6. El espíritu culpable sufre primero en la vida espiritual en proporción a sus imperfecciones. Después se le da la vida corporal como un medio de reparación. Por esto se encuentra allí nuevamente, ya sea con las personas a quienes ofendió, o bien en centros análogos a aquellos en donde hizo el mal, o en situaciones opuestas, como, por ejemplo, en la miseria si fue un rico avaro, en una situación humillante si fue orgulloso.
La expiación, en el mundo de los espíritus y en la Tierra, no es un doble castigo para el espíritu. Es el mismo que continúa en la Tierra, como complemento, con el fin de facilitarle su mejoramiento por un trabajo efectivo. Depende de él aprovecharlo. ¿Acaso no es preferible para él volver a vivir en la Tierra con la posibilidad de ganar el cielo, a ser condenado sin remisión, dejándola? Esa libertad que se le concede es una prueba de la sabiduría, de la bondad y de la justicia de Dios, que quiere que el hombre lo deba todo a sus fuerzas y que sea autor de su porvenir. Si es desgraciado, y si lo es más o menos tiempo, sólo a él mismo puede culpar. El camino del progreso está siempre expedito para él.