Antonio Bell
Contador en un banco del Canadá, se suicidó el 28 de febrero de 1865. Uno de nuestros corresponsales, médico y farmacéutico en la misma ciudad, nos ha dado sobre dicho Bell las noticias siguientes:
“Conocía a Bell desde más de veinte años. Era un hombre inofensivo y padre de una numerosa familia. Hace algún tiempo se imaginó que había comprado un veneno en mi casa, y que se había servido de él envenenando a alguno. Muchas veces vino a suplicarme le dijese en que época se lo había vendido, y se entregaba entonces a delirios terribles. Perdía el sueño, se acusaba y se golpeaba el pecho.
“Su familia estaba en una ansiedad continua, desde las cuatro de la tarde hasta las nueve de la mañana en que iba al banco, donde llevaba sus libros de una manera muy regular, sin cometer jamás un solo error. Acostumbraba a declarar que un ser que sentía en él le hacía llevar su contabilidad con orden y regularidad. En el momento en que parecía estar convencido de lo absurdo de sus pensamientos, exclamaba: No, no, me queréis engañar..., yo me acuerdo..., es verdad.”
Antonio Bell fue evocado en París, el 17 de abril de 1865, a petición de su amigo.
1. Evocación. R. ¿Qué queréis de mí? ¿Hacerme sufrir un interrogatorio? Es inútil, lo confesaré todo.
2. Está lejos de nuestro pensamiento querer atormentaros con indiscretas preguntas. Deseamos solamente saber cuál es vuestra situación en el mundo en que estáis, y si podemos seros útil. R. ¡Ah! ¡Si lo pudieseis, os lo agradecería infinitamente! ¡Tengo horror por mi crimen, y soy muy desgraciado!
3. Nuestras oraciones endulzarán vuestras penas, así lo esperamos. Por otra parte parece que estáis en buenas condiciones, el arrepentimiento está en vos, y éste es ya un principio de rehabilitación. Dios, que es infinitamente misericordioso. tiene siempre piedad del pecador arrepentido. Orad con nosotros.
Se pronunció la oración por los suicidas que se encuentra en El Evangelio según El Espiritismo.
P. ¿Quisierais manifestarnos ahora de qué crimen os reconocéis culpable'? Esa confesión, hecha con humildad, se os tomará en cuenta.
R. Dejad que os dé primero las gracias por la esperanza que acabáis de hacer nacer en mi corazón. ¡Ay de mí! Hace ya mucho tiempo que vivía en una ciudad, cuyas murallas bañaba el mar del Mediodía. Amaba a una hermosa joven que correspondía a mi amor, pero yo era pobre y fui rechazado por su familia. Ella me anunció que iba a casarse con el hijo de un negociante cuyo comercio se extendía más allá de los dos mares, y fui despedido. Loco de dolor, resolví quitarme la vida después de haber satisfecho mi venganza asesinando a mi aborrecido rival. Sin embargo, los medios violentos me repugnaban. Temblaba a la idea de este crimen, pero mis celos me dominaron. La víspera del día en que mi amada debía ser suya, murió envenenado por mis manos, encontrando este medio más fácil. Así se explican aquellas reminiscencias del pasado. Sí, yo he vivido ya, y es preciso que vuelva a vivir todavía... ¡Oh! Dios mío, tened piedad de mi debilidad y de mis lágrimas.
4. Deploramos esta desgracia que ha retardado vuestro adelanto y os compadecemos sinceramente, pero, puesto que os arrepentís, Dios tendrá piedad. Os suplico que refiráis si pusisteis en ejecución vuestro proyecto de suicidio. R. No, confieso con vergüenza que la esperanza vino a mi corazón. Quería gozar del precio de mi crimen, pero mis remordimientos me hicieron traición. Expié en el último suplicio este momento de extravío: fui ahorcado.
5. ¿Teníais conciencia de esta mala acción en vuestra última existencia? R. En los últimos años de mi vida solamente, y he aquí cómo. Era bueno por naturaleza. Después de haber estado sometido, como todos los espíritus homicidas, al tormento de la vista continua de mi víctima que me perseguía como un vivo remordimiento, me libré de ella muchos años después por mis oraciones y mi arrepentimiento. Volví a empezar otra vez la vida última, y la atravesé pacífico y tímido. Tenía en mí una vaga intuición de mi debilidad innata y de mi falta anterior, de la cual había conservado el recuerdo latente. Pero un espíritu obsesor y vengativo, que no es otro sino el padre de mi víctima, no tuvo gran trabajo en apoderarse de mí, y en hacer revivir en mi corazón, como en un espejo mágico, los recuerdos del pasado.
Influido sucesivamente por él y por el guía que me protegía, unas veces era el envenenador y otras el padre de familia que ganaba el pan de sus hijos con su trabajo. Fascinado por este demonio obsesor, me empujó al suicidio. Soy muy culpable, es verdad, pero menos, sin embargo, que si yo mismo lo hubiese resuelto. Los suicidas de mi categoría, que son demasiado débiles para resistir a los espíritus obsesores, son menos culpables y menos castigados que los que se quitan la vida por la sola acción de su libre albedrío.
Rogad conmigo por el espíritu que me ha influido tan fatalmente, a fin de que abdique sus sentimientos de venganza, y rogad por mí a fin de que adquiera la fuerza y la energía necesarias para no faltar a la prueba de suicidio por libre voluntad, a la cual seré sometido, según me explican, en mi próxima encarnación.
Al guía del médium:
6. ¿Un espíritu obsesor puede realmente empujar al suicidio? R. Seguramente, porque la obsesión, que por sí misma es un género de prueba, puede revestir todas las formas, pero esto no es una excusa. El hombre siempre tiene libre albedrío, y en consecuencia, es libre de ceder o de resistir a las sugestiones a que está expuesto. Cuando sucumbe, es siempre por su voluntad. El espíritu tiene razón, por otra parte, cuando expresa que aquel que hace el mal por instigación de otro es menos reprensible y menos castigado que cuando lo comete por su propio impulso, pero no es inocente, porque desde el instante en que se deja apartar del camino derecho, es porque el bien no está fuertemente arraigado en él.
7. ¿Cómo es que, a pesar de la oración y del arrepentimiento que habían libertado a este espíritu del tormento que sentía por la vista de su víctima, haya sido aún perseguido por la venganza del espíritu obsesor en su última encarnación? R. El arrepentimiento, ya lo sabéis, no es más que el preliminar indispensable de la rehabilitación, pero no basta para librar al culpable de toda pena. Dios no se contenta con promesas, es necesario probar con actos la solidez de la vuelta al bien. Por esto el espíritu está sometido a nuevas pruebas que la fortifican, al mismo tiempo que le hacen adquirir un mérito más cuando sale victorioso. Es el blanco de las persecuciones de los malos espíritus, hasta que éstos le consideran bastante fuerte para resistirlas. Entonces le dejan en descanso, porque saben que sus tentativas serían inútiles.
Estos dos últimos ejemplos nos demuestran la misma prueba renovándose en cada encarnación tanto tiempo como se sucumbe en ella. Antonio Bell nos manifiesta además el hecho, no menos instructivo, de un hombre perseguido por el recuerdo de un crimen cometido en una existencia anterior, como un remordimiento y una advertencia. Vemos por esto que todas las existencias son solidarias entre sí. La justicia y la bondad de Dios resplandecen en la facultad que deja al hombre de mejorarse gradualmente sin cerrarle jamás la puerta del rescate de sus faltas. El culpable es castigado por su misma falta, y el castigo, en lugar de ser una venganza de Dios, es el medio empleado para hacerle progresar.