Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1860

Allan Kardec

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Variedades



El bibliotecario de Nueva York

Leemos en el Courrier des États-Unis:

«Un diario de Nueva York publica un hecho bastante curioso, del cual un cierto número de personas ya tenía conocimiento, y sobre el cual, desde hace algunos días, eran realizados comentarios muy divertidos. Los espiritualistas ven en el mismo un ejemplo más de manifestaciones del otro mundo. Las personas sensatas no van a buscar tan lejos su explicación y reconocen claramente los síntomas característicos de una alucinación. Es también la opinión del propio Dr. Cogswell, el héroe de la aventura.

«El Dr. Cogswell es el bibliotecario jefe de la Astor Library. La dedicación con que se aplica a la conclusión de un catálogo completo de la biblioteca, frecuentemente lo lleva a consagrar a este trabajo las horas que debería destinar al sueño. Es así que tiene la ocasión de visitar solo, a la noche, las salas donde tantos volúmenes están colocados en los estantes.

«Aproximadamente quince días atrás, hacia las once horas de la noche, él pasaba con el candelabro en la mano por uno de los rincones llenos de libros, cuando con gran sorpresa percibió a un hombre elegante, que parecía examinar con cuidado los títulos de los volúmenes. Al principio, imaginando que se tratase de un ladrón, retrocedió y observó atentamente al desconocido. Su sorpresa se volvió aún más viva cuando reconoció en el visitante nocturno al doctor X..., que había vivido en los alrededores de Lafayette-Place, pero que estaba muerto y que había sido enterrado hacía seis meses.

«El Sr. Cogswell no cree mucho en apariciones y menos aún se asusta con las mismas. No obstante, ha creído un deber tratar al fantasma con consideración y, con voz clara, le preguntó: Doctor, ¿cómo se explica que vos, cuando estabais vivo, nunca hayáis venido probablemente a esta biblioteca, y ahora la visitáis después de muerto? El fantasma, perturbado en su contemplación, miró al bibliotecario con ternura y desapareció sin responder.

«–Singular alucinación, pensó el Sr. Cogswell. Tal vez yo haya comido en la cena algo que me causó indigestión.

«Volvió a su trabajo; después se fue a acostar y durmió tranquilamente. Al día siguiente, a la misma hora, visitó nuevamente la biblioteca. En el mismo lugar de la víspera encontró al mismo fantasma, al cual le dirigió las mismas palabras y obtuvo el mismo resultado.

«¡Qué cosa curiosa! –pensó él; es preciso que yo regrese mañana.

«Pero antes de volver, el Sr. Cogswell examinó los estantes que parecían interesar vivamente al fantasma y, por una singular coincidencia, reconoció que estaban repletos de obras antiguas y modernas de necromancia. Entonces, al día siguiente, cuando encontró por tercera vez al doctor muerto, cambió la pergunta y le dijo: “Es la tercera vez que os encuentro, doctor. Decidme, pues, si alguno de esos libros perturba vuestro reposo, que de ser así lo haré retirar de la colección”. El fantasma no respondió, al igual que las otras veces, pero desapareció definitivamente, y el perseverante bibliotecario pudo volver a la misma hora y al mismo lugar, varias noches seguidas, sin encontrarlo.

«Entretanto, aconsejado por amigos a los cuales había contado la historia, y por los médicos a quien hubo consultado, decidió reposar un poco y hacer un viaje de algunas semanas hacia Charlestown, antes de retomar la extensa y paciente tarea que se impuso, y cuya fatiga, sin duda, causó la alucinación que acabamos de relatar.»

Observación – Haremos sobre este artículo una primera observación: notemos el atrevimiento con el cual los que no creen en los Espíritus se atribuyen el monopolio del buen sentido. “Los espiritualistas –dice el autor– ven en ese hecho un ejemplo más de manifestaciones del otro mundo. Las personas sensatas no van a buscar tan lejos su explicación y ahí reconocen claramente los síntomas característicos de una alucinación”. Así, según ese autor, solamente son personas sensatas las que piensan como él; todas las otras no tienen sentido común, incluso aunque fuesen doctores, y el Espiritismo los cuenta por millares. En verdad, es una extraña modestia la que tiene como máxima: ¡Nadie tiene razón, excepto nosotros y nuestros amigos!

Aún estamos esperando una definición clara y precisa, una explicación fisiológica de la alucinación. Pero a falta de una explicación, hay un sentido vinculado a esta palabra: en el pensamiento de los que la emplean, significa ilusión; ahora bien, quien dice ilusión dice ausencia de realidad; según ellos, es una imagen puramente fantástica producida por la imaginación, bajo el imperio de una sobreexcitación cerebral. No negamos que en ciertos casos pueda ser así; la cuestión es saber si todos los hechos del mismo género están en condiciones idénticas. Al examinar el hecho que fue relatado anteriormente, nos parece que el Dr. Cogswell estaba perfectamente calmo, como él mismo lo declara, y que ninguna causa fisiológica o moral había venido a perturbar su cerebro. Por otro lado, incluso admitiendo en él una ilusión momentánea, restaría aún explicar cómo esta ilusión se produjo varios días seguidos, a la misma hora y en las mismas circunstancias; este no es el carácter de una alucinación propiamente dicha. Si una causa material desconocida ha impresionado su cerebro en el primer día, es evidente que esta causa ha cesado al cabo de algunos instantes, cuando la aparición hubo desaparecido. Entonces, ¿cómo ella se reprodujo idénticamente tres días seguidos, con 24 horas de intervalo? Es lamentable que el autor del artículo haya omitido la explicación, porque sin duda él debe tener excelentes razones, puesto que hace parte del grupo de las personas sensatas.

Sin embargo, convengamos que en el hecho arriba citado no hay ninguna prueba positiva de realidad y que, en rigor, se podría admitir que la misma aberración de los sentidos haya podido reproducirse; pero ¿sucede lo mismo cuando las apariciones son acompañadas por circunstancias, de cierto modo materiales? Por ejemplo, cuando personas, no en sueño, sino perfectamente despiertas, ven a parientes o amigos ausentes –en los cuales no pensaban en absoluto– aparecerles en el momento de la muerte que vienen a anunciar, ¿se puede decir que esto sea un efecto de la imaginación? Si el hecho de la muerte no fuese real, habría indiscutiblemente una ilusión; pero cuando el acontecimiento viene a confirmar la previsión, y el caso es muy frecuente, ¿cómo no admitir otra coisa, en vez de una simple fantasmagoría? Si aun el hecho fuera único, o inclusive raro, se podría creer que fuese una circunstancia fortuita; pero, como lo hemos dicho, los ejemplos son innumerables y perfectamente comprobados. Que los partidarios de la alucinación consientan en darnos una explicación categórica y, entonces, veremos si sus razones son más convincentes que las nuestras. Sobre todo desearíamos que nos probaran la imposibilidad material que el alma –principalmente ellos, que creen que son sensatos por excelencia y que admiten que tenemos un alma que sobrevive al cuerpo–, que nos probasen –decíamos– que esta alma, que debe estar en alguna parte, no puede estar a nuestro alrededor, y que no puede vernos, escucharnos ni comunicarse con nosotros.

La novia traicionada

El siguiente hecho ha sido relatado por la Gazetta dei Teatri, de Milán, del 14 de marzo de 1860.

Un joven amaba perdidamente a una muchacha, por la cual era correspondido y con la que iba a casarse, cuando, cediendo a un culposo arrastramiento, abandonó a su novia por una mujer indigna de amor verdadero. La infeliz abandonada rogó, lloró, pero todo fue inútil: su infiel amado permaneció sordo a sus lamentos. Entonces, desesperada, entró en la casa de él, donde en su presencia expiró a consecuencia de un veneno que ella había acabado de tomar. Al ver el cadáver de aquella cuya muerte causó, tuvo una terrible reacción, queriendo también suicidarse. Sin embargo, él sobrevivió, pero su conciencia siempre le reprochaba ese crimen. Desde el momento fatal, y diariamente a la hora de la cena, él veía que la puerta del cuarto se abría y que su novia le aparecía con el aspecto de un esqueleto amenazador. Por más que buscara distraerse, cambiar de hábitos, viajar, frecuentar compañías alegres, parar los relojes, nada conseguía: sea donde él estuviere, a la hora cierta, el espectro siempre se presentaba. En poco tiempo adelgazó mucho y su salud se alteró a tal punto que los facultativos perdieron la esperanza de salvarlo.

Un médico amigo suyo, estudiando seriamente el caso, y después de haber experimentado inútilmente diversos remedios, tuvo la siguiente idea: Con la esperanza de demostrarle que él era juguete de una ilusión, buscó un esqueleto verdadero y lo hizo colocar en un cuarto vecino; después, habiendo invitado a su amigo a cenar, al cabo de cuatro horas –que era la hora de la visión– hizo venir el esqueleto por medio de poleas preparadas a tal efecto. El médico pensaba que iba a tener éxito en su cometido, pero su desdichado amigo, sobrecogido de un repentino terror, exclamó: ¡Ay de mí! Si no bastase uno, ahora son dos; y luego cayó muerto, como si hubiese sido fulminado.

Nota – Al leer este relato –al cual nos referimos dando crédito al diario italiano de donde lo hemos extraído–, los partidarios de la alucinación estarán en una situación favorable, porque podrán decir, y con razón, que había una causa evidente de sobreexcitación cerebral que pudo producir una ilusión en aquel espíritu impresionado. Nada prueba, en efecto, la realidad de la aparición, que podría ser atribuida a un cerebro debilitado por una violenta conmoción. Para nosotros, que conocemos tantos hechos análogos comprobados, decimos que la aparición es posible y, en todos los casos, el conocimiento profundo del Espiritismo hubiese dado al médico un medio más eficaz para curar a su amigo. Ese medio hubiera sido el de evocar a la muchacha en otras horas y el de conversar con ella, ya sea directamente o con la ayuda de un médium, a fin de preguntarle qué debía hacer para complacerla y para obtener su perdón; hubiera usado el medio de pedir que el ángel guardián intercediera junto a ella para doblegarla; y como en definitiva ella amaba al joven, seguramente olvidaría sus errores, si hubiese reconocido en él un arrepentimiento y un pesar sinceros, en lugar de un simple terror, que en él quizá era el sentimiento dominante. Ella habría dejado de mostrarse con una forma horrenda, para revestir la forma graciosa que tenía cuando encarnada, o entonces habría dejado de aparecer. Ciertamente ella también le habría dicho buenas palabras que pudiesen restablecer la calma en su alma; la certeza de que él nunca estaría solo, que ella velaba a su lado y que un día estarían reunidos, le habría dado coraje y resignación. Es un resultado que a menudo hemos podido constatar. Los Espíritus que aparecen espontáneamente siempre tienen un objetivo; lo mejor, en todo caso, es preguntarles lo que desean; si están sufriendo, es necesario orar por ellos y hacer lo que les pueda ser agradable. Si la aparición tiene un carácter permanente y de obsesión, cesa casi siempre cuando el Espíritu queda satisfecho. Si el Espíritu que se manifiesta con obstinación, ya sea a través de la visión o por medios perturbadores –que no podrían ser tomados por una ilusión–, él es malo; y si actúa con malevolencia, por lo general es más tenaz, lo que no impide que nosotros obremos con más perseverancia, y sobre todo haciendo una oración sincera en su intención. Pero es preciso estar realmente persuadidos de que para ello no hay palabras sacramentales, ni fórmulas cabalísticas, ni exorcismos que tengan la menor influencia; cuanto peores son, más se ríen del pavor que inspiran y de la importancia que se da a su presencia. Ellos se divierten al ser llamados diablos y demonios, y por eso toman gravemente los nombres de Asmodeo, Astaroth, Lúcifer y otros calificativos infernales, aumentando las malicias, mientras que se retiran cuando ven que pierden tiempo con personas que no se dejan engañar, y que se limitan a pedir por ellos la misericordia divina.

Superstición

Leemos en Le Siècle del 6 de abril de 1860:

«Un tal Sr. Félix N..., jardinero de los alrededores de Orleáns, era considerado portador de la habilidad de exceptuar de la conscripción a los jóvenes, es decir, de hacerlos sacar en el sorteo un número apropiado para que sean eximidos. Él prometió a Frédéric Vincent P..., joven viticultor de St-Jean-de-Braye, hacerlo sacar el número que quisiese, a cambio de 60 francos, de los cuales 30 fr. deberían ser pagos por adelantado, y los otros 30 después del sorteo. El secreto consistía en rezar tres Padrenuestros y tres Avemarías durante nueve días. Además, el hechicero afirmaba que, gracias a la parte que él haría, eso favorecería al conscripto y le impediría dormir durante la última noche, pero que sería eximido. Desgraciadamente el encanto no funcionó; el conscripto durmió como de costumbre y sacó el número 31, que hizo de él un soldado. Estos hechos, repetidos además dos veces, no pudieron ser mantenidos en secreto, y el hechicero Félix N... fue llevado ante la justicia.»

Los adversarios del Espiritismo lo acusan de despertar ideas supersticiosas; pero ¿qué hay de común entre la Doctrina que enseña la existencia del mundo invisible, comunicándose con el mundo visible, y hechos de la naturaleza que acabamos de relatar, que son los verdaderos tipos de superstición? ¿Dónde se ha visto que el Espiritismo haya enseñado alguna vez semejantes absurdos? Si aquellos que lo atacan en este aspecto se tomasen el trabajo de estudiarlo, antes de juzgarlo tan a la ligera, no sólo sabrían que Él condena todas las prácticas adivinatorias, sino que demuestra su inutilidad. Por lo tanto, como muy frecuentemente lo hemos dicho, el estudio serio del Espiritismo tiende a destruir las creencias verdaderamente supersticiosas. En la mayoría de las creencias populares hay casi siempre un fondo de verdad, pero desnaturalizado y ampliado; estos accesorios son las falsas aplicaciones que constituyen la superstición propiamente dicha. Es así que los cuentos de hadas y de genios reposan en la existencia de Espíritus buenos o malos, protectores o malévolos; que todas las historias de aparecidos tienen su origen en el fenómeno muy real de las manifestaciones espíritas, visibles e incluso tangibles; tal fenómeno, hoy perfectamente comprobado y explicado, entra en la categoría de los fenómenos naturales, que son una consecuencia de las leyes eternas de la Creación. Pero el hombre raramente se contenta con la verdad, que le parece demasiado simple; él la reviste con todas las quimeras creadas por su imaginación, y es entonces que cae en el absurdo. Después vienen los que tienen interés en explotar esas mismas creencias, a las cuales juntan un prestigio fantástico para que sirvan apropiadamente a sus objetivos; de ahí esa turba de adivinos, de hechiceros, de echadores de la buenaventura, contra los cuales la ley severamente procede con justicia. El Espiritismo verdadero, racional, no es pues más responsable por los abusos que se cometen en su nombre, que la Medicina por las fórmulas ridículas y por las prácticas empleadas por charlatanes o ignorantes. Lo decimos una vez más: antes de juzgarlo, tomaos el trabajo de estudiarlo.

Se concibe un fondo de verdad en ciertas creencias, pero quizá se ha de preguntar en cuál puede reposar la que ha originado el hecho citado, creencia muy expandida en el interior de nuestro país, como se sabe. A primera vista nos parece que tiene su principio en el sentimiento intuitivo de los seres invisibles, a los cuales fueron llevados a atribuir un poder que frecuentemente ellos no tienen. La existencia de Espíritus embusteros que pululan a nuestro alrededor por causa de la inferioridad de nuestro globo –como insectos nocivos en un pantano–, y que se divierten a expensas de las personas crédulas, prediciéndoles un futuro quimérico, siempre dispuestos a adular sus gustos y deseos, es un hecho cuya prueba tenemos diariamente a través de nuestros médiums actuales. Lo que ocurre ante nuestros ojos ha tenido lugar en todas las épocas por los medios de comunicación en uso, según los tiempos y los lugares: he aquí la realidad. Con la ayuda del charlatanismo y de la codicia, la realidad pasó al estado de creencia supersticiosa.

Hecho de pneumatografía o escritura directa

El Sr. X..., uno de nuestros más eruditos literatos, se encontraba el 11 de febrero pasado en la casa de la Srta. Huet, con otras seis personas, desde hace tiempo iniciadas en las manifestaciones espíritas. El Sr. X... y la Srta. Huet se sentaron frente a frente, alrededor de una mesita elegida por el propio Sr. X... Este último sacó de su bolsillo un papel totalmente blanco, doblado en cuatro y marcado por él con un signo casi imperceptible, pero suficiente para ser fácilmente reconocido; puso dicho papel en la mesa y lo cubrió con un pañuelo blanco que le pertenecía. La Srta. Huet puso sus manos sobre la punta del pañuelo. Por su parte, el Sr. X... hizo lo mismo, solicitando a los Espíritus una manifestación directa, con un objetivo instructivo. El Sr. X... solicitó de preferencia a Channing, que fue evocado con este fin. Al cabo de diez minutos, el propio Sr. X... levantó el pañuelo y retiró el papel, que en una de sus carillas estaba escrito el esbozo de una frase trazada con dificultad y casi ilegible, donde sin embargo se podían descubrir los rudimentos de las siguientes palabras: Dios os ama; en la otra carilla estaba escrito: Dios, en el ángulo externo, y Cristo, en el final del papel. Esta última palabra estaba escrita de manera que dejaba una marca en la hoja doblada.

Una segunda prueba se hizo exactamente en las mismas condiciones, y al cabo de un cuarto de hora el papel contenía, en la superficie inferior y en caracteres firmemente trazados en negro, estas palabras inglesas: God loves you, y más abajo, Channing. En el final del papel estaba escrito en francés: Foi en Dieu; en fin, en el reverso de la misma página había una cruz con una señal parecida a una caña, ambas trazadas con una sustancia roja.

Al terminar la prueba, el Sr. X... expresó a la Srta. Huet el deseo de obtener por su intermedio, como médium psicógrafa, algunas explicaciones más desarrolladas de Channing, y se entabló el siguiente diálogo entre él y el Espíritu:

Preg. Channing, ¿estáis presente? –Resp. Estoy aquí; ¿estáis contento conmigo?

Preg. ¿A quién se dirige lo que habéis escrito? ¿A todos o a mí particularmente? –Resp. Escribí esta frase, cuyo sentido se dirige a todos los hombres; pero, al escribirla en inglés, la experiencia es para vos en particular. En cuanto a la cruz, es la señal de la fe.

Preg. ¿Por qué la habéis hecho de color rojo? –Resp. Para pediros que tengáis fe. Yo no podía escribir nada, era muy largo: os he dado una señal simbólica.

Preg. ¿Entonces el rojo es el color simbólico de la fe? –Resp. Ciertamente; es la representación del bautismo de sangre.

Nota – La Srta. Huet no sabe inglés y el Espíritu quiso dar así una prueba más de que el pensamiento de ella era extraño a la manifestación. El Espíritu lo hizo espontáneamente y por su propia voluntad; pero es más que probable que si se lo hubiesen pedido como prueba, él no se habría prestado a eso; se sabe que a los Espíritus no les gusta servir de instrumento cuando se intenten hacer experimentaciones con ellos. Frecuentemente las pruebas más patentes surgen en el momento en que menos se lo espera; y cuando los Espíritus obran por su propio accionar, a menudo dan más de lo que se les habría pedido, ya sea porque desean mostrar su independencia o porque sería preciso, para la producción de ciertos fenómenos, el concurso de circunstancias que no siempre nuestra voluntad es suficiente para poder manejar. No estaría de más repetir que los Espíritus tienen su libre albedrío, queriendo probarnos con esto que no están sometidos a nuestros caprichos; es por eso que raramente acceden al deseo de la curiosidad.

Por lo tanto, sea cual fuere su naturaleza, los fenómenos nunca están a nuestra disposición de una manera cierta, y nadie podría jactarse de obtenerlos a voluntad y en un dado momento. El que quiera observarlos, debe resignarse a esperarlos y es, muy a menudo, por parte de los Espíritus, una prueba para la perseverancia del observador y del objetivo a que se propone. Los Espíritus no se preocupan en divertir a los curiosos y sólo se vinculan de buen grado a las personas serias que dan pruebas de su voluntad de instruirse, haciendo lo que es necesario para esto, sin negociar su esfuerzo y su tiempo.

La producción simultánea de señales en caracteres de colores diferentes es un hecho extremamente curioso, pero que no es sobrenatural, al igual que todos los otros. Hemos dado la explicación de la teoría de la escritura directa en la Revista Espírita del mes de agosto de 1859, páginas 197 y 205. Con la explicación de este hecho, lo maravilloso desaparece para dar lugar a un simple fenómeno que tiene su razón de ser en las leyes generales de la Naturaleza y en lo que se podría llamar la fisiología de los Espíritus.

Espiritismo y Espiritualismo

En un discurso pronunciado recientemente en el Senado por Su Eminencia el cardenal Donnet, observamos la siguiente frase: «Pero hoy, como en otros tiempos, es verdadero decir –con un elocuente publicista– que, en el género humano, el Espiritualismo es representado por el Cristianismo.»

Sin duda sería un extraño error si se pensara que el ilustre prelado, en esta circunstancia, haya entendido el Espiritualismo en el sentido de la manifestación de los Espíritus. Esta palabra es aquí empleada en su verdadera acepción, y el orador no podía expresarse de otra manera, a menos que se sirviera de una circunlocución, porque no existe otro término para expresar el mismo pensamiento. Si no hubiésemos indicado la fuente de nuestra cita, ciertamente se podría pensar que hubiera salido textualmente de la boca de un espiritualista americano, a propósito de la Doctrina de los Espíritus, igualmente representada por el Cristianismo, que es su más sublime expresión. De acuerdo con esto, ¿sería posible que un futuro erudito, interpretando a voluntad las palabras del monseñor Donnet, intentase demostrar a la posteridad que en el año 1860 un cardenal profesó públicamente, ante el Senado de Francia, la manifestación de los Espíritus? En este hecho, ¿no vemos una nueva prueba de la necesidad de tener una palabra para cada cosa, a fin de entendernos? ¡Cuántas disputas filosóficas interminables no tuvieron lugar por causa del sentido múltiple de las palabras! El inconveniente es aún más grave en las traducciones, y el texto bíblico nos ofrece de esto más de un ejemplo. Si en la lengua hebrea, la misma palabra no significase día y período, no habría habido equívoco sobre el sentido del Génesis, a propósito de la duración de la formación de la Tierra, y el anatema no habría sido proferido contra la Ciencia, por falta de entendimiento, cuando ella demostró que esta formación no podría haber sido realizada en seis multiplicado por 24 horas.