Acción oculta
Los Espíritus obran frecuentemente sobre nuestro pensamiento, sin que nos demos cuenta de ello, nos
inducen a tal o cual cosa, nosotros creemos obrar por nuestra propia cuenta, y no hacemos otra cosa que
ceder a una sugestión extraña.
De lo dicho no hay que inferir que carezcamos de iniciativa; lejos de eso, el Espíritu encarnado goza
siempre de su albedrío, no hace en definitiva sino lo que quiere, y frecuentemente sigue su impulso personal.
Para darnos cuenta de cómo pasan las cosas, es preciso representarnos nuestra alma desprendida de sus
ligaduras por la emancipación, lo que tiene siempre lugar durante el sueño, y algunas veces, durante la vigilia
también. Entonces entra el alma en comunicación con los Espíritus, como si uno saliera de su casa para ir a la
de un vecino permítasenos esta comparación familiar, con el que entra en conversación, o para hablar con
más exactitud, en intercambio de pensamientos. La influencia del Espíritu extraño no es una imposición,
sino un modo de consejo que da a nuestra alma; consejo que puede ser más o menos prudente, según la
naturaleza del Espíritu, y que el alma queda en libertad de seguir o de rechazar, pero que puede apreciar
mejor cuando no está bajo el influjo de las ideas que suscita la vida de relación. A esto obedece el que se diga
que la noche es consejera.
No es siempre fácil distinguir el pensamiento sugerido del pensamiento propio, porque frecuentemente se
confunden. Sin embargo, cabe la presunción de que nos viene de una fuente extraña cuando es espontáneo,
cuando surge en nosotros como una inspiración y es opuesto a nuestra manera de apreciar. Nuestro juicio y
nuestra conciencia nos hacen distinguir si es bueno o malo.
Manifestaciones patentes
Las manifestaciones patentes difieren de las manifestaciones ocultas, en que aquéllas son apreciables por
nuestros sentidos. Constituyen, propiamente hablando, todos los fenómenos espiritas que se nos presentan
bajo formas diferentes.
Manifestaciones físicas
Se les da este nombre a las manifestaciones que se limitan a fenómenos materiales, tales como los ruidos,
baraúndas, movimiento y traslación de objetos, etc. Por regla general, no acusan ningún objetivo directo: su
fin es llamar nuestra atención sobre una cosa determinada y convencernos de la presencia de un poder
superior al del hombre. Para muchas personas, esta clase de manifestaciones no son sino un motivo de
curiosidad; para el observador, son, por lo menos, la revelación de una fuerza desconocida, digna, por todos
conceptos, de un estudio serio.
Los más simples efectos de este género, son los golpes percibidos sin causa ostensible conocida; y el
movimiento circular de una mesa o de un objeto cualquiera, con imposición de manos, o sin ella; pero pueden
adquirir proporciones bien diferentes y extrañas: los ruidos y golpes se producen algunas veces en diferentes
lugares y con tal intensidad, que degeneran en verdadera zarabanda; los muebles son desplazados, tirados por
los suelos, levantados en el aire; los objetos transportados de uno a otro lugar a la vista de todo el mundo; las
cortinas descorridas, los cubrecamas arrancados, las campanillas agitadas... Se desprende que cuando tales
cosas se presencian, ciertas personas las atribuyen al diablo. Un estudio atento ha hecho justicia a esa
creencia supersticiosa; más tarde volveremos a tratar de ella.
Manifestaciones inteligentes
Si los fenómenos de que acabamos de hablar se hubieran limitado a efectos materiales, ninguna duda
cabe que se los hubiera podido atribuir a una causa puramente física, a la acción de algún fluido cuyas
propiedades fueran aún desconocidas; pero cuando dieron señales indudables de inteligencia, ya no pudo
pensarse de igual modo. Si todo efecto tiene su causa, todo efecto inteligente debe tener una causa
inteligente. Es fácil distinguir un objeto que se agita, un movimiento simplemente mecánico de un
movimiento intencional. Si este objeto, por el ruido o el movimiento, hace una señal, es evidente que ha
intervenido en ello una inteligencia. La razón nos dice que no es el objeto material el inteligente: luego hemos de concluir que es movido por una causa inteligente extraña. Tal es el caso de los fenómenos que nos
ocupan.
Si las manifestaciones puramente físicas de que acabamos de tratar son de naturaleza que cautiva nuestro
interés, con mayor razón han de serlo cuando revelan la presencia de una inteligencia oculta, porque entonces
no es simplemente un cuerpo inerte el que tenemos ante nosotros, sino un ser capaz de comprendernos, con el
que podemos establecer un cambio de pensamientos. Desde luego, se concibe que en este caso el modo de
experimentación debe ser muy otro que si se tratara de un fenómeno esencialmente material, y que nuestros
procedimientos de laboratorio son impotentes para dar cuenta de hechos que pertenecen al orden intelectual.
No puede ser ésta cuestión de análisis ni de cálculos matemáticos de fuerzas; y éste es, precisamente, el error
en que han caído la mayor parte de los sabios, que se han creído en presencia de uno de esos fenómenos que
la ciencia reproduce a voluntad y sobre los cuales se puede operar como sobre una sal o un gas. Esto no
merma en nada su lo que decimos solamente es que se han equivocado al creer que pueden poner a los
Espíritus un una retorta, como el espíritu de vino, y que los fenómenos espiritistas no son más del dominio de
las ciencias exactas que los temas teológicos o metafísicos.
Manifestaciones aparentes
Las manifestaciones aparentes más comunes tienen lugar durante el sueño, por los ensueños: son las
visiones. Los en sueños no han sido nunca explicados por la ciencia: cree haberlo dicho todo atribuyéndolos a
un efecto ce la imaginación; pero no nos dice que es la imaginación ni como produce estas imágenes tan
claras y tan límpidas que se nos presentan algunas veces. Eso es explicar una cosa desconocida por otra que
no lo es menos: la incógnita queda en pie. Es, se dice, un recuerdo de las preocupaciones de la vigilia, y aun
admitiendo esta solución, que no es simple, sino compleja, quedaría por saber cual es el espejo mágico que
conserva de ese modo la impresión de las cosas, y, sobre todo, cómo explicar las visiones de cosas reales que
no se han visto nunca en el estado de vigilia, y ni siquiera se ha pensado en ellas. El Espiritismo, solamente,
podía darnos la clave de ese fenómeno extraño, que pasa inadvertido, a causa de su misma vulgaridad, como
todas las maravillas de la naturaleza que hollamos con nuestros pies. No puede entrar en nuestros cálculos
examinar todas las particularidades que pueden presentar los sueños; las resumimos diciendo que pueden ser
una visión actual de cosas presentes o ausentes, una visión retrospectiva del pasado, y, en algunos casos
excepcionales, un presentimiento del porvenir. También son, con frecuencia, cuadros alegóricos que los
Espíritus hacen pasar ante nuestros ojos para darnos útiles advertencias y saludables consejos, si ellos son
buenos, o para inducirnos a error y halagar nuestras pasiones, si ellos son imperfectos.
Las personas que vemos en sueños, son, pues, verdaderas visiones: si soñamos con más frecuencia con
aquellas que ocupan amaestro pensamiento, es porque el pensamiento es un modo de evocación y por ella
atraemos al Espíritu de aquellas personas, estén vivas o muertas.
Nos parecería insultar al buen sentido de nuestros lectores refutando todo lo que hay de absurdo y de
ridículo en estos manuales que suelen llevar por título o tiene como objeto, la interpretación de los sueños.
Las apariciones propiamente dichas tienen lugar en el estado de vigilia, cuando se goza de 1a plenitud y
entera libertad de las facultades. Este, sin ninguna duda, es el género de manifestaciones más propia para
excitar la curiosidad: pero es también el menos fácil de obtener. Los Espíritus pueden manifestarse
ostensiblemente de diferentes maneras. Algunas veces es bajo forma de llamas o de fulgores más o menos
brillantes que no tienen analogía, ni por su aspecto, ni por Las circunstancias en que se producen, con los
fuegos fatuos ni con otros fenómenos físicos, cuya causa está perfectamente demostrada. Otras veces toman
rasgos de una persona, conocida o no, sobre cuya individualidad cabe la ilusión, según las ideas de que cada
uno este imbuido. En este caso, es una imagen vaporosa, etérea, para la que no ofrecen ningún obstáculo los
cuerpos sólidos. Los hechos de este género son muy numerosos pero antes de atribuirlos a la ilusión o a la
superchería, hay que tener en cuenta las circunstancias en que se han producido y la posición y el carácter del
narrador; esto último sobre todo.
En ciertos casos, la aparición se hace tangible, esto es: adquiere momentáneamente, bajo el imperio de
ciertas circunstancias, las propiedades de la materia sólida. Entonces no es por los ojos, sino por el tacto, por
el que se comprueba su realidad. Si se puede atribuir a la ilusión, o a una especie de fascinación, la aparición
simplemente visual, la duda no cabe cuando se la puede tocar, palpar. aprehender, o cuando es la aparición la
que toca, acaricia, aprisiona o zarandea al observador.
Manifestaciones espontáneas
La mayor parte de los fenómenos de que acabamos de hablar, principalmente de aquellos que pertenecen
al género de las manifestaciones físicas y aparentes, puede producirse espontáneamente, es decir, sin que la
voluntad intervenga en ello. En otras circunstancias pueden ser provocados por la voluntad de personas
denominadas médiums, dotadas, a este efecto, de un poder especial.
Las manifestaciones espontáneas no son ni raras ni nuevas: hay pocas crónicas locales que no contengan
alguna historia de este género. El miedo, a no dudarlo, ha exagerado frecuentemente los hechos, que han
tomado, en ese caso, proporciones gigantescamente ridículas al pasan de boca en boca, A ello ha ayudado
grandemente la superstición, y las casas donde tales hechos pasaron se reputaron hechizadas por el diablo: de
aquí todos los cuentos maravillosos o terribles de los aparecidos. Por su parte, la maulería no ha dejado
escapar una tan propicia ocasión para explotar la credulidad, y esto, frecuentemente, en provecho de los
intereses personales. Se concibe, finalmente, la impresión que los hechos de este género, aun reducidos a sus
exactas proporciones, han de causar en los caracteres débiles y predispuestos por la educación a las ideas
supersticiosas. El más seguro medio de prevenir los inconvenientes que pueden acarrear, ya que no es posible
el impedirlos, es dar a conocer la verdad acerca de ellos. Las cosas más simples se convierten en terroríficas
cuando se desconoce la causa. Cuando nos hayamos familiarizado con los Espíritus, cuando aquellos a
quienes se manifiestan no crean tener una legión de demonios en su derredor, habrá desaparecido el miedo.
Las manifestaciones espontáneas se producen muy raramente en los lugares aislados: es casi siempre en
las casas habitadas donde tienen lugar, y por la presencia de ciertas personas que ejercen una influencia sobre
ellas. Estas personas son verdaderos médiums que ignoran que lo son, circunstancia por la cual los llamamos
nosotros médiums naturales. Estos son, con relación a los otros médiums, lo que los sonámbulos naturales
con relación a los sonámbulos magnéticos, y no menos dignos de observación que éstos. Por esta causa
recomendamos a los que se ocupan de los fenómenos espiritistas, que recojan atentamente cuantos hechos de
este género lleguen a su noticia; pero cuidando sobre todo de comprobar su realidad, para evitar ser
engañados por la ilusión o el fraude. Una observación atenta conduce irremisiblemente a ese resultado.
Se debe estar alerta, no solo contra los relatos que puedan pecar de exagerados, sino contra las propias
impresiones, y no atribuir origen oculto a todo aquello que no se comprende. Una infinidad de causas muy
simples y muy naturales pueden producir efectos extraños a primera vista, y sería una verdadera superstición
ver en todas partes Espíritus ocupados en remover muebles, romper vajillas, suscitar, en fin, mil y una
zarabandas con los muebles, que no es racional cargar en cuenta sino a nuestra torpeza.
Lo que se debe hacer en semejantes casos, es inquirir la causa, y hay cien probabilidades contra una, de
que se hallará en alguna, bien simple, lo que se creía obra de algún Espíritu perturbador. Cuando se produce
un fenómeno inexplicado, lo primero que debemos pensar es que éste es debido a una causa material, por ser
lo más probable, y sólo admitir la intervención de los Espíritus a buena cuenta y cuando no hallemos otra
explicación. Aquel, por ejemplo, que hallándose solo o alejado de otras personas, reciba un bofetón o un
bastonazo en lis espaldas, como ha sucedido algunas veces, puede admitir la presencia de un ser invisible;
mas no así, el que este en contacto con otras personas que pueden haberle gastado aquella chanza.
De todas las manifestaciones espiritas, las mas simples y las más frecuentes son los ruidos, los golpes; y
es ante ellas cuando más hay que precaverse contra la ilusión, porque son innumerables las causas naturales
que pueden producir esos mismos hechos: el viento que sopla o que agita un objeto, un objeto removido por
uno mismo sin darse cuenta de ello, un efecto de acústica, un animal oculto, un insecto, etcétera.. amen de
las artimañas de los que quieran divertirse. Los ruidos espiritistas tienen un carácter particular, que afectando
un timbre de intensidad muy variada, los hace fácilmente apreciables y no confundibles con el chasquido de
una madera que se abre, con el de una puerta que se mueve y golpea contra su armazón, con el chisporroteo
del fuego, con el tic tac de un péndulo, etc.: son golpes, ora sordos, débiles y ligeros. ora claros. distintos y a
veces estrepitosos, que cambian de lugar de modo y se repiten sin regularidad mecánica. De todos los medios
de comprobación, el más eficaz, el que no deja lugar a dudas sobre el origen del ruido, es la obediencia a la
voluntad. Si se producen en el lugar que se les designa, si responden a nuestro pensamiento con el número o
con la intensidad, no se puede desconocer en ellos una causa inteligente; pero la falta de obediencia no es
siempre una prueba en contra.
Admitamos, ahora, que por una comprobación minuciosa, hemos adquirido la certeza de que los ruidos,
o cualquiera otra manifestación, son fenómenos realmente espiritistas. ¿Es racional sobrecogernos de
espanto? No, ciertamente, porque en ningún caso se corre el menor peligro. Solamente a las personas a
quienes se ha imbuido la idea de que se las tienen que haber con el diablo, puede su propio espanto
producirles consecuencias más o menos lamentables, como ocurre con los niños a quienes se atemoriza con
el Coco. Cierto que estas manifestaciones adquieren, en determinadas circunstancias, proporciones y
persistencia desagradables, lo que origina el natural deseo de desembarazarse de ellas. Esto requiere una
explicación.
Hemos dicho que las manifestaciones físicas, en la casi totalidad de los casos, tienen por objeto llamar
nuestra atención sobre algo y comencemos de la presencia de una potencia superior al hombre.
Hemos dicho
también que los Espíritus elevados no se ocupan de esa especie de manifestaciones, y que se sirven de los
Espíritus inferiores para producirlas, como nosotros nos servimos de los domésticos para las cosas pesadas. y
esto, con las miras antedichas. Conseguido este objeto, es lo corriente que la manifestación material cese,
porque ya no es necesaria. Uno o dos ejemplos permitirán comprender mejor la cosa. Al principio de mis
estudios sobre Espiritismo, estando una noche ocupado en un trabajo sobre esta materia, oí en torno mío unos golpes durante cuatro horas seguidas. Era la primera vez que me ocurría tal cosa. Comprobé que no eran
debidos a ninguna causa accidental; pero de momento no pasé de ahí. Tenía ocasión, en aquella época, de
verme con frecuencia con un médium escribiente. Al día siguiente interrogué al Espíritu que se comunicaba
por intermedio de aquel médium sobre la causa de los golpes.
Es, me respondió, que tu Espíritu familiar quería hablarte.
¿Y qué quería decirme?, pregunté. Puedes preguntárselo a él mismo, porque está aquí, me respondió.
Interrogado este Espíritu, se dio a conocer, bajo un nombre alegórico (después he sabido, por otros Espíritus,
que es el de un ilustre filósofo de la antigüedad), y me señaló errores en mi trabajo indicándome las líneas en
que se hallaban; me dio útiles y sabios consejos, y añadió que estaría siempre conmigo y acudiría a mi
llamamiento cuantas veces le evocara. Desde entonces, en efecto, este Espíritu no me ha abandonado nunca,
y me ha dado muchas pruebas de una gran superioridad. Su intervención benévola y eficaz me ha sido
manifiesta en los asuntos de la vida material y en los de las cuestiones metafísicas: pero desde nuestra
primera plática, los golpes no se han repetido. ¿Qué es lo que quería, en efecto?. Entrar en comunicación
regular conmigo. Para ello necesitaba advertirme. No fue él, por sí mismo, sin duda alguna, quien vino a
golpear en mi entorno: lo más probable es que confiara esa misión a un emisario a sus órdenes. Hecha la
advertencia, dada luego la explicación y establecidas las relaciones regulares, los golpes eran ya inútiles, y
por ello cesaron. No se redobla el tambor tocando a diana, después que los soldados están ya en pie.
Un caso bastante similar le ocurrió a uno de mis amigos. Desde hacía algún tiempo, en su cámara se
oían diversos ruidos que se hacían muy molestos. Se ofreció la ocasión de interrogar al Espíritu de su padre
por la intervención de un médium escribiente, y supo lo que de él se quería. Hizo lo que le fue recomendado,
y desde entonces no oyó más ruidos. Es de notar que a las personas que tienen facilidades para establecer con
los Espíritus un medio regular de comunicación, raramente se les presentan manifestaciones de ese género, lo
que se concibe sin trabajo.
Los Espíritus que se hacen ostensibles de ese modo, pueden también obrar por cuenta propia. Son con
frecuencia, Espíritus en sufrimiento que piden asistencia moral (véase Plegaria en el Vocabulario). Cuando
pueden traducir su pensamiento de un modo más inteligible, piden esta asistencia según la forma que les era
familiar en vida, o que está en las ideas o en el hábito de aquellos a los cuales se dirigen; porque poco
importa la forma con tal de que haya verdadera y sentida intención.
En resumen: el medio de que cesen las manifestaciones importunas, es tratar de entrar en comunicación
inteligente con los Espíritus que vienen a perturbar nuestro reposo, a fin de saber qué es lo que quieren.
Satisfecho su deseo, nos dejan en paz. Es como cuando uno llama a nuestra puerta hasta que salimos a abrir.
¿Qué hacer, se nos dirá, cuando no se cuenta con un médium? ¿Qué hace un enfermo, cuando no puede
contar con la asistencia de un médico? Se pasa sin él. Aquí nosotros tenemos otro recurso. El enfermo no
puede hacerse médico: pero de diez personas, nueve pueden ser médiums escribientes. Es cuestión, por lo
tanto, de tratar de hacerse uno mismo médium, si no lo encuentra entre los suyos. A falta de médium
escribiente, se puede todavía interrogar directamente al Espíritu golpeador, quien puede responder por el
mismo procedimiento, es decir, por golpes convenidos. Volveremos sobre este tema en los capítulos
siguientes