Antonio Costeau
Miembro de la Sociedad Espiritista de París, sepultado el 12 de septiembre de 1863, en el cementerio de Montmartre, en la fosa común. Era un hombre de corazón que el Espiritismo condujo a Dios. Su fe en el porvenir era completa, sincera y profunda. Simple obrero empedrador, practicaba la caridad en pensamientos, en palabras y en acciones, según sus débiles recursos, porque encontraba también el medio de asistir a los que tenían menos que él.
Si la Sociedad no costeó los gastos de una fosa particular, fue porque había a la sazón una aplicación más útil de los fondos, pues estos gastos son para los vivos una vana satisfacción de amor propio, y los espiritistas saben que la fosa común es una puerta que conduce al cielo, tan bien como puede hacerlo el más suntuoso mausoleo.
El Sr. Canu, secretario de la Sociedad, en otro tiempo profundo materialista, pronunció sobre su tumba el discurso siguiente:
“Querido hermano Costeau: hace apenas algunos años, muchos de nosotros, y lo confieso, yo el primero, no habríamos visto ante esta tumba abierta más que el fin de las miserias humanas, y después, la nada, la horrible nada: esto es, ninguna alma para merecer o expiar, y consecuentemente, ningún Dios para recompensar, castigar o perdonar. Hoy, gracias a nuestra divina doctrina, vemos en ella el fin de las pruebas. Y para vos, querido hermano, de quien volvemos a la tierra el despojo mortal, el triunfo de vuestros trabajos y el principio de las recompensas que os han merecido vuestro valor, vuestra resignación, vuestra caridad, en una palabra, vuestras virtudes, y por encima de todo, la glorificación de un Dios sabio, todopoderoso, justo y bueno. Llevad, pues, querido hermano, nuestras acciones de gracias a los pies del Eterno, que ha tenido a bien disipar alrededor nuestro las tinieblas del error y de la incredulidad. Porque, hace poco tiempo todavía, habríamos dicho en esta circunstancia, la frente ceñuda y el desaliento en el corazón: «Adiós, amigo, para siempre.» Hoy os decimos con la frente alta y radiante de esperanza, el corazón lleno de valor y de amor: «Querido hermano, hasta luego, y rogad por nosotros.» (4)
__________________________________________________________
(4). Para más detalles y los otros discursos, véase la Revista Espiritista de octubre de 1868. p. 279.
Uno de los médiums de la Sociedad obtuvo sobre la misma fosa, aún no cerrada, la comunicación siguiente, de la cual todos los asistentes, incluso los sepultureros, escucharon la lectura, descubierta la cabeza y con profunda emoción. Era, en efecto, un espectáculo nuevo y pasmoso oír las palabras de un muerto, recogidas en el mismo seno de la tumba:
“Gracias, amigos, gracias. Mi tumba no está todavía cerrada, y sin embargo, un segundo más, y la tierra va a cubrir mis restos. Pero, lo sabéis. Bajo este polvo no quedará mi alma enterrada, va a cernerse en el espacio para subir hasta Dios!
“Por lo tanto, ¡qué consolador es poderse decir todavía, a pesar de tener la envoltura destrozada!: ¡Oh! ¡No, no estoy muerto, vivo con la verdadera vida, con la vida eterna!
“El entierro del pobre no lleva gran séquito. Las orgullosas manifestaciones no tienen lugar sobre su tumba, y sin embargo, creedme, amigos, el gentío inmenso no falta aquí, y buenos espíritus han seguido con vosotros y con estas mujeres piadosas el cuerpo de aquel que está ahí echado. Todos, al menos, creéis y amáis al buen Dios!
“¡Oh! ¡Ciertamente, no morimos porque el cuerpo se descomponga, esposa muy amada! Y en adelante estaré siempre cerca de ti, para consolarte y ayudarte a soportar la prueba. La vida será ruda para ti, pero con la idea de la eternidad y lleno tu corazón del amor de Dios, ¡qué ligeros se te harán tus sufrimientos!
“Parientes que rodeáis a mi muy amada compañera, amadla, respetadla, sed para ella hermanos. No olvidéis que os debéis todos asistencia en la Tierra, si queréis entrar en la morada del Señor.
“Y vosotros, espiritistas, hermanos, amigos, gracias por haber venido a darme el adiós hasta esta morada de polvo y de barro. Pero ya sabéis que mi alma vive inmortal, y que irá algunas veces a pediros oraciones, que no me serán rehusadas, para ayudarme a marchar en esta vía magnífica que me abristeis durante mi vida.
“Adiós a todos los que estáis aquí, podremos volvernos a ver en otra parte. Las almas me llaman a su cita. Adiós, rogad por las que sufren. “Hasta la vista.”
Costeau
Tres días más tarde, el espíritu del Sr. Costeau, evocado en un grupo particular, dictó lo que sigue por conducto de otro médium:
“La muerte es la vida. No hago más que repetir lo que se ha dicho, pero para vosotros no hay otra expresión que ésta, a pesar de lo que declaran los materialistas, los que quieren ser ciegos. ¡Oh! Amigos míos, ¡qué aparición más bella en la Tierra que la de ver flotar las banderas del Espiritismo! ¡Ciencia inmensa de la cual apenas habéis leído las primeras palabras! ¡Qué claridades trae ella a los hombres de buena voluntad, a los que han quebrantado las terribles cadenas del orgullo, para enarbolar altamente su creencia en Dios! Rogad, hermanos, dad gracias por todos los beneficios. ¡Pobre Humanidad! ¡Si le fuere permitido comprender!... Pero no, no ha llegado todavía el tiempo en que la misericordia del Señor deba extenderse sobre todos los hombres, a fin de que reconozcan su voluntad y se sometan a ella.
“Por medio de tus rayos luminosos, ciencia bendita, ellos llegarán y te comprenderán. Tu calor benéfico reanimará sus corazones con el fuego divino que infunde la fe y los consuelos. Bajo tus rayos vivificantes, el amo y el obrero llegarán a confundirse y harán uno sólo, porque comprenderán la caridad fraternal predicada por el divino Mesías.
“¡Oh! Hermanos míos, pensad en la dicha inmensa que poseéis de haber sido los primeros iniciados en la obra regeneradora.
¡Honor a vosotros, amigos! Continuad, y como yo, un día, viniendo a la patria de los espíritus, diréis: La muerte es la vida, o mejor, es un sueño, una especie de pesadilla que dura el espacio de un minuto, y de donde se sale para verse rodeado de amigos que os felicitan y son felices en tenderos los brazos. Mi dicha ha sido tan grande que no podía comprender que Dios me concediese tantas gracias por haber hecho tan poco. Me parecía soñar, y como algunas veces me ha ocurrido soñar que estaba muerto, he tenido miedo por un instante de verme obligado a volver a este desgraciado cuerpo, pero no tardé en darme cuenta de la realidad, y di gracias a Dios. Bendecía al maestro que había sabido tan bien despertar en mí los deberes del hombre que piensa en la vida futura. Sí, yo le bendecía y le daba las gracias, porque El Libro de los Espíritus había despertado en mi alma el fervor amoroso hacia el Creador.
“Gracias, mis buenos amigos, por haberme atraído hacia vosotros. Decid a nuestros hermanos que estoy a menudo en compañía de vuestro amigo Sanson. Hasta la vista. ¡Ánimo! La victoria os espera. ¡Dichosos aquellos que habrán tomado parte en el combate!”
Desde entonces, el Sr Costeau se ha manifestado muchas veces, ya a la Sociedad, ya a otras reuniones, donde ha dado siempre pruebas de esa elevación de pensamientos que caracteriza a los espíritus avanzados.