MANUAL PRÁCTICO DE LAS MANIFESTACIONES ESPIRITISTAS

Allan Kardec

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La mayor parte de los fenómenos de que acabamos de hablar, principalmente de aquellos que pertenecen al género de las manifestaciones físicas y aparentes, puede producirse espontáneamente, es decir, sin que la voluntad intervenga en ello. En otras circunstancias pueden ser provocados por la voluntad de personas denominadas médiums, dotadas, a este efecto, de un poder especial.


Las manifestaciones espontáneas no son ni raras ni nuevas: hay pocas crónicas locales que no contengan alguna historia de este género. El miedo, a no dudarlo, ha exagerado frecuentemente los hechos, que han tomado, en ese caso, proporciones gigantescamente ridículas al pasan de boca en boca, A ello ha ayudado grandemente la superstición, y las casas donde tales hechos pasaron se reputaron hechizadas por el diablo: de aquí todos los cuentos maravillosos o terribles de los aparecidos. Por su parte, la maulería no ha dejado escapar una tan propicia ocasión para explotar la credulidad, y esto, frecuentemente, en provecho de los intereses personales. Se concibe, finalmente, la impresión que los hechos de este género, aun reducidos a sus exactas proporciones, han de causar en los caracteres débiles y predispuestos por la educación a las ideas supersticiosas. El más seguro medio de prevenir los inconvenientes que pueden acarrear, ya que no es posible el impedirlos, es dar a conocer la verdad acerca de ellos. Las cosas más simples se convierten en terroríficas cuando se desconoce la causa. Cuando nos hayamos familiarizado con los Espíritus, cuando aquellos a quienes se manifiestan no crean tener una legión de demonios en su derredor, habrá desaparecido el miedo.


Las manifestaciones espontáneas se producen muy raramente en los lugares aislados: es casi siempre en las casas habitadas donde tienen lugar, y por la presencia de ciertas personas que ejercen una influencia sobre ellas. Estas personas son verdaderos médiums que ignoran que lo son, circunstancia por la cual los llamamos nosotros médiums naturales. Estos son, con relación a los otros médiums, lo que los sonámbulos naturales con relación a los sonámbulos magnéticos, y no menos dignos de observación que éstos. Por esta causa recomendamos a los que se ocupan de los fenómenos espiritistas, que recojan atentamente cuantos hechos de este género lleguen a su noticia; pero cuidando sobre todo de comprobar su realidad, para evitar ser engañados por la ilusión o el fraude. Una observación atenta conduce irremisiblemente a ese resultado.


Se debe estar alerta, no solo contra los relatos que puedan pecar de exagerados, sino contra las propias impresiones, y no atribuir origen oculto a todo aquello que no se comprende. Una infinidad de causas muy simples y muy naturales pueden producir efectos extraños a primera vista, y sería una verdadera superstición ver en todas partes Espíritus ocupados en remover muebles, romper vajillas, suscitar, en fin, mil y una zarabandas con los muebles, que no es racional cargar en cuenta sino a nuestra torpeza.


Lo que se debe hacer en semejantes casos, es inquirir la causa, y hay cien probabilidades contra una, de que se hallará en alguna, bien simple, lo que se creía obra de algún Espíritu perturbador. Cuando se produce un fenómeno inexplicado, lo primero que debemos pensar es que éste es debido a una causa material, por ser lo más probable, y sólo admitir la intervención de los Espíritus a buena cuenta y cuando no hallemos otra explicación. Aquel, por ejemplo, que hallándose solo o alejado de otras personas, reciba un bofetón o un bastonazo en lis espaldas, como ha sucedido algunas veces, puede admitir la presencia de un ser invisible; mas no así, el que este en contacto con otras personas que pueden haberle gastado aquella chanza.


De todas las manifestaciones espiritas, las mas simples y las más frecuentes son los ruidos, los golpes; y es ante ellas cuando más hay que precaverse contra la ilusión, porque son innumerables las causas naturales que pueden producir esos mismos hechos: el viento que sopla o que agita un objeto, un objeto removido por uno mismo sin darse cuenta de ello, un efecto de acústica, un animal oculto, un insecto, etcétera.. amen de las artimañas de los que quieran divertirse. Los ruidos espiritistas tienen un carácter particular, que afectando un timbre de intensidad muy variada, los hace fácilmente apreciables y no confundibles con el chasquido de una madera que se abre, con el de una puerta que se mueve y golpea contra su armazón, con el chisporroteo del fuego, con el tic tac de un péndulo, etc.: son golpes, ora sordos, débiles y ligeros. ora claros. distintos y a veces estrepitosos, que cambian de lugar de modo y se repiten sin regularidad mecánica. De todos los medios de comprobación, el más eficaz, el que no deja lugar a dudas sobre el origen del ruido, es la obediencia a la voluntad. Si se producen en el lugar que se les designa, si responden a nuestro pensamiento con el número o con la intensidad, no se puede desconocer en ellos una causa inteligente; pero la falta de obediencia no es siempre una prueba en contra.


Admitamos, ahora, que por una comprobación minuciosa, hemos adquirido la certeza de que los ruidos, o cualquiera otra manifestación, son fenómenos realmente espiritistas. ¿Es racional sobrecogernos de espanto? No, ciertamente, porque en ningún caso se corre el menor peligro. Solamente a las personas a quienes se ha imbuido la idea de que se las tienen que haber con el diablo, puede su propio espanto producirles consecuencias más o menos lamentables, como ocurre con los niños a quienes se atemoriza con el Coco. Cierto que estas manifestaciones adquieren, en determinadas circunstancias, proporciones y persistencia desagradables, lo que origina el natural deseo de desembarazarse de ellas. Esto requiere una explicación. Hemos dicho que las manifestaciones físicas, en la casi totalidad de los casos, tienen por objeto llamar nuestra atención sobre algo y comencemos de la presencia de una potencia superior al hombre.


Hemos dicho también que los Espíritus elevados no se ocupan de esa especie de manifestaciones, y que se sirven de los Espíritus inferiores para producirlas, como nosotros nos servimos de los domésticos para las cosas pesadas. y esto, con las miras antedichas. Conseguido este objeto, es lo corriente que la manifestación material cese, porque ya no es necesaria. Uno o dos ejemplos permitirán comprender mejor la cosa. Al principio de mis estudios sobre Espiritismo, estando una noche ocupado en un trabajo sobre esta materia, oí en torno mío unos golpes durante cuatro horas seguidas. Era la primera vez que me ocurría tal cosa. Comprobé que no eran debidos a ninguna causa accidental; pero de momento no pasé de ahí. Tenía ocasión, en aquella época, de verme con frecuencia con un médium escribiente. Al día siguiente interrogué al Espíritu que se comunicaba por intermedio de aquel médium sobre la causa de los golpes.


Es, me respondió, que tu Espíritu familiar quería hablarte.


¿Y qué quería decirme?, pregunté. Puedes preguntárselo a él mismo, porque está aquí, me respondió. Interrogado este Espíritu, se dio a conocer, bajo un nombre alegórico (después he sabido, por otros Espíritus, que es el de un ilustre filósofo de la antigüedad), y me señaló errores en mi trabajo indicándome las líneas en que se hallaban; me dio útiles y sabios consejos, y añadió que estaría siempre conmigo y acudiría a mi llamamiento cuantas veces le evocara. Desde entonces, en efecto, este Espíritu no me ha abandonado nunca, y me ha dado muchas pruebas de una gran superioridad. Su intervención benévola y eficaz me ha sido manifiesta en los asuntos de la vida material y en los de las cuestiones metafísicas: pero desde nuestra primera plática, los golpes no se han repetido. ¿Qué es lo que quería, en efecto?. Entrar en comunicación regular conmigo. Para ello necesitaba advertirme. No fue él, por sí mismo, sin duda alguna, quien vino a golpear en mi entorno: lo más probable es que confiara esa misión a un emisario a sus órdenes. Hecha la advertencia, dada luego la explicación y establecidas las relaciones regulares, los golpes eran ya inútiles, y por ello cesaron. No se redobla el tambor tocando a diana, después que los soldados están ya en pie.


Un caso bastante similar le ocurrió a uno de mis amigos. Desde hacía algún tiempo, en su cámara se oían diversos ruidos que se hacían muy molestos. Se ofreció la ocasión de interrogar al Espíritu de su padre por la intervención de un médium escribiente, y supo lo que de él se quería. Hizo lo que le fue recomendado, y desde entonces no oyó más ruidos. Es de notar que a las personas que tienen facilidades para establecer con los Espíritus un medio regular de comunicación, raramente se les presentan manifestaciones de ese género, lo que se concibe sin trabajo.


Los Espíritus que se hacen ostensibles de ese modo, pueden también obrar por cuenta propia. Son con frecuencia, Espíritus en sufrimiento que piden asistencia moral (véase Plegaria en el Vocabulario). Cuando pueden traducir su pensamiento de un modo más inteligible, piden esta asistencia según la forma que les era familiar en vida, o que está en las ideas o en el hábito de aquellos a los cuales se dirigen; porque poco importa la forma con tal de que haya verdadera y sentida intención.


En resumen: el medio de que cesen las manifestaciones importunas, es tratar de entrar en comunicación inteligente con los Espíritus que vienen a perturbar nuestro reposo, a fin de saber qué es lo que quieren. Satisfecho su deseo, nos dejan en paz. Es como cuando uno llama a nuestra puerta hasta que salimos a abrir. ¿Qué hacer, se nos dirá, cuando no se cuenta con un médium? ¿Qué hace un enfermo, cuando no puede contar con la asistencia de un médico? Se pasa sin él. Aquí nosotros tenemos otro recurso. El enfermo no puede hacerse médico: pero de diez personas, nueve pueden ser médiums escribientes. Es cuestión, por lo tanto, de tratar de hacerse uno mismo médium, si no lo encuentra entre los suyos. A falta de médium escribiente, se puede todavía interrogar directamente al Espíritu golpeador, quien puede responder por el mismo procedimiento, es decir, por golpes convenidos. Volveremos sobre este tema en los capítulos siguientes