EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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Adelaida-Margarita Gosse

Esta era una humilde y pobre sirvienta de Normandía, cerca de Harfleur. A los once años, entró al servicio de unos ricos ganaderos de su país. Pocos años después, una inundación del Sena se llevó y anegó todas las bestias. Otras desgracias sobrevinieron, y sus amos cayeron en la miseria. Adelaida encadenó su suerte a la de sus amos, ahogó la voz del egoísmo y, no escuchando sino a su corazón generoso, les hizo aceptar quinientos francos ahorrados por ella, y continuó sirviéndoles sin salario.


Después, a su muerte, se unió con su hija, que había quedado viuda y sin recursos. Trabajaba en los campos y llevaba su ganancia a la casa. Contrajo matrimonio, y añadió el jornal de su marido al suyo. Eran dos para sostener a la pobre mujer que ella llamaba siempre “¡su ama!” Este sublime sacrificio duró cerca de medio siglo.


La Sociedad de Emulación de Ruan no dejó en el olvido a esta mujer digna de tanto respeto y admiración. Le concedió una medalla de honor y una recompensa en dinero. Las logias masónicas de El Havre se asociaron a este testimonio de estimación, y le ofrecieron una pequeña suma para aumentar su bienestar. En fin, la administración local se ocupó de su suerte con delicadeza, respetando su susceptibilidad.


Un ataque de parálisis se llevó en un instante y sin sufrimiento a este ser benéfico. Los últimos obsequios le fueron prestados de un modo sencillo, pero decente. El secretario de la alcaldía presidió el duelo.


Sociedad de París. 27 de diciembre de 1861


P. Evocación. Rogamos a Dios Todopoderoso permita al espíritu de Margarita Gosse se comunique con nosotros.


R. Sí, Dios tiene a bien hacerme esta gracia.


P. Tenemos el mayor gusto en poderos dar una prueba de nuestra admiración por la conducta que habéis tenido durante vuestra existencia terrestre, y esperamos que vuestra abnegación habrá recibido su recompensa.


R. Sí, Dios, para su sirviente, ha tenido misericordia y amor.


Lo que he hecho, lo que encontráis bien, era muy natural.


P. Para nuestra instrucción, ¿podríais describimos cuál fue la causa de la humilde condición que habéis ocupado en la Tierra?


R. Yo ocupé, en dos existencias sucesivas, una posición bastante elevada. El bien me era fácil, lo hacía sin sacrificio, porque era rica. Me parecía que progresaba lentamente y por esto pedí volver en condición más ínfima en la que tendría que luchar contra las privaciones, y me preparé a ello durante mucho tiempo. Dios sostuvo mi esfuerzo, y he podido llegar al fin que me había propuesto, gracias a los socorros espirituales que Dios me ha enviado.


P. ¿Habéis visto a vuestros antiguos amos? Os suplico nos digáis cuál es vuestra situación respecto a ellos, y si os consideráis siempre como su subordinada.


R. Sí, los he vuelto a ver. Estaban esperando mi llegada a este mundo, y debo deciros con toda humildad que me consideran muy superior a ellos.


P. ¿Teníais un motivo particular para uniros a ellos antes que a otros?


R. Ningún motivo obligatorio. Habría alcanzado mi objeto en todas partes, pero los elegí para satisfacerles una deuda de reconocimiento. En otro tiempo habían sido buenos para mí y me habían hecho servicios.


P. ¿Qué porvenir presentís para vos?


R. Espero ser reencarnada en un mundo en que el dolor sea desconocido. Quizá me encontréis muy presuntuosa, pero os respondo con la viveza de mi carácter. Por lo demás, lo dejo a la voluntad de Dios.


P. Os damos las gracias por haber venido a nuestro llamamiento y no dudamos de que Dios os colmará de bondades.


R. Gracias. ¡Ojalá Dios os bendiga y al morir os haga experimentar a todos las alegrías tan puras que me han sido dispensadas!