas de su aljaba, y las flechas que
todavía dispara están desafiladas; es un fuego demasiado pálido ahora. Hace falta
algo más vigoroso, que haga más ruido que el tintineo de las telenovelas, que
resuena hasta en las soledades; el último pueblo debe oír hablar del
Espiritismo. Cuando truene la artillería, todos se preguntarán: ¿Qué es? y
querrá ver.
Cuando habíamos hecho el pequeño folleto: “El
Espiritismo en su expresión más simple”, preguntamos a nuestros guías
espirituales qué efecto produciría. Se nos respondió: Producirá un efecto que
no esperáis, es decir que vuestros adversarios se enfurecerán al ver una
publicación destinada, por su extremada baratura, a ser difundida en masa y a
penetrar por todas partes. Se le ha informado de un gran despliegue de
hostilidades, su folleto será la señal. No te preocupes por eso, ya conoces el
final. Se enfadan por la dificultad de refutar vuestros argumentos. - Ya que es
así, dijimos, este folleto, que se iba a vender a 25 céntimos, se dará a dos céntimos.
El evento justificó estos pronósticos, y los saludamos.
Todo lo que sucede en otros lugares ha sido
planeado y debe ser por el bien de la causa. Cuando veáis alguna gran
manifestación hostil, lejos de asustaros por ella, regocijaos en ella, pues se
ha dicho: el estruendo del relámpago será la señal de la proximidad de los
tiempos predichos. Orad pues, hermanos míos; orad sobre todo por vuestros
enemigos, porque se apoderarán de ellos un verdadero vértigo. Pero aún no está
todo cumplido; la llama de la hoguera en Barcelona no subió lo suficiente. Si
en alguna parte se renueva, ten cuidado de no apagarla, porque cuanto más alto
se eleve, más, como un faro, se verá de lejos y permanecerá en la memoria de
los siglos. Que las cosas sean, y en ninguna parte opongan violencia a
violencia; recuerde que Cristo le dijo a Pedro que volviera a poner su espada
en su vaina. No imitéis a las sectas que se han desgarrado unas a otras en
nombre de un Dios de paz, a quien cada una pidió ayuda en su furor. La verdad
no se prueba con persecuciones, sino con razonamientos; las persecuciones han
sido siempre el arma de las malas causas, y de quienes toman el triunfo de la
fuerza bruta por el de la razón. La persecución es un mal medio de persuasión;
puede aplastar momentáneamente al más débil, convencerlo, nunca; pues, aun en
la angustia en que se habrá visto sumido, gritará, como Galileo en su prisión: e
pur si move! (¡Y sin embargo se mueve!) Recurrir a la persecución es probar que
uno cuenta poco con el poder de su lógica. Así que nunca uses las represalias:
opone la violencia con mansedumbre y una tranquilidad inalterable; devuelve
bien por mal a vuestros enemigos; con esto desmentirás sus calumnias y los
obligarás a reconocer que vuestras creencias son mejores de lo que dicen.
¡Calumnia! Tu dirás; ¿Podemos ver a sangre
fría nuestra Doctrina indignamente disfrazada de mentiras? ¿Acusado de decir lo
que no dice, de enseñar lo contrario de lo que enseña, de producir el mal
cuando sólo produce el bien? ¿La misma autoridad de los que usan tal lenguaje
no puede falsear la opinión pública, retrasar el progreso del Espiritismo?
Indiscutiblemente este es su objetivo; ¿lo
alcanzarán? esa es otra cuestión, y no dudamos en decir que llegan al resultado
totalmente opuesto: al desprestigio de ellos y de su causa. La calumnia es sin
duda un arma peligrosa y traicionera, pero es un arma de doble filo y siempre
hiere a quien la usa. Recurrir a la mentira para defenderse es la prueba más
fuerte de que no tiene buenas razones para dar, porque si las tuviera, no
dejaría de afirmarlas. Llama mal a algo, si esa es vuestra opinión; grítalo a
los cuatro vientos, si te parece bien, es el público quien debe juzgar si estás
en lo correcto o en lo incorrecto; pero disfrazarlo para apoyar vuestros
sentimientos, distorsionarlo, es indigno de cualquier hombre que se precie. En
las reseñas de obras dramáticas y literarias, a menudo se ven apreciaciones muy
opuestas; un crítico exagera lo que otro desprecia: es su derecho; pero ¿qué
pensaría uno de quien, para sustentar su culpa, le hiciera decir al autor lo
que no dice, le prestara malos versos para probar que su poesía es detestable?
Así sucede con los detractores del
Espiritismo: con sus calumnias muestran la debilidad de su propia causa y la
desacreditan mostrando a qué lastimosos extremos se ven obligados a recurrir
para sostenerla. ¿Qué peso puede tener una opinión basada en errores
manifiestos? Una de dos cosas, o estos errores son voluntarios, y entonces
vemos mala fe; o son involuntarias, y el autor prueba su inconsistencia
hablando de lo que no sabe; en cualquier caso, pierde todo derecho a confiar.
El Espiritismo no es una Doctrina que camina
en las sombras; es conocida, sus principios están formulados de manera clara,
precisa e inequívoca. La calumnia, por tanto, no puede tocarlo; basta, para
convencerla de la impostura, decir: lee y verás. Sin duda es útil para
desenmascararlo; pero debe hacerse con calma, sin amargura ni recriminación,
limitándose a oponer, sin discursos superfluos, lo que es a lo que no es; dejad
la ira y los insultos a vuestros adversarios, reservaos para vosotros el papel
de la verdadera fuerza: el de la dignidad y la moderación.
Además, no debemos exagerar las consecuencias
de estas calumnias, que llevan consigo el antídoto de su veneno y, en última
instancia, son más ventajosas que perjudiciales. Provocan necesariamente el
examen de hombres serios que quieren juzgar las cosas por sí mismos, y se
excitan por la importancia que se les da; ahora bien, el Espiritismo, lejos de
temer el examen, lo provoca, y se queja de una sola cosa, y es que tanta gente
habla de él como el ciego de los colores; pero gracias al cuidado que ponen
nuestros adversarios en darlo a conocer, este inconveniente pronto dejará de
existir, y eso es todo lo que pedimos. La calumnia que surge de este examen la
aumenta en lugar de rebajarla.
Espíritas, no os quejéis de estos disfraces;
no quitarán ninguna de las cualidades del Espiritismo; al contrario, las
sacarán con más brillo por contraste, y se volverán para confusión de los
calumniadores. Estas mentiras ciertamente pueden tener el efecto inmediato de
engañar a algunas personas, e incluso de alejarlas; pero que es eso ¿Qué son
unos pocos individuos para las masas? Ustedes mismos saben cuán pequeño es el
número. ¿Qué influencia puede tener esto en el futuro? Este futuro os está
asegurado: los hechos cumplidos os responden de ello, y cada día os trae la
prueba de la inutilidad de los ataques de nuestros adversarios. ¿No ha sido
calumniada la Doctrina de Cristo, llamada subversiva e impía? ¿No ha sido él
mismo llamado un tramposo y un impostor? ¿Se conmovió? No, porque sabía que sus
enemigos pasarían y su Doctrina permanecería. Así será con el Espiritismo.
¡Extraña coincidencia! ¡No es más que un recordatorio de la ley pura de Cristo,
y es atacado con las mismas armas! Pero sus detractores pasarán; es una
necesidad que nadie puede evitar. La generación actual se extingue cada día, y
con ella se van los hombres imbuidos de los prejuicios de otro tiempo; la que
surge se nutre de ideas nuevas, y sabéis además que se compone de Espíritus más
avanzados que deben hacer finalmente reinar la Ley de Dios en la tierra. Mirad
entonces las cosas desde arriba; no las mires desde el punto de vista
restringido del presente, sino que extiendes vuestra mirada hacia el futuro y disteis
a vos mismo: El futuro es nuestro; ¡Qué nos importa el presente! ¡Qué nos hacen
las preguntas de la gente! la gente pasa, las instituciones permanecen.
Considerad que estamos en un momento de transición; que asistimos a la lucha
entre el pasado que lucha y retrocede, y el futuro que nace y avanza. ¿Quién
ganará? El pasado es viejo y muerto, estamos hablando de ideas, mientras que el
futuro es joven y vence el progreso que está en las Leyes de Dios. Los hombres
del pasado se van; llegan los del futuro; sepamos pues esperar con confianza, y
felicitémonos por ser los primeros pioneros encargados de despejar el terreno.
Si tenemos el problema, tendremos la paga. Trabajemos, pues, no con propaganda
furiosa e irreflexiva, sino con la paciencia y perseverancia del labrador que
sabe cuánto tarda en llegar a la siega. Sembremos la idea, pero no
comprometamos la cosecha por sembrar a destiempo y por nuestra impaciencia,
anticipando la época adecuada para todo. Sobre todo, cultivemos plantas
fértiles que sólo pidan producir; son lo suficientemente numerosos como para
ocupar todos nuestros momentos, sin usar nuestras fuerzas contra las rocas
inamovibles que Dios se encarga de sacudir o arrancar de raíz cuando llegue el
momento, porque si tiene el poder de levantar montañas, tiene el de bajarlas.
Dejemos la figura, y digamos claramente que hay resistencias que sería
superfluo tratar de vencer, y que se obstinan más por autoestima o por interés
propio que por convicción; sería una pérdida de tiempo buscar traerlos a uno
mismo; cederán sólo a la fuerza de la opinión pública. Reclutemos seguidores
entre las personas de buena voluntad, que no faltan; aumentemos la falange de
todos aquellos que, cansados de la duda y atemorizados por la nada
materialista, sólo piden creer, y pronto el número será tal que los demás
terminarán por reconciliarse con la evidencia. Este resultado ya se está
manifestando, y esperen, dentro de poco, ver en sus filas a aquellos de quienes
esperaban ser los últimos.