Los adversarios del Espiritismo emplearon contra él, al principio, el arma del ridículo, y tacharon de
locos a todos sus partidarios. Esta arma, no sólo se ha enmohecido, sino que empieza a hacerse ridícula, tanto
aumenta el número de esos pretendidos locos en todos los países, y son de tal calidad, que parece habrá que
enviar a los manicomios a los hombres más eminentes por su saber y por su posición social. Cambiando de
táctica, los mismos adversarios han tomado una actitud más seria, y han lanzado al viento sus lamentaciones
por la suerte reservada a la humanidad por esta doctrina, cuyos peligros han exagerado hasta la exaltación,
sin reparar en que, declarar el peligro de una cosa, es proclamar la realidad de la misma cosa. Si el
Espiritismo es una quimera, ¿a santo de qué, tomarse el trabajo de combatirle? Eso es más necio que
combatir los molinos de viento. Con dejarle tranquilo, no tardará en morir por su propia naturaleza. Pero he
aquí que en vez de morir, se propaga con increíble rapidez, y los adeptos se multiplican en todas las latitudes
del globo, a tal punto, que si esto continúa, habrá pronto más locos que gente sensata. ¿Quién ha contribuido
a este resultado? Sus mismos adversarios, que lo han propagado sin querer. Sus diatribas han producido el
efecto del fruto prohibido. El que menos, se ha dicho: “Puesto que tan encarnizadamente se persigue, al
monstruo, es que hay monstruo, y ya que tan monstruo es, vale la pena conocerle.” La curiosidad,
secundando al razonamiento lógico ha hecho que se le quisiera ver, siquiera sólo fuese por entre los dedos
puestos como pantalla ante los ojos; y muchas gentes que sin la oposición es posible que no hubieran oído
hablar del monstruo, y si hubieran oído algo, no se hubieran preocupado de ello lo más mínimo, ahora tienen
a empeño buscarle donde esté y examinarle en su estructura interna y externa. Si el Espiritismo es una
realidad, es que está en la Naturaleza, porque no es una teoría, ni una opinión, ni un sistema: son hechos. Si
es tan peligroso, es preciso darle una dirección. No se suprime un río: se le encauza. Veamos, en pocas
palabras, cuáles son esos pretendidos peligros.
“Puede producir, se dice, una perturbadora impresión sobre las facultades mentales.” En el curso de esta
obra nos hemos explicado lo bastante sobre la verdadera fuente de ese peligro, que deriva, precisamente, de
los que creen combatirlo inculcando en los cerebros débiles la idea del diablo o del demonio. La exaltación,
es verdad, puede venir en sentido opuesto; pero, toda idea de Espiritismo aparte, ¿no se ve ningún cerebro
desequilibrado por una falsa apreciación de las cosas más santas? Los periódicos han referido recientemente,
que una joven que tomaba al pie de la letra la parábola del Evangelio, “Si tu mano fuera causa de escándalo,
córtatela”, se cortó la mano por la muñeca de un hachazo. ¿Es lógico deducir de ello, que el Evangelio es
peligroso? Y la madre que mata a sus hijos para hacerles entrar más pronto en el paraíso, ¿prueba que la idea
del paraíso sea peligrosa?
En apoyo de esta acusación contra el Espiritismo, se citan cifras, y se dice, por ejemplo, que en los
Estados Unidos, en un solo Estado, se cuentan cuatro mil casos de locura causados por estas ideas.
Preguntaremos primero a los que propalan hechos de este género, en qué fuentes han bebido, y si la
estadística que presentan es auténtica. Nosotros la creemos tomada de algunos periódicos del país, que, como
todos los adversarios, creyendo tener el monopolio del buen sentido, tratan de cerebros tarados a los que
creen en las manifestaciones de los Espíritus; y no es asombroso que con parecido sistema se hayan
encontrado cuatro mil, antes al contrario, esa cifra nos parece muy modesta, porque se cuentan por cientos de
miles los espiritistas en los Estados Unidos. Calificad, pues, de manicomios todas las poblaciones de los
Estados Unidos, porque en todas hay abundante número de espiritistas. Pero basta ya de esta materia, que no
es merecedora de un examen serio. Veamos otra acusación mucho más grave.
“El Espiritismo, dicen determinadas gentes, va contra la religión.” Se tiene razón al decir que nada hay
más peligroso que un amigo torpe. Estas gentes no han caído en la cuenta de que diciendo lo que dicen,
atacan a la religión en su base fundamental: la eternidad. ¡Cómo! ¡Una religión establecida por Dios, podría
quedar comprometida por algunos Espíritus golpeadores! ¿Creéis, pues, en la potencia de tales Espíritus, que,
en ocasiones, dijisteis que eran quimeras? ¡Poneos, al menos, de acuerdo con vosotros mismos! Si estos
Espíritus son mitos, ¿qué tenéis que temer? Si existen, una de dos: o les creéis sumamente poderosos, o
consideráis vuestra religión muy débil. Elegid. Diréis: “No tememos a los Espíritus, en quienes no creemos;
lo que tememos son las falsas doctrinas de aquellos que las preconizan.” Sea. Pero, según vosotros, los que
creen en los Espíritus están locos: luego ¡Tenéis miedo de que los locos quebranten vuestra Iglesia! ¡Elegid,
elegid! Por nuestra parte, decimos que aquellos que usan este lenguaje no tienen fe, porque no es tener fe en
la potencia de Dios, creer vulnerable por tan débiles causas una religión de la que Jesús ha dicho que “las
puertas del infierno no prevalecerán contra ella”.
Veamos, sin embargo, en qué la doctrina de los Espíritus es contraria a los principios religiosos. ¿Qué
enseñan estos tales? Dicen: “Amad a Dios por encima de todas las cosas y al prójimo como a vosotros mismos. Amaos los unos a los otros como hermanos. Perdonad a vuestros enemigos; olvidad las injurias;
haced a los demás lo que queráis que os hagan; no os contentéis con no hacer mal, sino haced bien; soportad
con paciencia y resignación las penas de la vida; echad de vuestro corazón el egoísmo, el orgullo, la envidia,
la cólera y los celos.” Dicen aún: “Dios os da los bienes de la tierra para que hagáis buen aso de ellos, n para
reservarlos como avaros, ni para disiparlos corno despilfarradores; la sensualidad os rebaja al nivel del
bruto.” Jesús ha dicho también todo eso; luego su moral es la del Evangelio. ¿Enseñan cl dogma de la
fatalidad? No: proclaman que el hombre es libre un todas sus obras. ¿Dicen que poco importa la conducta
terrena, porque el destino es el mismo después de la muerte? De ningún modo reconocen las penas y las
recompensas futuras; hacen más: las patentizan, porque son ellos mismos los que, felices o desgraciados, nos
vienen a decir sus goces o sus penas. Es verdad que no las explican exactamente como se explican entre
nosotros: que no admiten un fuego material para quemar eternamente a un alma inmaterial. Pero, ¿qué
importa la forma, sí el fondo existe? A menos que se pretenda que la forma debe anteponerse al fondo, el
sentido figurado al sentido Propio ¿No se han modificado las creencias religiosas sobre muchos pasajes de
las Escrituras, notablemente sobre los seis días de la creación que se sabe bien no son seis veces veinticuatro
horas sino, quizás, seis veces cien mil años; sobre la antigüedad del globo terrestre; sobre el movimiento de la
tierra en torno del sol? Lo que antes era tenido como una herejía digna del fuego terrestre y celeste y corno
un trastorno para la religión, ¿no se admite ya por la Iglesia, desde que la ciencia positiva ha demostrado, no
el error del texto, sino la equivocada interpretación que se le había dado? ¿Y no ha hecho lo mismo con el
infierno? Ya no se coloca en las entrañas de la tierra, desde que a esas entrañas ha llegado la mirada del
investigador; la alta teología admite perfectamente la sustitución del fuego material por el fuego moral; ya no
hay lugar determinado para el purgatorio, desde que se han sondado las profundidades del espacio, y opina
que pudiera muy bien extenderse a todas partes, incluso a nuestro lado.., y la religión nada ha sufrido por
ello, antes al contrario, ha ganado el no tenerse que oponer a la evidencia de los hechos. A la religión no hay
que juzgarla por lo que se enseña todavía en las parroquias y en las escuelas de los villorios donde las
doctrinas superiores no serian comprendidas. El alto clero está mas ilustrado de lo que generalmente se cree,
y ha probado en muchas ocasiones que cuando es necesario sabe salir de las viejas rodadas de la tradición y
de los prejuicios: pero hay gentes que quieren ser más papistas que el papa, más religiosos que la religión, y
la rebajan por la pequeñez de sus miras. Para ellos, la forma es todo, y la anteponen incluso a la moral
evangélica, que practican muy poco. Estos son los que le hacen el peor tercio. ¿En qué, pues. será perniciosa
la doctrina espiritista? Explica lo que antes fue inexplicado; demuestra la posibilidad de lo que se tuvo por
imposible; prueba la utilidad de la plegaria; dice que solamente la oración salida del corazón es la eficaz, y
que aquella que brota de los labios es un vano simulacro. ¿Habrá alguien que sostenga lo contrario? ¡La no
eternidad de las penas! ¡La reencarnación! He aquí la gran piedra con que tropieza. Pero, si algún día estos
hechos se hacen tan patentes y tan vulgares como el movimiento de la tierra en rededor del sol, habrá que
rendirse a la evidencia, como se ha hecho con lo otro ya indicado; y quizás buscando bien desde el presente,
seria menos difícil de lo que se cree ponerse de acuerdo. Que nadie se apresure a pronunciar un juicio que
pudiera resultar precipitado, y aprovechemos las lecciones de la historia.
El más grande enemigo de la religión, es el materialismo; y el materialismo no tiene más rudo adversario
que la doctrina espiritista. El Espiritismo ha conducido ya al espiritualismo a numerosos materialistas
obstinados, que hasta hoy habían resistido a todos los argumentos teológicos. Y es que el Espiritismo hace
más que argumentar: patentiza. Es, pues, el más poderoso auxiliar de las ideas religiosas, porque da al
hombre la convicción de su destino futuro, y a este titulo, debe ser acogido como un bienhechor para la
humanidad. Con su fuerza convictiva reanima en más de un corazón la fe en la Providencia; hace nacer la
esperanza donde tenía su asiento la duda; hace más: arranca más de una víctima al suicidio, restablece la paz
y la concordia en las familias, calma los odios, amortigua las pasiones brutales, desarma la venganza y pone
la resignación en el alma del que sufre. ¿Se le puede considerar subversivo al orden social y a la moral
pública? Una doctrina que condena la cólera y el egoísmo, que predica el desinterés y el amor al prójimo, sin
distinción de sectas, ni de castas, ni de pueblos, no puede excitar las pasiones hostiles; y sería de desear, para
el reposo del mundo y la dicha del género humano, que todos los hombres comprendieran y practicasen tales
principios, porque nada tendrían que temer unos de otros.
He aquí a donde conduce la locura del Espiritismo en aquellos que, profundizando sus misterios, ven en
las manifestaciones otra cosa que la danza de la mesa o el demonio que golpea.