Revista Espírita – Periódico de Estudios Psicológicos - 1863

Allan Kardec

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Algunas palabras sobre el Espiritismo - Extracto del Écho de Sétif, Argelia, 9 de noviembre de 1862

Desde hace algún tiempo el mundo ha estado inquieto, temblando y buscando; el mundo sufre, tiene necesidades muy grandes.

Admitamos que el Espiritismo no existe, que todo lo que se dice de él es fruto del error, de la alucinación de unas pocas mentes enfermas; pero ¿no es nada ver a seis millones de hombres padecer la misma enfermedad en siete u ocho años?

Para mí, veo muchas cosas en él: veo en él el presentimiento de grandes acontecimientos, porque en todos los tiempos, en vísperas de épocas significativas, el mundo siempre ha estado preocupado, turbulento incluso, sin darse cuenta de su malestar. Lo cierto hoy es que, después de haber pasado por una época de espantoso materialismo, siente la necesidad de una razonada creencia espiritualista; él quiere creer a sabiendas, si puedo decirlo de esa manera. Estas son las causas de su enfermedad, si admitimos que hay enfermedad.

Decir que no hay nada en el fondo de este movimiento es una temeridad.

Un escritor, al que no tengo el honor de conocer, acaba de publicar un artículo muy meditado en el Écho de Sétif del 18 de septiembre. Él mismo confiesa que no conoce el Espiritismo. Investiga si es posible, si puede existir, y su investigación lo ha llevado a concluir que el Espiritismo no es imposible.

Sea como fuere, los Espíritas tienen hoy derecho a regocijarse, pues los hombres de élite están dispuestos a dedicar parte de sus estudios, a la búsqueda de lo que algunos llaman verdad y otros error.

En lo que a mí respecta, puedo dar fe de un hecho: es que he visto cosas que uno no puede creer sin haberlas visto.

Hay una parte muy ilustrada de la sociedad que no niega específicamente el hecho, pero afirma que las comunicaciones que uno recibe son directamente del infierno. Esto es lo que no puedo admitir ante comunicados como este: “Creed en Dios, creador y organizador de las esferas, amad a Dios, creador y protector de las almas… Galileo.”

El diablo no debe haber hablado siempre así; porque, si así fuera, los hombres le habrían dado una reputación que no habría merecido. Y si es cierto que le faltó el respeto a Dios, admitámoslo, realmente diluyó su vino.

Yo también estaba incrédulo, no podía convencerme, de que Dios jamás permitiría que nuestro Espíritu se comunicara, sin nuestro conocimiento, con el Espíritu de una persona viva; sin embargo, tuve que enfrentar los hechos. He pensado, y un durmiente me respondió claro, categórico; ningún sonido, ningún temblor ocurrió en mi cerebro. ¡El Espíritu del durmiente, por lo tanto, se correspondía con el mío sin mi conocimiento! Esto es lo que doy fe.

Antes de este descubrimiento, pensaba que Dios había puesto una barrera infranqueable entre el mundo material y el mundo espiritual. Me equivoqué, eso es todo. Y parece que cuanto más incrédulo era, más quería Dios desengañarme poniendo ante mis ojos hechos extraordinarios y evidentes.

Quería escribirme a mí mismo, para no ser mistificado por un tercero; mi mano nunca hizo el menor movimiento. Puse la pluma en la mano de un niño de catorce años, se durmió sin que yo lo deseara. Al ver esto, me retiré a mi jardín, con la convicción de que esta supuesta verdad era sólo un sueño; pero al volver a mi casa noté que el niño había escrito. Me acerqué a leer, y vi con gran sorpresa, que el niño había respondido a todos mis pensamientos. Todavía protestando, a pesar de este hecho, y queriendo confundir al durmiente, mentalmente hice una pregunta sobre historia antigua. Sin dudarlo, el durmiente respondió categóricamente.

Detengámonos aquí y presentemos brevemente algunas observaciones.

Supongamos que no hubo interferencia de los Espíritus de otro mundo, el hecho es que el Espíritu del durmiente y el mío estaban en perfecta correspondencia. He aquí, pues, un hecho, en mi opinión, que merece ser estudiado. Pero hay hombres tan sabios que no tienen más que estudiar y prefieren decirme que soy un loco.

Un loco, sí, pero luego veremos quién se equivoca.

Si hubiera pronunciado una sola palabra, si hubiera hecho la más mínima señal, no me habría rendido; pero no me moví, no hablé: ¡qué digo, no respiré!

¡Y bien! ¿Hay algún erudito que quiera hablarme sin decirme una palabra o sin escribirme? ¿Hay quien quiera traducir mi pensamiento sin conocerme, sin haberme visto? Y lo que es más fuerte, ¿no puedo engañarlo aun hablándole, y eso, sin que él lo sospeche? Esto no podría hacerse con el médium en cuestión. Lo intenté muchas veces, fallé.

Si me permite, le daré a continuación algunas de las comunicaciones que obtuve.

Continua …