Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1860

Allan Kardec

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La novia traicionada

El siguiente hecho ha sido relatado por la Gazetta dei Teatri, de Milán, del 14 de marzo de 1860.

Un joven amaba perdidamente a una muchacha, por la cual era correspondido y con la que iba a casarse, cuando, cediendo a un culposo arrastramiento, abandonó a su novia por una mujer indigna de amor verdadero. La infeliz abandonada rogó, lloró, pero todo fue inútil: su infiel amado permaneció sordo a sus lamentos. Entonces, desesperada, entró en la casa de él, donde en su presencia expiró a consecuencia de un veneno que ella había acabado de tomar. Al ver el cadáver de aquella cuya muerte causó, tuvo una terrible reacción, queriendo también suicidarse. Sin embargo, él sobrevivió, pero su conciencia siempre le reprochaba ese crimen. Desde el momento fatal, y diariamente a la hora de la cena, él veía que la puerta del cuarto se abría y que su novia le aparecía con el aspecto de un esqueleto amenazador. Por más que buscara distraerse, cambiar de hábitos, viajar, frecuentar compañías alegres, parar los relojes, nada conseguía: sea donde él estuviere, a la hora cierta, el espectro siempre se presentaba. En poco tiempo adelgazó mucho y su salud se alteró a tal punto que los facultativos perdieron la esperanza de salvarlo.

Un médico amigo suyo, estudiando seriamente el caso, y después de haber experimentado inútilmente diversos remedios, tuvo la siguiente idea: Con la esperanza de demostrarle que él era juguete de una ilusión, buscó un esqueleto verdadero y lo hizo colocar en un cuarto vecino; después, habiendo invitado a su amigo a cenar, al cabo de cuatro horas –que era la hora de la visión– hizo venir el esqueleto por medio de poleas preparadas a tal efecto. El médico pensaba que iba a tener éxito en su cometido, pero su desdichado amigo, sobrecogido de un repentino terror, exclamó: ¡Ay de mí! Si no bastase uno, ahora son dos; y luego cayó muerto, como si hubiese sido fulminado.

Nota – Al leer este relato –al cual nos referimos dando crédito al diario italiano de donde lo hemos extraído–, los partidarios de la alucinación estarán en una situación favorable, porque podrán decir, y con razón, que había una causa evidente de sobreexcitación cerebral que pudo producir una ilusión en aquel espíritu impresionado. Nada prueba, en efecto, la realidad de la aparición, que podría ser atribuida a un cerebro debilitado por una violenta conmoción. Para nosotros, que conocemos tantos hechos análogos comprobados, decimos que la aparición es posible y, en todos los casos, el conocimiento profundo del Espiritismo hubiese dado al médico un medio más eficaz para curar a su amigo. Ese medio hubiera sido el de evocar a la muchacha en otras horas y el de conversar con ella, ya sea directamente o con la ayuda de un médium, a fin de preguntarle qué debía hacer para complacerla y para obtener su perdón; hubiera usado el medio de pedir que el ángel guardián intercediera junto a ella para doblegarla; y como en definitiva ella amaba al joven, seguramente olvidaría sus errores, si hubiese reconocido en él un arrepentimiento y un pesar sinceros, en lugar de un simple terror, que en él quizá era el sentimiento dominante. Ella habría dejado de mostrarse con una forma horrenda, para revestir la forma graciosa que tenía cuando encarnada, o entonces habría dejado de aparecer. Ciertamente ella también le habría dicho buenas palabras que pudiesen restablecer la calma en su alma; la certeza de que él nunca estaría solo, que ella velaba a su lado y que un día estarían reunidos, le habría dado coraje y resignación. Es un resultado que a menudo hemos podido constatar. Los Espíritus que aparecen espontáneamente siempre tienen un objetivo; lo mejor, en todo caso, es preguntarles lo que desean; si están sufriendo, es necesario orar por ellos y hacer lo que les pueda ser agradable. Si la aparición tiene un carácter permanente y de obsesión, cesa casi siempre cuando el Espíritu queda satisfecho. Si el Espíritu que se manifiesta con obstinación, ya sea a través de la visión o por medios perturbadores –que no podrían ser tomados por una ilusión–, él es malo; y si actúa con malevolencia, por lo general es más tenaz, lo que no impide que nosotros obremos con más perseverancia, y sobre todo haciendo una oración sincera en su intención. Pero es preciso estar realmente persuadidos de que para ello no hay palabras sacramentales, ni fórmulas cabalísticas, ni exorcismos que tengan la menor influencia; cuanto peores son, más se ríen del pavor que inspiran y de la importancia que se da a su presencia. Ellos se divierten al ser llamados diablos y demonios, y por eso toman gravemente los nombres de Asmodeo, Astaroth, Lúcifer y otros calificativos infernales, aumentando las malicias, mientras que se retiran cuando ven que pierden tiempo con personas que no se dejan engañar, y que se limitan a pedir por ellos la misericordia divina.