MANUAL PRÁCTICO DE LAS MANIFESTACIONES ESPIRITISTAS

Allan Kardec

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Los adversarios del Espiritismo emplearon contra él, al principio, el arma del ridículo, y tacharon de locos a todos sus partidarios. Esta arma, no sólo se ha enmohecido, sino que empieza a hacerse ridícula, tanto aumenta el número de esos pretendidos locos en todos los países, y son de tal calidad, que parece habrá que enviar a los manicomios a los hombres más eminentes por su saber y por su posición social. Cambiando de táctica, los mismos adversarios han tomado una actitud más seria, y han lanzado al viento sus lamentaciones por la suerte reservada a la humanidad por esta doctrina, cuyos peligros han exagerado hasta la exaltación, sin reparar en que, declarar el peligro de una cosa, es proclamar la realidad de la misma cosa. Si el Espiritismo es una quimera, ¿a santo de qué, tomarse el trabajo de combatirle? Eso es más necio que combatir los molinos de viento. Con dejarle tranquilo, no tardará en morir por su propia naturaleza. Pero he aquí que en vez de morir, se propaga con increíble rapidez, y los adeptos se multiplican en todas las latitudes del globo, a tal punto, que si esto continúa, habrá pronto más locos que gente sensata. ¿Quién ha contribuido a este resultado? Sus mismos adversarios, que lo han propagado sin querer. Sus diatribas han producido el efecto del fruto prohibido. El que menos, se ha dicho: “Puesto que tan encarnizadamente se persigue, al monstruo, es que hay monstruo, y ya que tan monstruo es, vale la pena conocerle.” La curiosidad, secundando al razonamiento lógico ha hecho que se le quisiera ver, siquiera sólo fuese por entre los dedos puestos como pantalla ante los ojos; y muchas gentes que sin la oposición es posible que no hubieran oído hablar del monstruo, y si hubieran oído algo, no se hubieran preocupado de ello lo más mínimo, ahora tienen a empeño buscarle donde esté y examinarle en su estructura interna y externa. Si el Espiritismo es una realidad, es que está en la Naturaleza, porque no es una teoría, ni una opinión, ni un sistema: son hechos. Si es tan peligroso, es preciso darle una dirección. No se suprime un río: se le encauza. Veamos, en pocas palabras, cuáles son esos pretendidos peligros.

“Puede producir, se dice, una perturbadora impresión sobre las facultades mentales.” En el curso de esta obra nos hemos explicado lo bastante sobre la verdadera fuente de ese peligro, que deriva, precisamente, de los que creen combatirlo inculcando en los cerebros débiles la idea del diablo o del demonio. La exaltación, es verdad, puede venir en sentido opuesto; pero, toda idea de Espiritismo aparte, ¿no se ve ningún cerebro desequilibrado por una falsa apreciación de las cosas más santas? Los periódicos han referido recientemente, que una joven que tomaba al pie de la letra la parábola del Evangelio, “Si tu mano fuera causa de escándalo, córtatela”, se cortó la mano por la muñeca de un hachazo. ¿Es lógico deducir de ello, que el Evangelio es peligroso? Y la madre que mata a sus hijos para hacerles entrar más pronto en el paraíso, ¿prueba que la idea del paraíso sea peligrosa?

En apoyo de esta acusación contra el Espiritismo, se citan cifras, y se dice, por ejemplo, que en los Estados Unidos, en un solo Estado, se cuentan cuatro mil casos de locura causados por estas ideas. Preguntaremos primero a los que propalan hechos de este género, en qué fuentes han bebido, y si la estadística que presentan es auténtica. Nosotros la creemos tomada de algunos periódicos del país, que, como todos los adversarios, creyendo tener el monopolio del buen sentido, tratan de cerebros tarados a los que creen en las manifestaciones de los Espíritus; y no es asombroso que con parecido sistema se hayan encontrado cuatro mil, antes al contrario, esa cifra nos parece muy modesta, porque se cuentan por cientos de miles los espiritistas en los Estados Unidos. Calificad, pues, de manicomios todas las poblaciones de los Estados Unidos, porque en todas hay abundante número de espiritistas. Pero basta ya de esta materia, que no es merecedora de un examen serio. Veamos otra acusación mucho más grave.

“El Espiritismo, dicen determinadas gentes, va contra la religión.” Se tiene razón al decir que nada hay más peligroso que un amigo torpe. Estas gentes no han caído en la cuenta de que diciendo lo que dicen, atacan a la religión en su base fundamental: la eternidad. ¡Cómo! ¡Una religión establecida por Dios, podría quedar comprometida por algunos Espíritus golpeadores! ¿Creéis, pues, en la potencia de tales Espíritus, que, en ocasiones, dijisteis que eran quimeras? ¡Poneos, al menos, de acuerdo con vosotros mismos! Si estos Espíritus son mitos, ¿qué tenéis que temer? Si existen, una de dos: o les creéis sumamente poderosos, o consideráis vuestra religión muy débil. Elegid. Diréis: “No tememos a los Espíritus, en quienes no creemos; lo que tememos son las falsas doctrinas de aquellos que las preconizan.” Sea. Pero, según vosotros, los que creen en los Espíritus están locos: luego ¡Tenéis miedo de que los locos quebranten vuestra Iglesia! ¡Elegid, elegid! Por nuestra parte, decimos que aquellos que usan este lenguaje no tienen fe, porque no es tener fe en la potencia de Dios, creer vulnerable por tan débiles causas una religión de la que Jesús ha dicho que “las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”.

Veamos, sin embargo, en qué la doctrina de los Espíritus es contraria a los principios religiosos. ¿Qué enseñan estos tales? Dicen: “Amad a Dios por encima de todas las cosas y al prójimo como a vosotros mismos. Amaos los unos a los otros como hermanos. Perdonad a vuestros enemigos; olvidad las injurias; haced a los demás lo que queráis que os hagan; no os contentéis con no hacer mal, sino haced bien; soportad con paciencia y resignación las penas de la vida; echad de vuestro corazón el egoísmo, el orgullo, la envidia, la cólera y los celos.” Dicen aún: “Dios os da los bienes de la tierra para que hagáis buen aso de ellos, n para reservarlos como avaros, ni para disiparlos corno despilfarradores; la sensualidad os rebaja al nivel del bruto.” Jesús ha dicho también todo eso; luego su moral es la del Evangelio. ¿Enseñan cl dogma de la fatalidad? No: proclaman que el hombre es libre un todas sus obras. ¿Dicen que poco importa la conducta terrena, porque el destino es el mismo después de la muerte? De ningún modo reconocen las penas y las recompensas futuras; hacen más: las patentizan, porque son ellos mismos los que, felices o desgraciados, nos vienen a decir sus goces o sus penas. Es verdad que no las explican exactamente como se explican entre nosotros: que no admiten un fuego material para quemar eternamente a un alma inmaterial. Pero, ¿qué importa la forma, sí el fondo existe? A menos que se pretenda que la forma debe anteponerse al fondo, el sentido figurado al sentido Propio ¿No se han modificado las creencias religiosas sobre muchos pasajes de las Escrituras, notablemente sobre los seis días de la creación que se sabe bien no son seis veces veinticuatro horas sino, quizás, seis veces cien mil años; sobre la antigüedad del globo terrestre; sobre el movimiento de la tierra en torno del sol? Lo que antes era tenido como una herejía digna del fuego terrestre y celeste y corno un trastorno para la religión, ¿no se admite ya por la Iglesia, desde que la ciencia positiva ha demostrado, no el error del texto, sino la equivocada interpretación que se le había dado? ¿Y no ha hecho lo mismo con el infierno? Ya no se coloca en las entrañas de la tierra, desde que a esas entrañas ha llegado la mirada del investigador; la alta teología admite perfectamente la sustitución del fuego material por el fuego moral; ya no hay lugar determinado para el purgatorio, desde que se han sondado las profundidades del espacio, y opina que pudiera muy bien extenderse a todas partes, incluso a nuestro lado.., y la religión nada ha sufrido por ello, antes al contrario, ha ganado el no tenerse que oponer a la evidencia de los hechos. A la religión no hay que juzgarla por lo que se enseña todavía en las parroquias y en las escuelas de los villorios donde las doctrinas superiores no serian comprendidas. El alto clero está mas ilustrado de lo que generalmente se cree, y ha probado en muchas ocasiones que cuando es necesario sabe salir de las viejas rodadas de la tradición y de los prejuicios: pero hay gentes que quieren ser más papistas que el papa, más religiosos que la religión, y la rebajan por la pequeñez de sus miras. Para ellos, la forma es todo, y la anteponen incluso a la moral evangélica, que practican muy poco. Estos son los que le hacen el peor tercio. ¿En qué, pues. será perniciosa la doctrina espiritista? Explica lo que antes fue inexplicado; demuestra la posibilidad de lo que se tuvo por imposible; prueba la utilidad de la plegaria; dice que solamente la oración salida del corazón es la eficaz, y que aquella que brota de los labios es un vano simulacro. ¿Habrá alguien que sostenga lo contrario? ¡La no eternidad de las penas! ¡La reencarnación! He aquí la gran piedra con que tropieza. Pero, si algún día estos hechos se hacen tan patentes y tan vulgares como el movimiento de la tierra en rededor del sol, habrá que rendirse a la evidencia, como se ha hecho con lo otro ya indicado; y quizás buscando bien desde el presente, seria menos difícil de lo que se cree ponerse de acuerdo. Que nadie se apresure a pronunciar un juicio que pudiera resultar precipitado, y aprovechemos las lecciones de la historia.

El más grande enemigo de la religión, es el materialismo; y el materialismo no tiene más rudo adversario que la doctrina espiritista. El Espiritismo ha conducido ya al espiritualismo a numerosos materialistas obstinados, que hasta hoy habían resistido a todos los argumentos teológicos. Y es que el Espiritismo hace más que argumentar: patentiza. Es, pues, el más poderoso auxiliar de las ideas religiosas, porque da al hombre la convicción de su destino futuro, y a este titulo, debe ser acogido como un bienhechor para la humanidad. Con su fuerza convictiva reanima en más de un corazón la fe en la Providencia; hace nacer la esperanza donde tenía su asiento la duda; hace más: arranca más de una víctima al suicidio, restablece la paz y la concordia en las familias, calma los odios, amortigua las pasiones brutales, desarma la venganza y pone la resignación en el alma del que sufre. ¿Se le puede considerar subversivo al orden social y a la moral pública? Una doctrina que condena la cólera y el egoísmo, que predica el desinterés y el amor al prójimo, sin distinción de sectas, ni de castas, ni de pueblos, no puede excitar las pasiones hostiles; y sería de desear, para el reposo del mundo y la dicha del género humano, que todos los hombres comprendieran y practicasen tales principios, porque nada tendrían que temer unos de otros.

He aquí a donde conduce la locura del Espiritismo en aquellos que, profundizando sus misterios, ven en las manifestaciones otra cosa que la danza de la mesa o el demonio que golpea.