Revista Espírita – Periódico de Estudios Psicológicos - 1863

Allan Kardec

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Estudio sobre los poseídos de Morzine

Las causas de la obsesión y los medios para combatirla

Segundo artículo

En nuestro artículo anterior [1], explicábamos la forma en que se ejerce, sobre el hombre, la acción de los Espíritus, acción por así decir material. Su causa está enteramente en el periespíritu, principio no sólo de todos los fenómenos espíritas propiamente dichos, sino de una multitud de efectos morales, fisiológicos y patológicos incomprendidos antes del conocimiento de este agente, cuyo descubrimiento, si se puede expresar así, abrirán nuevos horizontes a la ciencia, cuando ésta quiera reconocer la existencia del mundo invisible.

El periespíritu, como hemos visto, juega un papel importante en todos los fenómenos de la vida; es fuente de multitud de afecciones cuya causa el bisturí busca en vano en la alteración de los órganos, y contra las cuales la terapia es impotente. Por su expansión, se explican además las reacciones de individuo a individuo, las atracciones y repulsiones instintivas, la acción magnética, etc. En el Espíritu libre, es decir desencarnado, reemplaza al cuerpo material; es el agente sensible, el órgano por medio del cual actúa. Por la naturaleza fluídica y expansiva del periespíritu, el Espíritu alcanza al individuo sobre el que quiere actuar, lo rodea, lo envuelve, lo penetra y lo magnetiza. El hombre que vive en medio del mundo invisible está incesantemente sujeto a estas influencias, así como a las de la atmósfera que respira, y esta influencia se expresa en efectos morales y fisiológicos de los que no es consciente, y que a menudo atribuye a causas opuestas. Esta influencia naturalmente difiere según las buenas o malas cualidades del Espíritu, como explicamos en nuestro artículo anterior. Si éste es bueno y benévolo, la influencia, o si prefiere, la impresión, es agradable, saludable: es como las caricias de una tierna madre que abraza a su hijo en sus brazos; si, el hijo es malo y malévolo, ella es dura, dolorosa, ansiosa ya veces dañina: no besa, oprime. Vivimos en este océano fluídico, incesantemente expuestos a corrientes contrarias, que atraemos, que repelemos, o a las que nos abandonamos según nuestras cualidades personales, pero en medio de las cuales, el hombre conserva siempre su libre albedrío, atributo esencial de su naturaleza, en virtud de la cual siempre puede elegir su camino.

Esto, como vemos, es bastante independiente de la facultad medianímica, tal como se la concibe comúnmente. La acción del mundo invisible, estando en el orden de las cosas naturales, se ejerce sobre el hombre, al margen de todo conocimiento espírita; estamos sujetos a ella, como lo estamos a la influencia de la electricidad atmosférica sin saber física, como estamos enfermos sin saber medicina. Ahora bien, así como la física nos enseña la causa de ciertos fenómenos, y la medicina la causa de ciertas enfermedades, el estudio de la ciencia espírita nos enseña la causa de los fenómenos debidos a las influencias ocultas del mundo invisible, y nos explica lo que de otro modo nos parecía inexplicable. La mediumnidad es el medio directo de observación; el médium —permítasenos esta comparación— es el instrumento de laboratorio por el cual la acción del mundo invisible se manifiesta de manera patente; y por la facilidad que nos da de repetir experimentos, nos capacita para estudiar el modo y los varios matices de esta acción; es de este estudio y de estas observaciones que nació la ciencia espírita.

Cualquier individuo que sufre de cualquier manera la influencia de los Espíritus es, por eso mismo, un médium, y es sobre esta base, que se puede decir, que toda la persona es un médium; pero es por medio de una mediumnidad efectiva, consciente y facultativa que hemos llegado a observar la existencia del mundo invisible, y por medio de la diversidad de las manifestaciones obtenidas o provocadas, que hemos podido arrojar luz sobre la calidad de los seres que lo componen, y sobre el papel que juegan en la naturaleza; el médium ha hecho por el mundo invisible, lo que el microscopio ha hecho por el mundo de lo infinitamente pequeño.

Es pues una nueva fuerza, un nuevo poder, una nueva ley, en una palabra, lo que se nos revela. Es verdaderamente inconcebible que la incredulidad, incluso rechace la idea de ello, porque esta idea supone en nosotros un alma, un principio inteligente que sobrevive al cuerpo. Si se tratara del descubrimiento de una sustancia material y no inteligente, lo aceptarían sin dificultad; pero la acción inteligente, fuera del hombre, es superstición para ellos. Si, de la observación de los hechos producidos por la mediumnidad, nos remontamos a los hechos generales, podemos, por la semejanza de los efectos, concluir en la semejanza de las causas; sin embargo, es al notar la analogía de los fenómenos de Morzine con los que la mediumnidad pone ante nuestros ojos todos los días, que la participación de los Espíritus malignos nos parece evidente en esta circunstancia, y no parecerá menos, para aquellos que han meditado sobre los numerosos casos aislados, de los que se informa en la Revista Espírita. Toda la diferencia está en el carácter epidémico de la afección; pero la historia relata más de un hecho similar, entre los que figuran los de las monjas de Loudun, de los convulsionarios de Saint-Médard, de los camiseros de las Cévennes y de los poseídos del tiempo de Cristo; estos últimos tienen especialmente una notable analogía con los de Morzine; y una cosa digna de notarse, es que dondequiera que estos fenómenos han ocurrido, la idea de que se debían a los Espíritus, ha sido el pensamiento dominante y como que intuitivo, en aquellos que fueron afectados por ellos.

Si estamos dispuestos a referirnos a nuestro primer artículo, a la teoría de la obsesión contenida en el Libro de los Médiums, y a los hechos relatados en la Revista, veremos que la acción de los malos Espíritus sobre los individuos de quienes se apoderan, presenta matices muy variados de intensidad y duración según el grado de malignidad y perversidad del Espíritu, y también según el estado moral de quien les da más o menos fácil acceso. Esta acción suele ser solo temporal y accidental, más maliciosa y desagradable, que peligrosa, como en el hecho que relatamos en nuestro artículo anterior. El siguiente hecho pertenece a esta categoría.

El Sr. Indermühle, de Berna, miembro de la Sociedad Espírita de París, nos contó que en su propiedad de Zimmerwald, su labrador, hombre de fuerza hercúlea, se sintió atrapado una noche por un individuo que lo sacudía con fuerza. Fue una pesadilla, dirás; no, porque este hombre estaba tan despierto que se levantó y luchó por algún tiempo contra el que lo abrazaba; cuando se sintió libre, tomó su sable, que colgaba junto a su cama, y comenzó a sablear en las sombras, pero sin dar en nada. Encendió su vela, miró por todas partes y no encontró a nadie; la puerta estaba perfectamente cerrada. Apenas se había vuelto a acostar cuando el jardinero, que estaba en la habitación de al lado, empezó a pedir ayuda, forcejeando y gritando que lo estaban estrangulando. El granjero corre hacia su vecino, pero, como en casa, no encuentra a nadie. Un sirviente que dormía en el mismo edificio había oído todo este ruido. Toda esta gente asustada vino al día siguiente a informarle al Sr. Indermühle lo que había sucedido. Este último, después de haber investigado todos los detalles y haberse asegurado de que ningún extraño había podido entrar en las habitaciones, estaba más inclinado a creer en un mal truco de algún Espíritu, una vez que, durante algún tiempo manifestaciones físicas inequívocas de varios tipos habían estado ocurriendo en su propia casa. Tranquilizó a su gente y les dijo que observaran con atención lo que sucedería si algo así volviera a ocurrir. Como es médium, al igual que su esposa, invocó al Espíritu perturbador, quien asintió al hecho, y se excusó diciendo: “Quería hablarte, porque estoy desdichado y necesito de sus oraciones; desde hace mucho tiempo hago todo lo que puedo para llamar su atención; te llamo; incluso te jalé de la oreja (M. Indermühle recordó la cosa): nada ayudó. Así que pensé, mientras hacía la escena anoche, que podrías considerar llamarme; lo hiciste, estoy feliz; pero te aseguro que no tenía malas intenciones. Promete llamarme de vez en cuando y rezar por mí. El Sr. Indermühle lo reprendió duramente, repitió la conversación, lo sermoneó, lo que él escuchó con gusto, oró por él, dijo a su gente que hiciera lo mismo, lo cual hicieron como piadosos que son, y desde entonces todo ha permanecido en orden.

Desgraciadamente, no todos son de tan buena composición; este no estuvo mal; pero los hay cuya acción es tenaz, permanente, y hasta puede tener consecuencias nefastas para la salud del individuo, diremos más: para sus facultades intelectuales, si el Espíritu logra subyugar a su víctima hasta el punto de neutralizar su libre albedrío, y obligarle a decir y hacer extravagancias. Tal es el caso de la locura obsesiva, muy diferente en sus causas, si no en sus efectos, de la locura patológica.

Hemos visto, en nuestro viaje, al joven obsesionado mencionado en la Revista de enero de 1861 bajo el título de Poltergeist del Alba, y hemos obtenido de boca del padre y de testigos, la confirmación de todos los hechos. Este joven tiene ahora dieciséis años; es saludable, alto, perfectamente formado y, sin embargo, se queja de dolores de estómago y debilidad en los miembros, lo que, dice, le impide trabajar. Al verlo, se puede creer fácilmente que la pereza es su principal enfermedad, lo que no desmerece la realidad de los fenómenos ocurridos desde hace cinco años, y que recuerdan, en muchos aspectos, a los de Bergzabern (Reseña: mayo, junio y julio de 1858). No es así con su salud moral; de niño era muy inteligente y aprendía en la escuela con facilidad; desde entonces sus facultades se han debilitado notablemente. Es bueno agregar que sólo recientemente él y sus padres han sabido del Espiritismo, y todavía de oídas y muy superficialmente, pues nunca han leído nada; antes, nunca habían oído hablar de él; por lo tanto, no se puede ver en ello una causa provocadora. Los fenómenos materiales casi han cesado, o por lo menos son más raros hoy, pero el estado moral es el mismo, lo que es tanto más molesto para los padres cuanto que viven sólo de su trabajo. Conocemos la influencia de la oración en tales casos; pero como nada se puede esperar del niño a este respecto, se necesitaría la ayuda de los padres; están bastante convencidos de que su hijo está bajo una mala influencia oculta, pero su creencia difícilmente va más allá de eso, y su fe religiosa es muy débil. Le dijimos al padre que debemos orar, pero orar seriamente y con fervor. "Me han dicho eso antes", respondió; oré a veces, pero no hizo nada. Si supiera que, si orara una vez durante veinticuatro horas esto se acabaría, lo volvería a hacer. Vemos así cómo podemos ser secundados, en esta circunstancia, por aquellos que están más interesados en ella.

Aquí está la contrapartida de este hecho, y una prueba de la eficacia de la oración, cuando se hace con el corazón y no con los labios.

Una mujer joven, frustrada en sus inclinaciones, se había casado con un hombre con quien no podía simpatizar. El dolor que sintió por esto, la llevó a un trastorno en sus facultades mentales; bajo la influencia de una idea fija, perdió la razón y se vieron obligados a encerrarla. Esta señora nunca había oído hablar del Espiritismo; si se hubiera molestado en ello, no se habría dejado de decir que los Espíritus le habían vuelto la cabeza. Por lo tanto, el mal procedía de una causa moral accidental muy personal y, en tal caso, es concebible que los remedios ordinarios no pudieran ser de ayuda; como no había obsesión aparente, también se podía dudar de la eficacia de la oración.

Un miembro de la Sociedad Espírita de París, amigo de la familia, pensó que debía preguntar por ella a un Espíritu superior, quien respondió: "La idea fija de esta dama, por su misma causa, atrae a su alrededor una multitud de Espíritus malignos, que la envuelven en su fluido, la mantienen en sus ideas e impiden que lleguen a ella las buenas influencias. Espíritus de esta naturaleza, siempre abundan en ambientes similares a aquél en que ella se encuentra, y son a menudo un obstáculo para la curación de los enfermos. Sin embargo, puedes curarlo, pero para eso necesitas un poder moral capaz de vencer la resistencia, y este poder no se le da a una sola persona. Que cinco o seis Espíritas sinceros se reúnan todos los días, por algunos momentos, y oren fervientemente a Dios y a los buenos Espíritus para que la asistan; que vuestra oración ardiente sea al mismo tiempo magnetización mental; no necesitas, para eso, estar cerca de ella, al contrario; por el pensamiento, podéis llevar sobre ella una saludable corriente fluídica, cuyo poder será debido a vuestra intención y aumentado por el número; de esta manera, podrás neutralizar el mal fluido que la rodea. Hacer esto; tened fe y confianza en Dios, y esperanza”.

Seis personas se dedicaron a esta obra de caridad, y no fallaron un solo día, durante un mes, en la misión que habían aceptado. Después de unos días, el paciente estaba sensiblemente más tranquilo; quince días después, la mejoría era evidente, y hoy esta mujer ha regresado a casa en un estado perfectamente normal, aún ignorante, como su esposo, de dónde provino su cura.

El modo de acción está aquí claramente indicado, y no podemos añadir nada más preciso, a la explicación dada por el Espíritu. La oración, por lo tanto, no sólo tiene el efecto de pedir al paciente una ayuda externa, sino el de ejercer una acción magnética. ¡Qué, pues, no podría el magnetismo secundado por la oración! Desafortunadamente, algunos magnetizadores, como muchos médicos, desprecian demasiado el elemento espiritual; solo ven la acción mecánica y, por lo tanto, se privan de un poderoso auxiliar. Esperamos que los verdaderos Espíritas vean en este hecho una prueba más del bien que pueden hacer en tal circunstancia.

Surge aquí naturalmente una pregunta de gran importancia: ¿Puede el ejercicio de la mediumnidad causar trastornos de la salud y de las facultades mentales?

Nótese que esta pregunta así formulada, es la que plantean la mayoría de los antagonistas del Espiritismo, o, mejor dicho, en vez de pregunta, formulan el principio, como un axioma, al afirmar que la mediumnidad lleva a la locura; estamos hablando de la locura real y no de aquella, más burlesca que seria, con la que se gratifican los seguidores. Se concebiría esta pregunta, por parte de alguien que creyera en la existencia de los Espíritus y en la acción que pueden ejercer, porque para ellos es algo real; pero para los que no creen en ella, la pregunta es un disparate, porque si no hay nada, esa nada no puede producir nada. No siendo esta tesis defendible, se atrincheran en los peligros de la sobreexcitación cerebral que, según ellos, puede provocar la mera creencia en Espíritus. No volveremos sobre este punto ya tratado, pero nos preguntaremos si hemos contado todos los cerebros revueltos por el miedo al demonio, y las espantosas tablas de los suplicios del infierno y la condenación eterna, y si nos es más insano creer que uno tiene cerca Espíritus buenos y benévolos, los padres, los amigos y el ángel de la guarda, que el diablo.

La pregunta formulada de la siguiente manera es más racional y grave, ya que se admite la existencia y la acción de los Espíritus: ¿Puede el ejercicio de la mediumnidad provocar en un individuo la invasión de los Espíritus malignos y sus consecuencias?

Nunca hemos ocultado los escollos que se encuentran en la mediumnidad, por lo que hemos multiplicado las instrucciones sobre este tema en el Libro de los Médiums, y nunca hemos dejado de recomendar el estudio previo antes de dedicarse a la práctica; además, desde la publicación de este libro, el número de los obsesos ha disminuido sensible y notoriamente, porque ahorra una experiencia que los novicios suelen adquirir sólo a su costa. Lo repetimos, sí, sin experiencia, la mediumnidad tiene inconvenientes, el menor de los cuales sería dejarse mistificar por Espíritus engañosos o frívolos; hacer Espiritismo experimental sin estudio es querer hacer manipulaciones químicas sin saber química.

Los numerosos ejemplos de personas obsesionadas y subyugadas de la manera más lamentable, sin haber oído hablar nunca del Espiritismo, prueban sobradamente que el ejercicio de la mediumnidad no tiene el privilegio de atraer los malos Espíritus; además, la experiencia prueba que es un medio para alejarlos, al permitir reconocerlos. Sin embargo, como a menudo hay algunos que deambulan a nuestro alrededor, puede suceder que, encontrando una oportunidad para manifestarse, la aprovechen, si encuentran en el médium una predisposición física o moral que lo haga accesible a su influencia; ahora bien, esta predisposición se debe al individuo y a causas personales previas, y no es la mediumnidad la que la engendra; podemos decir que el ejercicio de la facultad es una ocasión y no una causa; pero si algunos individuos están en este caso, vemos otros que ofrecen a los Espíritus malignos una resistencia invencible, ya quienes éstos no se dirigen. Estamos hablando de los Espíritus realmente malos y dañinos, los únicos realmente peligrosos, y no de los Espíritus ligeros y burlones que se cuela por todas partes.

La presunción de creerse invulnerable contra los malos Espíritus ha sido más de una vez cruelmente castigada, pues nunca se los desafía impunemente por soberbia; el orgullo es la puerta que más fácil acceso les da, porque nadie ofrece menos resistencia que el orgulloso cuando lo tomamos por su lado débil. Antes de dirigirse a los Espíritus, conviene, pues, armarse contra el ataque de los malos, como cuando se camina por un terreno donde se teme la mordedura de las serpientes. Esto se logra, primero por el estudio preliminar que indica la ruta y las precauciones a tomar, luego por la oración; pero hay que penetrar en la verdad de que el único conservante está en sí mismo, en su propia fuerza, y nunca en las cosas exteriores, y que no hay talismanes, ni amuletos, ni palabras sacramentales, ni fórmulas sagradas o profanas que puedan tener la menor eficacia, si uno no posee las cualidades necesarias en uno mismo; por lo tanto, son estas cualidades las que debemos esforzarnos por adquirir.

Si uno estuviera bien penetrado por el fin esencial y serio del Espiritismo, si uno se preparara siempre para el ejercicio de la mediumnidad con una ferviente llamada al ángel de la guarda y a sus Espíritus protectores, si uno se estudiara a sí mismo esforzándose por purificarse de su imperfecciones, los casos de obsesiones medianímicas serían aún más raros; desafortunadamente, muchos lo ven solo como resultado de las manifestaciones; no satisfechos con las pruebas morales que abundan a su alrededor, quieren a toda costa darse la satisfacción de comunicarse con los Espíritus, impulsando el desarrollo de una facultad que a menudo no existe en ellos, guiados en esto, a menudo, más por la curiosidad que de un sincero deseo de mejorar. En consecuencia, en lugar de envolverse en una saludable atmósfera fluídica, de cubrirse con las alas protectoras de sus ángeles de la guarda, de buscar domar sus debilidades morales, abren la puerta a los Espíritus obsesivos que quieren tenerlos, que podrían haberlos atormentado de otra manera y en otro tiempo, pero que aprovechan la oportunidad que se les brinda. ¿Qué se puede decir entonces de los que se burlan de las manifestaciones y sólo ven en ellas un motivo de distracción o curiosidad, o que sólo buscan en ellas el medio de satisfacer su ambición, su codicia o sus intereses materiales? Es en este sentido que podemos decir que el ejercicio de la mediumnidad puede provocar la invasión de los malos Espíritus. Sí, es peligroso jugar con estas cosas. ¡Cuántas personas leen el Libro de los Médiums sólo para saber cómo hacerlo, porque la receta o el proceso es lo que más les interesa! En cuanto, el lado moral de la cuestión es accesorio. Por lo tanto, no es necesario imputar al Espiritismo cuál es el hecho de su imprudencia.

Volvamos a los poseídos de Morzine. Lo que un Espíritu puede hacer a un individuo, varios Espíritus pueden hacerlo a varios individuos simultáneamente, y dan a la obsesión un carácter epidémico. Una nube de Espíritus malignos puede invadir una localidad y manifestarse allí de diversas formas. Es una epidemia de este tipo la que azotó a Judea en la época de Cristo, y, en nuestra opinión, es una epidemia similar la que azotó a Morzine.

Es lo que trataremos de establecer en un próximo artículo, donde sacaremos a relucir las características esencialmente obsesivas de este acontecido. Analizaremos las memorias de los médicos que la observaron, entre otras la del doctor Constant, así como los médiums curativos empleados, ya sea por la medicina o por la vía de los exorcismos.

[1] Ver. diciembre de 1862.