EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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Argumentos en apoyo de las penas eternas

10. Volvamos al dogma de la eternidad de las penas. El principal argumento que se presenta en favor suyo es el siguiente:


Está admitido entre los hombres que la gravedad de la ofensa es proporcionada a la condición del ofendido. La que se comete contra un soberano, siendo considerada como más grave que la inferida a un particular, es castigada más severamente. Pues Dios es más que un soberano puesto que es infinito. La ofensa para con Él es infinita y debe tener un castigo infinito, es decir, eterno.


Refutación. Una refutación es un argumento que debe tener su punto de partida, una base en la cual se apoye, unas premisas, en una palabra. Tomamos estas premisas en los atributos de Dios:


Dios es único, inmutable, inmaterial, todopoderoso, soberanamente justo y bueno, infinito en todas sus perfecciones.


Es imposible concebir a Dios a no ser con el infinito de las perfecciones, sin lo que no sería Dios, porque se podría concebir un ser que poseyese lo que le faltase. Para que esté sobre todos los seres, es necesario que ninguno pueda sobrepujarse ni igualarle en nada. Tiene que ser, pues, infinito en todo.


Siendo infinitos los atributos de Dios, no son susceptibles ni de aumento ni de disminución. Sin esto no serían infinitos y Dios no sería perfecto. Si se agregase la más pequeña partícula de uno solo de estos atributos, no sería Dios, puesto que podría existir un ser más perfecto.


El infinito de una cualidad excluye la posibilidad de la existencia de una cualidad que la disminuya o anule. Un ser infinitamente bueno no puede tener la más pequeña partícula de maldad. Lo mismo que un objeto no podría ser absolutamente negro teniendo el más pequeño viso blanco, ni de un blanco absoluto con la más pequeña mancha negra.


Sentado este punto de partida, al argumento arriba dicho se oponen los siguientes:


11. Sólo un ser infinito puede hacer alguna cosa infinita. El hombre, siendo limitado en sus virtudes, sus conocimientos, en su potencia, en sus aptitudes, en su existencia terrestre, no puede producir sino cosas limitadas.


Si el hombre pudiera ser infinito en el mal que hace, lo sería igualmente en el bien que hace, y entonces sería igual a Dios. Pero si el hombre fuera infinito en lo que hace de bueno, no haría mal, porque el bien absoluto es la exclusión de todo mal.


Admitiendo que una ofensa temporal hacia la Divinidad pudiese ser infinita, Dios, vengándose de ella con un castigo infinito, sería infinitamente vengativo. Si fuera infinitamente vengativo, no podría ser infinitamente bueno y misericordioso, porque uno de estos atributos es la negación del otro. Si no fuera infinitamente bueno, no sería perfecto. Y si no fuese perfecto, no sería Dios.


Si Dios es inexorable para con el culpable arrepentido, no es misericordioso. Si no es misericordioso, no es infinitamente bueno.


¿Por qué impondría Dios al hombre como ley el perdón, si Él mismo no sabe perdonar? ¡Resultaría de esto que el hombre que perdona a sus enemigos y les devuelve bien por mal, sería mejor que Dios, que se hace sordo al arrepentimiento de aquel que le ha ofendido, y le niega, eternamente, el más ligero alivio.


Dios, que está en todas partes y lo ve todo, debe ver los tormentos de los condenados. Si es insensible a sus gemidos durante la eternidad, eternamente está falto de piedad. Si no tiene piedad, no es infinitamente bueno.


12. A esto nos contestarán que el pecador que se arrepiente antes de morir experimenta la misericordia de Dios, y que entonces el mayor culpable puede encontrar perdón en su presencia.


Esto no se ha puesto en duda, y se concibe que Dios no perdone sino al arrepentido, y sea inflexible para con los endurecidos. Pero si es misericordioso para con el alma que se arrepiente antes de haber dejado su cuerpo, ¿por qué no lo es para con la que se arrepiente después de la muerte? ¿Por qué el arrepentimiento no ha de tener eficacia sino durante la vida, que no es más que un instante, y no la ha de tener durante la eternidad, que no tiene fin? Si la bondad y la misericordia de Dios están circunscritas a un tiempo dado, no son infinitas, y Dios no es infinitamente bueno.


13. Dios es soberanamente justo. La soberana justicia no es la justicia más inexorable, ni la que deja toda falta impune. Es la que lleva la cuenta más rigurosa del bien y del mal, que recompensa al uno y castiga al otro en la más equitativa proporción y no se engaña jamás.


Si por una falta temporal, que siempre es resultado de la naturaleza imperfecta del hombre y a menudo del centro en que se encuentra, el alma puede ser castigada eternamente, sin esperanza de alivio ni de perdón, no hay ninguna proporción entre la falta y el castigo. Luego no hay tampoco justicia.


Si el culpable vuelve a Dios, se arrepiente y solicita reparar el mal que ha hecho, vuelve al bien, a los buenos sentimientos. Si el castigo es irrevocable, esta vuelta al bien es infructuosa, puesto que si no se ha tenido cuenta del bien, no hay justicia. Entre los hombre, el condenado que se enmienda obtiene una conmutación en su pena y a veces hasta se le rehabilita. ¿Habría, pues, en la justicia humana, más equidad que en la justicia divina?


Si la condena es irrevocable, el arrepentimiento es inútil. No teniendo que esperar nada el culpable de su vuelta al bien, persiste en el mal, de modo que Dios no solamente le condena a sufrir perpetuamente, sino que también la obliga a permanecer en el mal durante la eternidad. Esto no sería ni justicia ni bondad.


14. Siendo Dios infinito en todas las cosas, debe conocerlo todo: el pasado y el porvenir. Debe saber, en el momento de la creación de un alma, si faltará gravemente para ser condenada por una eternidad. Si no sabía, su sabiduría no es infinita, y en tal caso, no es Dios. Si lo sabía, voluntariamente creó un ser destinado, desde su formación, a tormentos sin fin, y entonces no es bueno.


Si Dios, conmovido por el arrepentimiento de un condenado, puede extender sobre él su misericordia y sacarle del infierno, no hay penas eternas, y el juicio pronunciado por los hombres es revocado.


15. La doctrina de las penas eternas absolutas conduce forzosamente a la negación o a la disminución de algunos de los atributos de Dios, y en consecuencia, es inconciliable con la perfección infinita. De donde extraeremos la siguiente conclusión:


Si Dios es perfecto, la condenación eterna no existe. Si ésta existe, Dios no es perfecto.


16. Se invoca también en favor del dogma de la eternidad de las penas el argumento siguiente:


“Si la recompensa concedida a los buenos es eterna, debe tener por contrapeso un castigo eterno. ¿Es justo proporcionar el castigo a la recompensa?”


Refutación. ¿Crea Dios el alma con la mira de hacerla dichosa o desgraciada? Evidentemente, la dicha de la criatura debe ser el objeto de su creación, pues de otra manera Dios no sería bueno. Ella consigue la dicha por su propio mérito. Adquirido el mérito no puede perder el fruto, porque de otro modo degeneraría. La eternidad de la dicha es, pues, consecuencia de la inmortalidad.


Pero antes de llegar a la perfección, tiene que sostener luchas, combatir las malas pasiones. No habiéndola Dios creado perfecta, sino susceptible de llegar a serlo, a fin de que tenga el mérito de sus obras, puede faltar. Sus caídas son las consecuencias de su debilidad natural. Si por una caída debiera ser castigada eternamente, se podría preguntar: ¿Por qué Dios no la ha creado más fuerte? El castigo que sufre es una advertencia por haber obrado mal y que debe tener por resultado devolverla al buen camino. Si la pena fuese irremisible, su deseo de obrar mejor sería superfluo. Entonces el fin providencial de la Creación no se podría alcanzar, porque habría seres predestinados a la dicha y otros, en cambio, a la desgracia. Si un alma culpable se arrepiente, puede llegar a ser buena. Pudiendo llegar a ser buena, puede aspirar a la dicha. ¿Sería Dios justo en negarle los medios?


Siendo el bien el objeto final de la Creación, la dicha, que es su precio, debe ser eterna. El castigo, que es un medio de llegar a aquél, debe ser temporal. La más vulgar noción de justicia, aun entre los hombres, dice que no se puede castigar perpetuamente al que tiene el deseo y la voluntad de hacer bien.


17. El último argumento en favor de la eternidad de las penas es el siguiente:


“El temor del castigo eterno es un freno. Si se quita, el hombre, no temiendo nada, se entregará a todos los excesos.”


Refutación. Este raciocinio sería justo si la eternidad de las penas trajese consigo la supresión de toda sanción penal. El estado feliz o desgraciado en la vida futura es una consecuencia rigurosa de la justicia de Dios. Porque la identidad de la situación entre el hombre bueno y el perverso sería la negación de esta justicia. Pero no por no ser eterno, es el castigo menos penoso. Se le teme tanto más cuanto más racional es. Una penalidad en la que no se cree, no es un freno, y la eternidad de las penas se incluye en esta categoría.


La creencia en las penas eternas, como lo hemos dicho, ha tenido su utilidad y su razón de ser en cierta época. Hoy no solamente no conmueve, sino que hace incrédulos. Antes de sentarla como una necesidad, debería demostrarse que es real. Sería preciso, sobre todo, que se viese su eficacia en aquellos que la preconizan y se esfuerzan en demostrarla. Desgraciadamente, entre éstos, muchos demuestran con sus actos que no se asustan de ella. Si es impotente para reprimir el mal entre los que dicen creer en ella, ¿qué influjo puede tener sobre los que no creen?