Revista Espírita – Periódico de Estudios Psicológicos - 1863

Allan Kardec

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La lucha entre el pasado y el futuro

Se está realizando en este momento una verdadera cruzada contra el Espiritismo, como se nos había anunciado; de diversos lugares se nos habla de escritos, discursos y hasta actos de violencia e intolerancia; todos los Espíritas deben regocijarse en ella, porque es la prueba clara de que el Espiritismo no es una quimera. ¿Habría tanto alboroto por una mosca que vuela?

Lo que excita especialmente esta gran ira, es la rapidez prodigiosa con la que la nueva idea se propaga, a pesar de todo lo que se ha hecho para detenerla. También nuestros adversarios, obligados por la evidencia a reconocer que este progreso invade las clases más ilustradas de la sociedad e incluso a los hombres de ciencia, se reducen a deplorar este impulso fatal que lleva a la sociedad en su conjunto a los asilos. La burla ha agotado su arsenal de burlas y sarcasmos, y esta supuesta arma terrible no ha podido poner de su lado a las risas, prueba de que no hay cosa de risa. No es menos evidente que no ha quitado un solo partidario de la Doctrina, ni mucho menos, ya que se han incrementado visiblemente. La razón de esto es, en efecto, triple: rápidamente reconocimos todo lo que hay de profundamente religioso en esta Doctrina que toca las cuerdas más sensibles del corazón, que eleva el alma hacia el infinito, que hace reconocer a Dios en aquellos que lo habían malinterpretado; ha arrebatado a tantos hombres de la desesperación, aliviado tantos dolores, curado tantas heridas morales, que las bromas tontas y llanas, vertidas sobre ella, han inspirado más repugnancia que simpatía. Los burladores han luchado en vano para hacer reír a su costa: hay cosas de las que instintivamente sentimos que no podemos reír sin profanarlas.

Sin embargo, si unas pocas personas, conociendo la Doctrina sólo por medio de las bromas de los malos bromistas, hubieran podido creer que sólo era un sueño hueco, la elucubración de un cerebro dañado, bien está lo que ocurre para desengañarlos. Al escuchar tantas declamaciones furiosas, deben decirse a sí mismos que es más grave de lo que pensaban.

La población se puede dividir en tres clases: los creyentes, los incrédulos y los indiferentes. Si el número de creyentes se ha multiplicado por cien en los últimos años, sólo puede ser a expensas de las otras dos categorías. Pero los Espíritus que lideran el movimiento descubrieron que las cosas aún no iban lo suficientemente rápido. Todavía hay, se decían, mucha gente que no ha oído hablar del Espiritismo, sobre todo en el campo; es hora de que entre en ella la Doctrina; también es necesario despertar a los adormecidos indiferentes. La burla ha hecho su trabajo de propaganda involuntaria, pero ha sacado todas las flechas de su aljaba, y las flechas que todavía dispara están desafiladas; es un fuego demasiado pálido ahora. Hace falta algo más vigoroso, que haga más ruido que el tintineo de las telenovelas, que resuena hasta en las soledades; el último pueblo debe oír hablar del Espiritismo. Cuando truene la artillería, todos se preguntarán: ¿Qué es? y querrá ver.

Cuando habíamos hecho el pequeño folleto: “El Espiritismo en su expresión más simple”, preguntamos a nuestros guías espirituales qué efecto produciría. Se nos respondió: Producirá un efecto que no esperáis, es decir que vuestros adversarios se enfurecerán al ver una publicación destinada, por su extremada baratura, a ser difundida en masa y a penetrar por todas partes. Se le ha informado de un gran despliegue de hostilidades, su folleto será la señal. No te preocupes por eso, ya conoces el final. Se enfadan por la dificultad de refutar vuestros argumentos. - Ya que es así, dijimos, este folleto, que se iba a vender a 25 céntimos, se dará a dos céntimos. El evento justificó estos pronósticos, y los saludamos.

Todo lo que sucede en otros lugares ha sido planeado y debe ser por el bien de la causa. Cuando veáis alguna gran manifestación hostil, lejos de asustaros por ella, regocijaos en ella, pues se ha dicho: el estruendo del relámpago será la señal de la proximidad de los tiempos predichos. Orad pues, hermanos míos; orad sobre todo por vuestros enemigos, porque se apoderarán de ellos un verdadero vértigo. Pero aún no está todo cumplido; la llama de la hoguera en Barcelona no subió lo suficiente. Si en alguna parte se renueva, ten cuidado de no apagarla, porque cuanto más alto se eleve, más, como un faro, se verá de lejos y permanecerá en la memoria de los siglos. Que las cosas sean, y en ninguna parte opongan violencia a violencia; recuerde que Cristo le dijo a Pedro que volviera a poner su espada en su vaina. No imitéis a las sectas que se han desgarrado unas a otras en nombre de un Dios de paz, a quien cada una pidió ayuda en su furor. La verdad no se prueba con persecuciones, sino con razonamientos; las persecuciones han sido siempre el arma de las malas causas, y de quienes toman el triunfo de la fuerza bruta por el de la razón. La persecución es un mal medio de persuasión; puede aplastar momentáneamente al más débil, convencerlo, nunca; pues, aun en la angustia en que se habrá visto sumido, gritará, como Galileo en su prisión: e pur si move! (¡Y sin embargo se mueve!) Recurrir a la persecución es probar que uno cuenta poco con el poder de su lógica. Así que nunca uses las represalias: opone la violencia con mansedumbre y una tranquilidad inalterable; devuelve bien por mal a vuestros enemigos; con esto desmentirás sus calumnias y los obligarás a reconocer que vuestras creencias son mejores de lo que dicen.

¡Calumnia! Tu dirás; ¿Podemos ver a sangre fría nuestra Doctrina indignamente disfrazada de mentiras? ¿Acusado de decir lo que no dice, de enseñar lo contrario de lo que enseña, de producir el mal cuando sólo produce el bien? ¿La misma autoridad de los que usan tal lenguaje no puede falsear la opinión pública, retrasar el progreso del Espiritismo?

Indiscutiblemente este es su objetivo; ¿lo alcanzarán? esa es otra cuestión, y no dudamos en decir que llegan al resultado totalmente opuesto: al desprestigio de ellos y de su causa. La calumnia es sin duda un arma peligrosa y traicionera, pero es un arma de doble filo y siempre hiere a quien la usa. Recurrir a la mentira para defenderse es la prueba más fuerte de que no tiene buenas razones para dar, porque si las tuviera, no dejaría de afirmarlas. Llama mal a algo, si esa es vuestra opinión; grítalo a los cuatro vientos, si te parece bien, es el público quien debe juzgar si estás en lo correcto o en lo incorrecto; pero disfrazarlo para apoyar vuestros sentimientos, distorsionarlo, es indigno de cualquier hombre que se precie. En las reseñas de obras dramáticas y literarias, a menudo se ven apreciaciones muy opuestas; un crítico exagera lo que otro desprecia: es su derecho; pero ¿qué pensaría uno de quien, para sustentar su culpa, le hiciera decir al autor lo que no dice, le prestara malos versos para probar que su poesía es detestable?

Así sucede con los detractores del Espiritismo: con sus calumnias muestran la debilidad de su propia causa y la desacreditan mostrando a qué lastimosos extremos se ven obligados a recurrir para sostenerla. ¿Qué peso puede tener una opinión basada en errores manifiestos? Una de dos cosas, o estos errores son voluntarios, y entonces vemos mala fe; o son involuntarias, y el autor prueba su inconsistencia hablando de lo que no sabe; en cualquier caso, pierde todo derecho a confiar.

El Espiritismo no es una Doctrina que camina en las sombras; es conocida, sus principios están formulados de manera clara, precisa e inequívoca. La calumnia, por tanto, no puede tocarlo; basta, para convencerla de la impostura, decir: lee y verás. Sin duda es útil para desenmascararlo; pero debe hacerse con calma, sin amargura ni recriminación, limitándose a oponer, sin discursos superfluos, lo que es a lo que no es; dejad la ira y los insultos a vuestros adversarios, reservaos para vosotros el papel de la verdadera fuerza: el de la dignidad y la moderación.

Además, no debemos exagerar las consecuencias de estas calumnias, que llevan consigo el antídoto de su veneno y, en última instancia, son más ventajosas que perjudiciales. Provocan necesariamente el examen de hombres serios que quieren juzgar las cosas por sí mismos, y se excitan por la importancia que se les da; ahora bien, el Espiritismo, lejos de temer el examen, lo provoca, y se queja de una sola cosa, y es que tanta gente habla de él como el ciego de los colores; pero gracias al cuidado que ponen nuestros adversarios en darlo a conocer, este inconveniente pronto dejará de existir, y eso es todo lo que pedimos. La calumnia que surge de este examen la aumenta en lugar de rebajarla.

Espíritas, no os quejéis de estos disfraces; no quitarán ninguna de las cualidades del Espiritismo; al contrario, las sacarán con más brillo por contraste, y se volverán para confusión de los calumniadores. Estas mentiras ciertamente pueden tener el efecto inmediato de engañar a algunas personas, e incluso de alejarlas; pero que es eso ¿Qué son unos pocos individuos para las masas? Ustedes mismos saben cuán pequeño es el número. ¿Qué influencia puede tener esto en el futuro? Este futuro os está asegurado: los hechos cumplidos os responden de ello, y cada día os trae la prueba de la inutilidad de los ataques de nuestros adversarios. ¿No ha sido calumniada la Doctrina de Cristo, llamada subversiva e impía? ¿No ha sido él mismo llamado un tramposo y un impostor? ¿Se conmovió? No, porque sabía que sus enemigos pasarían y su Doctrina permanecería. Así será con el Espiritismo. ¡Extraña coincidencia! ¡No es más que un recordatorio de la ley pura de Cristo, y es atacado con las mismas armas! Pero sus detractores pasarán; es una necesidad que nadie puede evitar. La generación actual se extingue cada día, y con ella se van los hombres imbuidos de los prejuicios de otro tiempo; la que surge se nutre de ideas nuevas, y sabéis además que se compone de Espíritus más avanzados que deben hacer finalmente reinar la Ley de Dios en la tierra. Mirad entonces las cosas desde arriba; no las mires desde el punto de vista restringido del presente, sino que extiendes vuestra mirada hacia el futuro y disteis a vos mismo: El futuro es nuestro; ¡Qué nos importa el presente! ¡Qué nos hacen las preguntas de la gente! la gente pasa, las instituciones permanecen. Considerad que estamos en un momento de transición; que asistimos a la lucha entre el pasado que lucha y retrocede, y el futuro que nace y avanza. ¿Quién ganará? El pasado es viejo y muerto, estamos hablando de ideas, mientras que el futuro es joven y vence el progreso que está en las Leyes de Dios. Los hombres del pasado se van; llegan los del futuro; sepamos pues esperar con confianza, y felicitémonos por ser los primeros pioneros encargados de despejar el terreno. Si tenemos el problema, tendremos la paga. Trabajemos, pues, no con propaganda furiosa e irreflexiva, sino con la paciencia y perseverancia del labrador que sabe cuánto tarda en llegar a la siega. Sembremos la idea, pero no comprometamos la cosecha por sembrar a destiempo y por nuestra impaciencia, anticipando la época adecuada para todo. Sobre todo, cultivemos plantas fértiles que sólo pidan producir; son lo suficientemente numerosos como para ocupar todos nuestros momentos, sin usar nuestras fuerzas contra las rocas inamovibles que Dios se encarga de sacudir o arrancar de raíz cuando llegue el momento, porque si tiene el poder de levantar montañas, tiene el de bajarlas. Dejemos la figura, y digamos claramente que hay resistencias que sería superfluo tratar de vencer, y que se obstinan más por autoestima o por interés propio que por convicción; sería una pérdida de tiempo buscar traerlos a uno mismo; cederán sólo a la fuerza de la opinión pública. Reclutemos seguidores entre las personas de buena voluntad, que no faltan; aumentemos la falange de todos aquellos que, cansados de la duda y atemorizados por la nada materialista, sólo piden creer, y pronto el número será tal que los demás terminarán por reconciliarse con la evidencia. Este resultado ya se está manifestando, y esperen, dentro de poco, ver en sus filas a aquellos de quienes esperaban ser los últimos.