Estudio
sobre los poseídos de Morzine
Las
causas de la obsesión y los medios para combatirla
Segundo
artículo
En nuestro artículo anterior [1],
explicábamos la forma en que se ejerce, sobre el hombre, la acción de los
Espíritus, acción por así decir material. Su causa está enteramente en el
periespíritu, principio no sólo de todos los fenómenos espíritas propiamente
dichos, sino de una multitud de efectos morales, fisiológicos y patológicos
incomprendidos antes del conocimiento de este agente, cuyo descubrimiento, si
se puede expresar así, abrirán nuevos horizontes a la ciencia, cuando ésta
quiera reconocer la existencia del mundo invisible.
El periespíritu, como hemos visto, juega un
papel importante en todos los fenómenos de la vida; es fuente de multitud de
afecciones cuya causa el bisturí busca en vano en la alteración de los órganos,
y contra las cuales la terapia es impotente. Por su expansión, se explican
además las reacciones de individuo a individuo, las atracciones y repulsiones
instintivas, la acción magnética, etc. En el Espíritu libre, es decir
desencarnado, reemplaza al cuerpo material; es el agente sensible, el órgano
por medio del cual actúa. Por la naturaleza fluídica y expansiva del
periespíritu, el Espíritu alcanza al individuo sobre el que quiere actuar, lo rodea,
lo envuelve, lo penetra y lo magnetiza. El hombre que vive en medio del mundo
invisible está incesantemente sujeto a estas influencias, así como a las de la
atmósfera que respira, y esta influencia se expresa en efectos morales y
fisiológicos de los que no es consciente, y que a menudo atribuye a causas
opuestas. Esta influencia naturalmente difiere según las buenas o malas
cualidades del Espíritu, como explicamos en nuestro artículo anterior. Si éste
es bueno y benévolo, la influencia, o si prefiere, la impresión, es agradable,
saludable: es como las caricias de una tierna madre que abraza a su hijo en sus
brazos; si, el hijo es malo y malévolo, ella es dura, dolorosa, ansiosa ya
veces dañina: no besa, oprime. Vivimos en este océano fluídico, incesantemente
expuestos a corrientes contrarias, que atraemos, que repelemos, o a las que nos
abandonamos según nuestras cualidades personales, pero en medio de las cuales,
el hombre conserva siempre su libre albedrío, atributo esencial de su
naturaleza, en virtud de la cual siempre puede elegir su camino.
Esto, como vemos, es bastante independiente
de la facultad medianímica, tal como se la concibe comúnmente. La acción del
mundo invisible, estando en el orden de las cosas naturales, se ejerce sobre el
hombre, al margen de todo conocimiento espírita; estamos sujetos a ella, como
lo estamos a la influencia de la electricidad atmosférica sin saber física,
como estamos enfermos sin saber medicina. Ahora bien, así como la física nos
enseña la causa de ciertos fenómenos, y la medicina la causa de ciertas
enfermedades, el estudio de la ciencia espírita nos enseña la causa de los
fenómenos debidos a las influencias ocultas del mundo invisible, y nos explica
lo que de otro modo nos parecía inexplicable. La mediumnidad es el medio
directo de observación; el médium —permítasenos esta comparación— es el
instrumento de laboratorio por el cual la acción del mundo invisible se
manifiesta de manera patente; y por la facilidad que nos da de repetir
experimentos, nos capacita para estudiar el modo y los varios matices de esta
acción; es de este estudio y de estas observaciones que nació la ciencia espírita.
Cualquier individuo que sufre de cualquier
manera la influencia de los Espíritus es, por eso mismo, un médium, y es sobre
esta base, que se puede decir, que toda la persona es un médium; pero es por
medio de una mediumnidad efectiva, consciente y facultativa que hemos llegado a
observar la existencia del mundo invisible, y por medio de la diversidad de las
manifestaciones obtenidas o provocadas, que hemos podido arrojar luz sobre la
calidad de los seres que lo componen, y sobre el papel que juegan en la
naturaleza; el médium ha hecho por el mundo invisible, lo que el microscopio ha
hecho por el mundo de lo infinitamente pequeño.
Es pues una nueva fuerza, un nuevo poder, una
nueva ley, en una palabra, lo que se nos revela. Es verdaderamente inconcebible
que la incredulidad, incluso rechace la idea de ello, porque esta idea supone
en nosotros un alma, un principio inteligente que sobrevive al cuerpo. Si se
tratara del descubrimiento de una sustancia material y no inteligente, lo
aceptarían sin dificultad; pero la acción inteligente, fuera del hombre, es
superstición para ellos. Si, de la observación de los hechos producidos por la
mediumnidad, nos remontamos a los hechos generales, podemos, por la semejanza
de los efectos, concluir en la semejanza de las causas; sin embargo, es al
notar la analogía de los fenómenos de Morzine con los que la mediumnidad pone
ante nuestros ojos todos los días, que la participación de los Espíritus
malignos nos parece evidente en esta circunstancia, y no parecerá menos, para aquellos
que han meditado sobre los numerosos casos aislados, de los que se informa en
la Revista Espírita. Toda la diferencia está en el carácter epidémico de la
afección; pero la historia relata más de un hecho similar, entre los que
figuran los de las monjas de Loudun, de los convulsionarios de Saint-Médard, de
los camiseros de las Cévennes y de los poseídos del tiempo de Cristo; estos
últimos tienen especialmente una notable analogía con los de Morzine; y una
cosa digna de notarse, es que dondequiera que estos fenómenos han ocurrido, la
idea de que se debían a los Espíritus, ha sido el pensamiento dominante y como
que intuitivo, en aquellos que fueron afectados por ellos.
Si estamos dispuestos a referirnos a nuestro
primer artículo, a la teoría de la obsesión contenida en el Libro de los Médiums,
y a los hechos relatados en la Revista, veremos que la acción de los malos Espíritus
sobre los individuos de quienes se apoderan, presenta matices muy variados de
intensidad y duración según el grado de malignidad y perversidad del Espíritu,
y también según el estado moral de quien les da más o menos fácil acceso. Esta
acción suele ser solo temporal y accidental, más maliciosa y desagradable, que
peligrosa, como en el hecho que relatamos en nuestro artículo anterior. El
siguiente hecho pertenece a esta categoría.
El Sr. Indermühle, de Berna, miembro de la
Sociedad Espírita de París, nos contó que en su propiedad de Zimmerwald, su
labrador, hombre de fuerza hercúlea, se sintió atrapado una noche por un
individuo que lo sacudía con fuerza. Fue una pesadilla, dirás; no, porque este
hombre estaba tan despierto que se levantó y luchó por algún tiempo contra el
que lo abrazaba; cuando se sintió libre, tomó su sable, que colgaba junto a su
cama, y comenzó a sablear en las sombras, pero sin dar en nada. Encendió su
vela, miró por todas partes y no encontró a nadie; la puerta estaba
perfectamente cerrada. Apenas se había vuelto a acostar cuando el jardinero,
que estaba en la habitación de al lado, empezó a pedir ayuda, forcejeando y
gritando que lo estaban estrangulando. El granjero corre hacia su vecino, pero,
como en casa, no encuentra a nadie. Un sirviente que dormía en el mismo
edificio había oído todo este ruido. Toda esta gente asustada vino al día
siguiente a informarle al Sr. Indermühle lo que había sucedido. Este último,
después de haber investigado todos los detalles y haberse asegurado de que
ningún extraño había podido entrar en las habitaciones, estaba más inclinado a
creer en un mal truco de algún Espíritu, una vez que, durante algún tiempo
manifestaciones físicas inequívocas de varios tipos habían estado ocurriendo en
su propia casa. Tranquilizó a su gente y les dijo que observaran con atención
lo que sucedería si algo así volviera a ocurrir. Como es médium, al igual que
su esposa, invocó al Espíritu perturbador, quien asintió al hecho, y se excusó
diciendo: “Quería hablarte, porque estoy desdichado y necesito de sus
oraciones; desde hace mucho tiempo hago todo lo que puedo para llamar su
atención; te llamo; incluso te jalé de la oreja (M. Indermühle recordó la
cosa): nada ayudó. Así que pensé, mientras hacía la escena anoche, que podrías
considerar llamarme; lo hiciste, estoy feliz; pero te aseguro que no tenía
malas intenciones. Promete llamarme de vez en cuando y rezar por mí. El Sr.
Indermühle lo reprendió duramente, repitió la conversación, lo sermoneó, lo que
él escuchó con gusto, oró por él, dijo a su gente que hiciera lo mismo, lo cual
hicieron como piadosos que son, y desde entonces todo ha permanecido en orden.
Desgraciadamente, no todos son de tan buena
composición; este no estuvo mal; pero los hay cuya acción es tenaz, permanente,
y hasta puede tener consecuencias nefastas para la salud del individuo, diremos
más: para sus facultades intelectuales, si el Espíritu logra subyugar a su
víctima hasta el punto de neutralizar su libre albedrío, y obligarle a decir y
hacer extravagancias. Tal es el caso de la locura obsesiva, muy diferente en
sus causas, si no en sus efectos, de la locura patológica.
Hemos visto, en nuestro viaje, al joven
obsesionado mencionado en la Revista de enero de 1861 bajo el título de
Poltergeist del Alba, y hemos obtenido de boca del padre y de testigos, la
confirmación de todos los hechos. Este joven tiene ahora dieciséis años; es saludable,
alto, perfectamente formado y, sin embargo, se queja de dolores de estómago y
debilidad en los miembros, lo que, dice, le impide trabajar. Al verlo, se puede
creer fácilmente que la pereza es su principal enfermedad, lo que no desmerece
la realidad de los fenómenos ocurridos desde hace cinco años, y que recuerdan,
en muchos aspectos, a los de Bergzabern (Reseña: mayo, junio y julio de 1858).
No es así con su salud moral; de niño era muy inteligente y aprendía en la
escuela con facilidad; desde entonces sus facultades se han debilitado
notablemente. Es bueno agregar que sólo recientemente él y sus padres han
sabido del Espiritismo, y todavía de oídas y muy superficialmente, pues nunca
han leído nada; antes, nunca habían oído hablar de él; por lo tanto, no se
puede ver en ello una causa provocadora. Los fenómenos materiales casi han
cesado, o por lo menos son más raros hoy, pero el estado moral es el mismo, lo
que es tanto más molesto para los padres cuanto que viven sólo de su trabajo.
Conocemos la influencia de la oración en tales casos; pero como nada se puede
esperar del niño a este respecto, se necesitaría la ayuda de los padres; están
bastante convencidos de que su hijo está bajo una mala influencia oculta, pero
su creencia difícilmente va más allá de eso, y su fe religiosa es muy débil. Le
dijimos al padre que debemos orar, pero orar seriamente y con fervor. "Me
han dicho eso antes", respondió; oré a veces, pero no hizo nada. Si
supiera que, si orara una vez durante veinticuatro horas esto se acabaría, lo
volvería a hacer. Vemos así cómo podemos ser secundados, en esta circunstancia,
por aquellos que están más interesados en ella.
Aquí está la contrapartida de este hecho, y
una prueba de la eficacia de la oración, cuando se hace con el corazón y no con
los labios.
Una mujer joven, frustrada en sus
inclinaciones, se había casado con un hombre con quien no podía simpatizar. El
dolor que sintió por esto, la llevó a un trastorno en sus facultades mentales;
bajo la influencia de una idea fija, perdió la razón y se vieron obligados a
encerrarla. Esta señora nunca había oído hablar del Espiritismo; si se hubiera
molestado en ello, no se habría dejado de decir que los Espíritus le habían
vuelto la cabeza. Por lo tanto, el mal procedía de una causa moral accidental
muy personal y, en tal caso, es concebible que los remedios ordinarios no
pudieran ser de ayuda; como no había obsesión aparente, también se podía dudar
de la eficacia de la oración.
Un miembro de la Sociedad Espírita de París,
amigo de la familia, pensó que debía preguntar por ella a un Espíritu superior,
quien respondió: "La idea fija de esta dama, por su misma causa, atrae a
su alrededor una multitud de Espíritus malignos, que la envuelven en su fluido,
la mantienen en sus ideas e impiden que lleguen a ella las buenas influencias.
Espíritus de esta naturaleza, siempre abundan en ambientes similares a aquél en
que ella se encuentra, y son a menudo un obstáculo para la curación de los
enfermos. Sin embargo, puedes curarlo, pero para eso necesitas un poder moral
capaz de vencer la resistencia, y este poder no se le da a una sola persona.
Que cinco o seis Espíritas sinceros se reúnan todos los días, por algunos
momentos, y oren fervientemente a Dios y a los buenos Espíritus para que la
asistan; que vuestra oración ardiente sea al mismo tiempo magnetización mental;
no necesitas, para eso, estar cerca de ella, al contrario; por el pensamiento,
podéis llevar sobre ella una saludable corriente fluídica, cuyo poder será
debido a vuestra intención y aumentado por el número; de esta manera, podrás
neutralizar el mal fluido que la rodea. Hacer esto; tened fe y confianza en
Dios, y esperanza”.
Seis personas se dedicaron a esta obra de
caridad, y no fallaron un solo día, durante un mes, en la misión que habían
aceptado. Después de unos días, el paciente estaba sensiblemente más tranquilo;
quince días después, la mejoría era evidente, y hoy esta mujer ha regresado a
casa en un estado perfectamente normal, aún ignorante, como su esposo, de dónde
provino su cura.
El modo de acción está aquí claramente
indicado, y no podemos añadir nada más preciso, a la explicación dada por el
Espíritu. La oración, por lo tanto, no sólo tiene el efecto de pedir al
paciente una ayuda externa, sino el de ejercer una acción magnética. ¡Qué,
pues, no podría el magnetismo secundado por la oración! Desafortunadamente, algunos
magnetizadores, como muchos médicos, desprecian demasiado el elemento
espiritual; solo ven la acción mecánica y, por lo tanto, se privan de un
poderoso auxiliar. Esperamos que los verdaderos Espíritas vean en este hecho una
prueba más del bien que pueden hacer en tal circunstancia.
Surge aquí naturalmente una pregunta de gran
importancia: ¿Puede el ejercicio de la mediumnidad causar trastornos de la
salud y de las facultades mentales?
Nótese que esta pregunta así formulada, es la
que plantean la mayoría de los antagonistas del Espiritismo, o, mejor dicho, en
vez de pregunta, formulan el principio, como un axioma, al afirmar que la
mediumnidad lleva a la locura; estamos hablando de la locura real y no de
aquella, más burlesca que seria, con la que se gratifican los seguidores. Se
concebiría esta pregunta, por parte de alguien que creyera en la existencia de
los Espíritus y en la acción que pueden ejercer, porque para ellos es algo
real; pero para los que no creen en ella, la pregunta es un disparate, porque
si no hay nada, esa nada no puede producir nada. No siendo esta tesis
defendible, se atrincheran en los peligros de la sobreexcitación cerebral que,
según ellos, puede provocar la mera creencia en Espíritus. No volveremos sobre
este punto ya tratado, pero nos preguntaremos si hemos contado todos los
cerebros revueltos por el miedo al demonio, y las espantosas tablas de los
suplicios del infierno y la condenación eterna, y si nos es más insano creer
que uno tiene cerca Espíritus buenos y benévolos, los padres, los amigos y el
ángel de la guarda, que el diablo.
La pregunta formulada de la siguiente manera
es más racional y grave, ya que se admite la existencia y la acción de los
Espíritus: ¿Puede el ejercicio de la mediumnidad provocar en un individuo la invasión
de los Espíritus malignos y sus consecuencias?
Nunca hemos ocultado los escollos que se
encuentran en la mediumnidad, por lo que hemos multiplicado las instrucciones
sobre este tema en el Libro de los Médiums, y nunca hemos dejado de recomendar
el estudio previo antes de dedicarse a la práctica; además, desde la
publicación de este libro, el número de los obsesos ha disminuido sensible y
notoriamente, porque ahorra una experiencia que los novicios suelen adquirir
sólo a su costa. Lo repetimos, sí, sin experiencia, la mediumnidad tiene
inconvenientes, el menor de los cuales sería dejarse mistificar por Espíritus
engañosos o frívolos; hacer Espiritismo experimental sin estudio es querer
hacer manipulaciones químicas sin saber química.
Los numerosos ejemplos de personas
obsesionadas y subyugadas de la manera más lamentable, sin haber oído hablar
nunca del Espiritismo, prueban sobradamente que el ejercicio de la mediumnidad
no tiene el privilegio de atraer los malos Espíritus; además, la experiencia
prueba que es un medio para alejarlos, al permitir reconocerlos. Sin embargo,
como a menudo hay algunos que deambulan a nuestro alrededor, puede suceder que,
encontrando una oportunidad para manifestarse, la aprovechen, si encuentran en
el médium una predisposición física o moral que lo haga accesible a su influencia;
ahora bien, esta predisposición se debe al individuo y a causas personales
previas, y no es la mediumnidad la que la engendra; podemos decir que el
ejercicio de la facultad es una ocasión y no una causa; pero si algunos
individuos están en este caso, vemos otros que ofrecen a los Espíritus malignos
una resistencia invencible, ya quienes éstos no se dirigen. Estamos hablando de
los Espíritus realmente malos y dañinos, los únicos realmente peligrosos, y no
de los Espíritus ligeros y burlones que se cuela por todas partes.
La presunción de creerse invulnerable contra
los malos Espíritus ha sido más de una vez cruelmente castigada, pues nunca se
los desafía impunemente por soberbia; el orgullo es la puerta que más fácil
acceso les da, porque nadie ofrece menos resistencia que el orgulloso cuando lo
tomamos por su lado débil. Antes de dirigirse a los Espíritus, conviene, pues,
armarse contra el ataque de los malos, como cuando se camina por un terreno
donde se teme la mordedura de las serpientes. Esto se logra, primero por el
estudio preliminar que indica la ruta y las precauciones a tomar, luego por la
oración; pero hay que penetrar en la verdad de que el único conservante está en
sí mismo, en su propia fuerza, y nunca en las cosas exteriores, y que no hay
talismanes, ni amuletos, ni palabras sacramentales, ni fórmulas sagradas o profanas
que puedan tener la menor eficacia, si uno no posee las cualidades necesarias
en uno mismo; por lo tanto, son estas cualidades las que debemos esforzarnos
por adquirir.
Si uno estuviera bien penetrado por el fin
esencial y serio del Espiritismo, si uno se preparara siempre para el ejercicio
de la mediumnidad con una ferviente llamada al ángel de la guarda y a sus
Espíritus protectores, si uno se estudiara a sí mismo esforzándose por
purificarse de su imperfecciones, los casos de obsesiones medianímicas serían
aún más raros; desafortunadamente, muchos lo ven solo como resultado de las
manifestaciones; no satisfechos con las pruebas morales que abundan a su
alrededor, quieren a toda costa darse la satisfacción de comunicarse con los Espíritus,
impulsando el desarrollo de una facultad que a menudo no existe en ellos,
guiados en esto, a menudo, más por la curiosidad que de un sincero deseo de
mejorar. En consecuencia, en lugar de envolverse en una saludable atmósfera
fluídica, de cubrirse con las alas protectoras de sus ángeles de la guarda, de
buscar domar sus debilidades morales, abren la puerta a los Espíritus obsesivos
que quieren tenerlos, que podrían haberlos atormentado de otra manera y en otro
tiempo, pero que aprovechan la oportunidad que se les brinda. ¿Qué se puede
decir entonces de los que se burlan de las manifestaciones y sólo ven en ellas
un motivo de distracción o curiosidad, o que sólo buscan en ellas el medio de
satisfacer su ambición, su codicia o sus intereses materiales? Es en este sentido
que podemos decir que el ejercicio de la mediumnidad puede provocar la invasión
de los malos Espíritus. Sí, es peligroso jugar con estas cosas. ¡Cuántas
personas leen el Libro de los Médiums sólo para saber cómo hacerlo, porque la
receta o el proceso es lo que más les interesa! En cuanto, el lado moral de la cuestión
es accesorio. Por lo tanto, no es necesario imputar al Espiritismo cuál es el
hecho de su imprudencia.
Volvamos a los poseídos de Morzine. Lo que un
Espíritu puede hacer a un individuo, varios Espíritus pueden hacerlo a varios
individuos simultáneamente, y dan a la obsesión un carácter epidémico. Una nube
de Espíritus malignos puede invadir una localidad y manifestarse allí de
diversas formas. Es una epidemia de este tipo la que azotó a Judea en la época
de Cristo, y, en nuestra opinión, es una epidemia similar la que azotó a
Morzine.
Es lo que trataremos de establecer en un
próximo artículo, donde sacaremos a relucir las características esencialmente
obsesivas de este acontecido. Analizaremos las memorias de los médicos que la
observaron, entre otras la del doctor Constant, así como los médiums curativos
empleados, ya sea por la medicina o por la vía de los exorcismos.
[1]
Ver. diciembre de 1862.