Reúnen en sí la ciencia, la prudencia y la bondad; su lenguaje sólo respira benevolencia, y es
constantemente digno, elevado y con frecuencia sublime. Su superioridad les hace, más que a los otros, aptos
para darnos las nociones más justas de las cosas del mundo incorpóreo, en los límites en que le es permitido
al hombre conocerlo. Se comunican voluntariamente con aquellos que buscan la verdad de buena fe y que
están lo suficientemente desligados de las cosas terrestres para poder comprenderla; pero se alejan de
aquellos a quienes anima solamente la curiosidad, o a quienes la influencia de la materia les desvía de la
práctica del bien.
Cuando, por excepción, encarnan en la Tierra, es para cumplir una misión de progreso, y nos ofrecen
entonces el tipo de la perfección a la que la humanidad puede aspirar en este mundo.