MANUAL PRÁCTICO DE LAS MANIFESTACIONES ESPIRITISTAS

Allan Kardec

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De las evocaciones

Algunas personas creen que deben abstenerse de ellas, sobre todo cuando se trata de obtener enseñanzas generales, y que es preferible atender al Espíritu que se quiera comunicar, que evocar a un espíritu determinado. Fundan su parecer en que, llamando a un Espíritu determinados, no siempre se tiene la certeza de que sea él el que se presente; mientras que aquél que viene espontáneo y por su propio impulso, prueba mejor su identidad, puesto que revela de ese modo el deseo que tiene de conversar con nosotros.


A nuestro entender , están equivocadas, en primer termino, porque hay siempre en torno nuestro Espíritus, lo más frecuente de baja estofa, que no desean otra cosa que comunicarse; y, en segundo lugar. y por esta misma razón, no evocar a nadie en particular, es dejarles la puerta a cuantos quieran entrar. En una asamblea, no concederle la palabra a nadie, es concedérsela a todo el mundo, y ya se sabe lo que resulta. EI llamamiento directo hecho a un Espíritu determinado, es un lazo tendido entre él y nosotros: le llamamos por nuestro deseo y oponemos con ello una barrera a los intrusos, que pueden muy bien conducirnos a error en lo que respecta a su identidad. Sin una evocación directa, un Espíritu no tendría frecuentemente motivo para venir a nuestro lado, como no fuera nuestro Espíritu familiar. La experiencia prueba, por otra parte, que la evocación es preferible en todos los casos. En cuanto a la identidad, hablaremos a su tiempo.


Esta regla, sin embargo, no es absoluta. En las reuniones regulares, en aquéllas, sobre todo, en que se trata de un trabajo seguido, hay siempre, como ya dijimos, Espíritus habituados que comparecen a la cita sin necesidad de que se les llame, porque la misma regularidad de las sesiones les sirve de evocación. Estos tales toman frecuentemente la palabra por su propio impulso, para prescribir lo que debe hacerse, o para desarrollar un tema, y entonces se les reconoce fácilmente, sea por la forma de su lenguaje, siempre idéntico, sea por su escritura, sea por ciertos hábitos que les son familiares, o sea, en fin, por sus nombres, que indican, unas veces al comenzar, y otras al concluir.


En cuanto a los Espíritus extraños, la manera de evocarles es de lo más simple. No hay fórmula sacramental o mística. Basta hacerlo en nombre de Dios en los términos siguientes, u otros por el estilo: “Ruego a Dios todopoderoso permita al Espíritu de... (designarle con la posible precisión) que se comunique con nosotros . O bien: “En nombre de Dios todo poderoso, ruego al Espíritu de... tenga a bien comunicarse con nosotros. Si puede venir, se obtendrá generalmente por respuesta: “Si”, o “Aquí estoy” o “ ¿Qué queréis?”.


Frecuentemente queda un sorprendido de la prontitud con que un Espíritu evocado se presenta, aun la primera vez: se dirá que había sido advertido. Así es, en efecto, cuándo uno se preocupa por anticipado de su evocación. Esta preocupación es una especie de evocación anticipada, y como tenemos siempre nuestros Espíritus familiares u otros, que e identifican con nuestro pensamiento, preparan éstos el camino de tal suerte, que, si no hay algo que se oponga, el Espíritu que se quiere evocar esta ya presente. En el caso contrario, es el Espíritu familiar del médium, o de1 que interroga, o de uno de los habituales, el que lo va a buscar, y para hacerlo no le precisa mucho tiempo. Si el Espíritu evocado no puede venir instantáneamente, el mensajero (el mercurio, si se quiere), fija una espera, algunas veces de cinco minutos, un cuarto de hora, una hora, y a veces muchos días: y cuando el evocado llega, aquél dice: “Ya está aquí”. Entonces se puede empezar a preguntar lo que se desee.


Cuando decimos que se haga la evocación en nombre de Dios, queremos dar a entender que nuestra recomendación debe tomarse en serio y no a la ligera. Los que no vean en ello más que una fórmula sin consecuencias, harán bien en abstenerse.