MANUAL PRÁCTICO DE LAS MANIFESTACIONES ESPIRITISTAS

Allan Kardec

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PURGATORIO (del latín purgatorium, formado de purgare, purgar; raíz purus, que deriva del griego pyr, pyros, fuego, emblema antiguo de la purificación): según la Iglesia católica, lugar de expiación temporal para las almas que tienen aún que purificarse de algunas escorias. La Iglesia no precisa de una manera concreta dónde se encuentra el purgatorio: le admite en cualquiera parte del espacio, quizás a nuestro lado. Tampoco se explica con mayor claridad acerca de la naturaleza de las penas que en él se sufren, aunque considera que son más morales que físicas. Dice, empero, que hay en él fuego; pero la alta Teología reconoce que esta palabra debe tomarse en sentido figurado y como emblema de la purificación. La enseñanza de los Espíritus es mucho más explícita. Rechazan, es verdad, el dogma de la eternidad de las penas (véanse Infierno, Penas eternas); pero admiten una expiación temporal más o menos larga, que no es otra cosa, salvo el nombre, que el purgatorio. Esta expiación tiene lugar por los sufrimientos morales del alma en el estado errante. Los Espíritus errantes están por todas partes: en el espacio, a nuestro lado, dondequiera, como dice la Iglesia. Esta admite en el purgatorio ciertas penas físicas, y el Espiritismo dice que el Espíritu se depura, se purga de sus impurezas en sus existencias corporales. Los sufrimientos y las tribulaciones de la vida son expiaciones y las pruebas por las cuales se eleva; de donde resulta que en el mundo estamos en pleno purgatorio. Lo que la doctrina católica deja en la vaguedad, los Espíritus lo precisan, lo hacen tocar con el dedo y ver con el ojo. Los Espíritus que sufren, pueden, pues, decir que están en el purgatorio, sirviéndose de nuestro lenguaje. Si por razón de su inferioridad moral no les es dado ver el término de sus sufrimientos, dirán que están en el infierno (véase Infierno). La Iglesia admite la eficacia de las preces para las almas del purgatorio; los Espíritus nos dicen que por la plegaria se atrae a los buenos Espíritus, que dan a los débiles la fuerza moral que les hace falta para soportar sus pruebas. Los Espíritus en sufrimiento, pueden, pues, pedir sufragios, sin que haya en ello contradicción con la doctrina espiritista; porque, según lo que sabemos de los diferentes grados de Espíritus, comprendemos que los haya que los pidan según la forma que en vida les era familiar (véase Plegaria). La Iglesia no admite más que una existencia corporal, después de la cual, la suerte del hombre es irrevocablemente fijada por toda la eternidad. Los Espíritus nos dicen que una sola existencia, cuya duración, frecuentemente abreviada, es menos que un segundo comparada con la eternidad, no le basta al alma para purificarse completamente, y que Dios, en su justicia, no condena sin remisión al que no ha dependido de él no estar lo suficientemente instruido sobre el bien para practicarlo. Su doctrina concede al alma la facultad de cumplir en una serie de existencias lo que no pudo realizar en una sola. Esta es la principal diferencia. Pero si se escrutan con cuidado los principios dogmáticos, y se le hace la parte debida a lo figurado, muchas de las contradicciones aparentes se desvanecen al instante.