¿Que és el Espiritismo?

Allan Kardec

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Médiums interesados

V. –Antes de consagrarse a un largo estudio, ciertas personas quisieran tener la certeza de no perder el tiempo, certeza obtenida por un hecho concluyente, y que comprarían a peso de oro. A. K. –El que no quiere tomarse el trabajo de estudiar, tiene más curiosidad que deseo real de instruirse, y los espíritus no aprecian más que yo a los curiosos. Por otra parte, la codicia les es esencialmente antipática, y no se prestan a nada que puede satisfacerla. Sería preciso sería formarse de ellos una idea muy falsa para creer que espíritus superiores, como Fenelón, Bossuet, Pascal y San Agustín, por ejemplo, se ponga a las órdenes de un advenedizo, a tanto por hora. No caballero, las comunicaciones de ultratumba son muy serias y requieren mucho respeto para ser puesta en exhibición. Sabemos, por otra parte, que los fenómenos espiritistas no marchan como las ruedas de un mecanismo, puesto que dependen de la voluntad de los espíritus. Aun admitiendo la aptitud medianímica, nadie puede responder de obtenerlos en un momento determinado. Si los incrédulos son dados a sospechar de la buena de los médiums en general, peor sería si se notase en ellos el estímulo del interés. Y con razón podría sospecharse que el médium retribuido simularía el fenómeno cuando no lo produjese el Espíritu, porque ante todo le sería preciso ganar su dinero. Puesto que el desinterés más absoluto es la mejor garantía de sinceridad, repugnaría a la razón el hacer venir por interés a las personas que nos son queridas, suponiendo que consintiesen en ello, lo cual es más que dudoso: en todo caso, sólo se prestarían a este cálculo espíritus de baja ralea, poco escrupuloso acerca de los medios e indignos de confianza, y aun éstos se gozan en el censurable placer de burla las combinaciones y los cálculos de sus panegiristas. La naturaleza de la facultad medianímica se opone, pues, a que se la convierta en una profesión, porque depende de una voluntad extraña al médium que podría faltarle en el momento en que más la necesitase, a menos que no se la suplicase por la astucia. Pero aun admitiendo una completa buena fe, desde el momento en que los fenómenos no se obtienen a voluntad, sería efecto de la casualidad el que, en la sesión retribuida, se produjese precisamente el hecho deseado para el convencimiento. Bien puede usted dar cien mil francos a un médium, seguro de que no obtendrá de los espíritus lo que éstos no quieran hacer. Este cebo, que desnaturalizaría la intención, transformándola en un violento deseo de lucro, sería, por el contrario, un motivo de que no lo obtuviese. Si se está bien persuadido de la verdad de que el afecto y la simpatía son los más poderosos móviles de atracción para los espíritus, se comprenderá que no pueden ser solicitados por el pensamiento de emplearlos en el lucro. Aquel, pues, que tenga necesidad de hechos para convencerse, debe probar a los espíritus su buena voluntad con una observación seria y paciente, si quiere ser secundado por ellos. Pero si es verdad que la fe no se impone, no lo es menos que tampoco se compra. V. –Comprendo este razonamiento desde el punto de vista moral; ¿Pero no es justo que el que emplea su tiempo en interés de la causa sea indemnizado, impidiéndole aquel empleo el trabajo para vivir? A. K. –Ante todo, ¿Lo hace precisamente en interés de la causa o en interés propia? Si ha dejado su estado, es porque no estaba satisfecho de él y porque esperaba ganar más con el nuevo oficio o trabajar menos. Ningún mérito tiene emplear el tiempo cuando se hace para lograr provecho. Esto es absolutamente como decir que el panadero fabrica el pan en provecho de la humanidad. La mediumnidad no es el único recurso, y de no existir ella, los médiums interesados se verían obligados a ganarse la vida de otro modo. Los médiums verdaderamente formales y desinteresados buscan los medios de vivir en el trabajo cotidiano, y no abandonan sus ocupaciones cuando necesitan de éstas para subsistir: sólo consagran a la mediumnidad el tiempo que sin perjuicio puedan ocuparle; si se dedican a ella en sus ratos de ocio y de reposo, existe entonces verdadero desinterés, por el cual se les ve agraciados y son objeto de aprecio y respeto. Por otra parte, la multiplicidad de médiums en las familias hace inútiles los de profesión, aun suponiendo que estos últimos ofreciesen todas las garantías apetecibles, lo cual es muy raro. Sin el descrédito en que ha caído esta clase de explotación, y yo me felicito de haber contribuido grandemente a ello, hubieránse visto pulular los médums mercenarios, y abundar sus reclamaciones en los periódicos, y por uno que hubiese podido ser leal hubiéranse encontrado cien charlatanes que, abusando de una facultad real o simulada, hubiesen perjudicado enormemente al Espiritismo. Es, pues, un principio, que todos los que ven en el Espiritismo algo más que una exhibición de fenómenos curiosos, que comprenden y aprecian la dignidad, la consideración y los verdaderos intereses de la doctrina, reprueban toda especie de especulación bajo cualquier forma o disfraz con que se presente. Los médiums serios y sinceros, y doy este nombre a los que comprenden la santidad del mandato que Dios les ha confiado, evitan hasta las apariencias de lo que pudiera hacer recaer sobre ellos la menor sospecha de codicia: la acusación de obtener un provecho cualquiera de su facultad sería considerada por tales médiums como una injuria. Convenga usted, caballero, por incrédulo que sea, en que un médium en semejantes condiciones le impresionaría de muy distinto modo que si hubiese pagado su localidad para verle trabajar o, aunque hubiese obtenido una entrada gratis, si supiese que detrás de todo ello había una cuestión de interés. Convenga usted en que viendo el primero animado de un verdadero sentimiento religioso, únicamente estimulado por la fe y no por el cebo de la ganancia, involuntariamente le impondría respeto, aunque fuese el más humilde proletario, inspirándole también más confianza, porque no tendría motivos para sospechar de su lealtad. Pues bien, caballero, como el médium indicado encontrará usted mil por uno, y ésta es una de las causas que han contribuido más poderosamente al crédito y propagación de la doctrina, mientras que si no hubiese tenido más que intérpretes interesados, no contaría ni con la cuarta parte de los adeptos con que hoy cuenta. Esto se ha comprendido también, que los médiums profesionales son excesivamente raros, en Francia por lo menos, y desconocidos en la mayor parte de los centros espiritistas de provincia, donde la reputación de mercenarios bastaría para excluirlos de todos los grupos serios, en los cuales no les sería lucrativo el oficio, a consecuencia del crédito que sobre ellos recaería y de la competencia de los médiums desinteresados, que se encuentran en todas partes. Para suplir, ya la facultad que les falta, ya la insuficiencia de la clientela, existen médiums sedicentes, que la obtienen con el juego de cartas, la bola de cristal, etcétera, a fin de satisfacer todos los gustos, esperando por este medio atraer, a falta de espiritistas, a los que creen aún en esas estupideces. Si no se perjudicasen más que a sí mimos, el mal sería poca cosa: pero hay personas que sin profundizar más confunden el abuso con la realidad, aparte de los mal intencionados que de ello se aprovechan para decir que en eso consiste el Espiritismo. Ya ve usted, caballero, que conduciendo la explotación de la mediumnidad a abusos perjudiciales para la doctrina, el Espiritismo serio tiene razón de rechazarla y repudiarlas como auxiliar. V. –Convengo en que todo esto es muy lógico, pero los médiums desinteresados no están a la disposición de todos, y no puede uno permitirse incomodarlos, mientras que no se tiene reparo en los retribuidos, porque de sabe que no se les hace peder el tiempo. La existencia de médiums públicos sería una ventaja para las personas que quisieran convencerse. A. K. –Pero si los médiums públicos, como usted los llama, no ofrecen las garantías apetecidas, ¿Qué utilidad pueden prestar para el convencimiento? El inconveniente que usted señala no destruye los otros más serios que yo he presentado. Se recurriría a ellos más por diversión o por conocer la buenaventura que para instruirse. El que verdaderamente desea convencerse, tarde o temprano encuentra medios si tiene en ello perseverancia y buena voluntad; pero si no está preparado, no se convencerá con asistir a una sesión. Si a ella acude con impresión desfavorable, con peor impresión saldrá, y quizá se sentirá disgustado de proseguir un estudio en el que nada formal habrá visto, hecho probado ya por la existencia. Pero al lado de las condiciones morales, los progresos de la ciencia espiritista nos patentizan hoy una dificultad material en la que no se pensaba al principio, haciéndonos conocer mejor las condiciones en que se producen las manifestaciones. Esta dificultad se refiere a las afinidades fluídicas que deben existir entre el Espíritu evocado y el médium. Paso por alto los pensamientos de fraude y superchería, suponiendo la más completa lealtad. Para que un médium de profesión pudiese ofrecer perfecta seguridad a las personas que fuesen a consultarle, sería preciso que apoyase una facultad permanente y universal, es decir, que pudiese comunicarse fácilmente con cualquier Espíritu y en cualquier momento, para estar así constantemente a disposición del público, como un médico, y satisfacer a todas las evocaciones que se pidieran. Y esto no sucede con ningún médium, tanto en los interesados como en los otros, por acusas independientes de la voluntad del Espíritu, causas que no puedo desarrollar en este momento, porque no estoy dando a usted un curso de Espiritismo. Me limitaré a decirle que las afinidades fluídicas, que son el principio de las facultades medianímicas, son individuales y no generales, que pueden existir en un médium para con tal Espíritu y no para con tal otro; que sin esas afinidades, cuyos matices son muy variados, las comunicaciones son incompletas, falsas o imposibles; que, con mucha frecuencia, la asimilación fluídica entre el Espíritu y el médium no se establece más que con el tiempo, y que sólo una de cada diez veces se establece completamente desde el primer momento. La mediumnidad, como usted ve, caballero, está subordinada a las leyes, hasta cierto punto, orgánicas, a las cuales obedece todo médium, y no puede negarse que no sea esto un escollo para la mediumnidad profesional, ya que la posibilidad y exactitud de las comunicaciones se relacionan con causas independientes del médium y del Espíritu. (Véase más, cap. II, De los Médiums.) Si rechazamos, pues, la explotación de la mediumnidad, no es por capricho ni por sistema, sino porque los mismos principios que rigen las relaciones con el mundo invisibles se componen a la regularidad y a la precisión necesarias al que se pone a la disposición del público, y porque el deseo de satisfacer a una clientela que paga, conduce al abuso. No deduzco de aquí que todos los médiums sean charlatanes, pero digo que el cebo de la ganancia conduce al charlatanismo y autoriza, si no justifica, la sospecha de fraude. El que quiere convencerse debe buscar ante todo elementos de sinceridad.