Revista Espírita – Periódico de Estudios Psicológicos - 1863

Allan Kardec

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Respuesta a una pregunta sobre el Espiritismo desde el punto de vista religioso

La siguiente pregunta nos la ha dirigido una persona de Burdeos, a quien no tenemos el honor de conocer, y a la que hemos creído necesario responder por la Revista, para instrucción de todos:

“Leo en una de tus obras: “El espiritismo no se dirige a aquellos que tienen alguna fe religiosa, con el fin de desviarlos de ella, y a quienes esta fe les basta por su razón y su conciencia, sino a la numerosa categoría de los inciertos y de los incrédulos, etc.”

¡Oye! ¿porqué no? ¿No debería el Espiritismo, que es la verdad, dirigirse a todos? ¿A todos los que están en error? Sin embargo, los que creen en cualquier religión, protestante, judía, católica o cualquier otra, ¿no se equivocan? Allí están sin duda, ya que las diversas religiones, que hoy se profesan dan como verdades indiscutibles, y nos obligan a creer en cosas completamente falsas, o al menos en cosas que pueden provenir de fuentes verdaderas, pero completamente mal interpretadas. Si se prueba que las penas son sólo temporales, y Dios sabe que es un pequeño error confundir lo temporal con lo eterno, que el fuego del infierno es una ficción, y en lugar de una creación en seis días, son millones de siglos, etc.; si todo esto se prueba, digo, partiendo de este principio de que la verdad es una, las creencias a que dio lugar la interpretación tan falsa de estos dogmas no son ni más ni menos que falsas, pues una cosa es o no es; no hay término medio.

Por qué, entonces, el Espiritismo no debería dirigirse tanto a los que creen en tonterías, para disuadirlos de ello, ¿cómo a los que no creen en nada o dudan? Etc.”

Aprovechamos la carta de la que hemos extraído los pasajes anteriores, para recordar una vez más el fin esencial del Espiritismo, sobre el cual el autor de esta carta no parece estar completamente edificado.

Por las pruebas patentes que da de la existencia del alma y de la vida futura, bases de todas las religiones, es la negación del materialismo, y por tanto se dirige a los que niegan o dudan. Es bastante obvio que el que no cree en Dios ni en su alma no es ni católico, ni judío, ni protestante, cualquiera que sea la religión en que haya nacido, pues ni siquiera sería mahometano o budista; ahora, por la evidencia de los hechos, se le hace creer en la vida futura con todas sus consecuencias morales; le corresponde entonces adoptar el culto que mejor convenga a su razón o a su conciencia; pero ahí se detiene el papel del Espiritismo; toma las tres cuartas partes del camino; da el paso más difícil, el de la incredulidad, los demás hacen el resto.

Pero, el autor de la carta podrá decir, ¿si no me conviene ningún culto? ¡Y bien! Así que quédate como eres; El Espiritismo nada puede hacer al respecto; no se compromete a hacerte abrazar un culto a la fuerza, ni a discutirte el valor intrínseco de los dogmas de cada uno: lo deja a tu conciencia. Si lo que da el Espiritismo no os basta, buscad, entre todas las filosofías que existen, una doctrina que satisfaga mejor vuestras aspiraciones.

Los incrédulos y los escépticos forman una categoría inmensamente numerosa, y cuando el Espiritismo dice que no se dirige a aquellos que tienen alguna fe y para quienes esta fe es suficiente, quiere decir que no se impone a nadie y no viola ninguna conciencia. Dirigiéndose a los incrédulos, logra convencerlos por los medios que le son propios, por el razonamiento de que sabe que tiene acceso a su razón, ya que los otros han sido impotentes; en una palabra, tiene su método, con el que obtiene resultados bastante buenos todos los días; pero no tiene doctrina secreta; no dice a unos: abre los oídos, ya otros: ciérralos; habla a todos por medio de sus escritos, y todos son libres de adoptar o rechazar su manera de ver las cosas. De esta manera, hace creyentes fervorosos a los que eran incrédulos; eso es todo lo que quiere. A cualquiera que dijera: “Tengo mi fe y no quiero cambiarla; creo en la eternidad absoluta del dolor, en las llamas del infierno y en los demonios; hasta sigo creyendo que es el sol que gira porque la Biblia lo dice, y creo que mi salvación está a este precio”, responde el Espiritismo: “Guarda tus creencias, que te convienen; nadie trata de imponerte otras; no me dirijo a ti, ya que no me quieres; y en esto es fiel a su principio de respetar la libertad de conciencia. Si hay quienes creen estar en el error, son libres de mirar la luz, que alumbra para todos; aquellos que creen que tienen razón son libres de mirar hacia otro lado.

Una vez más, el Espiritismo tiene una meta de la cual no quiere ni debe desviarse; conoce el camino que debe conducirlo allí, y lo seguirá sin dejarse engañar por las sugestiones de los impacientes: todo llega a su tiempo, y querer ir demasiado rápido es muchas veces retroceder en lugar de avanzar.

Dos palabras más al autor de la carta: Nos parece que hemos hecho una falsa aplicación de este principio de que la verdad es una, al concluir que ciertos dogmas, como el de las penas futuras y el de la creación, han recibido una interpretación mala, todo debe estar mal en la religión. ¿No vemos todos los días que las mismas ciencias positivas reconocen ciertos errores de detalle, sin que la ciencia sea radicalmente falsa por ello? ¿No ha estado la Iglesia de acuerdo con la ciencia en ciertas creencias que una vez hizo artículos de fe? ¿No reconoce hoy la ley del movimiento de la tierra y la de los períodos geológicos de la creación, que había condenado como herejías? En cuanto a las llamas del infierno, toda la alta teología está de acuerdo en reconocer que es una figura, y que por eso debemos entender un fuego moral y no un fuego material. En varios otros puntos, las doctrinas también son menos absolutas que antes; de lo cual podemos concluir que un día, cediendo a la evidencia de los hechos y de las pruebas materiales, comprenderá la necesidad de una interpretación, en armonía con las leyes de la naturaleza, de algunos puntos aún controvertidos; porque ninguna creencia puede, de manera legítima o racional, prevalecer contra estas leyes. Dios no puede contradecirse estableciendo dogmas contrarios a sus leyes eternas e inmutables, y el hombre no puede pretender ponerse por encima de Dios decretando la nulidad de estas leyes. Ahora bien, la Iglesia, que ha comprendido esta verdad para ciertas cosas, la comprenderá también para otras, especialmente en lo que se refiere al Espiritismo, fundado en todos los aspectos sobre las leyes de la naturaleza, todavía mal comprendidas, pero que comprendemos cada día mejor.

Por lo tanto, no debemos apresurarnos a rechazar un todo, porque ciertas partes son oscuras o defectuosas, y creemos útil, a este respecto, recordar la fábula de: El Mono hembra, el Mono macho y la Nuez.