Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1860

Allan Kardec

Volver al menú
La educación de un Espíritu

Uno de nuestros suscriptores, cuya esposa es muy buena médium escribiente, no puede, a pesar de esto, comunicarse con sus parientes y amigos, porque un Espíritu malo se interpone e intercepta –por así decirlo– todas las comunicaciones, lo que le causa una viva contrariedad. Notemos que hay una obsesión simple y no una subyugación, porque la médium no es engañada en absoluto por ese Espíritu que, además, es francamente malo y de modo alguno busca esconder su juego. Al haber pedido nuestra opinión al respecto, le hemos dicho que no se desembarazaría de él ni por la cólera, ni por las amenazas, sino a través de la paciencia; que era necesario dominarlo por el ascendiente moral y buscar volverlo mejor a través de los buenos consejos; que es un encargo del alma que le ha sido confiado, y cuya dificultad le será meritoria.

Al seguir nuestro consejo, el marido y su esposa emprendieron la educación de ese Espíritu, y debemos decir que se conducen admirablemente, y que si no tuvieren éxito, nada tendrán que criticarse. Hemos extraído algunos pasajes de esas instrucciones, que damos como modelo en su género, porque la naturaleza de ese Espíritu resalta en las mismas de una manera característica.

1. Para que tú seas así de malo, ¿es preciso que sufras? –Resp. Sí, yo sufro, y es esto que me hace ser malo.

2. ¿Nunca sientes remordimiento por el mal que haces o que buscas hacer? –Resp. No; jamás tengo remordimientos, y me complazco con el mal que hago, porque sufro al ver que los otros son felices.

3. Entonces ¿no admites que se pueda ser feliz con la felicidad ajena, en vez de encontrar felicidad en su desgracia? ¿Nunca has hecho estas reflexiones? –Resp. Jamás las hice, y veo que tienes razón; pero no puedo me..., no puedo hacer el bien; yo soy...

Nota – Esos puntos suspensivos reemplazan los garabatos que hace el Espíritu, cuando no quiere o no puede escribir una palabra.

4. Pero, en fin, ¿no quieres escucharme y seguir los consejos que podría darte? –Resp. No sé, porque todo lo que me dices me hace sufrir aún más, y no tengo coraje para hacer el bien.

5. ¡Pues bien! ¿Me prometes al menos intentarlo? –Resp. ¡Oh, no! No puedo, porque no cumpliría mi promesa y por eso sería castigado; aún es preciso que ores a Dios para que cambie mi corazón.

6. Entonces, oremos juntos; ora conmigo para que Dios te mejore. –Resp. Te digo que no puedo; soy muy malo y me complace hacer el mal.

7. ¿Pero realmente querías hacérmelo a mí? Yo no considero como un verdadero mal tus mistificaciones que, por cierto, hasta aquí nos han sido más útiles que perjudiciales, pues han servido para nuestra instrucción; como ves, pierdes el tiempo. –Resp. Sí, hago tanto mal como puedo, y si no hago más es porque no puedo.

8. ¿Qué es lo que te lo impide? –Resp. Tu buen ángel de la guarda y tu Marie; sin ellos, verías de lo que soy capaz.

Nota – Marie es el nombre de una joven que ellos evocan en vano y que no puede manifestarse por causa de ese Espíritu. Pero se ve, por la propia respuesta del Espíritu, que si ella no puede comunicarse materialmente, no por esto deja de estar allá, así como el ángel guardián, velando por ellos. Este hecho plantea una grave cuestión: la de saber cómo un Espíritu malo puede impedir las comunicaciones de un Espíritu bueno. Aquél sólo impide las comunicaciones materiales, pero no puede oponerse a las espirituales. No es el Espíritu malo que es más poderoso que el bueno; es el médium que no es lo suficientemente fuerte para vencer la obstinación del malo, y que debe esforzarse para vencerlo por el ascendiente del bien, mejorándose cada vez más. Dios permite esas pruebas en nuestro beneficio.

9. Pero ¿qué me harías entonces? –Resp. Te haría mil cosas, unas más desagradables que las otras; te haría...

10. Veamos, pobre Espíritu, ¿nunca has tenido, pues, un gesto generoso? ¿Jamás has tenido un solo deseo de hacer algún bien, aunque fuese un vago deseo? –Resp. Sí, un deseo vago de hacer el mal; no puedo tener otro. Es preciso que ores a Dios para que yo sea tocado; de lo contrario, continuaré ciertamente malo.

11. ¿Entonces crees en Dios? –Resp. No puedo dejar de creer, puesto que me hace sufrir.

12. ¡Pues bien! Ya que crees en Dios, debes tener confianza en su perfección y en su bondad; debes comprender que Él no ha hecho a sus criaturas para destinarlas a la desgracia; que si son infelices, es por su propia culpa y no por la de Él, mas que ellas siempre tienen los medios de mejorarse y, por consecuencia, de llegar a la felicidad; que Dios no ha hecho inteligentes a sus criaturas sin un objetivo, y que ese objetivo es hacer que todas concurran para la armonía universal: la caridad y el amor al prójimo; que la criatura que se aparta de tal objetivo perturba la armonía y ella misma es la primera a sufrir los efectos de esta perturbación causada. Observa a tu alrededor y encima de ti: ¿no ves a Espíritus felices? ¿No tienes el deseo de ser como ellos, ya que dices que sufres? Dios no los ha creado más perfectos que a ti; como tú, ellos quizá han sufrido, pero se han arrepentido y Dios los ha perdonado. Por lo tanto, tú puedes hacer como ellos. –Resp. Comienzo a ver y a comprender que Dios es justo; yo aún no lo había percibido; eres tú que me vienes a abrir los ojos.

13. Entonces, ¿ya sientes el deseo de mejorar? –Resp. Todavía no.

14. Espera, que esto llegará; yo lo espero. Tú le has dicho a mi esposa que ella te torturaba mientras te invocaba; ¿crees que nosotros procuramos torturarte? –Resp. No; bien veo que no. Pero no es menos verdad que yo sufro más que nunca, y que ustedes son la causa de esto.

Nota – Un Espíritu superior, al ser interrogado sobre la causa de este sufrimiento, respondió: La causa está en el combate que traba consigo mismo; a pesar suyo siente que algo lo arrastra hacia un camino mejor, pero él se resiste: es esta lucha que lo hace sufrir. –¿Quién vencerá dentro de él: el bien o el mal? –Resp. El bien; pero será una lucha larga y difícil. Es necesario tener mucha perseverancia y dedicación.

15. ¿Qué podríamos hacer para que no sufras más? –Resp. Es preciso que ores a Dios para que me perd... (él tacha estas dos últimas palabras), para que tenga piedad de mí.

16. ¡Pues bien! Orad con nosotros. –Resp. No puedo.

17. Tú nos has dicho que es preciso que creas en Dios, puesto que Él te hace sufrir; pero ¿cómo sabes que es Dios que te hace sufrir? –Resp. Me hace sufrir porque yo soy malo.

18. Si es verdad que crees que es Dios que te hace sufrir, debes conocer el motivo de esto, porque no puedes imaginar que Dios sea injusto. –Resp. Sí, creo en la justicia de Dios.

19. Nos has dicho que nosotros te hemos abierto los ojos; ya sea esto verdadero o no, lo cierto es que no puedes disimular la verdad de lo que te decimos. Ahora bien, que esas verdades fuesen conocidas por ti antes de nosotros o por nosotros, lo esencial es que tú las conozcas; hoy, lo más importante para ti es aprovecharlas. Por lo tanto, dime francamente si la satisfacción que sientes en hacer el mal no te deja nada que desear. –Resp. Deseo que mis sufrimientos terminen: eso es todo; y ellos nunca terminarán.

20. ¿Comprendes que depende de ti que ellos terminen? –Resp. Comprendo.

21. En tu última existencia corpórea te has entregado sin reservas a las malas inclinaciones, como parece que haces ahora. –Resp. Es preciso que sepas que yo soy más inmundo que una fiera, y que soy un miserable que ha hecho hasta...

22. Mi esposa o yo, ¿te hemos hecho algún mal? ¿Tienes alguna queja de nosotros en otra existencia? –Resp. No; yo no...

23. Entonces dime por qué encuentras más placer en encarnizarte contra personas inofensivas como nosotros, que te queremos bien, en vez de contra personas malas que, quizá, hayan sido o son tus enemigos. –Resp. Ellos no me causan envidia.

Nota – Esta respuesta es característica: describe el odio del malo contra los hombres que sabe que son mejores que él; es la envidia que lo ciega y que frecuentemente lo impele a cometer los actos más contrarios a sus intereses. Sucede lo mismo aquí en la Tierra, donde a menudo los mayores errores de un hombre, a los ojos de cierta gente, tienen su mérito: Arístides es un ejemplo de eso.

24. ¿Eras más feliz en la Tierra que ahora? –Resp. ¡Oh, sí! Yo era rico y no me privaba de nada; he cometido bajezas de toda especie y he hecho todo el mal que he podido, cuando se tiene dinero y miserables a disposición.

25. ¿Por qué me pedías el otro día que te dejara tranquilo? –Resp. Porque no quería responder a las preguntas que me hacías; pero ahora estoy muy a gusto que me evoques y me gustaría siempre escribir, porque el tedio me mata. ¡Oh! ¡No sabes lo que es estar continuamente en presencia de las propias faltas y de los propios crímenes, como estoy yo!

26. ¿Qué impresión experimentas al ver una acción generosa? –Resp. Siento enfado; me gustaría impedirla.

27. Durante tu última existencia corpórea, ¿nunca has hecho una buena acción, sea cual fuere el móvil? –Resp. La hice por ambición y por orgullo; jamás por bondad; es por eso que no me fue tomada en cuenta.

Nota – Esas conversaciones se han prolongado durante un gran número de sesiones, y todavía continúan en este momento, infelizmente sin resultados aún sensibles. El mal domina siempre en este Espíritu, que sólo en raros intervalos muestra algunos destellos de buenos sentimientos, siendo así una tarea penosa para sus instructores. Sin embargo, esperamos que con perseverancia consigan finalmente domar esa naturaleza rebelde, o al menos que Dios tome en cuenta sus esfuerzos.