MANUAL PRÁCTICO DE LAS MANIFESTACIONES ESPIRITISTAS

Allan Kardec

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Sería un grave error creer que es preciso ser médium para atraer a sí los seres del mundo invisible. El espacio está poblado; los tenemos sin cesar en torno nuestro, a nuestro lado, que nos ven, nos observan, se mezclan en nuestras reuniones, nos siguen o nos rehuyen, según les atraigamos o les rechacemos. La facultad medianímica no aumenta para nada esto: es simplemente un medio de comunicación. Según lo que hemos visto sobre las causas de simpatía o de antipatía de los Espíritus, se comprende fácilmente que debemos estar rodeados de aquellos que sienten afinidad con nuestro propio Espíritu, según sea éste elevado o degradado. Consideremos ahora el estado moral de nuestro globo, y se comprenderá cuál es el género de Espíritus que debe dominar entre los Espíritus errantes. Si tomamos cada pueblo en particular, podremos juzgar, por el carácter dominante de sus habitantes, por sus preocupaciones, por sus sentimientos, más o menos morales y humanitarios, los órdenes de Espíritus que les visitan. Los Espíritus no son más que las almas desprendidas de nuestros cuerpos, que llevan consigo el reflejo de nuestras cualidades y de nuestras imperfecciones. Son buenos o malos según lo que fueron, a excepción de aquellos que, habiendo dejado en el fondo del alambique terrestre sus impurezas, se han elevado por encima de la turba de Espíritus imperfectos. El mundo espirita no es, pues, sino un extracto quintaesenciado del mundo corporal, que exhala buenos y malos olores.

Partiendo de este principio, supongamos una reunión de hombres ligeros, inconsecuentes, ocupados en sus placeres. ¿Cuáles serán los Espíritus que preferentemente se hallarán allí? No serán, seguramente, los Espíritus superiores; porque, igualmente que nuestros científicos y nuestros filósofos, no irán allí a pasar el tiempo. Así, todas las veces que los hombres se reúnen en asamblea, tienen con ellos otra asamblea oculta que simpatiza con sus cualidades o sus vicios, y esto, hecha abstracción de toda evocación. Admitamos ahora que tengan la posibilidad de conversar con los seres del mundo invisible mediante un intérprete, o lo que es igual, de un médium. ¿Quiénes serán los que respondan a sus preguntas? Evidentemente, aquellos que estén allí dispuestos a aprovechar toda oportunidad para comunicarse. Si en una reunión fútil se evoca a un Espíritu superior, podrá acudir, y hasta pronunciar algunas palabras razonables, como un buen pastor acude a su rebaño despavorido; pero en el momento que se ve incomprendido y desatento, se va, como nos iríamos cualquiera de nosotros en igualdad de circunstancias. Y así como nosotros dejaríamos el puesto franco a los que quisieran ocuparlo, así los Espíritus superiores dejan el suyo a los inferiores que están al acecho para ocuparle.

No siempre basta que una reunión sea seria para obtener comunicaciones de un orden elevado: hay gentes que nunca ríen, y no por ello tienen corazón puro: es el corazón, sobre todo. el que atrae a los buenos Espíritus. Ninguna condición moral excluye las comunicaciones espiritistas; pero si uno está en malas condiciones, habla con semejantes suyos, que no tienen escrúpulos en engañarnos y que frecuentemente alimentan nuestros prejuicios.

Que un Espíritu no sea de urden superior, no quiere decir que necesariamente haya de ser malo: puede ser y es frecuentemente ligero no más. Si os divierten sus chistes, se regodeara en prodigaros temas para epigramas, que raramente faltan motivos para ellos, y bajo forma jovial, a veces dan lecciones que resultan vejigatorios. Son los vaudevillistas del mundo de los Espíritus, como los superiores son los sabios y los filósofos del más allá.

Se ve, por lo dicho, la enorme influencia del medio sobre la naturaleza de las comunicaciones inteligentes; pero esta influencia no se ejerce como algunas personas pretendían, cuando no era conocido el mundo de los Espíritus como lo es en la actualidad, y antes que las experiencias concluyentes vinieran a poner en claro el asunto. Cuando las comunicaciones concuerdan con el criterio de los asistentes, no es porque esta opinión se refleje en el Espíritu del médium como en un espejo: es porque hay en la reunión Espíritus que son simpáticos, para el bien o para el mal, con los reunidos, y que abundan en sus ideas. Lo prueba el que i logran atraer otros Espíritus que los que de ordinario constituyen su cohorte, el mismo médium da comunicaciones en lenguaje totalmente distinto y de un fondo que e distancia en absoluto del pensar y del sentir de los reunidos. En resumen: las condicione del medio serán tanto mejores, cuanta más homogeneidad haya pera el bien; cuanto más sinceramente se deseen la instrucción y el perfeccionamiento.

En este medio, tres elementos pueden influir uno en pos del otro o simultáneamente: el conjunto de los asistentes por los Espíritus que atraen, el médium por la naturaleza de su propio Espíritu que sirve de intérprete, y el que interroga. Este, por sí solo, puede dominar todas las otras influencias, y, no obstante las condiciones desfavorables que le rodeen, puede, algunas veces, obtener grandes cosas por su ascendiente, si el objeto que se propone es útil. Los Espíritus superiores acuden a su llamamiento, y por él. los otros Espíritus se callan como los escolares ante su maestro.

La influencia del medio hace comprender que cuanto menor es el número de los asistentes a una sesión, tanto mejor es el resultado, porque es más fácil obtener la homogeneidad. Las pequeñas reuniones íntimas son siempre más favorables a las hermosas comunicaciones; sin embargo, se concibe que cien personas reunidas con el conveniente recogimiento y atención, obtendrán mejores resultados que diez que estén distraídas y en jocoso charloteo. Lo que es preciso, sobre todo, entre los asistentes, es la comunión de pensamientos. Si esta comunión es con miras al bien, los buenos Espíritus acuden fácilmente y con buena voluntad al llamamiento. No se pecará nunca, pues, de sobrado celo, recomendando la circunspección para con los nuevos elementos que se introduzcan en las reuniones: hay gentes que llevan la perturbación dondequiera que van. Los más recusables, en este caso, no son los ignorantes en la materia, ni siquiera los incrédulos: la convicción sólo se adquiere con la experiencia, y hay gentes de buena fe que quieren convencerse. De los que hay que preservarse especialmente, es de las gentes sistemáticas; de los dados a prejuicios; de aquellos incrédulos que dudan de todo, hasta de la evidencia misma: de los orgullosos que pretenden poseer la ciencia infusa, quieren imponer a los demás su opinión, y miran con desdén a los que no participan de sus puntos de vista. No os dejéis sorprender por su pretendido deseo de ilustrarse: hay más de uno que se enojaría si tuviera que convenir en que iba equivocado. Guardaos, sobre todo, de esos perorantes insípidos que quieren siempre decir la última palabra: los Espíritus no gustan de charla inútil.