MANUAL PRÁCTICO DE LAS MANIFESTACIONES ESPIRITISTAS

Allan Kardec

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Los Espíritus obran frecuentemente sobre nuestro pensamiento, sin que nos demos cuenta de ello, nos inducen a tal o cual cosa, nosotros creemos obrar por nuestra propia cuenta, y no hacemos otra cosa que ceder a una sugestión extraña.


De lo dicho no hay que inferir que carezcamos de iniciativa; lejos de eso, el Espíritu encarnado goza siempre de su albedrío, no hace en definitiva sino lo que quiere, y frecuentemente sigue su impulso personal.


Para darnos cuenta de cómo pasan las cosas, es preciso representarnos nuestra alma desprendida de sus ligaduras por la emancipación, lo que tiene siempre lugar durante el sueño, y algunas veces, durante la vigilia también. Entonces entra el alma en comunicación con los Espíritus, como si uno saliera de su casa para ir a la de un vecino permítasenos esta comparación familiar, con el que entra en conversación, o para hablar con más exactitud, en intercambio de pensamientos. La influencia del Espíritu extraño no es una imposición, sino un modo de consejo que da a nuestra alma; consejo que puede ser más o menos prudente, según la naturaleza del Espíritu, y que el alma queda en libertad de seguir o de rechazar, pero que puede apreciar mejor cuando no está bajo el influjo de las ideas que suscita la vida de relación. A esto obedece el que se diga que la noche es consejera.


No es siempre fácil distinguir el pensamiento sugerido del pensamiento propio, porque frecuentemente se confunden. Sin embargo, cabe la presunción de que nos viene de una fuente extraña cuando es espontáneo, cuando surge en nosotros como una inspiración y es opuesto a nuestra manera de apreciar. Nuestro juicio y nuestra conciencia nos hacen distinguir si es bueno o malo.