¿Que és el Espiritismo?

Allan Kardec

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Olvido del pasado

V. –No me explico cómo puede aprovecharse el hombre de la experiencia adquirida en las anteriores existencias si no conserva el recuerdo de las mismas; porque, desde el momento que no las recuerda, cada existencia viene a ser como la primera, lo cual equivale a empezar siempre. Supongamos que al despertarnos cada día perdiésemos la memoria de lo que habíamos hecho en el anterior. Es indudable que no estaríamos más adelantados a los sesenta que a los diez años, mientras que recordando nuestras faltas, nuestras fragilidades y los castigos recibidos, procuraríamos no volver a incurrir en ellas. Sirviéndome de la comparación hecha por usted del hombre en la Tierra con el alumno de un colegio, no comprendería que este último pudiese aprovechar las lecciones del quinto año, por ejemplo, si no recordase las aprendidas en el cuarto. Estas soluciones de continuidad en la vida del Espíritu interrumpen todas las relaciones, haciendo de él un ser nuevo hasta cierto punto, de donde puede concluirse que nuestros pensamientos mueren en cada existencia, para renacer sin conciencia de lo que hemos sido. Esto es una especie de anonadamiento. A. K. –De cuestión en cuestión me conducirá a usted a hacer un curso completo de Espiritismo. Todas las objeciones que usted hace son naturales en el que nada sabe en este asunto, y que encontraría, en un estudio profundo, una solución mucho más explícita que la que puedo dar en una explicación sumaria, que por sí misma debe provocar incesantemente nuevas cuestiones. Todo se encadena en el Espiritismo, y cuando se estudia el conjunto, se ve que los principios se desprenden los unos de los otros apoyándose mutuamente, y lo que parecía entonces una anomalía contraria a la justicia de Dios, parece completamente natural y viene en confirmación de esa sabiduría y de esta justicia de Dios, parece completamente natural y viene en confirmación de esa sabiduría y de esa justicia. Tal es el problema del olvido del pasado que se relaciona con cuestiones de igual importancia, por lo cual no haré más que desbrozarle. Si a cada nueva existencia se corre un velo sobre el pasado, nada pierde el Espíritu de lo que ha adquirido en aquél; olvida únicamente la manera como lo ha adquirido. Sirviéndome de la comparación del alumno, poco le importa recordar dónde, cómo y con qué profesores cursó el cuarto año, al entrar en que quinto, sabe lo que se aprende en el cuarto. ¿Qué le importa saber que fue castigado por su pereza o por su insubordinación, si tales castigos le han hecho estudioso y dócil? De este modo, el hombre, al reencarnarse, trae instintivamente y como ideas innatas lo que ha adquirido en ciencia y en moralidad. Digo en moralidad, porque si durante una existencia se ha mejorado, si ha aprovechado las lecciones de la experiencia, cuando se reencarne será instintivamente mejor; su Espíritu, robustecido en la escuela del sufrimiento y del trabajo, tendrá más solidez; lejos de tener que empezar, posee un abundante fondo, en el que se apoya para adquirir más y más. La segunda parte de su objeción, respecto del anonadamiento del pensamiento, no es menos infundada, porque semejante olvido sólo tiene lugar durante la vida corporal. Al dejarla, el Espíritu recobra el recuerdo del pasado: puede entonces juzgar del camino recorrido y del que aún le falta recorrer; de modo que no hay solución de continuidad en la vida espiritual, que es la normal del Espíritu. El olvido temporal es un beneficio de la providencia, ya que la experiencia se adquiere a menudo por las rudas pruebas y expiaciones terribles, cuyo recuerdo sería muy penoso, viniendo a juntarse a las angustias de las tribulaciones de la vida presente. Si parecen largos los sufrimientos de la vida, ¿Qué no parecerían si se aumentase su duración con el recuerdo de los sufrimientos del pasado? Usted, por ejemplo, caballero, es hoy un hombre honrado, pero acaso lo debe a los rudos castigos sufridos por faltas que hoy repugnarían a su conciencia; ¿Le gustaría a usted recordar el haber sido ahorcado alguna vez? ¿No le perseguiría constantemente la vergüenza, pensando que el mundo sabe el mal por usted cometido? ¿Qué le importa a usted lo que haya podido hacer y lo que haya sufrido para expiarlo, si es usted actualmente un hombre apreciable? A los ojos del mundo, es usted un nuevo hombre. A los de Dios, un Espíritu rehabilitado. Libre del recuerdo de un pasado importuno, obra con más libertad; la vida actual es un nuevo punto de partida; las deudas anteriores de usted están satisfechas, le corresponde ahora no encontrar otras nuevas. ¡Cuántos hombres quisieran poder, durante su vida, correr un velo sobre sus primeros años! ¡Cuántos se han dicho al fin de su existencia!: “Si volviese a empezar, no haría lo que he hecho”. “Pues bien, lo que no pueden deshacer en esta vida, lo desharán en otra; en una nueva existencia, su Espíritu traerá consigo, en estado de intuición, las buenas resoluciones tomadas. Así se realiza gradualmente el progreso de la Humanidad. Supongamos aún, lo que es muy ordinario, que entre sus relaciones, en su misma familia, se encuentre un individuo del cual está usted quejoso, que quizá le ha arruinado o deshonrado en otra existencia, y que viene arrepentido a encarnarse junto a usted, a unírsele por lazos de familia para reparar los agravios por medio de su interés y afecto, ¿No se encontrarían ustedes mutuamente en la posición más falsa, si ambos recordaran sus enemistades? En lugar de apaciguarse éstas, se eternizarían los odios. Deduzca usted de todo esto que el recuerdo del pasado perturbaría las relaciones sociales y sería una traba al progreso. ¿Quiere usted una prueba de actualidad? Si un hombre condenado a presidio tomase la firme resolución de ser honrado, ¿Qué sucedería a su salida? Sería rechazado por la sociedad y esta repulsión casi siempre volvería a arrastrarle hacia el vicio. Si suponemos, por el contrario, que todo el mundo ignora sus antecedentes, sería bien recibido, y si él mismo pudiese olvidarlo, no sería menos honrado y podría caminar alta la frente, en vez de bajarla a la vergüenza del recuerdo. Esto concuerda perfectamente con la doctrina de los espíritus acerca de los mundos superiores al nuestro. En ellos, donde sólo el bien reina, el recuerdo del pasado no es nada penoso, y por eso sus habitantes recuerdan la existencia precedente como nosotros lo que hemos hecho el día anterior. En cuanto a lo que ha podido hacerse en los mundos inferiores, viene a ser como un sueño pasado.