Revista Espírita - Periódico de Estudios Psicológicos - 1860

Allan Kardec

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Respuesta del Sr. Allan Kardec al Sr. redactor de la Gazette de Lyon

Señor,

Me han enviado un artículo, firmado por C. M., que vos habéis publicado en la Gazette de Lyon del 2 de agosto de 1860, con el título: Una sesión con los espíritas. En este artículo soy atacado indirectamente en la persona de todos los que comparten mis convicciones. Pero esto nada representaría si vuestras palabras no tendiesen a falsear la opinión pública sobre el principio y las consecuencias de las creencias espíritas, poniendo en ridículo y censurando a los que las profesan, e instando a la venganza legal. Al respecto, os solicito que me permitáis que os haga algunas rectificaciones, esperando de vuestra imparcialidad que consintáis en publicar mi respuesta, ya que habéis publicado el ataque.

Sr., no creáis que mi objetivo sea el de buscar convenceros, ni el de devolveros injuria por injuria. Sean cuales fueren las razones que os impiden compartir nuestra manera de ver, no pienso en inquirirlas, y las respeto si son sinceras; sólo pido la reciprocidad practicada entre personas que saben convivir. En cuanto a los epítetos no civilizados, no tengo el hábito de usarlos.

Si hubieseis discutido seriamente los principios del Espiritismo; si a ellos hubierais opuesto algunos argumentos buenos o malos, yo habría podido responderos; pero como toda vuestra argumentación se limita a calificarnos de ineptos, no me cabe discutir con vos si estáis errado o no. Por lo tanto, me limito a refutar vuestras aseveraciones inexactas, fuera de todo personalismo.

No basta decir a las personas que no piensan como nosotros que ellas son imbéciles: esto está al alcance de cualquier uno; es necesario demostrarles que están erradas; pero ¿cómo hacerlo? ¿Cómo entrar en el fondo de la cuestión si no se conoce ni la primera palabra? Ahora bien, pienso que es el caso en que os encontráis, pues de lo contrario habríais empleado mejores armas que la acusación banal de la estupidez. Cuando le hayáis dado al estudio del Espiritismo un tiempo moral necesario –y os advierto que es preciso bastante–; cuando hayáis leído todo lo que pueda fundamentar vuestra opinión; cuando hayáis profundizado todas las cuestiones y asistido como observador concienzudo e imparcial a millares de experiencias, vuestra crítica tendrá algún valor. Hasta que esto suceda, no es más que una opinión individual, que no se apoya en nada y a respecto de la cual podéis, a cada palabra, ser sorprendido en flagrante delito de ignorancia. El comienzo de vuestro artículo es una prueba de esto.

Vos decís: «Son llamados ESPÍRITAS a ciertos alucinados que, al haber cortado con TODAS las creencias religiosas de su época y de su país...» Señor, ¿sabéis que esta acusación es muy grave, y tanto más grave como falsa y calumniosa a la vez? El Espiritismo se basa enteramente en el principio de la existencia del alma, su supervivencia al cuerpo, su individualidad después de la muerte, su inmortalidad, las penas y las recompensas futuras. Él no solamente sanciona estas verdades por la teoría; es de su esencia demostrarlas a través de pruebas patentes. He aquí por qué tanta gente que no creía en nada ha sido reconducida a las ideas religiosas. Toda su moral es el desarrollo de estas máximas del Cristo: Practicar la caridad, devolver el mal con el bien, ser indulgente para con su prójimo, perdonar a sus enemigos; en una palabra, hacer a los otros lo que quisiéramos que los otros nos hiciesen. ¿Halláis, pues, estas ideas muy estúpidas? ¿Habrán los espíritas cortado con todas las creencias religiosas, los cuales se apoyan en las propias bases de la religión? No –diréis–, pero basta ser católico para tener tales ideas; para tenerlas, puede ser; pero practicarlas es otra cosa, al parecer. ¿Es realmente evangélico para vos, como católico, insultar a personas simples, que nunca os han hecho mal, las cuales no conocéis y que han tenido bastante confianza en vos como para recibiros entre ellas? Admitamos que estén equivocadas; ¿será que habréis de reconducirlas al cubrirlas de injurias y al irritarlas?

De hecho, vuestro artículo contiene otro error, que prueba una vez más vuestra ignorancia en materia de Espiritismo. Vos decís: Los adeptos son generalmente obreros. Sabed, pues, Señor, a fin de ajustar vuestra conducta, que de los cinco o seis millones de espíritas que existen hoy, la casi totalidad pertenece a las clases más esclarecidas de la sociedad; en todos los países, Él cuenta entre sus seguidores con un número muy grande de médicos, de abogados, de magistrados, de escritores, de altos funcionarios, de oficiales de todos los grados, de artistas, de científicos, de comerciantes, etc., personas que clasificáis muy livianamente entre los ineptos. Pero dejemos esto a un lado. ¿Las palabras insulto e injuria os parecen muy fuertes? ¡Veamos!

No habéis evaluado bien el alcance de vuestras palabras cuando, después de haber dicho que los adeptos son generalmente obreros, agregasteis lo siguiente sobre las reuniones lionesas: Porque no se recibe allí fácilmente a los que, por su exterior, denotan MUCHA INTELIGENCIA: los Espíritus sólo se dignan manifestarse a los SIMPLES; probablemente fue esto lo que me valió ser admitido allí. Y más adelante, esta otra frase: Después de un DISCURSO sobre la naturaleza de los Espíritus, totalmente hecho en un estilo que debería encantar a los Espíritus, debido a su SIMPLICIDAD, comenzaron las preguntas. No voy a recordar vuestras burlas acerca de la pluma de ganso que –según vos– la médium usaba, ni otras cosas también espirituosas; yo hablo más seriamente. Sólo haré una simple observación: habéis empleado muy mal vuestros ojos y vuestros oídos, porque la médium de quien habláis no usa pluma de ganso, y tanto la forma como el fondo de la mayoría de las preguntas y de las respuestas que habéis relatado en vuestro artículo son pura invención. Por lo tanto, son pequeñas calumnias, mediante las cuales quisisteis hacer brillar vuestro ingenio.

Así, según vos, para ser admitido en esas reuniones de obreros, es necesario ser obrero, es decir, desprovisto de buen sentido, y decís que allí solamente os dejaron ingresar porque probablemente os tomaron por un tonto. Seguramente os habrían cerrado la puerta si os hubiesen creído con bastante ingenio como para inventar cosas que no existen.

¿Ya pensasteis, Sr., que no sólo atacáis a los espíritas, sino a toda la clase obrera, y en particular a la de Lyon? ¿Olvidáis que son esos mismos obreros, esos tejedores –como vos los llamáis con pedantería– que hacen la prosperidad de vuestra ciudad, a través de su industria textil? Los obreros que produjeron el telar de Jacquard, ¿han sido personas sin valor moral? ¿De dónde salió un buen número de vuestros fabricantes que han adquirido su fortuna con el sudor de su frente y a fuerza de orden y de economía? ¿No es insultar su trabajo el hecho de comparar sus telares con horcas indignas? Ponéis en ridículo su lenguaje y os olvidáis de que su oficio no les permite hacer discursos académicos. ¿Es necesario un estilo rudo para decir lo que se piensa? Señor, vuestras palabras no son apenas frívolas –empleo este vocablo por consideración–, ellas son imprudentes. Si alguna vez Dios os reserva días nefastos, orad a Él para que los obreros lioneses no se acuerden de esto. Los que son espíritas se olvidarán, porque la caridad lo ordena; haced votos, pues, para que todos lo sean, ya que es en el Espiritismo que ellos beben los principios de orden social, el respeto a la propiedad y a los sentimientos religiosos.

¿Sabéis lo que hacen los obreros espíritas lioneses, que vos tratáis con tanto desdén? En vez de aturdirse en un cabaré o alimentarse de doctrinas subversivas y quiméricas, ellos piensan en Dios en ese taller que comparáis irrisoriamente al antro de Trofonio, en medio de esos telares de cuatro palos. Yo los he visto durante mi permanencia aquí; he conversado con ellos y estoy convencido de lo siguiente: Entre ellos, muchos maldecían su penoso trabajo; hoy lo aceptan con la resignación del cristiano, como una prueba. Muchos veían con envidia y con celos la fortuna de los ricos: hoy ellos saben que la riqueza es una prueba aún más peligrosa que la de la miseria, y que el desdichado que sufre y que no cede a la tentación es el verdadero elegido de Dios; ellos saben que la verdadera felicidad no está en lo superfluo, y que aquellos que son llamados felices de este mundo padecen también crueles angustias que el oro no apacigua. Muchos se reían de la oración: hoy oran y han reencontrado el camino de la iglesia que ellos habían olvidado, porque en otros tiempos no creían en nada y ahora creen. Varios habrían sucumbido en la desesperación: hoy conocen el destino de los que abrevian voluntariamente su vida, y se resignan a la voluntad de Dios, porque saben que son un alma, de lo que antes no estaban seguros. En fin, porque ellos saben que están de paso en la Tierra, y que la justicia de Dios no se equivoca con nadie.

Señor, he aquí lo que saben y lo que hacen esos ineptos, como los llamáis; decís que ellos se expresan en un lenguaje tal vez ridículo, trivial a los ojos de un hombre de ingenio como vos, pero a los ojos de Dios el mérito está en el corazón y no en la elegancia de las frases.

Además, escribís: «En otros tiempos la Iglesia era bastante poderosa para imponer silencio a semejantes divagaciones; es verdad que ella castigaba demasiado fuerte, quizá, pero detenía el mal. Hoy, considerándose que la autoridad religiosa es impotente, ¿no debería otra autoridad intervenir en el caso?» En efecto, la iglesia quemaba; es realmente una lástima que no haya más hogueras. ¡Oh, deplorables efectos del progreso de las luces!

No tengo por hábito responder a las diatribas; si solamente se tratase de mí, no habría dicho nada; pero con relación a la creencia que yo tengo la gloria de profesar, porque es una creencia eminentemente cristiana, vos ridiculizáis a personas honestas y trabajadoras porque son iletradas, olvidando que el propio Jesús era un obrero; vos las provocáis con palabras irritantes; exigís contra ellas los rigores de la autoridad civil y religiosa, cuando son pacíficas y comprenden el vacío de las utopías con que fueron engañadas y que os dan miedo. Tuve que salir en su defensa, recordándoles los deberes que la caridad impone y diciéndoles que si los otros faltan a sus deberes, esto no es razón para que ellos no cumplan con los suyos. He aquí, Sr., los consejos que les doy; son también los que les dan esos Espíritus que cometen la tontería de dirigirse a personas simples e ignorantes antes que a vos; es que probablemente saben que serán más escuchados. Al respecto, ¿podríais decirme por qué Jesús eligió a sus apóstoles entre el pueblo, en lugar de hacerlo entre los hombres de letras? Indudablemente es porque en la época no había periodistas para decirle lo que Él debía hacer.

Diréis sin duda que vuestra crítica sólo se dirige a la creencia en los Espíritus y en sus manifestaciones, y no a los sagrados principios de la religión. Estoy persuadido de ello; pero entonces, ¿por qué habéis dicho que los espíritas han cortado con todos los principios religiosos? Es porque no sabéis en qué ellos se apoyan. Sin embargo, allá visteis a un médium orar con recogimiento, y vos, católico, ¡os habéis reído de una persona que oraba!

Probablemente tampoco sabéis lo que son los Espíritus. Los Espíritus no son sino las almas de los que han vivido; por lo tanto, las almas y los Espíritus son una única y misma cosa, de modo que negar la existencia de los Espíritus, es negar el alma; admitir el alma, su supervivencia y su individualidad es admitir a los Espíritus. Por lo tanto, toda la cuestión se resume en saber si el alma, después de la muerte, puede manifestarse a los vivos; los libros sagrados y los Padres de la Iglesia lo reconocen. Si los espíritas están equivocados, esas autoridades también están erradas; para probarlo es necesario demostrar, no por una simple negación, sino por razones concluyentes, lo siguiente:

1º) Que el ser que piensa en nosotros durante la vida, no debe más pensar después de la muerte;

2º) Que si él piensa, no debe más pensar en aquellos que ha amado;

3º) Que si piensa en aquellos que ha amado, no debe más querer comunicarse con ellos;

4º) Que si puede estar en todas partes, no puede estar a nuestro lado;

5º) Que si está a nuestro lado, no puede comunicarse con nosotros.

Si vos conocierais el estado de los Espíritus, su naturaleza y –si así puedo expresarme– su constitución fisiológica, tal como ellos nos la describen, y tal cual la observación confirma, sabríais que, siendo el Espíritu y el alma una única y misma cosa, no hay de menos en el Espíritu sino el cuerpo, del cual se despoja al desencarnar, restándole al Espíritu una envoltura etérea que constituye para él un cuerpo fluídico, con la ayuda del cual puede hacerse visible en ciertas circunstancias. Es lo que tiene lugar en las apariciones que la propia Iglesia admite perfectamente, puesto que de algunas hace artículos de fe. Dada esta base, a las proposiciones precedentes agregaré las siguientes, pidiéndoos probar:

6º) Que por su envoltura fluídica, el Espíritu no puede actuar sobre la materia inerte;

7º) Que si él puede actuar sobre la materia inerte, no puede actuar sobre un ser animado;

8º) Que si puede actuar sobre un ser animado, no puede dirigir su mano para hacerlo escribir;

9º) Que al poder hacerlo escribir, no puede responder a sus preguntas y transmitirle su pensamiento.

Cuando hayáis demostrado que todo esto no es posible, por medio de razones tan patentes como aquellas por las cuales Galileo demostró que no es el Sol que gira alrededor de la Tierra, entonces vuestra opinión podrá ser tomada en consideración.

Objetaréis sin duda que, en sus comunicaciones, los Espíritus dicen algunas veces cosas absurdas. Esto es verdad; y ellos hacen más: a veces dicen groserías e impertinencias. Es que, al dejar el cuerpo, el Espíritu no se despoja inmediatamente de todas sus imperfecciones; por lo tanto, es probable que aquellos que dicen cosas ridículas como Espíritus, las hayan dicho aún más ridículas cuando estaban entre nosotros; es por eso que nosotros no aceptamos ciegamente todo lo que viene de su parte, como tampoco aceptamos todo lo que viene de los hombres. Me detengo ahora, porque no tengo la intención de hacer aquí un curso de enseñanza; a mí me bastó probar que habíais hablado de Espiritismo sin conocerlo.

Sr., os saludo atentamente,

ALLAN KARDEC.