EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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El Sr. Van Durst

Antiguo empleado, muerto en Amberes en 1863, a la edad de ochenta años


Poco tiempo después de su muerte, un médium preguntó a su guía espiritual si se le podía evocar, y se le contestó:


“Este espíritu sale lentamente de su turbación. Podría ya responderos, pero la comunicación le costaría mucho trabajo. Os ruego, pues, que esperéis todavía cuatro días, y os responderá. Entonces sabrá ya las buenas intenciones que habéis manifestado respecto a él, y vendrá reconocido y amistosamente.”


Cuatro días más tarde el espíritu dictó lo que sigue:


“Amigo mío, mi vida fue de muy poco peso en la balanza de la eternidad. Sin embargo, estoy lejos de ser desgraciado, estoy en la condición humilde, pero relativamente feliz, de aquel que hizo poco mal, sin que por esto me crea perfecto. Si hay gentes felices en una pequeña esfera, yo soy una de ellas. Sólo siento un hecho, y es no haber conocido lo que sabéis ahora; mi turbación hubiera sido menos larga y penosa.


“Gran acontecimiento es, en efecto, vivir y no vivir, ver su cuerpo, estar fuertemente adherido a él, y sin embargo no poder servirse del mismo. Ver a los que se ha amado y sentir extinguirse el pensamiento que nos une a ellos, ¡qué terrible es esto! ¡Oh, qué momento cruel!


¡ Qué momento cuando el aturdimiento os coge y os ahoga! ¡Y un instante después, en tinieblas! ¡Sentir, y después aniquilarse! ¡Se quiere tener la conciencia de su yo, y no se puede recobrar! ¡No ser, y sin embargo se siente uno ser, pero se está en una turbación profunda! ¡Y después de un tiempo inapreciable, tiempo de angustias entrecortadas, porque no se tiene la fuerza de sentirlas, después de este tiempo que parece interminable, renacer lentamente a la existencia, despertarse en un nuevo mundo! ¡Basta de cuerpo material, de vida terrestre, de hombres carnales: la vida inmortal ¡Formas ligeras, espíritus que se deslizan por todos lados, que voltean a vuestro alrededor y que no podéis abrazar con vuestra mirada, porque flotan en el infinito! ¡Tener ante sí el espacio y poderlo cruzar con la sola voluntad, comunicar por el pensamiento con todo lo que os rodea!


“Amigo, ¡qué vida nueva! ¡Qué vida brillante! ¡Qué vida de goces...! Salud, ¡oh! Salud, eternidad que me contienes en tu seno... ! ¡Adiós, Tierra que me retuviste tan largo tiempo lejos del elemento natural de mi alma! ¡No, no quiero nada tuyo, porque tú eres la Tierra del destierro y tu mayor dicha no tiene ninguna importancia!


“Pero si hubiera sabido lo que sabéis, ¡cuán fácil y agradable me hubiese sido esta iniciación en la otra vida! Habría sabido antes de morir lo que he debido aprender más tarde, en el momento de la separación, y mi alma se habría desprendido más fácilmente. ¡Estáis en el camino, pero jamás, jamás iréis bastante lejos! Decídselo a mi hijo, pero repetídselo mucho para que crea y se instruya. En este caso, cuando llegue aquí, no estaremos separados.


“Adiós a todos, amigos, adiós, os espero, y mientras estéis en la Tierra, vendré muchas veces a instruirme cerca de vosotros, porque no sé todavía tanto como muchos de los vuestros. Pero yo aprenderé pronto aquí, donde no tengo las trabas que me retenían, y donde no tengo la edad que debilite mis fuerzas. Aquí se vive a grandes rasgos y se adelanta, porque se ven ante sí horizontes tan bellos, que estamos impacientes por abarcarlos.


“Adiós, os dejo, adiós.”
Van Durst