Uno de los más importantes principios fundamentales de la doctrina espiritista, es, sin contradicción, el
que establece los diferentes órdenes de Espíritus.
Al principio de las manifestaciones se creyó que un ser, por el solo hecho de ser Espíritu, debía alcanzar
la ciencia infusa y poseer la suprema sabiduría, y muchísima gente se creyó en posesión de un medio
infalible de adivinación. Este error ha dado lugar a muchos desengaños. La experiencia ha demostrado bien
pronto que el mundo invisible está lejos de contener no más que Espíritus superiores. Ellos mismos nos
enseñan que no son iguales en saber ni en moralidad y que su elevación depende del grado de perfección a
que han llegado, trazándonos asimismo los caracteres distintos de estos diferentes grados que constituyen lo
que nosotros denominamos Escala espiritista. Desde entonces, la diversidad y las contradicciones en su
lenguaje tuvieron explicación, y se comprendió que entre los Espíritus, como entre los hombres, para saber
una cosa determinada, no basta dirigirse al primero que se presente.
Esta escala nos da también la clave de una multitud de fenómenos y de anomalías aparentes, que sería
difícil, si no imposible, poder comprender sin ella. Por otra parte, es un asunto que personalmente nos
interesa, puesto que por nuestra alma pertenecemos al mundo espirita, al cual entramos al abandonar la vida
corporal, y nos muestra también la ruta a seguir para llegar a la perfección y al bien supremo.
Desde el punto de vista de la ciencia práctica, nos da los medios para juzgar a los Espíritus que se
presentan en las manifestaciones, y de apreciar el grado de confianza que su lenguaje debe inspirarnos. Este
estudio requiere una observación atenta y sostenida. Si se necesita tiempo y experiencia para aprender a
conocer a los hombres, no se necesita menos para aprender a conocer a los Espíritus.
La escala espiritista comprende tres órdenes principales indicados por los Espíritus y perfectamente
caracterizados. Como cada uno de estos órdenes presenta diferentes matices, los hemos subdividido en
muchas clases, determinadas por el carácter predominante de los Espíritus comprendidos en ellas. Esta
clasificación, con todo, no tiene nada de absoluta: cada categoría no ofrece un carácter distinto de las otras,
sino en su conjunto; los matices de los grados se esfuman como en los reinos de la naturaleza, como en los
colores del arco iris, o como en los diferentes períodos de la vida. De veinte a cuarenta años, el hombre
experimenta un cambio notable: a veinte años, es un joven; a cuarenta, es un hombre hecho; pero entre ambas
fases de la vida, no sería posible fijar una línea divisoria que precisase dónde terminaba uno y empezaba otro
de sus grados evolutivos. Lo mismo pasa con los grados de la escala espiritista. Debemos hacer observar, por
ende, que los Espíritus no siempre pertenecen exclusivamente a tal o cual clase: su progreso se va realizando
paulatinamente, y con frecuencia más en un sentido que en otro; de manera que se pueden reunir los
caracteres de muchas categorías, lo que es fácil reconocer por su lenguaje y por sus actos.
Principiamos la escala por los órdenes inferiores, porque éste es el punto de partida de los Espíritus que
se elevan gradualmente desde los últimos rangos a los primeros.
TERCER ORDEN. ESPIRITUS IMPERFECTOS
Caracteres generales
- Predominio de la materia sobre el espíritu. Propensión al mal. Ignorancia,
orgullo, egoísmo y todas las malas pasiones que son su secuela.
Tienen la intuición de Dios, pero no le comprenden.
No son todos esencialmente malos: hay algunos que son más ligeros, inconsecuentes y maliciosos, que
verdaderamente malos. Los hay que no hacen bien ni mal; pero por el solo hecho de no practicar el bien,
descubren su inferioridad Otros, por el contrario, se complacen en el mal, y quedan satisfechos cuando hallan
ocasión de hacerlo. Pueden unir 1a inteligencia a la maldad o a la malicia; pero cualquiera que sea su
desarrollo intelectual, sus ideas son poco elevadas, y sus sentimientos, más o menos abyectos.
Sus conocimientos sobre las cosas del mundo espirita, son limitados; y lo poco que de ellas saben, lo
confunden con su ideas y prejuicios de la vida corporal. No pueden darnos sino nociones falsas e
incompletas, y el observador atento, halla con frecuencia en sus comunicaciones, aunque imperfectas, 1a
confirmación de las grandes verdades enseñadas por los Espíritus superiores.
Su carácter se revela por su lenguaje. Todo Espíritu que en sus comunicaciones, disfraza un mal
pensamiento, puede clasificarse en el tercer orden. Por lo mismo, todo mal pensamiento que nos sea sugerido,
podemos creer que procede de un Espíritu de ese orden.
Ven, los tales, la felicidad de los buenos, y esta visión para ellos un tormento incesante, porque
experimentan todas las angustias que pueden producir la envidia y los celos. Conservan también el recuerdo
y la percepción de los sufrimientos de la vida corporal, y esta impresión es frecuentemente más penosa que la
realidad. Sufren, pues, verdaderamente por los males que han producido y que han hecho producir a otros; y,
como sufren durante mucho tiempo, creen que han de sufrir siempre. Dios, para castigarles, quiere que e sea
su creencia.
A los Espíritus imperfectos se les puede dividir en cuatro grupos principales, a saber:
Novena clase: ESPIRITUS IMPUROS.
Son inclinados al mal y lo hacen objeto de sus preocupaciones. Como Espíritus, dan consejos pérfidos,
sugieren la discordia y la desconfianza y adoptan todos los disfraces para engañar mejor. Se apegan a los
caracteres débiles que ceden a sus sugestiones, a fin de inducirles a su perdición, y quedan satisfechos con
poder retardar su progreso y con hacerles sucumbir en las pruebas que ellos sufren.
En las manifestaciones se les conoce por su lenguaje. La trivialidad y la grosería son en los Espíritus,
como en los hombres, indicio fidedigno de inferioridad moral, cuando no intelectual. Sus comunicaciones
descubren la bajeza de sus inclinaciones, y si quieren ocultarlo hablando de una manera sensata, no pueden
sostener por mucho rato su ficción y acaban siempre por delatar su origen.
Ciertos pueblos han convertido a tales Espíritus en divinidades maléficas; otros les designan con los
nombres de demonios, genios malos o Espíritus del mal.
Los seres que animan cuando están encarnados, son inclinados a todos los vicios que engendran las
pasiones viles y degradantes: la sensualidad, la crueldad, la estafa, la hipocresía, la concupiscencia, la
envidia, la avaricia sórdida... Hacen el mal por el placer de hacerlo, lo más frecuentemente sin motivo y por
odio al bien, y eligen sus víctimas, casi siempre, entre la gente más honorable. Son azote de la humanidad,
cualquiera que sea el rango social a que pertenezcan. El barniz de civilización que pueda cubrirles, no les
libra del oprobio y de la ignominia.
Octava clase: ESPIRITUS LIGEROS.
Son ignorantes, maliciosos, inconsecuentes y falaces. Se meten en todo, responden a todo, y no se
preocupan gran cosa de la verdad. Les gusta causar pequeñas penas y pequeñas alegrías, promover enredos, e
inducir maliciosamente a error, por mistificaciones y travesuras. A esta clase pertenecen los Espíritus
vulgarmente designados con los nombres de duendes, trasgos, gnomos, diablejos... Están bajo la dependencia
de los Espíritus superiores, que los emplean con frecuencia como nosotros empleamos a nuestros sirvientes o
peones.
Parecen estar, más que otros, apegados a la materia, y ser los agentes principales de las vicisitudes de los
elementos del globo, sea que habiten el aire, el agua, el fuego, los cuerpos duros o las entrañas de la tierra.
Manifiestan siempre su presencia por efectos sensibles, tales como golpes, movimientos y desplazamiento
anormal de objetas o cuerpos sólidos, agitación del aire, etc., lo que les ha valido el nombre de Espíritus
golpeadores o perturbadores. Se reconoce que estos fenómenos no son debidos a una causa fortuita y natural,
cuando tienen carácter intencional o inteligente. Todos los Espíritus pueden producir estos fenómenos pero los Espíritus elevados, en general, los dejan al cuidado de los Espíritus inferiores, más aptos para las cosas
materiales que para las espirituales.
En sus comunicaciones con los hombres, su lenguaje es, algunas veces, espiritual y atildado, pero casi
siempre sin meollo; usan mucho los equívocos, que emplean en frases mordaces y satíricas. Si se presentan
con nombres supuestos, es más por malicia que por maldad.
Séptima clase: ESPIRITUS PSEUDO SABIOS.
Sus conocimientos son muy extensos; pero creen saber más de lo que saben. Habiendo alcanzado
algún progreso desde distintos puntos de vista, su lenguaje es serio y puede inducir a error sobre sus
capacidades y sus luces; pero esto no es, frecuentemente, sino el reflejo de los prejuicios y de las ideas
sistemáticas de la vida terrestre: es una mezcolanza de algunas verdades con errores de monta, entre las que
flotan la presunción, el orgullo, los celos y la tenacidad en mantener sus tesis, de los que no han podido
despojarse.
Sexta clase: ESPIRITUS NEUTROS.
No son, ni lo bastante buenos para hacer el bien, ni lo bastante malos para hacer el mal: se inclinan
igualmente hacia el uno y hacia el otro, y no se elevan por encima de la condición vulgar de la humanidad;
tanto en lo moral como en lo inteligente. Están apegados a las cosas de este mundo del que echan de menos
los goces groseros.
SEGUNDO ORDEN. ESPIRITUS BUENOS
Caracteres generales.
Predominio del Espíritu sobre la materia, deseo del bien. Sus cualidades y su
poder para practicar el bien, están en razón directa con el grado a que han llegado: unos tienen experiencia,
otros sabiduría y bondad; los mas adelantados reúnen la sabiduría a las cualidades morales. No estando aún
completamente desmaterializados, conservan más o menos, según su rango, las huellas de la existencia
corporal, sea en la forma del lenguaje, sea en sus hábitos, en los que se descubren algunas de sus manías. Si
no fuera así, serían Espíritus perfectos.
Comprenden a Dios y lo infinito, y gozan de la felicidad de los buenos. Se regocijan del bien que hacen y
del mal que impiden. El amor que les une, es para ellos, fuente de dicha inefable que no alteran ni la envidia,
ni los pesares, ni los remordimientos, ni ninguna de las malas pasiones que constituyen el tormento de los
Espíritus imperfectos; pero todos tienen todavía pruebas que pasar, hasta que hayan alcanzado la perfección
absoluta.
Como Espíritus, suscitan buenos pensamientos, separan a los hombres de la senda del mal, protegen en la
vida a los que se hacen dignos, y neutralizan la influencia de los Espíritus imperfectos en aquellos que no se
complacen en sentirla.
Los que están encarnados son buenos y benévolos con sus semejantes; no les mueve el orgullo, ni el
egoísmo, ni la ambición; no se dejan dominar por la cólera, ni por el rencor, ni por la envidia, ni por los
celos, y hacen el bien por el bien mismo.
A este orden pertenecen los Espíritus que en las creencias vulgares se designan con los nombres de
genios protectores, Espíritus de bondad. En los tiempos de ignorancia y de superstición, se les convirtió en
divinidades protectoras.
Se les puede subdividir, también, en cuatro grupos principales, a saber:
Quinta clase: ESPIRITUS BENEVOLOS.
Su cualidad dominante es la bondad: se complacen en servir a los hombres y en protegerlos, pero su
saber es limitado: su progreso es mayor en el orden moral que en el intelectual.
Cuarta clase: ESPIRITUS CULTOS.
Lo que les distingue especialmente es la extensión de sus conocimientos. Se preocupan menos de los
asuntos morales que de los científicos, para los cuales son mas aptos pero no utilizan su ciencia sino en lo
útil, y jamás mezclan con ella ninguna de las pasiones que son propias de los Espíritus imperfectos.
Tercera clase: ESPIRITUS PRUDENTES.
Las cualidades morales del orden más elevado constituyen su característica. Sin poseer ilimitados
conocimientos, están dotados de una capacidad intelectual que les da un juicio sano sobre los hombres y
sobre las cosas.
Segunda clase: ESPIRITUS SUPERIORES.
Reúnen en sí la ciencia, la prudencia y la bondad; su lenguaje sólo respira benevolencia, y es
constantemente digno, elevado y con frecuencia sublime. Su superioridad les hace, más que a los otros, aptos
para darnos las nociones más justas de las cosas del mundo incorpóreo, en los límites en que le es permitido
al hombre conocerlo. Se comunican voluntariamente con aquellos que buscan la verdad de buena fe y que
están lo suficientemente desligados de las cosas terrestres para poder comprenderla; pero se alejan de
aquellos a quienes anima solamente la curiosidad, o a quienes la influencia de la materia les desvía de la
práctica del bien.
Cuando, por excepción, encarnan en la Tierra, es para cumplir una misión de progreso, y nos ofrecen
entonces el tipo de la perfección a la que la humanidad puede aspirar en este mundo.
PRIMER ORDEN ESPIRITUS PUROS
Caracteres generales.
Ninguna influencia de la materia; superioridad intelectual y moral absoluta, con
relación a los Espíritus de los otros órdenes.
Clase única.
Han recorrido ya todos los grados de la escala, y están libres de todas las impurezas de la materia.
Habiendo alcanzado la suma perfección de que es susceptible la criatura, no tienen que pasar por nuevas
pruebas ni por nuevas expiaciones; y no estando sujetos a la reencarnación en cuerpos perecederos, gozan de
la vida eterna en el seno de Dios. Su dicha es inalterable, porque no están sujetos ni a las necesidades, ni a las
vicisitudes de la vida material; pero tal dicha no es aquella de una ociosidad monótona, basada en una
contemplación perpetua. Son los mensajeros y los ministros de Dios, de quien ejecutan las órdenes para el
mantenimiento de la armonía del Universo; tienen ascendientes sobre todos los Espíritus que le son
inferiores, a quienes asignan la misión que han de desempeñar y les ayudan a perfeccionarse; y asisten a los
hombres en sus tribulaciones, y les excitan al bien o a la expiación de las faltas que les alejan de la felicidad
suprema, lo que es para ellos una dulce ocupación. Se les designa algunas veces con los nombres de ángeles,
arcángeles o serafines.
Los hombres pueden entrar en comunicación con ellos; pero sería muy presuntuoso el que pretendiera
tenerles constantemente a sus órdenes.
Están equivocados los que califican a estos Espíritus de increados. Los Espíritus increados serían de toda
eternidad, como Dios: y si en el Universo pudieran existir seres sin la voluntad de Dios, Dios no seria
todopoderoso. Algunos Espíritus se han servido de esa expresión; mas, no en ese sentido: han querido decir
que tales Espíritus no volverían a encarnar, y, desde este punto de vista, no volverían a ser creados como los
hombres. El término es impropio, porque puede dar lugar a una falsa interpretación. Es el inconveniente que
tiene el atenerse a la letra sin escrutar el fondo del pensamiento. (Véase Angel.)