MANUAL PRÁCTICO DE LAS MANIFESTACIONES ESPIRITISTAS

Allan Kardec

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Los Espíritus pueden comunicarse con nosotros por diferentes medios. Los hemos definido ya en el vocabulario; pero daremos aquí el desarrollo que conviene para la práctica.

Sematologia y tiptología


Primitivamente se utilizó la mesa para este medio de correspondencia, únicamente porque es un objeto cómodo por la facilidad que ofrece de poder estar sentados en su derredor. Por ser el primero con el cual se produjeron los movimientos, se aplicó a éstos la frase burlesca de la danza de las mesas; pero importa saber que la mesa no tiene más influencia en la danza que cualquier otro objeto movible. Vamos a tomar el fenómeno desde su aspecto más simple.

Si una persona coloca la extremidad de sus dedos sobre el borde de un objeto circular, movible, como una copa, un plato, un taburete, un sombrero, un vaso, etc., y en esta situación, concentra sobre el objeto su pensamiento y su voluntad de hacerle mover, podrá llegar a conseguir que tal objeto se agite en un movimiento rotatorio, al principio lento, después de más en más rápido hasta llegar a serle trabajoso poderlo seguir. El objeto girará, sea a la derecha, sea a la izquierda, según la indicación que verbal o mentalmente se le haga. Una vez establecida la comunicación fluídica entre la persona y el objeto, éste puede producir los movimientos sin contacto, respondiendo a la acción del pensamiento. Hemos dicho que esto puede suceder, porque en realidad no hay certeza absoluta de que ocurra. Ciertas personas están dotadas a este respecto de una potencia tal, que el movimiento se produce al cabo de algunos segundos: otras no le obtienen sino al cabo de cinco o diez minutos, y otras no logran obtenerlo. Aparte de la experiencia, no hay diagnóstico que permita reconocer la aptitud para la producción de este fenómeno: la fuerza físicas no entra para nada en él, y las personas débiles y delicadas lo obtienen con frecuencia mucho mejor que las personas vigorosas. Es un ensayo que cada cual puede hacer sin ningún peligro, aunque a veces produzca gran fatiga muscular y una especie de agitación febril.

Si el que ensaya está dotado de potencia suficiente, podrá por sí solo hacer girar una mesita ligera, a veces hasta una mesa pesada, pero es preciso para esto último una potencia excepcional.

Para operar de un modo más seguro sobre una mesa de cierto peso, se colocan en su derredor varias personas; el número es indiferente, y no es tampoco necesario alternar los sexos ni establecer contacto de dedos entre ellas; basta colocar la extremidad de los dedos sobre el borde del plano de la mesa, o bien como sobre las teclas de un piano. Todo esto no tiene ninguna consecuencia. Hay, empero, otras condiciones más difíciles de llenar, tales corno la concentración del pensamiento de todo el mundo en la finalidad a que se aspira, un silencio absoluto, y, sobre todo, una paciencia de benedictino. El movimiento se produce algunas veces a los cinco o diez minutos: pero, es frecuente haberse de resignar a tener que aguardar media hora o más. Si pasada una hora no se ha obtenido nada, es inútil proseguir.

Debemos añadir que ciertas personas son refractarias de este fenómeno, y que su influencia negativa puede ejercerse con el solo hecho de su presencia; otras son completamente neutras. En general, cuantos menos son los espectadores, tanto mejor resulta para el fenómeno, sea porque hay menos probabilidades de acumular elementos refractarios, sea porque el silencio y el recogimiento son más fáciles.

El fenómeno es siempre provocado por causa de la aptitud de algunas de las personas que ensayan, cuya potencia se multiplica con el número. Cuando la potencia es lo bastante mente grande, la mesa no se limita a girar: se agita, se levanta, se yergue sobre un pie, se balancea como un barco, y acaba por sostenerse en el aire sin punto de apoyo.

Una cosa notable es que, pese a la inclinación que a veces toma la máquina, los objetos que hay encima de ella se mantengan sin caer; aun una lámpara, no corre ningún riesgo. Otro hecho no menos singular, es que estando inclinada, y por lo tanto, apoyada solamente sobre un pie, puede ofrecer una resistencia tal, que el peso de una persona no baste para vencerla.

Cuando se llega a producir un movimiento enérgico, el contacto de las manos deja de ser necesario: se pueden separar los experimentadores, y la mesa sola se dirige hacia la derecha, hacia la izquierda, avanza, retrocede, va hacia la persona que se le designa, se levanta sobre un pie o sobre otro, según se le ordena, etcétera.

Hasta aquí, los fenómenos no tienen ningún carácter esencialmente inteligente; pero no por ello dejan de ser curiosos y dignos de observación, como producto de una fuerza desconocida. Su naturaleza, por otra parte, es a propósito para convencer a ciertas personas a quienes no convencería ningún razonamiento filosófico. Este es el primer paso en la ciencia espirita, que nos conduce con entera naturalidad a los medios de comunicación.

El más simple de todos estos medios, es, como en el hombre privado de la palabra y de la escritura, el lenguaje de los signos. Un Espíritu puede comunicar su pensamiento por el movimiento de un objeto cualquiera. Conocemos a más de uno que conversa con su Espíritu familiar - el de una persona a quien estimó en mucho - mediante el movimiento de un objeto cualquiera, el primero que le viene a mano: una regla, un cortapapeles, un lápiz... Pone sus dedos encima, y, después de haber evocado al Espíritu, la regla se mueve de derecha a izquierda para decir que sí o que no, según previamente se ha convenido: indica nombres, etc. El mismo resultado se obtiene con una mesa o un velador: colocados los dedos sobre el borde, sea uno solo, o sean varios, y evocado un Espíritu, si éste se presenta y si juzga del caso rebelarse, la mesa se levanta, se baja, se agita, y por sus movimientos hacia la derecha, hacia la izquierda o de balanceo, responde afirmativa o negativamente, por sus trepidaciones manifiesta su júbilo, su paciencia y hasta su cólera; algunas veces se inclina violentamente o se precipita sobre uno de los asistentes, como si hubiera estado impelida por mano invisible, y en este movimiento se reconoce la expresión de un sentimiento de afecto o de simpatía. Uno de nuestros amigos estaba un día en su salón ocupado en manifestaciones de este género; recibió una carta, y mientras la leía, el velador avanzó hacia él, y se colocó, sin que persona alguna le influyera, al lado de la carta. Terminada la lectura se puso la carta sobre la mesa que estaba al otro extremo del salón, y el velador la siguió y se precipitó sobre ella. De esto se dedujo la presencia de un Espíritu recién venido. simpático al autor de la carta, con quien se quería comunicar. Interrogado por medio del velador, quedaron confirmadas tales presunciones. Esto es lo que nosotros denominamos semantología o lenguaje por signos.

La Tiptología o lenguaje por golpes, ofrece más precisión. Se obtiene de dos modos muy diferentes. El primero - que denominamos tiptología por movimiento - , consiste en golpes dados por la mesa misma con una de las patas. Estos golpes pueden responder que sí o que no según el número de golpes convenido para expresar lo uno o lo otro. Las respuestas son, como se comprende, muy incompletas, están sujetas a equivocaciones y resultan poco convincentes para los novicios, porque pueden atribuirse siempre al azar.

La tiptología íntima se produce de otro modo. No es la mesa la que golpea: la mesa permanece completamente inmóvil, pero los golpes resuenan dentro de la substancia misma de la madera, de la piedra o de cualquier otro cuerpo, y frecuentemente con bastante fuerza para ser oídos desde la habitación inmediata. Si se aplica el oído o la mano sobre una parte cualquiera de la mesa, se nota su vibración desde la pata hasta el plano. Este fenómeno se obtiene colocándose del mismo modo que para hacerla mover, con esta sola diferencia: que el movimiento simple y puro puede tener lugar sin evocación, mientras que, para los golpes, es preciso siempre apelar a un Espíritu.

Se reconoce en estos golpes la intervención de una inteligencia, en que obedecen al pensamiento. Así, según el deseo expresado verbal o mentalmente, cambian de lugar, se hacen más o menos intensos, se dejan oír de tal o cual persona, dan la vuelta a la mesa, imitan el eco, el ruido de la sierra, del martillo, del tambor, de las descargas cerradas..., acompañan el ritmo de una partitura designada, indican la hora, el número de las personas presentes, etc., o bien abandonan la mesa y van a percutir en la pared, en la puerta, en cualquier sitio que se convenga, y además responden afirmativa o negativamente a las preguntas que se les hacen. Estas experiencias son mejor un motivo de curiosidad, que un medio de comunicación para asuntos serios: los Espíritus que se manifiestan así, son, en general, de un orden inferior . Los Espíritus serios no se prestan más a esas demostraciones de fuerza, que, entre nosotros, los hombres graves a las juglerías de los saltimbanquis. Cuando se les interroga a este respecto, suelen contestar: “¿Son los hombres superiores, entre vosotros, los que hacen bailar los osos?”

La tiptología alfabética nos ofrece un medio de correspondencia más fácil y más completo. Consiste en la designación de las letras del alfabeto por un número de golpes convenido, y de este modo se forman palabras y frases. Este medio, por su lentitud, tiene el grave inconveniente de no prestarse a desarrollos de cierta extensión. Se les abrevia, no obstante, en multitud de casos y por procedimientos diversos. Basta con frecuencia, conocer las primeras letras de una palabra para adivinarla, y las primeras palabras de una frase para colegir el resto. Entonces no se le deja acabar, y para estar ciertos de lo que el Espíritu quería decir, se le pregunta si es la palabra o la frase que se ha supuesto, y el Espíritu responde que sí, o que no, por el signo convencional. La Tiptología alfabética puede obtenerse por los dos medios que acabamos de indicar: los golpes dados por la mesa, y los que se perciben en la substancia de un cuerpo duro. Para las comunicaciones un poco serias, preferimos el primero. Por dos razones: una, porque es, en cierto rondo, mas practicable y se encuentra en la aptitud de mayor numero de personas, y la segunda, porque denota la naturaleza de los Espíritus. Los Espíritus que se comunican con la tiptología íntima, son, generalmente, aquellos que se califican de golpeadores: Espíritus ligeros, algunas veces muy divertidos, pero siempre ignorantes. Pueden ser los agentes de Espíritus serios, según las circunstancias: pero actúan lo más frecuentemente con espontaneidad y por su propia cuenta: mientras que ha experiencia prueba que los Espíritus de los otros ordenes, se comunican más a gusto por el movimiento.

De todos modos, la tiptología alfabética es un modo de comunicación de que se sirven los Espíritus superiores sólo a falta de otro mejor: prefieren el que más se presta a la rapidez del pensamiento, y, a causa de su lentitud que les impacienta, abrevian sus respuestas. Hallan ya nuestro lenguaje sobradamente lento; tanto más, cuando el medio de emplearlo aumenta su lentitud.

Psicografía

La ciencia espirita ha progresado como todas las otras y más rápidamente que las otras; porque sólo unos años nos separan de estos medios de comunicación primitivos e incompletos, calificados despectivamente de danza de las mesas o de mesas parlantes, y hoy está en el caso de poder comunicar con los Espíritus tan fácil y tan rápidamente como los hombres entre sí, y esto por los mismos medios: la escritura y la palabra. La escritura, sobre todo, tiene la ventaja de acusar más materialmente la intervención de una potencia oculta y de dejar huellas que pueden conservarse, como lo hacemos con nuestra propia correspondencia. El primer medio empleado es el de las planchitas o cestitas provistas de un lápiz, y fueron los mismos Espíritus quienes lo indicaron. Véase cual es su disposición.

Hemos dicho al empezar este capítulo, que una persona, dotada de una aptitud especial, puede imprimir un movimiento de rotación a un objeto cualquiera. Tomemos, por ejemplo, una pequeña cestita de 15 a 20 centímetros de diámetro (nada importa que sea de mimbre o de madera, porque la materia es indiferente). Si a través del fondo de esta cestita hacemos atravesar un lápiz sólidamente sujeto, con la punta hacia el exterior, y si hacemos que el todo se mantenga en equilibrio sobre la punta del lápiz, colocado, a su vez, sobre una hoja de papel, mediante las puntas de los dedos aplicadas en derredor del borde de la cesta, estaremos ya en disposición de utilizar el aparato, la cestita se pondrá en movimiento, pero en vez de girar sobre sí misma como una peonza, paseara el lápiz en sentidos diversos sobre el papel, y trazara, o bien rasgos sin significación, o bien letras. Si se evoca un Espíritu y éste quiere comunicarse, responderá no con un sí o un no, sino con palabras y frases completas. En esta disposición el lápiz no vuelve sobre sus pasos al terminar una línea para empezar otra, sino que continúa circularmente, de modo que la línea escrita, forma una espiral lo que obliga a ir dando vueltas al papel para poder leer lo escrito. La escritura así obtenida no siempre es perfectamente legible: las palabras no suelen estar separadas ni los trazos son del todo correctos; pero el médium, por una especie de intuición, lo descifra fácilmente. Por razón de economía se puede substituir la cestita provista de lápiz, por éste y un papel ordinario. Designaremos esta cestita con el calificativo de cestita trompo.

Muchas otras disposiciones han sido imaginadas para obtener el mismo resultado; la más cómoda es, la que calificamos de cestita con pico. Consiste en adaptar a una cestita una tira de madera inclinada, haciéndola salir de 10 a 15 centímetros por una parte, en la posición del mástil de bauprés de un barco. Por un agujero practicado en la extremidad de esta tira, o pico, se hace pasar un lápiz bastante largo para que la punta descanse sobre el papel. Colocando el médium los dedos sobre la cestita, todo el aparato se agita y el lápiz escribe como en el caso anterior, con la diferencia de que la escritura es, en general, más legible, las palabras están separadas y las líneas no aparecen en espiral, sino como en la escritura ordinaria, trasladándose el lápiz por sí mismo de la una a la otra, se obtienen así disertaciones de más páginas y tan rápidamente como sí se escribiera con la mano.

La inteligencia que actúa se manifiesta frecuentemente por otros signos inequívocos. Llegando al fin de la página, el lápiz hace espontáneamente un movimiento para volverla; quiere referirse a un pasaje precedente escrito en la misma página o en otra, y le busca con la punta del lápiz como lo haría con los ojos, y le subraya; quiere, en fin, dirigirse a uno de los presentes, y la punta de la tira de madera se dirige hacia él. Para abreviar: expresa frecuentemente las palabras sí y no con los mismos movimientos de afirmación o negación que nosotros hacemos con la cabeza. De todos los procedimientos empleados, éste es el que da la escritura mas variada, según el Espíritu que se manifiesta, y frecuentemente una escritura igual a la que tenía en vida, si es que dejó la tierra poco tiempo antes.

En lugar de la cesta, se sirven algunos de una pequeña mesa hecha ex profeso, de 12 a 15 centímetros de longitud, por cinco o seis de altura; esta mesa tiene tres patas, y una de ellas sirve de soporte al lápiz. Otros se sirven simplemente de una planchita sin pies, la cual, en uno de sus bordes, tiene un agujero para colocar el lápiz: colocada en posición de escribir, la planchita ofrece un plano inclinado, apoyando uno de sus lados sobre el papel. Hay que advertir, como se comprende, que todas estas disposiciones, y otras varias, no tienen nada de absoluto: la más cómoda es siempre la mejor.

Para utilizar todos estos aparatos, es casi siempre necesaria la concurrencia de dos personas; pero no es de necesidad que la segunda esté dotada de facultad medianímica: su papel queda reducido a mantener el equilibrio y a disminuir la fatiga del médium.

Llamamos psicografía indirecta a la escritura así obtenida, por oposición a la psicografía directa o escritura obtenida por la mano misma del médium. Para comprender este último procedimiento, es preciso darse cuenta de lo que pasa en esta operación. El Espíritu extraño que se comunica, obra directamente sobre el médium: y este, bajo tal influencia, dirige maquinalmente su brazo y su mano para escribir, sin tener éste, (al menos, es el caso más ordinario) la menor conciencia de lo que escribe: la mano obra sobre la cesta y la cesta sobre el lápiz: de lo que se sigue que no es la cesta la que se hace inteligente, sino que es un instrumento dirigido por una inteligencia; aquella no es, en realidad, sino un portalápiz, un apéndice de la mano, un instrumento intermedio entre la mano y el lápiz. Suprimíd este instrumento intermediario y colocad el lápiz en la mano del sujeto: obtendréis el mismo resultado con un mecanismo mucho más simple, puesto que el médium escribe como en las condiciones normales. De esto se colige que toda persona que escribe con auxilio de la cestita, de la mesita o de cualquier otro objeto, con mayor puede escribir directamente. De todos los medios de comunicación psicógrafa, éste es, sin réplica, el más simple, el más fácil y el más cómodo, porque no exige ninguna preparación, y se presta, como la escritura corriente, a los dictados más extensos. Volveremos sobre él cuando nos ocupemos de los médiums.

La Pneumatografía es la escritura directa de los Espíritus. Cuando este fenómeno se produjo por primera vez (al menos en nuestros tiempos; porque nada prueba que no fuera conocido en la antigüedad y en la Edad Media, como todos los otros medios de manifestación), excitó dudas muy naturales; pero hoy es ya un hecho adquirido. Alguien muy digno de fe, nos ha afirmado que uno de sus parientes, Canónigo, de acuerdo con el Abate Faria, obtenía este género de escritura, en París, desde el año 1804. El barón de Guldenstube acaba de publicar sobre este tema una obra muy interesante, acompañada de numerosos autógrafos de tal criatura él es, en cierto modo, quien la ha puesto en evidencia, y muchas otras personas han obtenido luego los mismos resultados. Se colocan una hoja de papel y un lápiz sobre la tumba, bajo la estatua o el retrato de un personaje cualquiera, y al día siguiente frecuentemente algunas horas después, se encuentra escrito sobre el papel un nombre, una sentencia y a veces signos ininteligibles. Es evidente que ni la tumba, ni la estatua, ni el retrato bastan por sí mismos para producir el fenómeno; éste es solamente un medio de evocación por el pensamiento. Ahora se contenta un con poner en un cajón, o en una caja que pueda cerrar con llave, una cuartilla, con lápiz o sin él; y, tomando las precauciones necesarias para evitar cualquier superchería, se evoca al Espíritu y se espera el resultado, que suele ser el mismo.

Este fenómeno es, sin contradicción, uno de los más extraordinarios que presentan las manifestaciones espiritistas, y uno de los que atestiguan de una manera perentoria la intervención de una inteligencia u oculta: pero no puede reemplazar a la psicografía (por el presente al menos), para el desarrollo que requieren determinados temas. Se obtiene así la expresión de un pensamiento espontáneo, lo reconocemos: pero nos parece que se presta poco a pláticas y al cambio rápido de ideas que permite el otro método. Por otra parte, la obtención del fenómeno pneumatógrafo es muy rara, mientras que los médiums escribientes son muy numerosos.

En un principio parecía difícil poder darse cuenta de un hecho tan anormal; hoy, no. Con todo, habrá de permitírsenos que no describamos aquí su desarrollo: tendríamos que remontarnos a la fuente de otros fenómenos, del que aquél es la consecuencia. La explicación completa se encontrará en la Revue Spirite, y se verá que, por una deducción lógica, se llega a un resultado naturalismo.

Los Espíritus, en fin, nos transmiten sus pensamientos por la voz de ciertos médiums, dotados a este efecto de una facultad especial: es lo que llamamos psicofonía. Este medio tiene todas las ventajas de la psicografía por la rapidez y la extensión que puede darse a las comunicaciones, y place mucho a los Espíritus superiores; pero para las personas que dudan quizá tenga el inconveniente de no acusar de una manera bastante clara la intervención de una inteligencia extraña. A quienes conviene, es a los que, ya suficientemente edificados sobre la realidad de los hechos, se sirven de él para el complemento de sus estudios y no tienen necesidad de acrecentar su convicción.

Acabamos de bosquejar los diferentes medios de comunicación directa con los espíritus, y les hemos designado con nombres característicos que abarcan todas las variedades, y las gamas de cada variedad; permitiendo así, entendernos mejor que con perífrasis que no tienen nada de fijo ni de metódico. Al principio de las manifestaciones, cuando se tenían a este respecto ideas menos precisas, se publicaron muchos escritos con estas designaciones: Comunicaciones de una cesta, de una planchita, de una mesa parlante, etc. Hoy se comprende todo lo que tienen de insuficiente y de erróneo tales expresiones, aun prescindiendo de su carácter poco serio. En efecto: las cestas, mesas, planchas, y todo otro instrumento, como acabamos de ver, no son sino elementos inertes que no pueden dar de sí absolutamente nada sin la intervención ajena. Es, pues, tomar el efecto por la causa, el instrumento por el principio, usar de aquel lenguaje: tanto valdría que un autor pusiera bajo el título de su obra, en vez de su nombre, esta aclaración: “escrita con pluma metálica” o “escrita con pluma de ganso”. Por otra parte, tales instrumentos no son absolutos: conocemos a quien, en vez de la cesta-trompo que hemos descrito, se servía de un embudo, por cuyo canal pasaba el lápiz. Se podría, pues, decir, que había comunicaciones de un embudo, de una cacerola, o de una ensaladera. Si las comunicaciones se han obtenido por medio de golpes y éstos han sido dados por una silla, un bastón o una escoba, no ha sido la parlante una mesa, sino una silla, un bastón o una escoba. Lo que importa conocer no es la naturaleza del instrumento, sino el modo de obtención. Si la comunicación tiene efecto por la escritura, aunque el portalápiz sea el que quiera. para nosotros es psicografía: si es por golpes, es tiptología. Tomando el Espiritismo las proporciones de una ciencia, le hace falta poseer un lenguaje científico.