EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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Los demonios según la iglesia

7. Según la iglesia, Satanás, el jefe o el rey de los demonios, no es una personificación alegórica del mal, sino un ser real que hace exclusivamente el mal, mientras que Dios hace exclusivamente el bien. Tomémosle, pues, tal como nos lo dan.


¿Satanás es eterno como Dios, o posterior a Dios? Si es eterno, es increado, y en consecuencia, igual a Dios. Dios, entonces, no es único. Hay el Dios del bien y el Dios del mal.


¿Es posterior? Entonces es una criatura de Dios. Puesto que no hace más que el mal, que es incapaz de hacer el bien y arrepentirse, Dios ha creado un ser dedicado al mal perpetuamente. Si el mal no es obra de Dios, sino de una de sus criaturas predestinada a hacerlo, Dios es siempre su primer autor, y entonces no es infinitamente bueno. Lo mismo puede decirse de todos los seres malos llamados demonios.


8. Tal ha sido durante largo tiempo la creencia sobre este punto. Hoy se sostiene: (1)


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(1). Las siguientes citas han sido extractadas de la pastoral del Eminentísimo Cardenal Goussel, arzobispo de Reims, para la cuaresma de 1865. En razón del mérito personal y de la posición del autor, se puede considerar como la última expresión de la iglesia sobre la doctrina de los demonios.


“Dios, que es la bondad y la santidad por esencia, no los creó malos ni maléficos. Su mano paternal, que se complace en derramar sobre todas sus obras un reflejo de sus perfecciones infinitas, les colmó de los mayores dones. A las calidades eminentísimas de su naturaleza, añadió las larguezas de su gracia. Les hizo en todo semejantes a los espíritus sublimes que gozan de gloria y felicidad. Repartidos en todos sus órdenes y mezclados en todas sus categorías, tenían el mismo fin y los mismos destinos. Su jefe fue el más bello de los arcángeles.


“Hubieran podido merecer del mismo modo la confirmación para siempre en la justicia y ser admitidos a gozar eternamente de la dicha de los cielos. Este último favor hubiera sido el colmo de todos los otros favores de que eran objeto. Pero debía ser el precio de su docilidad, y se hicieron indignos de Él. Lo perdieron por una rebelión atrevida e insensata.


“¿Cuál ha sido el escollo de su perseverancia? ¿Qué verdad han desconocido? ¿Qué acto de fe y de adoración han rehusado a Dios? La iglesia y los anales de la historia santa no lo refieren de una manera positiva, pero parece cierto que no se han conformado ni con mediación del Hijo de Dios, ni con la exaltación de la naturaleza humana con Jesucristo.


“El verbo divino, por quien todas las cosas han sido hechas, es también el único mediador y salvador en el cielo y en la tierra. El fin sobrenatural no se ha dado a los ángeles y a los hombres sino en previsión de su encarnación y de sus méritos. Porque no hay ninguna proporción entre las obras de los espíritus más eminentes y esta recompensa, que no es otra sino el mismo Dios. Ninguna criatura habría podido llegar a Él sin esta intervención maravillosa y sublime de caridad. Pero para considerar la distancia infinita que separa la esencia divina de las obras de sus manos, era preciso que reuniese en su persona los dos extremos y que asociase a su divinidad la naturaleza del ángel o la del hombre, e hizo elección de la naturaleza humana.


“Este designio, concebido desde la eternidad, fue manifestado a los ángeles mucho tiempo antes de su cumplimiento. El Hombre-Dios les fue mostrado en el porvenir como aquel que debía confirmarles en gracia e introducirles en la gloria, con la condición de que le adorarían en la Tierra durante su misión y en el cielo por los siglos de los siglos.


“¡Revelación inesperada, maravillosa visión para los corazones generosos reconocidos, pero misterio profundo, abrumador, para los espíritus soberbios! ¡Este fin sobrenatural, este inmenso cúmulo de gloria que se les proponía, no sería, pues, la sola recompensa de sus méritos personales! ¡Jamás podrían atribuirse a sí mismos los títulos y posesión! ¡Un mediador entre ellos y Dios!, ¡qué injuria hecha a su dignidad! ¡La preferencia gratuita acordada a la naturaleza humana! ¡qué injusticia! ¡Qué ataque contra sus derechos! ¿Esta Humanidad que les es tan inferior, la verán, un día, deificada por su unión con el Verbo y sentada a la derecha de Dios, sobre un trono resplandeciente? ¿Consentirán en ofrecer eternamente sus homenajes y sus adoraciones?


“Lucifer y la tercera parte de los ángeles sucumbieron a estos pensamientos de orgullo y de celos. San Miguel, y con él el mayor número, exclamaron: «¿Quién como Dios? ¡Él es dueño de sus dones y el soberano Señor de todas las cosas! ¡Gloria a Dios y al Cordero que será inmolado por la salvación del mundo!» Pero el jefe de los rebeldes, olvidado que era deudor a su Creador de su nobleza y de sus prerrogativas, no escucha más que su temeridad, y dice:


“«Soy yo mismo quien subiré al cielo, estableceré mi morada sobre los astros, me sentaré en la montaña de la alianza, en los flancos del Aquilón, dominaré las nubes más elevadas y seré semejante al Altísimo.» Los que participaban de sus sentimientos acogieron sus palabras con un murmullo de aprobación, y de éstos los había en todos los órdenes de la jerarquía, pero su multitud no les puso el abrigo del castigo.”


9. Esta doctrina promueve muchas objeciones:


1.º Si Satanás y los demonios eran ángeles, eran perfectos, ¿Cómo, siendo perfectos, pudieron faltar y desconocer hasta tal punto la autoridad de Dios, en presencia del cual se encontraban? Se concebiría también que si no hubiera llegado a este punto eminente más que gradualmente, y después de haber pasado por la escala de la imperfección, hubiesen podido tener un retroceso apreciable. Pero lo que no se comprende es que nos los representan como habiendo sido creados perfectos.


La consecuencia de esta teoría es la siguiente. Dios quiso crearles seres perfectos, puesto que les había colmado de todos los dones, y se equivocó. Luego, según la iglesia, Dios no es infalible. (2)


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(2). Esta doctrina monstruosa es afirmada por Moisés cuando expresa (Génesis, Cáp. VI, v. 6 y 7): “Se arrepintió de haber hecho al hombre en la Tierra.” Y conmovido por el dolor hasta el fondo del corazón, declara: “Yo exterminaré de la Tierra al hombre que he creado. Exterminaré todo, desde el hombre hasta los animales. Desde lo que pisa la Tierra hasta las aves del cielo, porque me arrepiento de haberlos creado.”




Un Dios que se arrepiente de lo que ha hecho no es perfectos ni infalible, luego no es Dios. Sin embargo, éstas son las palabras que la iglesia proclama como verdades santas. Tampoco se ve muy claro lo que había de común entre los animales y la perversidad de los hombres para merecer el exterminio.


2.º Puesto que ni la iglesia ni los anales de la historia sagrada explican la causa de su rebelión contra Dios, puesto que solamente parece cierto que provino de su negativa a reconocer la misión futura de Cristo, ¿qué valor puede tener el cuadro tan preciso y tan detallado de la escena que tuvo lugar en esta ocasión? ¿De qué origen se han sacado las palabras tan claras referidas como allí pronunciadas, y hasta los simples murmullos? Una de dos, o la escena es verdadera, o no lo es. Si es verdadera, no hay ninguna incertidumbre, y entonces, ¿por qué la iglesia no corta la cuestión? Si la iglesia y la historia se callan, si solamente la causa parece cierta, esto no es más que una suposición, y la escena que se describe es una obra imaginaria. (3)


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(3). Se encuentra en Isaías, Cáp. XIV, v. 11 y ss.: “Tu orgullo ha sido precipitado en los infiernos, tu cuerpo muerto ha caído en la tierra, tu lecho será la podredumbre y tu vestido serán los gusanos.” “¿Cómo has caído del cielo, Lucifer, tú que parecías tan brillante al apuntar el día? Cómo has sido echado por tierra, tú que llenabas de llagas las naciones, que manifestabas en tu corazón: Yo subiré al cielo, estableceré mi trono encima de los astros de Dios, y me sentaré sobre la montaña de la alianza a los lados del Aquilón. Me colocaré sobre las nubes más elevadas y seré semejante al Altísimo Y sin embargo, has sido precipitado desde esta gloria en el infierno, hasta lo más profundo de los abismos. Los que te verán se acercarán a ti, y después de haberte mirado, te dirán: ¿Es éste el hombre que ha espantado a la Tierra que ha esparcido el terror en los reinos, que ha hecho del mundo un desierto, que ha destruido sus ciudades, y que ha detenido en cadenas a los que había hecho prisioneros?”
Estas palabras del profeta no son relativas a la religión de los ángeles, sino una alusión al orgullo y a la caída del rey de Babilonia, quien tenía cautivos a los judíos, como lo prueban los últimos versículos. El rey de Babilonia es designado, por alegoría, bajo el nombre de Lucifer, pero no se hace aquí ningún mérito de la escena descrita más arriba. Estas palabras son las del rey, quien las decía en su corazón, y se colocaba, por su orgullo, sobre Dios, cuyo pueblo tenía cautivo. La predicción de la libertad de los judíos, de la ruina de Babilonia y de la derrota de los asirios es, por otra parte, objeto exclusivo de este capítulo.




3.º Las palabras atribuidas a Lucifer acusan una ignorancia que causa admiración en un arcángel que por su misma naturaleza, y en el grado en que está colocado, no debe tener sobre la organización del Universo los errores y las preocupaciones que los hombres han profesado hasta que la ciencia viniera a ilustrarles.


¿Cómo pudo decir: “Estableceré mi morada sobre los astros”, “dominaré las nubes más elevadas”? Esta es la antigua creencia en la Tierra como centro del mundo, del cielo, de las nubes que se extienden hasta las estrellas, en la región limitada de éstas formando bóveda, y que la astronomía nos demuestra diseminadas en el espacio infinito. Como se sabe hoy que las nubes no se extienden más allá de dos leguas de la superficie de la Tierra, para llegar a decir que dominaría las más elevadas nubes, y para hablar de las montañas, era preciso que la escena pasase en la superficie de la Tierra, y que en ella estuviese la mansión de los ángeles. Si esta mansión está en las regiones superiores, era inútil decir que se elevaría más arriba de las nubes. Pretender que los ángeles tengan un lenguaje tan ignorante es confesar que los hombres de hoy saben más que los ángeles. La iglesia ha tenido siempre el inconveniente de no contar con los progresos de la ciencia.


10. La respuesta a la primera objeción se encuentra en el pasaje siguiente: “La escritura y la tradición dan el nombre del cielo al lugar en que los ángeles habían sido colocados en el momento de su creación. Pero éste no era el cielo de los cielos, el cielo de la visión beatífica, donde Dios se muestra a sus elegidos cara a cara, y donde sus elegidos le contemplan sin esfuerzos y sin obstáculos, porque allí no hay peligro ni posibilidad de pecar. La tentación y la flaqueza son desconocidas, la justicia, la alegría y la paz reinan con una inmutable seguridad. La santidad y la gloria no pueden perderse. Ésta era, pues, una región celeste, una esfera luminosa y afortunada donde estas nobles criaturas, tan favorecidas con las comunicaciones divinas, debían recibirlas y adherirse a ellas por humildad de la fe antes de ser admitidas para ver claramente la realidad en la misma esencia de Dios.”


Resulta de lo que precede que los ángeles que han faltado pertenecen a una categoría menos elevada, menos perfecta, y que no habían alcanzado todavía el lugar supremo donde la falta es imposible. Admitido, pero en este caso tenemos una contradicción manifiesta, porque se ha dicho más arriba que. “Dios los había hecho en todo semejantes a los espíritus sublimes, que confundidos en todos sus órdenes y mezclados entre sus filas, tenían el mismo fin y el mismo destino, que su jefe era el más hermoso de los ángeles.” Si en todo fueron hechos semejantes a los ángeles, no eran de una naturaleza inferior. Si estaban mezclados en todas sus filas, no estaban en el lugar especial. De este modo la objeción subsiste por completo.


11. Hay otra que, sin contradicción, es la más grave y la más seria.


Se ha dicho: “Este designio (la mediación de Cristo) concebido desde la eternidad, se manifestó a los ángeles mucho tiempo antes de su cumplimiento.” Dios, pues, desde la eternidad, que los ángeles, así como los hombres, tendrían necesidad de esta mediación. Él sabía o no sabía que ciertos ángeles faltarían, que esta caída les ocasionaría la condenación eterna, sin esperanza de volver al anterior estado. Que se les destinaría a tentar a los hombres, que aquellos que se dejarían seducir, sufrirían la misma suerte. Si lo sabía, creó estos ángeles con conocimiento de causa, para su pérdida irrevocable y para la de la mayor parte del género humano. Por más que se haga, es imposible conciliar su creación, en semejante previsión, con la soberana bondad. Si no lo sabía, no era todopoderoso. En uno y otro caso, es la negación de dos atributos, sin la plenitud de los cuales Dios no sería Dios.


12. Si se admite la fatalidad tanto de los ángeles como la de los hombres, el castigo es una consecuencia natural y justa de la fatalidad. Pero si se admite al mismo tiempo la posibilidad del rescate, por la vuelta al bien, la entrada en la gracia después del arrepentimiento y expiación, no hay nada que desmienta la bondad de Dios. Dios sabía que faltaría, que serían castigados.


Pero sabía también que este castigo temporal sería un medio de hacerles comprender su falta, y redundaría en provecho suyo. Así se hallaría comprobada esta parábola del profeta Ezequiel: “Dios no quiere la muerte del pecador, sino su salvación.”(4) Lo que sería la negación de esta bondad es la inutilidad del arrepentimiento y la imposibilidad de la vuelta al bien. En esta hipótesis es, pues, rigurosamente exacto el decir que: “Estos ángeles, desde su creación, puesto que Dios no podía ignorarlos, fueron destinados al mal perpetuamente y predestinados a ser demonios, para arrastrar a los hombres al mal.” 4.Véase cap. VI, nº 25, cita de Ezequiel.


13. Veamos, ahora, cuál es su suerte y lo que hacen.


“Apenas hubo estallado su rebelión, en el lenguaje de los espíritus, esto es, en sus pensamientos, fueron desterrados, irrevocablemente, de la ciudad celeste y precipitando en el abismo.


“Por estas palabras entendemos que fueron relegados a un lugar de suplicios, donde sufren la pena del fuego, conforme a este texto del Evangelio, que ha salido de la misma boca del Salvador: «Id, malditos, al fuego eterno que ha sido preparado por el demonio y por sus ángeles.»


“San Pedro dice expresamente: «Que Dios les ha entregado a las cadenas y a las torturas del infierno, pero no todos quedan allí perpetuamente. Esto no sucederá sino en el fin del mundo, cuando serán encerrados en él con los réprobos. Ahora, Dios permite que ocupen todavía un lugar en la Creación a la cual pertenecen.» En el orden de los hechos, al cual está su existencia. En las relaciones, en fin, que debían tener con el hombre, y de las cuales hacen el más pernicioso abuso. Mientras los unos están en su morada tenebrosa, y sirven en ésta de instrumentos a la justicia divina, contra las almas desgraciadas que han seducido, multitud de ellos, formando legiones invisibles, bajo la dirección de sus jefes, residen en las capas inferiores de nuestra atmósfera y recorren todas las partes del globo. Están mezclados en todo lo que pasa en la Tierra y toman con suma frecuencia una parte muy activa en ello.”


En lo que concierne a las palabras de Cristo, sobre el suplicio del fuego eterno, ha sido tratada esta cuestión en el Cáp. IV, “El Infierno”.


14. Según esta doctrina, sólo una parte de los demonios está en el infierno. La otra anda errante, con libertad, mezclándose en todo lo que pasa en la Tierra, complaciéndose en hacer mal, y esto hasta el fin del mundo, cuya época indeterminada no tendrá probablemente lugar tan pronto. ¿Por qué, pues, esta diferencia? ¿Son menos culpables? Seguramente que no. A menos que salgan de allí por turno, lo que parece resultar de este pasaje: “Mientras los unos están en su morada tenebrosa y sirven en ella de instrumentos a la justicia divina contra las almas infortunadas que han seducido.”


Sus funciones consisten, pues, en atormentar a las almas que han seducido. De esto se desprende que no están encargados de castigar a las que son culpables de faltas libre y voluntariamente cometidas, sino de aquellas que ellos han provocado. Son a la vez la causa de la falta y el instrumento del castigo. La justicia humana, con ser imperfecta, no admitiría que la víctima que sucumbe por debilidad, cuando se la hace nacer para tentarla, fuera castigada tan severamente como el agente provocador, que emplea el engaño y la astucia, con más severidad aún, porque va al infierno, al dejar la Tierra, para no salir jamás de él, y a sufrir sin tregua ni gracia durante la eternidad, mientras que aquel que es la causa primera de su falta goza de tregua y de la libertad hasta el fin del mundo. ¿La justicia de Dios, acaso, no es más perfecta que la de los hombres?


15. No es esto todo. “Dios permite que ocupen todavía un lugar en la Creación, en las relaciones que debían tener con el hombre y de las cuales hacen el más pernicioso abuso.” ¿Podía Dios ignorar el abuso que harían de la libertad que les concedió? ¿Pues por qué se la concedió? De lo que resulta que fue con conocimiento de causa que entregó sus criaturas a merced suya, sabiendo, en virtud de toda su presciencia, que sucumbirían y tendrían la suerte de los demonios. ¿No tenían bastante con su propia debilidad, sin permitir que fuesen incitadas al mal por un enemigo, tanto más peligroso cuanto es invisible? ¡Al menos si el castigo no fuese más que temporal, y si el culpable pudiese rescatarse por medio de la reparación...! Pero no, está condenado para una eternidad. Su arrepentimiento, su vuelta al bien y sus pesares serán inútiles.


De este modo los demonios son los agentes provocadores predestinados a reclutar almas para el infierno, y esto con el permiso de Dios, que sabía, creando esas almas, la suerte que les estaba reservada. ¿Qué se diría en la Tierra de un juez que obrase así para llenar las cárceles? ¡Extraña idea la que se nos da de la divinidad de un Dios cuyos atributos esenciales son la soberana bondad! ¡En nombre de Jesucristo, de aquel que no ha predicado sino el amor, la caridad y el perdón, se enseñan semejantes doctrinas! Hubo un tiempo en que tales anomalías pasaban desapercibidas, o no se las comprendía, o no se las sentía. El hombre encorvado bajo el yugo del despotismo sometía su razón a ciegas, o mejor, abdicaba de su razón, pero hoy, la hora de la emancipación ha sonado. Comprende la justicia, la quiere durante su vida y después de su muerte. Por esto asevera: “¡Esto no es así, no puede ser, o Dios no es Dios!”


16. “El castigo sigue por todas partes a estos seres caídos y malditos, por doquier llevan su infierno con ellos. No tienen paz ni reposo, las mismas dulzuras de la esperanza se les han trocado en amarguras, les son odiosas. La mano de Dios les hirió en el mismo acto de su pecado, y por su voluntad se han obstinado en el mal. Habiéndose pervertido no quieren cesar de serlo, y lo son para siempre.


“Son, después del pecado, lo que el hombre es después de la muerte. La rehabilitación de los que sucumbieron es, pues, imposible, su pérdida es en adelante irremediable, y perseveran en su orgullo en presencia de Dios, en su odio a Cristo, en sus celos contra la Humanidad.


“No habiendo podido apropiarse la gloria del cielo por el vuelo de su ambición, se esfuerzan en establecer su imperio sobre la Tierra y en desterrar de ésta el reino de Dios. El verbo hecho carne cumplió, a pesar de ellos, sus designios para la salvación y la gloria de la Humanidad. Todos sus medios de acción son consagrados a arrebatarle las almas que ha rescatado. La astucia y la impertinencia, la mentira y la seducción, todo lo ponen en obra para inclinarles al mal y para consumar su ruina.


“¡Ah! Con tales enemigos, la vida del hombre, desde su cuna hasta la tumba, no puede ser más que una lucha perpetua, porque son poderosos e infatigables.


“En efecto, estos enemigos son los mismos que, después de haber introducido el mal en el mundo, han conseguido cubrir la Tierra de las espesas tinieblas del error y del vicio. Los que durante largos siglos se han hecho adorar como dioses, y han reinado como dueños en los pueblos desde la antigüedad. Éstos, en fin, son los que ejercen todavía su imperio tiránico sobre las regiones idólatras, y fomentan el desorden y el escándalo hasta en el seno de las sociedades cristianas.


“Para comprender todos los recursos que tienen al servicio de su maldad, basta observar que no han perdido nada de las prodigiosas facultades que son las dotes de su naturaleza angélica. Sin duda que sobre el porvenir y sobre todo el orden sobrenatural tienen misterios que Dios se ha reservado y que no pueden descubrir. Pero su inteligencia es muy superior a la nuestra, porque de una sola ojeada perciben los efectos en sus causas y las causas en sus efectos. Esta penetración les permite anunciar anticipadamente los acontecimientos, que nuestras conjeturas están lejos de alcanzar. La distancia y la diversidad de los lugares desaparecen ante su agilidad. Más rápidos que el relámpago y que el pensamiento, se encuentran casi al mismo tiempo en los diversos puntos del globo, y pueden describir desde lejos los acontecimientos de que son testigos, en la misma hora en que se realizan.


“Las leyes generales por las cuales Dios rige y gobierna este Universo no son de su dominio, no pueden derogarlas, ni por consiguiente predecir u operar verdaderos milagros. Pero poseen el arte de imitar y de contrahacer, en ciertos límites, las obras divinas. Saben los fenómenos que resultan de la combinación de los elementos, y pronostican con certeza los que suceden naturalmente, así como los que tienen el poder de producir ellos mismos.


“De esto resultan esos oráculos numerosos, esos prestigios extraordinarios de los cuales nos han guardado el recuerdo los libros sagrados y profanos y que han servido de base y alimento a todas las supersticiones.


“Su sustancia simple e inmaterial les oculta de nuestra vista. Están a nuestro lado sin que los percibamos, tocan a nuestra alma sin herir nuestros oídos. Creemos obedecer a nuestro propio pensamiento, mientras que sufrimos sus tentaciones y su funesta influencia. Nuestras disposiciones, al contrario, les son conocidas por las impresiones que sentimos y nos atacan ordinariamente por nuestro lado débil. Para seducirnos con más seguridad, tienen costumbre de prestarnos incentivos y sugestiones conformes a nuestras inclinaciones. Modifican su acción según los rasgos característicos de cada temperamento. Pero sus armas favoritas son la mentira y la hipocresía.”


17. El castigo, se dice, les sigue por todas partes. No tienen paz ni reposo. Esto no destruye la observación hecha sobre la tregua ni reposo. Tregua tanto menos justificada cuanto que, estando libres, hacen más mal. Sin ninguna duda no son dichosos como los ángeles buenos. ¿Pero se toma en cuenta la libertad de que disfrutan? Si no tienen la dicha moral que procura la virtud, son incontestablemente menos desgraciados que sus cómplices, que están en las llamas. Además, para el malvado, hay una especie de goce en hacer el mal con toda libertad. Preguntad a un criminal si les es igual preso o en campo libre y cometiendo fechorías a su gusto. La situación es exactamente la misma.


Se asegura que los remordimientos les persiguen sin tregua ni gracia, olvidando que el remordimiento es el precursor inmediato del arrepentimiento, si no es el mismo arrepentimiento.


También se comenta que, habiendo llegado a la perversidad, no quieren dejar de ser perversos, y lo son siempre. Si no quieren cesar de ser perversos, no pueden tener remordimientos. Si los tuvieran, cesarían de hacer el mal y pedirían perdón. Luego los remordimientos no son para ellos un castigo.


18. Después de haber pecado, son los que el hombre después de la muerte, de lo que se deduce que la rehabilitación de los caídos es imposible. ¿En dónde está la imposibilidad? No se comprende que sea la consecuencia de su semejanza con el hombre después de la muerte, proposición que, por otra parte, no es muy clara. ¿Esta imposibilidad vienen de su propia voluntad, o de la de Dios? Si es fruto de su voluntad, denota una extrema perversidad, un endurecimiento absoluto en el alma. Y en este caso, no se comprende que seres tan sustancialmente malos hayan podido ser jamás ángeles de virtud, y que durante el tiempo indefinido que estuvieron entre éstos no dejaran entrever la menor señal de su naturaleza perversa. Si ésta fuera la voluntad de Dios, se comprendería menos, aunque impusiera como castigo la imposibilidad de volver al bien después de haber pecado la primera vez. El evangelio no expresa nada de esto.


19. Igualmente se añade que para lo sucesivo su pérdida no tiene rescate y perseveran orgullosos en presencia de Dios. ¿Para qué les serviría el dejar de perseverar en él, si todo arrepentimiento sería inútil? Si tuviesen la esperanza de que pudieran rehabilitarse, a cualquier precio que fuese, el bien tendría un objeto para ellos, pero esta esperanza no existe. Pues si perseveran en el mal es porque la puerta de la esperanza les está cerrada. ¿Y por qué la cierra Dios? Para vengarse de la ofensa que ha recibido por su falta de sumisión. Así es que satisfacer su resentimiento contra algunos culpables prefiere verles, no solamente sufrir, sino hacer el mal antes que el bien. Inducir al mal, e inducir a la perdición eterna a todas sus criaturas, a todo el género humano, cuando bastaba un simple acto de clemencia para evitar tan gran desastre, ¡desastre previsto en la eternidad!


¿Se entiende, acaso, por acto de clemencia, pura y simplemente una gracia que hubiera sido quizás un estímulo al mal? No, sino un perdón condicional, subordinado a una sincera vuelta al bien. En lugar de una palabra de esperanza y misericordia, se quiere que Dios haya dicho: ¡Perezca toda la raza humana, antes que deje de cumplirse mi venganza! ¡Y nos admiramos de que con tal doctrina haya incrédulos y ateos! ¿Es así como Jesús nos representa su padre? ¿Él, que eleva a la ley expresa el olvido y el perdón de las ofensas; que nos dice “volved bien por mal”; que coloca el amor de los enemigos en el primer lugar de las virtudes con las cuales debemos alcanzar el cielo; él, que querría que los hombres fuesen mejores, más justos, más compasivos que el mismo Dios?