EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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17. Hay, se dice, ángeles guardianes. Pero cuando no pueden hacerse oír por la voz misteriosa de la conciencia o la inspiración, ¿por qué no se emplean medios de acción más directos y más materiales que puedan afectar los sentidos, puesto que los hay? ¿Dios pone, pues, estos medios, que son obra suya, porque todo proviene de Él y nada sucede sin su permiso, a disposición únicamente de los malos espíritus, mientras que impide a los buenos servirse de ellos? De esto se deduce que Dios concede a los demonios más facilidad para perder a los hombres que no a los ángeles guardianes para salvarles.


Pues bien, lo que los ángeles guardianes no pueden hacer, según la iglesia, lo hacen los demonios. Con ayuda de estas mismas comunicaciones llamadas infernales, vuelven a Dios a los que renegaban de Él, y al bien a los que estaban sumergidos en el mal. Nos dan el extraño espectáculo de millones de hombres que creen en Dios por el poder del diablo, siendo así que 1a iglesia había sido impotente para convertirlos. ¡Cuántos hombres que no oraban jamás, oran hoy con fervor, gracias a las instrucciones de esos mismos demonios! ¡Cuántos vemos que de orgullosos, egoístas y silenciosos, han venido a ser humildes, caritativos y menos sensuales! ¡Y se dirá que es obra de los demonios! Si así fuera, es necesario convenir en que el demonio les ha prestado un gran servicio y les ha asistido mejor que los ángeles. Es preciso formarse muy pobre opinión del juicio de los hombres en este siglo para creer que pudiesen aceptar a ciegas tales ideas. Una religión que de semejante doctrina hace su piedra angular y se declara minada por su base si le quitan sin piedad sus demonios, su infierno, sus penas eternas y su Dios, es una religión que se suicida.