MANUAL PRÁCTICO DE LAS MANIFESTACIONES ESPIRITISTAS

Allan Kardec

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Médiums pagados

No conocemos aun médiums escribientes que den sesiones de consultas a tanto por sesión: eso vendrá, posiblemente, y por ello consideramos de interés consagrar algunas palabras a tal tema.


Diremos, en primer término, que nada se prestaría más al charlatanismo y a la juglería, que semejante oficio. Si se han multiplicado los falsos sonámbulos, se multiplicarían mucho más los falsos médiums, y la razón de la multiplicación sería motivo para la desconfianza. El desinterés, por el contrario, es la objeción más perentoria que se puede oponer a los que no ven en la mediumnidad escribiente sino una hábil maniobra. No hay charlatanismo desinteresado. ¿Cuál seria entonces, el objeto de las personas que usaran de la superchería sin provecho? Y esto con mayor razón cuando la honorabilidad de tales personas les pone al abrigo de toda sospecha. Si la ganancia que un médium obtuviera de su facultad, fuera motivo fundado de sospecha, no por ello sería prueba de que tal sospecha era legítima. Podría darse el caso de tratarse de una facultad real puesta en ejercicio de buena fe, con todo y exigir retribución. Veamos, en este caso, si se puede esperar razonablemente un resultado satisfactorio.


Si se ha comprendido lo que hemos dicho acerca de las condiciones necesarias para servir de intérprete a los buenos Espíritus, de las numerosas causas que les pueden alejar, de las causas independientes de su voluntad que son con frecuencia un obstáculo para su venida, de todas las condiciones morales, en fin, que pueden ejercer influencia sobre las comunicaciones ¿cómo poder aceptar que un Espíritu, por poco elevado que sea, esté a todas las horas del día a las órdenes de un mercachifle de consultas, y sometido a sus exigencias, para satisfacer la curiosidad del primer advenedizo? Se conoce la aversión de los Espíritus a todo lo que huela a concupiscencia y egoísmo y el poco caso que hacen de las cosas materiales, ¡y se quiere que ayuden a un tráfico inmoral con su presencia! Esto repugna a la razón, y sería dar pruebas de conocer bien poco el mundo espirita, creer que pueda establecerse ese contubernio. Pero como los Espíritus ligeros son menos escrupulosos y no rehuyen las ocasiones de divertirse por nuestra cuenta, resulta que si uno no es mistificado por un falso médium, corre el peligro de serlo por alguno de aquéllos. Con estas reflexiones solamente, se tiene la medida de la confianza que debe depositarse en comunicaciones de ese género. Por lo demás, ¿a quién servirían hoy en día los médiums mercenarios, si, cuando uno no tiene en sí mismo la facultad, puede hallarla en su familia, entre sus amigos o entre sus conocidos?


El inconveniente que acabamos de señalar, no reza con las comunicaciones puramente físicas. La naturaleza de los Espíritus que se comunican en estas circunstancias, lo deja comprender fácilmente. Con todo, como la facultad de los médiums de efectos físicos no está siempre a su disposición, frecuentemente les fallaría en el instante en que más necesitaran de ella para satisfacer las exigencias del público. La facultad medianímica, aun dentro de estos límites, no ha sido dada para exhibirse en los proscenios de los teatros, y quienquiera que pretendiese tener a sus órdenes Espíritus, aun del rango más ínfimo, para hacerles actuar al minuto, puede tenerse, con derecho, como sospechoso de charlatanismo y de prestidigitación más o menos hábil. Que se tenga por dicho:


Todas las veces que se vean anuncios de pretendidas sesiones espiritistas o de espiritualismo a tanto el asiento, se trata de charlatanismo o de prestidigitación más o menos bien preparada.