MANUAL PRÁCTICO DE LAS MANIFESTACIONES ESPIRITISTAS

Allan Kardec

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Psicografía

La ciencia espirita ha progresado como todas las otras y más rápidamente que las otras; porque sólo unos años nos separan de estos medios de comunicación primitivos e incompletos, calificados despectivamente de danza de las mesas o de mesas parlantes, y hoy está en el caso de poder comunicar con los Espíritus tan fácil y tan rápidamente como los hombres entre sí, y esto por los mismos medios: la escritura y la palabra. La escritura, sobre todo, tiene la ventaja de acusar más materialmente la intervención de una potencia oculta y de dejar huellas que pueden conservarse, como lo hacemos con nuestra propia correspondencia. El primer medio empleado es el de las planchitas o cestitas provistas de un lápiz, y fueron los mismos Espíritus quienes lo indicaron. Véase cual es su disposición.


Hemos dicho al empezar este capítulo, que una persona, dotada de una aptitud especial, puede imprimir un movimiento de rotación a un objeto cualquiera. Tomemos, por ejemplo, una pequeña cestita de 15 a 20 centímetros de diámetro (nada importa que sea de mimbre o de madera, porque la materia es indiferente). Si a través del fondo de esta cestita hacemos atravesar un lápiz sólidamente sujeto, con la punta hacia el exterior, y si hacemos que el todo se mantenga en equilibrio sobre la punta del lápiz, colocado, a su vez, sobre una hoja de papel, mediante las puntas de los dedos aplicadas en derredor del borde de la cesta, estaremos ya en disposición de utilizar el aparato, la cestita se pondrá en movimiento, pero en vez de girar sobre sí misma como una peonza, paseara el lápiz en sentidos diversos sobre el papel, y trazara, o bien rasgos sin significación, o bien letras. Si se evoca un Espíritu y éste quiere comunicarse, responderá no con un sí o un no, sino con palabras y frases completas. En esta disposición el lápiz no vuelve sobre sus pasos al terminar una línea para empezar otra, sino que continúa circularmente, de modo que la línea escrita, forma una espiral lo que obliga a ir dando vueltas al papel para poder leer lo escrito. La escritura así obtenida no siempre es perfectamente legible: las palabras no suelen estar separadas ni los trazos son del todo correctos; pero el médium, por una especie de intuición, lo descifra fácilmente. Por razón de economía se puede substituir la cestita provista de lápiz, por éste y un papel ordinario. Designaremos esta cestita con el calificativo de cestita trompo.


Muchas otras disposiciones han sido imaginadas para obtener el mismo resultado; la más cómoda es, la que calificamos de cestita con pico. Consiste en adaptar a una cestita una tira de madera inclinada, haciéndola salir de 10 a 15 centímetros por una parte, en la posición del mástil de bauprés de un barco. Por un agujero practicado en la extremidad de esta tira, o pico, se hace pasar un lápiz bastante largo para que la punta descanse sobre el papel. Colocando el médium los dedos sobre la cestita, todo el aparato se agita y el lápiz escribe como en el caso anterior, con la diferencia de que la escritura es, en general, más legible, las palabras están separadas y las líneas no aparecen en espiral, sino como en la escritura ordinaria, trasladándose el lápiz por sí mismo de la una a la otra, se obtienen así disertaciones de más páginas y tan rápidamente como sí se escribiera con la mano.


La inteligencia que actúa se manifiesta frecuentemente por otros signos inequívocos. Llegando al fin de la página, el lápiz hace espontáneamente un movimiento para volverla; quiere referirse a un pasaje precedente escrito en la misma página o en otra, y le busca con la punta del lápiz como lo haría con los ojos, y le subraya; quiere, en fin, dirigirse a uno de los presentes, y la punta de la tira de madera se dirige hacia él. Para abreviar: expresa frecuentemente las palabras sí y no con los mismos movimientos de afirmación o negación que nosotros hacemos con la cabeza. De todos los procedimientos empleados, éste es el que da la escritura mas variada, según el Espíritu que se manifiesta, y frecuentemente una escritura igual a la que tenía en vida, si es que dejó la tierra poco tiempo antes.


En lugar de la cesta, se sirven algunos de una pequeña mesa hecha ex profeso, de 12 a 15 centímetros de longitud, por cinco o seis de altura; esta mesa tiene tres patas, y una de ellas sirve de soporte al lápiz. Otros se sirven simplemente de una planchita sin pies, la cual, en uno de sus bordes, tiene un agujero para colocar el lápiz: colocada en posición de escribir, la planchita ofrece un plano inclinado, apoyando uno de sus lados sobre el papel. Hay que advertir, como se comprende, que todas estas disposiciones, y otras varias, no tienen nada de absoluto: la más cómoda es siempre la mejor.


Para utilizar todos estos aparatos, es casi siempre necesaria la concurrencia de dos personas; pero no es de necesidad que la segunda esté dotada de facultad medianímica: su papel queda reducido a mantener el equilibrio y a disminuir la fatiga del médium.


Llamamos psicografía indirecta a la escritura así obtenida, por oposición a la psicografía directa o escritura obtenida por la mano misma del médium. Para comprender este último procedimiento, es preciso darse cuenta de lo que pasa en esta operación. El Espíritu extraño que se comunica, obra directamente sobre el médium: y este, bajo tal influencia, dirige maquinalmente su brazo y su mano para escribir, sin tener éste, (al menos, es el caso más ordinario) la menor conciencia de lo que escribe: la mano obra sobre la cesta y la cesta sobre el lápiz: de lo que se sigue que no es la cesta la que se hace inteligente, sino que es un instrumento dirigido por una inteligencia; aquella no es, en realidad, sino un portalápiz, un apéndice de la mano, un instrumento intermedio entre la mano y el lápiz. Suprimíd este instrumento intermediario y colocad el lápiz en la mano del sujeto: obtendréis el mismo resultado con un mecanismo mucho más simple, puesto que el médium escribe como en las condiciones normales. De esto se colige que toda persona que escribe con auxilio de la cestita, de la mesita o de cualquier otro objeto, con mayor puede escribir directamente. De todos los medios de comunicación psicógrafa, éste es, sin réplica, el más simple, el más fácil y el más cómodo, porque no exige ninguna preparación, y se presta, como la escritura corriente, a los dictados más extensos. Volveremos sobre él cuando nos ocupemos de los médiums.


La Pneumatografía es la escritura directa de los Espíritus. Cuando este fenómeno se produjo por primera vez (al menos en nuestros tiempos; porque nada prueba que no fuera conocido en la antigüedad y en la Edad Media, como todos los otros medios de manifestación), excitó dudas muy naturales; pero hoy es ya un hecho adquirido. Alguien muy digno de fe, nos ha afirmado que uno de sus parientes, Canónigo, de acuerdo con el Abate Faria, obtenía este género de escritura, en París, desde el año 1804. El barón de Guldenstube acaba de publicar sobre este tema una obra muy interesante, acompañada de numerosos autógrafos de tal criatura él es, en cierto modo, quien la ha puesto en evidencia, y muchas otras personas han obtenido luego los mismos resultados. Se colocan una hoja de papel y un lápiz sobre la tumba, bajo la estatua o el retrato de un personaje cualquiera, y al día siguiente frecuentemente algunas horas después, se encuentra escrito sobre el papel un nombre, una sentencia y a veces signos ininteligibles. Es evidente que ni la tumba, ni la estatua, ni el retrato bastan por sí mismos para producir el fenómeno; éste es solamente un medio de evocación por el pensamiento. Ahora se contenta un con poner en un cajón, o en una caja que pueda cerrar con llave, una cuartilla, con lápiz o sin él; y, tomando las precauciones necesarias para evitar cualquier superchería, se evoca al Espíritu y se espera el resultado, que suele ser el mismo.


Este fenómeno es, sin contradicción, uno de los más extraordinarios que presentan las manifestaciones espiritistas, y uno de los que atestiguan de una manera perentoria la intervención de una inteligencia u oculta: pero no puede reemplazar a la psicografía (por el presente al menos), para el desarrollo que requieren determinados temas. Se obtiene así la expresión de un pensamiento espontáneo, lo reconocemos: pero nos parece que se presta poco a pláticas y al cambio rápido de ideas que permite el otro método. Por otra parte, la obtención del fenómeno pneumatógrafo es muy rara, mientras que los médiums escribientes son muy numerosos.


En un principio parecía difícil poder darse cuenta de un hecho tan anormal; hoy, no. Con todo, habrá de permitírsenos que no describamos aquí su desarrollo: tendríamos que remontarnos a la fuente de otros fenómenos, del que aquél es la consecuencia. La explicación completa se encontrará en la Revue Spirite, y se verá que, por una deducción lógica, se llega a un resultado naturalismo.


Los Espíritus, en fin, nos transmiten sus pensamientos por la voz de ciertos médiums, dotados a este efecto de una facultad especial: es lo que llamamos psicofonía. Este medio tiene todas las ventajas de la psicografía por la rapidez y la extensión que puede darse a las comunicaciones, y place mucho a los Espíritus superiores; pero para las personas que dudan quizá tenga el inconveniente de no acusar de una manera bastante clara la intervención de una inteligencia extraña. A quienes conviene, es a los que, ya suficientemente edificados sobre la realidad de los hechos, se sirven de él para el complemento de sus estudios y no tienen necesidad de acrecentar su convicción.


Acabamos de bosquejar los diferentes medios de comunicación directa con los espíritus, y les hemos designado con nombres característicos que abarcan todas las variedades, y las gamas de cada variedad; permitiendo así, entendernos mejor que con perífrasis que no tienen nada de fijo ni de metódico. Al principio de las manifestaciones, cuando se tenían a este respecto ideas menos precisas, se publicaron muchos escritos con estas designaciones: Comunicaciones de una cesta, de una planchita, de una mesa parlante, etc. Hoy se comprende todo lo que tienen de insuficiente y de erróneo tales expresiones, aun prescindiendo de su carácter poco serio. En efecto: las cestas, mesas, planchas, y todo otro instrumento, como acabamos de ver, no son sino elementos inertes que no pueden dar de sí absolutamente nada sin la intervención ajena. Es, pues, tomar el efecto por la causa, el instrumento por el principio, usar de aquel lenguaje: tanto valdría que un autor pusiera bajo el título de su obra, en vez de su nombre, esta aclaración: “escrita con pluma metálica” o “escrita con pluma de ganso”. Por otra parte, tales instrumentos no son absolutos: conocemos a quien, en vez de la cesta-trompo que hemos descrito, se servía de un embudo, por cuyo canal pasaba el lápiz. Se podría, pues, decir, que había comunicaciones de un embudo, de una cacerola, o de una ensaladera. Si las comunicaciones se han obtenido por medio de golpes y éstos han sido dados por una silla, un bastón o una escoba, no ha sido la parlante una mesa, sino una silla, un bastón o una escoba. Lo que importa conocer no es la naturaleza del instrumento, sino el modo de obtención. Si la comunicación tiene efecto por la escritura, aunque el portalápiz sea el que quiera. para nosotros es psicografía: si es por golpes, es tiptología. Tomando el Espiritismo las proporciones de una ciencia, le hace falta poseer un lenguaje científico.