EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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CAPÍTULO VIII - Expiaciones terrestres

Marcelo, el niño del número 4

En un hospicio de provincia había un niño de unos ocho a diez años en un estado difícil de describir. No estaba allí designado sino bajo el número 4. Enteramente contrahecho, ya fuese por deformidad natural, ya a consecuencia de la enfermedad, sus pierna retorcidas tocaban a su cuello. Era tan flaco, que 1os huesos le agujereaban la piel. Su cuerpo no era más que una llaga y sus sufrimientos atroces. Pertenecía a una pobre familia israelita, y esta triste posición duraba hacía cuatro años. Su inteligencia era notable para su edad, y su dulzura, su paciencia y su resignación eran edificantes.

El médico que le visitaba, movido a compasión por este pobre ser en cierto modo abandonado, porque no parecía que sus padres fuesen a verle muchas veces, tomó interés por él y se complacía en hablarle, encantado de su razón precoz. No solamente le trataba con bondad, sino que, cuando sus ocupaciones se lo permitían, iba a darle lecciones y se sorprendía de la rectitud de su juicio sobre cuestiones que parecían superiores a su edad.

Un día le dijo el niño:

-Doctor, tened, pues, la bondad de darme píldoras como las últimas que me habéis ordenado.

-¿Y por qué, hijo mío? -contestó el médico-, te he dado las suficientes y temo que mayor cantidad te haga daño.

-Es que -replicó el niño-. sufro de tal modo, que por esfuerzos que hago para no gritar rogando a Dios me dé la fuerza para no quejarme a fin de no molestar a los otros enfermos que están a mi lado, tengo mucho trabajo en conseguirlo. Las píldoras me duermen, y entre tanto, no incomodo a nadie.

Estas palabras bastan para demostrar la elevación del alma que encerraba aquel cuerpo deforme. ¿Dónde había adquirido este niño semejantes sentimientos? No podía ser en el centro en que había sido educado, y por otra parte, en la edad en que empezó a sufrir, no podía todavía comprender ningún razonamiento. Eran innatos en él, pero entonces, con tan nobles instintos, ¿por qué Dios le condenaba a una vida tan miserable y tan dolorosa, admitiendo que hubiera sido creada esta alma al mismo tiempo que este cuerpo, instrumento de tan crueles sufrimientos? ¡Oh, es preciso negar la bondad de Dios, o admitir una causa anterior, esto es, la preexistencia del alma y la pluralidad de existencias!

El niño murió, y sus últimos pensamientos fueron para Dios y para el médico caritativo que había tenido piedad de él.

Después de algún tiempo fue evocado en la Sociedad de París en 1863, donde dio la comunicación siguiente:

“Me habéis llamado y he venido para que mi voz se oiga más allá de este recinto impresionando a todos los corazones, que el eco que hará vibrar se oiga hasta en la soledad.

“Les recordará que la agonía de la Tierra prepara las alegrías del cielo, y que el sufrimiento no es más que la corteza amarga de un fruto deleitable que da cl valor y la resignación. Les dirá que sobre el pobre lecho donde yace la miseria están los enviados de Dios, cuya misión es enseñar a la Humanidad que no hay dolor que no se pueda sufrir con ayuda del Todopoderoso y de los buenos espíritus. Les dirá también que escuchen los lamentos mezclándose a las plegarias, y que comprendan de éstas la piadosa armonía, tan diferente de los acentos culpables del lamento mezclado con la blasfemia.

“Uno de vuestros buenos espíritus, gran apóstol del Espiritismo, ha tenido a bien dejarme este sitio esta noche.1 Asimismo debo deciros algunas palabras del progreso de vuestra doctrina. Debe ayudar en su misión a aquellos que se encarnen entre vosotros para aprender a sufrir. El Espiritismo será la mira indicadora. Tendrán el ejemplo y la voz, entonces se cambiarán los lamentos en gritos de alegría y en lágrimas de gozo.”

1. San Agustín, por el médium, el cual se comunica a menudo a la Sociedad.

P. ¿Parece, según lo que acabáis de manifestarnos, que vuestros sufrimientos no eran expiación de faltas anteriores?

R. No eran una expiación directa, pero estad seguros de que todo dolor tiene su causa justa. El que habéis conocido tan miserable fue hermoso, grande, rico y lisonjeado, tuvo aduladores y cortesanos, fue vano y orgulloso. En otro tiempo fui muy culpable. He renegado de Dios y hacía mal a mi prójimo, pero lo he expiado cruelmente, primero en el mundo de los espíritus, y después en la Tierra. Yo he sufrido durante algunos años solamente en esta última y corta existencia, aquello que se puede sufrir en toda una existencia completa hasta la extrema vejez. Por mi arrepentimiento he encontrado gracia ante el Señor, que se ha dignado confiarme muchas misiones, de las cuales la última os es conocida. La he solicitado para acabar mi depuración.

Adiós, amigos míos, volveré algunas veces entre vosotros. Mi misión es consolar, no instruir, pero hay muchos aquí cuyas heridas están ocultas, que se regocijan con mi venida.
Marcelo

Instrucción del guía del médium:

¡Pobre ser en sufrimiento, miserable, y ulceroso y deforme! ¡Cuántos gemidos hacía oír en el asilo de la miseria y de las lágrimas! Y a pesar de su niñez, ¡cuán resignado estaba, y cómo su alma comprendía ya el fin de los sufrimientos. ¡Conocía que más allá de la tumba le esperaba una recompensa por tantos lamentos ahogados! ¡Así como rogaba por aquellos que no tenían, como él, valor para soportar sus males, rogaba también particularmente por los que dirigían al cielo blasfemias en lugar de oraciones!

Si la agonía fue larga, la hora de la muerte fue terrible. Sin duda se retorcían los miembros convulsos y mostraban a los asistentes un cuerpo deforme, rebelándose contra la muerte. Era aquella la ley de la carne que quiere vivir cuanto puede, mas un ángel se cernía encima del lecho del moribundo y cicatrizaba su corazón. Después se llevó sobre sus blancas alas aquella alma tan hermosa que se escapaba del cuerpo pronunciando estas palabras: ¡Gloria a vos, oh, Dios mío!

Y esta alma, elevada hacia el Omnipotente, exclamó venturosa: Heme aquí, Señor, me habéis dado por misión la de aprender a sufrir: ¿He soportado dignamente la prueba?

Y ahora el espíritu del pobre niño ha tomado sus proporciones. Corre el espacio yendo al débil y al pequeño y diciendo a todos: esperanza y valor. Desprendido de toda materia y sin mancha, está ahí cerca de vosotros.

Os habla, no con su voz lacerada y doliente, sino con varoniles acentos. Os ha referido: “Los que me han visto han mirado al niño que no murmuraba, logrando por su ejemplo tener calma para sus males, y sus corazones se han afirmado en la dulce confianza en Dios. He ahí el fin de mi corto tránsito en la Tierra.”
San Agustín

Szymel Slizgol

Éste era un pobre israelita de Vilna, muerto en mayo de 1865. Con una gran úlcera en la mano había mendigado durante treinta años. Por todas partes, en la ciudad, era conocido por su modo de exclamar: “¡Acordaos de los pobres, de las viudas y de los huérfanos!” Durante este tiempo, Slizgol había reunido 90.000 rublos. Pero no guardó un kopek para él. Aliviaba los enfermos, que cuidaba por sí mismo, pagaba la enseñanza de los niños pobres, distribuía a los necesitados los comestibles que se le daban. La noche la tenía consagrada a la preparación de tabaco en polvo que vendía para atender a sus propias necesidades. Lo que le sobraba pertenecía a los pobres. Szvmel estaba solo en el mundo. El día de su entierro fue acompañado por gran parte de la población, y las tiendas se cerraron.

Sociedad Espiritista de París, 15 de junio de 1865

Evocación.

R. Demasiado feliz, y después de haber llegado a 1a plenitud de mi ambición, que he pagado muy cara, estoy aquí en medio de vosotros desde el principio de esta reunión. Os doy gracias porque os ocupáis del espíritu del pobre mendigo, que con alegría procurará responder a vuestras preguntas.

P. Una carta de Vilna nos ha hecho conocer las particularidades más notables de vuestra existencia. Por la simpatía que nos inspiran, hemos tenido deseo de dirigiros la palabra. Os damos las gracias por haber venido a nuestro llamamiento, y puesto que estáis dispuesto en respondernos, tendremos el mayor placer, para nuestra instrucción, en conocer vuestro estado como espíritu, y las causas que han motivado el género de vuestra última existencia.

R. En primer lugar, conceded a mi espíritu, que comprende su verdadero estado, el favor de que os diga su opinión sobre el pensamiento que habéis tenido con respecto a mí, pido vuestros consejos si es falsa.

Encontráis singular que la manifestación pública haya tomado tanta parte para prestar homenaje al hombre indigente que ha sabido por su caridad atraerse tal simpatía. No digo esto por vos, querido maestro, ni por ti, querido médium, ni por todos vosotros, verdaderos y sinceros espiritistas, pues hablo por las personas indiferentes a la creencia. No hay en eso nada de admirable.

La fuerza de presión moral que ejerce la del bien sobre la Humanidad es tal que, por materiales que seamos, siempre se acata, siempre se saluda al bien, a pesar de la tendencia que se tiene al mal.

Vamos a vuestras preguntas, que por vuestra parte no las habéis dictado por curiosidad, sino que las formuláis sencillamente con la idea de la instrucción general. Voy a referiros con la mayor brevedad posible, ya que estoy libre, cuáles son las causas que han motivado y determinado mi última existencia.

Hace muchos siglos vivía con el título de rey, o al menos de príncipe soberano. En el círculo de mi poderío, relativamente estrecho en comparación de vuestros estados actuales, era dueño absoluto del destino de mis súbditos. Obraba como tirano, mejor dicho, como verdugo. De carácter imperioso, violento, avaro y sensual, veis desde luego cuál debía ser la suerte de los pobres seres que vivían bajo mis leyes. Abusaba de mi poder para oprimir al débil, para poner a contribución toda especie de oficios, de trabajos, de pasiones y de dolores para el servicio de mis propias pasiones. De esta suerte imponía un tributo al producto de la mendicidad. Ninguno podía mendigar sin que por anticipado yo hubiese tomado mi buena parte de lo que la piedad humana depositaba en la escarcela de la miseria. Todavía más, a fin de no disminuir el número de mendigos entre mis súbditos, prohibí a los desgraciados dejar a sus amigos, a sus padres o a sus allegados, la insignificante parte que quedaba a aquellos pobres seres. En una palabra, fui todo lo más implacable que se ha conocido para con el sufrimiento y la miseria.

Perdí, en fin, lo que llamáis la vida, entre tormentos y sufrimientos horribles. Mi muerte fue un modelo de terror para todos los que como yo, aunque en menor escala, tomaban parte en mi modo de obrar. Permanecí en estado de espíritu errante durante tres siglos y medio, y cuando al fin de este lapso de tiempo comprendí que el objeto de la encarnación era otro que el que mis sentidos groseros y obtusos me habían hecho seguir, obtuve a fuerza de oraciones, de resignación y de pesares, el permiso de ocuparme en la tarea material de soportar los mismos sufrimientos, y más aún, que había hecho pasar a los otros. Obtuve este permiso, y Dios me dejó el derecho, por mi libre albedrío, de amplificar mis sufrimiento morales y físicos. Gracias al socorro de buenos espíritus que me asistían, persistí en mi resolución de practicar el bien, y les doy gracias por esto, porque evitaron que sucumbiera en la tarea que tomé.

He cumplido, en fin, una existencia que ha rescatado por su abnegación y su caridad lo que la otra tenía de cruel y de injusta. Nací de padres pobres; huérfano, muy joven aprendí a bastarme a mí mismo, en la edad en que uno es considerado como incapaz de comprender. Vivía solo, sin amor, sin afectos, y aún, al principio de mi vida, soporté la brutalidad que había ejercido sobre los otros. Se comenta que las sumas recogidas por mí fueron todas consagradas al alivio de mis semejantes. Es un hecho exacto, y sin énfasis ni orgullo, añado que, muy a menudo, al precio de privaciones relativamente fuertes, muy fuertes, aumenté el bien que me permitía hacer la caridad pública.

He muerto con calma, confiando en el precio a que había obtenido la reparación hecha por mi última existencia, y estoy recompensado con exceso a mis secretas aspiraciones. Hoy día soy dichoso, muy dichoso de poder afirmaros que cualquiera que se eleve será humillado, y que el que se humille será elevado.

P. Os rogamos nos digáis en qué ha consistido vuestra expiación en el mundo de los espíritus, y cuánto tiempo ha durado desde vuestra muerte hasta el momento en que vuestra suerte fue endulzada por efecto del arrepentimiento y de las buenas resoluciones que habéis tomado. Decidnos también a quién debéis este cambio en vuestras ideas, en estado de espíritu.

R. ¡Me traéis a la memoria muy dolorosos recuerdos! ¡Cuánto he sufrido...! ¡Pero no me quejo, me acuerdo...! Queréis saber de qué naturaleza ha sido mi expiación. Hela aquí en todo su terrible horror.

Verdugo, como os he dicho, para todo el que tuviera buenos sentimientos, permanecí mucho tiempo, mucho, adherido por mi periespíritu a mi cuerpo, que se descomponía. ¡Me sentí, hasta su completa putrefacción, roído por los gusanos, que me hacían sufrir mucho! Cuando estuve desembarazado de los lazos que me aferraban al instrumento de mi suplicio, sufrí todavía uno más cruel. Después del sufrimiento físico, vino el sufrimiento moral, y éste ha durado mucho más tiempo que el primero. He sido puesto en presencia de todas las víctimas que había atormentado periódicamente, y por una fuerza más grande que la mía, era conducido a presencia de mis culpables acciones. Veía física y moralmente todos los dolores que había hecho sufrir. ¡Oh! Amigos míos, ¡cuán terrible es la vista constante de aquellos a quienes se ha hecho mal! Tenéis de esto un débil ejemplo entre vosotros en el careo del acusado con su víctima.

Ahí tenéis, en pocas palabras. lo que he sufrido durante dos siglos y medio, hasta que Dios, movido por mi dolor y por mi arrepentimiento, solicitado por los guías que me asistían, permitió que tomase la vida de expiación que conocéis.

P. ¿Un motivo particular os ha inducido quizás a elegir vuestra última existencia en la religión israelita?

R. No fue elegida por mí, sino que la acepté según el consejo de mis guías. La religión israelita añadía una pequeña humillación más a mi vida de expiación. Porque en ciertos países, sobre todo, la mayoría de los encarnados desprecian a los israelitas, y particularmente a los judíos mendicantes.

P. En vuestra última existencia, ¿en qué edad habéis empezado a poner en ejecución las resoluciones que habíais tomado? ¿Cómo os ha venido este pensamiento? Mientras ejercíais así la caridad con tanta abnegación, ¿teníais alguna intuición de la causa que os empujaba a ello?

R. Nací de padres pobres, pero inteligentes y avaros. Joven todavía, fui privado del afecto y de las caricias de mi madre. Sentí por su pérdida una pena tanto más viva, como que mi padre, dominado por la pasión de la ganancia, me abandonaba enteramente. Mis hermanos, todos de más edad que yo, no advertían mis sufrimientos. Otro judío, movido por sentimientos más egoístas que caritativos, me cogió y me hizo aprender a trabajar. Recobró con usura del producto de mis trabajos, que a menudo sobrepujaban mis fuerzas, lo que había podido costarle. Más tarde me liberé de este yugo y trabajé para mí. Pero por todas partes, tanto en la actividad como en el reposo, era perseguido por el recuerdo de las caricias de mi madre, y a medida que adelantaba en edad su recuerdo se grababa mas profundamente en mi memoria, y más echaba de menos sus cuidados y su amor.

Pronto fui el único de mi nombre. En algunos meses la muerte se llevó a toda mi familia. Entonces fue cuando comenzó a revelarse la manera como debía pasar el resto de mis días. Dos de mis hermanos dejaron hijos huérfanos. Conmovido por el recuerdo de lo que había sufrido, quise preservar a estos pobrecitos seres de una juventud semejante a la mía y no pudiendo mi trabajo bastar para que subsistiéramos todos, empecé a tender la mano, no para mí. sino para los otros. Dios no debía dejarme el consuelo de gozar de mis esfuerzos. Los pobrecitos me dejaron para siempre. Veía lo que les hacía falta: era su madre. Resolví entonces pedir limosna para las viudas desgraciadas, que no pudiendo bastarse a sí y a sus hijos, se imponían privaciones que las conducían a la tumba, dejando pobres huérfanos que quedaban abandonados y entregados a los tormentos que yo mismo había sufrido.

Tenía treinta años cuando, lleno de fuerza y de salud, se me vio mendigar para la viuda y el huérfano. Los principios fueron penosos y debí soportar más de una humillante palabra. Pero cuando se vio que distribuía realmente todo lo que recibía en nombre de mis pobres, cuando se vio añadir a ello las sobras de mi trabajo, adquirí una especie de consideración que no dejaba de tener encanto para mí.

He vivido sesenta y tantos años, y jamás falté a la tarea que me había impuesto. Tampoco la conciencia me advirtió jamás nada que me hiciera sospechar que un motivo anterior a mi existencia fuese el móvil de mi manera de obrar. Solamente un día. antes de empezar a pedir limosna, oí estas palabras: “No hagas a los otros lo que no quisieras que te hiciesen.” Quedé asombrado de la moralidad general contenida en estas pocas palabras, y muy a menudo me sorprendía al oír que se añadían estas otras: “Pero, al contrario hacedles lo que quisierais que os fuese hecho.” Ayudándome el recuerdo de mi madre y el de mis sufrimientos, continuaba marchando en una carrera que mi conciencia me determinaba que era buena.

Voy a concluir esta larga comunicación diciéndoos ¡gracias! No soy todavía perfecto, pero sabiendo que el mal no conduce sino al mal, haré de nuevo como lo que he hecho, el bien para recoger la dicha.
Szymel Slizgol

Juliana-María, la mendiga

En el pueblo de Villate, cerca de Nozai (Loira inferior) había una pobre mujer llamada Juliana-María, anciana achacosa, que vivía de limosna. Un día cayó en un estanque, de donde la sacó un habitante del país, M. A..., quien la socorría habitualmente. Transportada a su domicilio, murió poco tiempo después de resultas del accidente. La opinión general fue que quiso suicidarse. El mismo día de su fallecimiento, el que la había salvado, que es espiritista y médium, sintió en toda su persona como un rozamiento de alguno que estuviera junto a él, sin explicarse, sin embargo, la causa. Cuando supo la muerte de Juliana-María, tuvo el pensamiento de que quizá su espíritu hubiera venido a visitarle.

Según el parecer de uno de sus amigos, miembro de la Sociedad Espiritista de París, a quien había hecho presente lo ocurrido, la evocación de esta mujer con el fin de serle útil. Pero anticipadamente pidió consejo a sus guías protectores, de los cuales recibió la respuesta siguiente:

“Lo puedes y se alegrará, aunque el servicio que te propones prestarle le sea inútil. Es feliz y está consagrada a los que fueron compasivos con ella. Tú eres uno de sus buenos amigos, te deja poco y conversa muchas veces contigo sin tú saberlo. Tarde o temprano los servicios prestados tienen recompensa, si no para el favorecido, para aquellos que se interesan por él, lo mismo antes que después de su muerte. Cuando el espíritu no ha tenido tiempo de reconocerse, otros espíritus simpáticos son los que manifiestan en su nombre su reconocimiento.

“Heme ahí lo que te explica lo que has sentido el día de su fallecimiento. Ahora es ella quien te ayuda en el bien que quieres hacer. Acuérdate de lo que Jesús dijo. «El que ha sido humillado será elevado.» Tendrás todos los servicios que puede prestarte, si sólo le pides asistencia para ser Útil a tu prójimo.”

Evocación. Mi buena Juliana-María, ¿sois feliz? Eso es todo lo que quería saber, lo que no me impedirá pensar muchas veces en vos y no olvidaros nunca en mis oraciones.

R. Ten confianza en Dios, inspira a tus enfermos una fe sincera, y saldrás bien casi siempre. No te cuides jamás de la recompensa que puedes tener, que será mucho mayor de lo que tú esperas. Dios sabe siempre recompensar como lo merece al que se dedica al alivio de sus semejantes, y lleva en sus acciones un desinterés completo. Sin esto todo es ilusión y quimera. Es necesario la fe ante todo, pues de otra manera nada se logra. Acuérdate de esta máxima y te admirarás de los resultados que obtendrás. Son la prueba de esto los dos enfermos que has curado. En las circunstancias en que se encontraban, con los simples remedios habrías salido mal.

Cuando pides a Dios permita a los buenos espíritus derramen sobre ti su fluido benéfico, si esta petición no te hace sentir un estremecimiento involuntario, es que tu oración no es bastante ferviente para que sea escuchada. No lo es sino con las condiciones que te señalo. Esto es lo que tú has experimentado cuando has dicho desde el fondo de tu corazón: “Dios Todopoderoso, Dios misericordioso, Dios de bondad sin límites, escuchad mi oración y permitid a los buenos espíritus me asistan en la curación de... Tened piedad de él, Dios mío, y dadle la salud. Sin vos no puedo nada. Hágase vuestra voluntad.”

Tú has obrado bien en no desdeñar a los humildes. La voz de aquel que sufrió y soportó con resignación las miserias de este mundo, es siempre escuchada, y como ves, un servicio hecho recibe siempre su recompensa.

Ahora, una palabra sobre mí, y ésta te confirmará lo que he expresado antes.

El Espiritismo te explica mi lenguaje como espíritu. No tengo necesidad de entrar en detalles sobre este asunto. Creo también inútil explicarte mi existencia precedente. La posición en que tú me has conocido en la Tierra debe hacerte comprender y apreciar mis anteriores existencias, que no fueron siempre sin reproche. Llevando una vida de miseria, achacosa, y no pudiendo trabajar, mendigué toda mi vida. No adquirí ningún tesoro. En mi vejez, mis pequeñas economías se limitaban a un centenar de francos, que reservaba para cuando mis piernas no podrían llevarme.

Dios ha considerado mi prueba y mi expiación suficientes, y ha puesto un término a ellas, libertándome sin sufrimiento de la vida terrestre, porque no me he suicidado, como se ha creído en un principio. He muerto de repente sobre el borde del estanque, en el momento en que dirigía mi última plegaria a Dios. La pendiente del terreno fue la causa de la presencia de mi cuerpo en el agua.

No he sufrido: soy feliz por haber podido cumplir mi cargo sin trabas y con resignación. Me hice útil, en la medida de mis fuerzas y de mis medios, y evité hacer mal al prójimo. Hoy recibo la recompensa, y doy gracias a Dios, nuestro divino Señor, quien endulza la amargura de las pruebas haciéndonos olvidar, durante la vida, nuestras antiguas existencias, y pone a nuestro encuentro almas caritativas para ayudarnos a soportar la carga de nuestras faltas pasadas.

Persevera también tú, y como yo, serás recompensado. Te doy las gracias por tus buenas oraciones y por el servicio que me has prestado. No lo olvidaré jamás. Otro día nos volveremos a ver y sabrás muchas cuestiones que por ahora te sería superfluo saberlas. Basta que sepas que te soy adicta del todo, y que estaré siempre cerca de ti cuando tengas necesidad de mí para aliviar al que sufre.
La pobre buena mujer Juliana-María

Habiéndose evocado en la Sociedad de París el 10 de junio de 1864, el espíritu de Juliana-María dictó, la comunicación siguiente:

“Gracias por haber tenido la bondad dc admitirme en vuestro centro, querido presidente. Habéis conocido que mis existencias anteriores eran más elevadas como posición social. Si vine a sufrir esta prueba de la pobreza fue para castigarme de un vano orgullo, que me había hecho rechazar al que era pobre y miserable. Entonces sufrí esta ley justa del Talión que me hizo la más horrible mendiga de esta comarca, y para probarme la bondad de Dios, no era rechazada de todos, como yo temía. También he soportado mi prueba sin murmurar, presintiendo una vida mejor de donde no debía volver a esta Tierra de destierro y de calamidad.

“¡Qué felicidad el día en que nuestra alma, joven todavía, pueda entrar en la vida espiritual para volver a ver los seres que ama!, porque yo también he amado, y soy dichosa en haber vuelto a encontrar a los que me han precedido. Gracias al bueno M.A... que me abrió la puerta del reconocimiento. Sin su mediumnidad no podría darle las gracias, probarle que mi alma no olvida las dichosas influencias de su buen corazón y recomendarle propague su divina creencia. Está llamado a conducir almas extraviadas, que esté bien persuadido de mi apoyo. Si puedo le volveré el céntuplo de lo que me ha dado instruyéndome en la vía que seguís. Dad gracias al Señor por haber permitido que los espíritus pudiesen daros instrucciones para alentar al pobre en sus penas, y detener al rico en su orgullo. Sabed comprender la vergüenza que hay en rechazar un desgraciado. Que yo os sirva de ejemplo, a fin de evitar el ir como yo a expiar vuestras faltas en esas dolorosas posiciones sociales que os colocan tan bajo, y hacen de vosotros la escoria de la sociedad.
Juliana-María

Habiéndose transmitido esta comunicación a M.A..., fue confirmada por la que obtuvo por su parte, que es la que sigue:

P. Mi buena Juliana-María, puesto que tenéis a bien ayudarme con vuestros buenos consejos a fin de hacerme progresar en la vía de nuestra divina doctrina, ¿queréis comunicaros conmigo para aprovecharme de vuestras enseñanzas?

R. Acuérdate de la recomendación que voy a hacerte, y no te apartes jamás de ella. Sé siempre caritativo en la medida de tus recursos. Tú comprendes lo bastante la caridad tal como se debe practicar en todas las posiciones de la vida terrestre. No tengo necesidad de venir a darte una enseñanza sobre este objeto. Tú mismo serás el mejor juez, siguiendo, no obstante, la voz de la conciencia que no te engañará jamás, cuando la escuches sinceramente.

No te engaño sobre las misiones que debes cumplir. Pequeños y grandes tienen la suya. La mía ha sido penosa, pero merecía semejante castigo por mis existencias precedentes, como he ido a manifestarlo al buen presidente de la Sociedad madre de París, a la cual os reuniréis todos un día. Este día no está tan distante como piensas. El Espiritismo marcha a paso de gigante, a pesar de todo lo que se hace para ponerle trabas. Marchad, pues, todos sin temor, adeptos a la doctrina, y vuestros esfuerzos serán coronados con el triunfo. ¡Que os importa lo que se diga de vosotros! Haceos superiores a la crítica insolente que recaerá sobre los adversarios del Espiritismo.

¡Orgullosos! Se creen fuertes y piensan abatiros fácilmente. Vosotros, mis buenos amigos, estad tranquilos, y no temáis mediros con ellos. Son más fáciles de vencer de lo que creéis. Muchos de entre ellos tienen miedo y temen que la verdad venga por fin a deslumbrarles. Esperad, vendrán a su vez a ayudar al coronamiento del edificio.
Juliana-María

Cualquiera que medite las palabras de este espíritu en estas tres comunicaciones encontrará una porción de enseñanzas. Todos los grandes principios del Espiritismo se encuentran reunidos en ellas. Desde la primera, el espíritu demuestra su superioridad por su lenguaje. Semejante a un hada benéfica, esta mujer resplandeciente hoy día, y como metamorfoseada, viene a proteger a aquel que no la desechó cuando vestía los harapos de la miseria.

Es una aplicación de estas máximas del Evangelio: “Los grandes serán humillados y los pequeños serán elevados. Bienaventurados los humildes. Bienaventurados los afligidos, porque serán consolados. No menospreciéis a los pequeños, porque aquel que es pequeño en este mundo, puede ser más grande de lo que creéis.”

Max, el mendigo

En una aldea de Baviera murió, hacia el año 1860, un viejo casi centenario, conocido bajo el nombre de Padre Max. Nadie conocía con certeza su origen, porque no tenía familia. Hacía medio siglo que, abrumado por enfermedades que le privaban de ganar la vida por el trabajo, no tenía otros recursos que la caridad pública, que disimulaba yendo a vender en las granjas y las quintas, almanaques y objetos insignificantes. Se le había dado el apodo de Conde Max, y los niños no le llamaban nunca sino el señor conde, y él se sonreía sin formalizarse. ¿Por qué este título? Nadie habría podido explicarlo, el caso es que era ya una costumbre. Quizá lo fuese por causa de su fisonomía y de sus maneras, cuya distinción contrastaba con sus harapos. Muchos años después de su muerte apareció en sueños a la h ija del propietario de una de las quintas donde recibía hospitalidad en la cuadra, porque él no tenía domicilio, y le manifestó: “Gracias os doy de haberos acordado del pobre Max en vuestras oraciones, porque han sido oídas del Señor. Desearéis saber quién soy yo, alma caritativas que os habéis interesado por el desgraciado mendigo. Voy a satisfaceros, esto será para todos una gran instrucción.”

Hizo entonces la relación siguiente, en estos términos:

“Hace cerca de siglo y medio era un rico y poderoso señor de esa comarca. Pero vano, orgulloso y fatuo con mi nobleza. Mi inmensa fortuna no servía jamás sino para mis placeres, y apenas bastaba, porque era jugador disoluto y pasaba mi vida en las orgías. Mis vasallos, que creía habían sido creados para mi uso como los animales de las granjas, eran acosados y maltratados para atender a mis prodigalidades. Me hacía el sordo a sus quejas, como a las de todos los desgraciados, y a mi parecer, debían tenerse por muy honrados satisfaciendo mis caprichos. Morí en una edad poco avanzada, aniquilado por los excesos, pero sin haber experimentado ninguna desgracia verdadera. Al contrario, todo parecía sonreírme, de suerte que era a los ojos de los demás uno de los felices del mundo. Mi rango me valió suntuosos funerales.

“Los amigos de darse buena vida echaron de menos en mí al fastuoso señor, pero ni una lágrima fue derramada en mi tumba, ni una plegaria del corazón se dirigió a Dios por mí, y mi memoria fue maldecida por todos aquellos cuya miseria había aumentado. ¡Ah! ¡Qué terrible es la maldición de aquellos a quienes se ha hecho desgraciados! ¡No ha cesado de resonar en mis oídos durante largos años, que me parecieron una eternidad! Y la muerte de cada una de mis víctimas era una nueva figura amenazadora e irónica que se levantaba ante mí y me perseguía sin descanso, sin poder encontrar un rincón oscuro donde ocultarme de su vista. ¡Ni una mirada de amigo! Mis antiguos compañeros dc libertinaje, desgraciados como yo, huían de mí y parecía que me decían con desdén: «Ya no puedes pagar nuestros placeres.»

“¡Oh: ¡Qué caro habría pagado entonces un instante de reposo, un vaso de agua para extinguir la sed ardiente que me devoraba! Pero nada poseía y todo el oro que había sembrado a manos llenas en la Tierra, no había producido una sola bendición, una sola, oyes, hija mía!

“En fin, abrumado de fatiga, extenuado como un viajero cansado que no ve el término de su ruta, exclamé:

“-¡Dios mío, tened piedad de mí! ¿Cuándo acabará esta terrible situación?

“Entonces una voz, la primera que oí desde que había dejado la Tierra, me dijo:

“-Cuando tú quieras.

“-¿Qué es preciso hacer, gran Dios? Decid, me someto a todo.

“-Es necesario arrepentirte, humillarte ante los que tú has humillado. Ruégales que intercedan por ti, porque la oración del ofendido que perdona es siempre agradable al Señor.

“Me humillé, rogué a mis vasallos, a mis servidores, que estaban allí ante mí, y cuyas figuras, a cual más benévolas, acabaron por desaparecer. Esto fue entonces para mí como una nueva vida. La esperanza reemplazó a la desesperación, y di gracias a Dios con todas las fuerzas de mi alma.

“La voz me dijo enseguida:

“-¡Príncipe! “Yo respondí:

“-No hay aquí otro príncipe que Dios Todopoderoso, que humilla a los soberbios. Perdonadme, Señor, porque he pecado. Hacedme el servidor de mis servidores, si tal es vuestra voluntad.

“Algunos años más tarde nací de nuevo, pero esta vez en una familia de pobres aldeanos. Mis padres murieron cuando todavía era niño, y me quedé solo en el mundo y sin apoyo. Gané mi vida como pude, unas veces como obrero, otras como mozo de granja, pero siempre honradamente, porque creía en Dios.

“A la edad de cuarenta años, una enfermedad me dejó baldado de todos mis miembros, y me fue preciso mendigar durante más de cincuenta años en estas mismas tierras de las cuales fui dueño absoluto, y recibía un pedazo de pan en las granjas que había poseído, y donde por una amarga irrisión se me dio el apodo de señor conde, muchas veces bastante feliz por encontrar un abrigo en la cuadra del castillo que había sido el mío. Soñando, me complacía en recorrer este mismo castillo donde he mandado como déspota. ¡Cuántas veces en mis ensueños, me he visto allí en medio de mi antigua fortuna! Estas visiones me dejaban al despertar un indefinible sentimiento de amargura y pesar, pero jamás una queja salió de mi boca, y cuando quiso Dios llamarme a sí, le he bendecido por haberme dado el valor de sufrir sin murmurar esta larga y penosa prueba, de la cual recibo hoy la recompensa. Y a vos, hija mía, os bendigo por haber rogado por mí.”

Recomendamos este relato a los que pretenden que los hombres no tendrían freno sin el espantajo de las penas eternas a la vista, y dígannos si la perspectiva de un castigo como el del padre Max es más a propósito para detener en la pendiente del mal que los tormentos sin fin en los que nadie cree.

Historia de un doméstico

En una familia de alto rango había un joven doméstico cuya figura inteligente y fina nos hizo impresión por su aire distinguido. Nada en sus maneras indicaba bajeza. Su celo por el servicio de sus amos no se parecía en nada a ese obsequio servil propio de las gentes de su condición.

Al año siguiente, habiendo vuelto a visitar a aquella familia, no vimos al joven, y preguntamos si se le había despedido.

Nos contestaron: “No, se fue a pasar algunos días a su país y en él murió. Nosotros lo sentimos mucho, porque era un excelente sujeto, y tenía sentimientos verdaderamente más elevados que su posición. Nos era muy simpático y nos ha dado pruebas del mayor afecto.”

Más adelante nos vino el pensamiento de evocar a este joven, y he aquí lo que nos manifestó:

“En mi penúltima encarnación era, como se comenta en la Tierra, de muy buena familia, pero arruinada por las prodigalidades de mi padre. Quedé huérfano muy joven y sin recursos. Un amigo de mi padre me recogió, me educó como a su hijo dándome una brillante educación por la que me envanecí. Este amigo es hoy día M. de G.., en cuyo servicio me habéis visto.

“He querido en mi última existencia expiar mi orgullo, naciendo en una condición servil, y he encontrado en ella la ocasión de probar adhesión a mi bienhechor. Le salvé la vida sin que jamás lo haya pensado. Ésta era al mismo tiempo una prueba de la que salí con ventaja, pues tuve bastante fuerza para no dejarme corromper con el contacto de un círculo casi siempre vicioso. A pesar de los malos ejemplos, permanecí puro, y doy por esto gracias a Dios, porque estoy recompensado con la dicha que gozo.”

P. ¿En qué circunstancias habéis salvado la vida a M. de G...?

R. En un paseo a caballo en que le seguía, percibí un grueso árbol que caía de su lado y que él no veía. Le llamé dando un grito terrible, se volvió prontamente, y durante este tiempo, el árbol cayó a sus pies. Sin el movimiento que provoqué, le hubiera aplastado.

M. de G..., a quien se refirió el hecho, lo recordó perfectamente.

P. ¿Por qué habéis muerto tan joven?

R. Dios juzgó mi prueba suficiente.

P. ¿Cómo os ha podido aprovechar esta prueba, pues no teníais recuerdo de la causa que la había motivado?

R. En mi humilde posición me quedaba un instinto de orgullo, que fue lo bastante afortunado en poder dominar, lo que hizo que la prueba fuese provechosa. Sin esto tendría todavía que volverla a empezar. Mi espíritu se acordaba en sus momentos de libertad, y me quedaba al despertar un deseo intuitivo de resistir a mis tendencias, que conocía eran malas. He tenido más mérito en luchar así que si me hubiera claramente acordado del pasado. El recuerdo de mi antigua posición habría exaltado mi orgullo y me hubiera perturbado, mientras que no tuve que combatir sino las consecuencias de mi nuevo estado.

P. Recibisteis una brillante educación. ¿De qué os ha servido esto en vuestra última existencia, puesto que no os acordabais de los conocimientos que habíais adquirido?

R. Estos conocimientos hubieran sido inútiles, y un contrasentido en mi nueva posición. Quedaron latentes, y hoy día los he vuelto a encontrar. Sin embargo, tampoco me han sido inútiles, porque han desarrollado mi inteligencia, que me inspiraba repulsión por los ejemplos bajos y groseros que tenía a la vista. Sin esta educación, no habría sido más que un criado.

P. Los ejemplos de los servidores adictos a sus amos hasta la abnegación, ¿tienen por causa relaciones anteriores?

R. No lo dudéis. Es, al menos, el caso más común. Estos servidores son algunas veces miembros de la misma familia, o, como yo, agradecidos que pagan una deuda de reconocimiento, y que su adhesión ayuda al progreso. No sabéis todos los efectos dc simpatía que de antipatía que estas relaciones anteriores producen en el mundo. No, la muerte no interrumpe estas relaciones, que se perpetúan muchas veces de siglo en siglo.

P. ¿Por qué estos ejemplos de adhesión de los servidores son tan raros hoy en día?

R. Es preciso culpar de esto al espíritu de egoísmo y de orgullo de vuestro siglo, desarrollado por la incredulidad y las ideas materialistas. La fe verdadera se va con ta concupiscencia y el deseo de la ganancia, y con ella los sacrificios. El Espiritismo, conduciendo a los hombres al sentimiento de lo verdadero, hará renacer las virtudes olvidadas.

Nada mejor que este ejemplo puede hacer resaltar el beneficio del olvido de las existencias anteriores. Si M. de G... se hubiera acordado de lo que fue su joven doméstico, hubiese estado muy mortificado con él, y tampoco le habría dejado en esta condición. Habría asimismo puesto trabas a la prueba que ha sido provechosa a los dos.

Antonio B..., enterrado vivo
La pena del Talión

M. Antonio B... era un escritor de mérito, estimado de sus conciudadanos. Habiendo ejercido con distinción e integridad funciones públicas en Lombardía, cayó hacia 1850, a consecuencia de un ataque de apoplejía, en un estado de muerte aparente que se tomó, como sucede por desgracia algunas veces, por la muerte real. El error era tanto más fácil cuanto se habían creído advertir sobre el cuerpo señales de descomposición. Quince días después del entierro, una circunstancia fortuita determinó a la familia a pedir la exhumación. Se trataba de un medallón olvidado por descuido en el ataúd. Pero fue grande el estupor de los asistentes cuando, al abrirse el ataúd, se reconoció que el cuerpo había cambiado de posición, que se había vuelto, y, ¡suceso horrible!, que una de sus manos estaba en parte comida por el difunto. Entonces se manifestó que el desgraciado Antonio B... había sido enterrado vivo, debiendo sucumbir bajo las angustias dc la desesperación y del hambre.

Habiendo sido evocado M. Antonio B... en la Sociedad de París en agosto de 1864, a petición de uno de sus parientes, dio las siguientes explicaciones.

1. Evocación. R. ¿Qué queréis de mí?

2. Uno de vuestros parientes nos ha suplicado que os evocásemos. Lo hacemos con gusto y tendremos el mayor placer, si tenéis la bondad de respondernos. R. Sí, quiero responderos y lo hago con gusto.

3. ¿Os acordáis de las circunstancias de vuestra muerte? R. ¡Ah! ¡Ciertamente! Las recuerdo, ¿por qué me traéis a la memoria la idea del castigo?

4. ¿Es cierto que habéis sido enterrado vivo por equivocación? R. Debía suceder así, porque la muerte aparente ha tenido todos los caracteres de una muerte real; estaba desangrado. (2) No se debe imputar a nadie un hecho previsto desde antes de mi nacimiento.

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(2). Privado de sangre. Descolorida la piel por la privación de la sangre.

5. Si estas preguntas sirven para causaros molestia, será preciso que no las hagamos. R. No, continuad.

6. Desearíamos saber que sois feliz, porque habéis dejado la reputación de un hombre honrado. R. Os doy las gracias. Sé que rogaréis por mí. Procuraré contentaros, pero si lo hago mal, uno de vuestros guías espirituales suplirá mi falta.

7. ¿Podréis describirnos las sensaciones que habéis experimentado en aquel terrible momento?

R. ¡Oh! ¡Qué dolorosa prueba! ¡Sentirse encerrado entre cuatro tablas, no poder revolverse, ni moverse! ¡No poder llamar, sin voz, en un centro privado de aire! ¡Oh!, ¡qué tormento el del desgraciado que se esfuerza en vano en aspirar en una atmósfera insuficiente y desprovista de lo necesario para poder respirar! ¡Ah! Estaba como un condenado a la boca de un horno, salvo el calor.

¡Oh! ¡no deseo a nadie semejantes tormentos! ¡No, no deseo a nadie un fin como el mío! ¡Ah!, ¡cruel castigo de una terrible y feroz existencia! No me preguntéis en qué pensaba, pero me sumergía en el pasado y entreveía vagamente el porvenir.

8. Vos decís que aquel fue el castigo de una feroz existencia. Sin embargo, vuestra reputación, intachable hasta hoy, no hacía suponerlo. ¿,Podéis explicárnoslo? R. ¡Qué es la duración de una existencia en la eternidad! Ciertamente, he procurado obrar bien en mi última encarnación, pero este fin había sido aceptado por mí antes de volver a entrar en la Humanidad. ¡Ah!, ¿por qué me preguntáis sobre este pasado doloroso que sólo yo conocía, y los espíritus, ministros del Omnipotente? ¡Sabed, pues es preciso decíroslo, que en una existencia anterior había emparedado a mi mujer, ¡enteramente viva!, en una cueva. ¡Es la pena del Talión la que he debido aplicarme! Ojo por ojo y diente por diente.

9. Os damos las gracias por haber tenido la bondad de responder a nuestras preguntas, y rogamos a Dios os perdone lo pasado en favor del mérito de vuestra última existencia. R. Volveré más tarde. Por lo demás, el espíritu de Erasto completará con gusto esta comunicación.

Instrucción del guía del médium:

Lo que debéis recoger de esta enseñanza es que todas vuestras existencias se corresponden, y que ninguna es independiente de las otras. Las inquietudes, las desazones. como los grandes dolores que afectan a los hombres, son siempre consecuencias de una vida anterior criminal o mal empleada. Sin embargo, debo comentaros que el final semejante de Antonio B... es raro, y si este hombre, cuya última existencia ha estado exenta de censura, ha concluido de este modo, es porque él mismo había solicitado una muerte semejante, a fin de abreviar el tiempo de su estado errante, y alcanzar más rápidamente las esferas celestes.

En efecto después de un período de turbación y de sufrimiento moral para expiar todavía su crimen espantoso, le será perdonado, y se elevará hacia un mundo mejor donde encontrará a su víctima, que le espera y que le ha perdonado ya hace mucho tiempo. Sabed, pues, aprovecharos de este ejemplo cruel, para soportar con paciencia, queridos espiritistas, los sufrimientos corporales y morales y todas las miserias de la vida.

P. ¿Qué provecho puede recoger la Humanidad de semejante castigo?

R. Los castigos no son para que la Humanidad se desarrolle, sino para castigar al individuo culpable. Efectivamente, la Humanidad no tiene ningún interés en ver sufrir uno de los suyos. Aquí el castigo fue apropiado a la falta. ¿Por qué hay locos e imbéciles? ¿Por qué mueren algunos en el fuego? ¿Por qué otros viven muchos años en los tormentos de una larga agonía, no pudiendo vivir ni morir? ¡Ah! Creedme, respetad la voluntad soberana, y no tratéis de sondear la razón de los decretos providenciales. Sabedlo, Dios es justo, y hace bien todo lo que hace.
Erasto

¿No tenemos en este caso una lección grande y terrible? De este modo la justicia de Dios alcanza siempre al culpable, y aunque algunas veces sea tardía, no por eso deja de seguir su curso. ¿No es eminentemente moral el saber que si grandes culpables acaban sus existencias pacíficamente, y a menudo en la abundancia de los bienes terrestres, la hora de la expiación sonará tarde o temprano? Penas de esta naturaleza se comprenden, no solamente porque están de algún modo a nuestro alcance, sino porque son lógicas. Se cree en ellas porque la razón las admite.

Una existencia honrosa, no exenta no obstante de las pruebas de la vida, porque se las ha elegido o aceptado como complemento de expiación, es el saldo de una deuda que se satisface antes de recibir el premio del progreso cumplido.

Si se considera cuán frecuentes eran en los siglos pasados, incluso en estas clases más elevadas y más ilustradas, los actos de barbarie que tanto hoy nos indignan, cuántos asesinatos se cometían en aquellas épocas en qué se jugaba con la vida de su semejante, en que el poderoso aniquilaba al débil sin escrúpulo, se comprenderá cuántos hombres debe haber en nuestros días que tienen que lavar su pasado. No debemos maravillarnos, pues, del tan considerable número de gentes que mueren víctimas de accidentes aislados o de catástrofes generales. El despotismo, el fanatismo, la ignorancia y las preocupaciones de la Edad Media y de los siglos que la han seguido, han llegado a las generaciones futuras una duda inmensa que no está aún liquidada. Muchas desgracias nos parecen inmerecidas, porque no vemos sino el momento actual.

M.Letil

M. Letil, fabricante cerca de París, murió en abril de 1864 de una manera horrible. Habiéndose encendido una caldera de barniz hirviendo, y derramándose sobre él, en un instante fue cubierto de una materia inflamada, y comprendió enseguida que estaba perdido. Solo a la sazón en el obrador con un joven aprendiz, tuvo el valor de ir hasta su casa, distante más de doscientos metros. Cuando pudieron darle los primeros auxilios, las carnes estaban quemadas y le caían del cuerpo y de la cara. Vivió así doce horas entre los más horribles sufrimientos, conservando, a pesar de esto, toda su presencia de espíritu hasta el último momento, y poniendo en orden sus asuntos con entera lucidez. Durante esta cruel agonía no se le oyó ninguna queja, ningún murmullo, y murió rogando a Dios.

Era un hombre muy honrado, de un carácter dulce y benévolo, amado y estimado de todos los que le habían conocido. Había abrazado con entusiasmo las ideas espiritistas, pero con poca reflexión, por cuyo motivo, como tenía alguna mediumnidad, fue juguete de numerosas mistificaciones, que sin embargo no quebrantaron su fe. En ciertas circunstancias su confianza en lo que le decían los espíritus llegaba hasta la candidez.

Evocado en la Sociedad de París el 23 de abril de 1864, pocos días después de su muerte, todavía bajo la impresión de ta terrible escena de la que había sido víctima, dio la comunicación siguiente:

“...¡Una tristeza profunda me oprime! Espantado aún de mi muerte trágica, me creo bajo el hierro del verdugo. ¡Cuánto he sufrido: ¡Oh, sí, mucho he sufrido! Estoy todavía temblando. Me parece que siento todavía el olor fétido que mis carnes quemadas despedían a mi alrededor.

“¡Agonía de doce horas, cuánto has probado al espíritu culpable! Ha sufrido sin murmurar. También Dios le concederá su perdón.

“¡Oh, querida mía: No llores por mí. mis dolores van a calmarse. No sufro realmente, pero el recuerdo equivale a la realidad. Mi conocimiento del Espiritismo me ayuda mucho. Veo ahora que sin esa dulce creencia habría permanecido en el delirio que hubiera resultado de esta muerte horrorosa.

“Pero tengo un consolador que no me ha dejado desde mi último suspiro. Hablaba aún, y ya le veía cerca de mí. Me parecía que un reflejo de mis dolores que me daba vértigo, y me mostraba fantasmas... No, era mi ángel protector, que silencioso y mudo, me consolaba en mi corazón.

“Desde que hube dicho adiós a la Tierra, me dijo:

“-Ven, hijo mío, y vuelve a ver la luz del día.

“Respiraba más libremente, creyendo salir de un sueño espantoso. Hablaba de mi querida esposa, del animoso muchacho que se había sacrificado por mí.

“-Todos están en la Tierra -me refirió-. Tú, hijo mío, estás entre nosotros.

“Buscaba mi casa. El ángel me dejó entrar en ella acompañándome siempre. Vi a todo el mundo derramando lágrimas. En aquella pacífica morada de otro tiempo, todo era duelo y tristeza. No pude sostener más tiempo la vista de este doloroso espectáculo, muy conmovido expuse a mi guía:

“-¡Oh! Ángel, salgamos de aquí.

“-Sí, salgamos y busquemos reposo -dijo el ángel.

“Después, sufrí menos. Si no viera a mi esposa inconsolable, mis amigos tan tristes, sería casi feliz.

“Mi buen guía, mi querido ángel, me ha hecho el favor de explicarme por qué he tenido una muerte tan dolorosa, y para vuestra enseñanza, hijos míos, voy a haceros una confesión.

“Hace dos siglos hice extender sobre una hoguera a una joven inocente como las de su edad. Tenía de doce a catorce años. ¿De qué se la acusaba? ¡Ah! De haber sido la cómplice de una revuelta contra la política sacerdotal.

“Era italiano y juez inquisidor, los verdugos no se atrevían a tocar el cuerpo de la joven. yo mismo fui el juez y el verdugo. ¡Oh, justicia, justicia de Dios, tú eres grande! Me he sometido a ella, había prometido tantas veces no vacilar el día del combate, que he tenido la fuerza de sostener mi palabra. No he murmurado, vos me habéis perdonado, ¡oh, Dios mío! ¿Cuándo se borrará de mi memoria el recuerdo de mi pobre e inocente víctima? Esto es lo que me hace sufrir. También deberé obtener su perdón.

“Vosotros, hijos de la nueva doctrina, decís alguna vez: «No nos acordamos de lo que hemos hecho precedentemente, por esto no podemos evitar los males a que nos exponemos por el olvido del pasado.»

“¡Oh, hermanos míos! Bendecid a Dios. Si os hubiera dejado el recuerdo, no tendríais ningún descanso en la Tierra. Perseguidos sin cesar por los remordimientos y la vergüenza, ¿podríais tener un solo instante de paz?

“El olvido es un beneficio. El recuerdo sería un tormento. Pasados algunos días, y por recompensa de la paciencia con la cual he soportado mis dolores, Dios me hará olvidar la falta. Esta es la promesa que acaba de hacérseme por mi buen ángel.”

El carácter de M. Letil en su última existencia prueba cuánto se había mejorado su espíritu. Su conducta fue el resultado de su arrepentimiento y de las resoluciones que tomó. Pero esto no bastaba, era preciso sellar estas resoluciones con una gran expiación. Le era preciso sufrir como hombre lo que había hecho sufrir a los otros. La resignación en esta terrible circunstancia era para él la prueba más grande, y afortunadamente no ha faltado a ella. Sin duda ha contribuido mucho a sostener su valor el conocimiento del Espiritismo, por la fe sincera que le había dado en cl porvenir. Sabía que los dolores de la vida eran pruebas y expiaciones, y se había sometido a cllas sin murmurar. diciendo: “-Dios es justo, sin duda lo he merecido.”

Un sabio ambicioso

La Sra. B..., de Burdeos, no experimentó las agudas angustias de la miseria, pero fue toda su vida mártir de dolores físicos por haber sido atacada de innumerables enfermedades graves durante sesenta años, desde la edad de cinco meses, y que casi cada año la ponían a las puertas de la muerte. Tres veces fue envenenada por los ensayos que la ciencia incierta hizo sobre ella, y su temperamento, viciado por los remedios tanto como por las enfermedades, la hizo víctima hasta el fin de sus días de intolerables sufrimientos que nada podía calmar. Su hija, espiritista cristiana y médium, pedía a Dios en sus oraciones endulzase sus crueles pruebas, pero su guía espiritual le dijo le pidiese simplemente para ella la fuerza de soportarlas con paciencia y resignación, y le dictó las instrucciones siguientes:

“Todo tiene su razón de ser en la existencia humana. No hay uno de los sufrimientos que habéis causado, que no encuentre eco en los dolores que sufrís, uno de vuestros excesos que no encuentre un contrapeso en una de vuestras privaciones. No cae una lágrima de vuestros ojos sin tener que lavar una falta o un crimen algunas veces. Sufrid, pues, con paciencia y resignación vuestros dolores físicos y morales por crueles que os parezcan, y pensad en el labrador cuya fatiga le quebrantta los miembros pero que continúa su obra sin detenerse, porque tiene siempre ante él las espigas doradas que serán el fruto de su perseverancia. Tal es la suerte del desgraciado que sufre sobre vuestra Tierra. La aspiración hacia la dicha que debe ser el fruto de su paciencia, le hará fuerte contra los dolores pasajeros de la Humanidad.

“Así es en cuanto a tu madre. Cada dolor que acepta como una expiación, es una mancha borrada de su pasado, y cuanto más pronto se borren todas las manchas, tanto más pronto será feliz. Sólo la falta de resignación hace el sufrimiento estéril, porque entonces las pruebas se han de volver a empezar. Lo que es más útil para ella, el ánimo y la sumisión, esto es lo que es necesario pedir a Dios y a los buenos espíritus para que se le conceda.

“Tu madre fue en otro tiempo un buen médico, acreditado entre una clase en que no cuesta nada asegurarse un bienestar, y donde fue colmado de dones y honores. Ambicioso de gloria y riquezas, queriendo alcanzar el apogeo de la ciencia, no con la idea de aliviar a sus hermanos, porque no era filántropo, sino en vista de aumentar su reputación y en consecuencia su clientela, nada le importaba con tal que sus estudios tuviesen el fin que apetecía.

“La madre era martirizada en su lecho de sufrimiento, porque preveía un estudio en las convulsiones que provocaba. El niño era sometido a los experimentos que debían darle la llave de ciertos fenómenos. El anciano veía apresurar su fin. El hombre vigoroso se sentía debilitado por los ensayos que debían acreditar la acción de tal o cual brebaje, y todos estos experimentos se practicaban sobre el desgraciado sin desconfianza.

“La satisfacción de la concupiscencia y del orgullo, la sed de oro y de su fama, tales fueron los móviles de su conducta.

“Han sido necesarios siglos y terribles pruebas para domar este espíritu orgulloso y ambicioso. Después empezó el arrepentimiento, su obra regeneradora, y la reparación se acaba, porque las pruebas de esta última existencia son dulces al lado de las que ha sufrido. Ánimo, pues, si la pena ha sido larga y cruel, la recompensa acordada a la paciencia, a la resignación y a la Humanidad, será grande.

“Ánimo, vosotros todos los que sufrís. Pensad en el poco tiempo que dura vuestra existencia material. Pensad en las alegrías de la eternidad. Acudid a la esperanza, amiga íntima de todo corazón que sufre. Acudid a la fe, hermana de la esperanza, la fe que os muestra el cielo donde la esperanza os hace penetrar antes de tiempo. Llamad también a esos amigos que el Señor os da que os rodean, os sostienen, os aman, y cuya constante solicitud os conduce a aquel a quien habéis ofendido y cuyas leyes habéis violado.”

Después de su muerte. la Sra. B... ha dado, ya a su hija, ya a la Sociedad Espiritista de París, comunicaciones donde se reflejan las mas eminentes cualidades, y donde confirma lo que había sido dicho de sus antecedentes.

Carlos de San G..., idiota
Sociedad Espiritista de Paris

Carlos de San G... era un joven idiota, de trece años edad. Sus facultades intelectuales eran de tal nulidad, que no reconocía a sus padres y podía apenas tomar alimento. Había en él paralización completa de desarrollo en todo el sistema orgánico.

A San Luis:

1. ¿Querríais manifestarnos si podemos hacer la evocación del espíritu de este niño? R. Podéis evocarle como si evocaseis al espíritu de un muerto.

2. Vuestra respuesta nos haría suponer que la evocación podría hacerse en cualquier momento. R. Sí, su alma está unida a su cuerpo por lazos materiales, pero no por lazos espirituales. Puede desprenderse siempre.

3. Evocación de Carlos de San G...

R. Soy un pobre espíritu ligado a la Tierra, como un pájaro por una pata.

4. En vuestro estado actual, como espíritu, ¿tenéis conciencia de vuestra nulidad en este mundo? R. Ciertamente, reconozco bien mi cautiverio.

5. Cuando vuestro cuerpo duerme y vuestro espíritu se desprende, ¿tenéis las ideas tan lúcidas como si estuvieseis en un estado normal? R. Cuando mi desgraciado cuerpo descansa, soy un poco más libre para elevarme hacia el cielo, a donde aspiro ir.

6. ¿Experimentáis como espíritu un sentimiento penoso por vuestro estado corporal? R. Sí, puesto que es un castigo.

7. ¿Os acordáis de vuestra existencia precedente? R. ¡Oh! Sí, es la causa de mi destierro de ahora.

8. ¿Cuál era esa existencia? R. Un joven libertino en tiempos de Enrique III.

9. Decís que vuestra condición actual es un castigo. ¿No la habéis, pues, elegido? R. No.

10. ¿Cómo puede servir vuestra existencia actual a vuestro adelanto, en el estado de nulidad en que estáis? R. No es nula para mí, ante Dios que me la ha impuesto. .

11. ¿Prevéis la duración de vuestra existencia actual? R. No. Después de algunos años, volveré a mi patria.

12. Desde vuestra precedente existencia hasta vuestra encarnación actual, ¿qué habéis hecho como espíritu? R. Por lo mismo que era un espíritu ligero, Dios me ha encarcelado.

13. En vuestro estado de vigilia, ¿tenéis conciencia de lo que pasa alrededor vuestro, a pesar de la imperfección de vuestros órganos? R. Veo, oigo, pero mi cuerpo no comprende ni ve nada.

14. ¿Podemos hacer algo que os sea útil? R. Nada. A san Luis:

15. ¿Las oraciones por un espíritu encarnado, pueden tener la misma eficacia que para un espíritu errante? R. Las oraciones son siempre buenas y agradables a Dios. En la situación de este pobre espíritu no pueden servirle para nada, le servirán más tarde, porque Dios las tomará en cuenta.

Esta evocación confirma lo que siempre se ha dicho sobre los idiotas. Su nulidad moral no depende de la nulidad del espíritu, quien abstracción hecha de sus órganos. goza de todas sus facultades. La imperfección de los órganos no es sino un obstáculo a la libre manifestación de los pensamientos, no los aniquila. Este es el caso de un hombre vigoroso cuyos miembros estuviesen atados.

Instrucción de un espíritu sobre los idiotas y los imbéciles dada a la Sociedad de París:

Los imbéciles son seres castigados en la Tierra por el mal uso que han hecho de sus poderosas facultades. Su alma está encarcelada en un cuerpo cuyos órganos impotentes no pueden expresar sus pensamientos. Este mutismo moral y físico es uno de los más crueles castigos terrestres. Muchas veces es elegido por espíritus arrepentidos que quieren rescatar sus faltas. Esta prueba no es estéril porque el espíritu no queda estacionado en su prisión de carne. Esos ojos entorpecidos, ven, ese cerebro deprimido, concibe. Pero nada puede traducirse por la palabra ni por la mirada, y salvo el movimiento, están moralmente en el estado de los aletargados y de los catalépticos que ven y oyen lo que pasa a su alrededor, sin poder expresarlo. Cuando tenéis en sueños esas terribles pesadillas en que queréis huir de un peligro, en que gritáis pidiendo socorro, mientras que vuestra lengua queda pegada al paladar y vuestros pies al suelo, experimentáis por un instante lo que el imbécil siente siempre, parálisis del cuerpo, unida a la vida del espíritu.

Casi todas las dolencias tienen así su razón de ser. Nada se hace sin causa, y lo que vosotros llamáis la injusticia de la suerte es la aplicación de la más alta justicia. La locura es también un castigo del abuso de altas facultades. El loco tiene dos personalidades, la que desatina y la que tiene conciencia de sus actos sin poderlos dirigir.

En cuanto a los imbéciles, la vida contemplativa y aislada de su alma, que no tiene las distracciones del cuerpo, puede ser tan agitada como las existencias más complicadas por los acontecimientos.

Algunos se rebelan contra su suplicio voluntario, sienten haber elegido y experimentan un deseo furioso de volver a la otra vida. Deseo que les hace olvidar la resignación en la vida presente y el remordimiento de la vida pasada, de la cual tienen conciencia, porque los imbéciles y los locos saben más que vosotros, y bajo su impotencia física se oculta una potencia moral de la que no tenéis ninguna idea.

Los actos de furor o de imbecilidad a que su cuerpo se entrega son juzgados por el ser interior que sufre de esto y que se avergüenza. Por lo tanto, abofetearles, injuriarles, maltratarles, como se hace algunas veces, es aumentar sus sufrimientos. Porque es hacerles sentir más duramente su debilidad y su abyección, y si ellos pudieran, llamarían cobardes a los que obran de este modo, porque saben que su víctima no puede defenderse.

La imbecilidad no es una de las leyes de Dios, y la ciencia puede hacerla desaparecer, porque es resultado material de la ignorancia, de la miseria y del desaseo. Los nuevos medios de higiene que la ciencia, más práctica, ha puesto al alcance de todos, tienden a destruirla. Siendo el progreso la condición expresa de la Humanidad, las pruebas impuestas se modificarán y seguirán la marcha de los siglos. Todas acabarán siendo morales, y cuando vuestra Tierra, joven aún, haya cumplido todas las fases de su existencia, será una morada de felicidad como otros planetas más avanzados.
Pedro Jonty, padre del médium

Hubo un tiempo en que se puso en cuestión el alma de los imbéciles y se preguntaba si pertenecían verdaderamente a la especie humana. La manera como el Espiritismo lo considera, ¿no es de alta moralidad y de gran enseñanza? ¿No hay materia para serias reflexiones pensando que esos cuerpos desgraciados encierran almas que puede que hayan brillado en el mundo, que son tan lúcidas y tan pensadoras como las nuestras, bajo la espesa envoltura que ahoga sus manifestaciones, y que puede sucedernos lo mismo a nosotros, si abusamos de las facultades que nos ha dispensado la Providencia?

Además, ¿cómo podría explicarse la imbecilidad? ¿Cómo podría estar conforme con la justicia y la bondad de Dios, sin admitir la pluralidad de existencias? Si no ha vivido ya el alma, debe haber sido creada al mismo tiempo que el cuerpo. ¿cómo se justifica la creación de almas tan desheredadas, como las de los imbéciles, por un Dios justo y bueno? Porque aquí no se trata de uno de esos accidentes, como la locura, por ejemplo, que se pueden prevenir o curar. Esos seres nacen y mueren en el mismo estado.

No teniendo ninguna noción del bien y del mal, ¿cuál es su suerte en la eternidad? ¿Serán dichosos al igual que los hombres inteligentes y trabajadores? ¿Mas por qué se concedería este favor, puesto que no han hecho bien? ¿Irán a lo que se llama 1imbo, estarán en un estado mixto que no es ni la dicha ni la desgracia? Pero, ¿por qué esta inferioridad eterna? ¿Es culpa suya si Dios los ha creado imbéciles? Desafiamos a todos los que rechazan la doctrina de la reencarnación a que salgan de este círculo estrecho y sin salida. Con la reencarnación, al contrario, lo que parece injusto viene a ser una admirable justicia. Lo que es inexplicable, se explica de una manera muy racional.

Por lo demás, no sabemos que los que no admiten esta doctrina la hayan jamás combatido con otros argumentos más que con el de su repugnancia personal a volver a la Tierra. A ésos podemos contestarles: Para que volváis a ella, Dios no os pide vuestro permiso, así como el juez no consulta la voluntad del condenado para enviarle a presidio.

Cada uno tiene la posibilidad de no volver a ella, mejorándose lo suficiente para merecer pasar a una esfera más elevada. Pero en esas esferas venturosas no se admite el egoísmo ni el orgullo. Es necesario trabajar despojándose de estas dolencias morales, si se quiere ascender un grado.

Se sabe que en ciertas comarcas los imbéciles, lejos de ser un objeto de desprecio, están rodeados de cuidados benévolos. ¿No dependería este sentimiento de una intuición del verdadero estado de esos infortunados, tanto más digno de respeto cuanto que su espíritu, que comprende su situación, debe sufrir al considerarse la escoria de la sociedad?

En dichas comarcas tienen por un favor y bendición de Dios el contar a uno de estos seres entre la familia. ¿Es quizás una superstición? Es posible, porque entre los ignorantes se mezcla la superstición con las ideas más santas, que no saben explicarse. En todos los casos es para los padres una ocasión de ejercer una caridad, tanto más meritoria cuanto que siendo generalmente pobres es para ellos una carga sin compensación material.

Existe más mérito en rodear de cuidados afectuosos a un niño desgraciado que a aquel cuyas cualidades ofrecen una compensación. Pero la caridad del corazón, siendo una de las virtudes más agradables a Dios, atrae siempre su bendición sobre los que la practican. Ese sentimiento innato entre aquellas gentes equivale a esta oración: “-Gracias, Dios mío, por habernos dado como prueba el sostener a un ser débil, y consolar a un afligido.”

Adelaida-Margarita Gosse

Esta era una humilde y pobre sirvienta de Normandía, cerca de Harfleur. A los once años, entró al servicio de unos ricos ganaderos de su país. Pocos años después, una inundación del Sena se llevó y anegó todas las bestias. Otras desgracias sobrevinieron, y sus amos cayeron en la miseria. Adelaida encadenó su suerte a la de sus amos, ahogó la voz del egoísmo y, no escuchando sino a su corazón generoso, les hizo aceptar quinientos francos ahorrados por ella, y continuó sirviéndoles sin salario.

Después, a su muerte, se unió con su hija, que había quedado viuda y sin recursos. Trabajaba en los campos y llevaba su ganancia a la casa. Contrajo matrimonio, y añadió el jornal de su marido al suyo. Eran dos para sostener a la pobre mujer que ella llamaba siempre “¡su ama!” Este sublime sacrificio duró cerca de medio siglo.

La Sociedad de Emulación de Ruan no dejó en el olvido a esta mujer digna de tanto respeto y admiración. Le concedió una medalla de honor y una recompensa en dinero. Las logias masónicas de El Havre se asociaron a este testimonio de estimación, y le ofrecieron una pequeña suma para aumentar su bienestar. En fin, la administración local se ocupó de su suerte con delicadeza, respetando su susceptibilidad.

Un ataque de parálisis se llevó en un instante y sin sufrimiento a este ser benéfico. Los últimos obsequios le fueron prestados de un modo sencillo, pero decente. El secretario de la alcaldía presidió el duelo.

Sociedad de París. 27 de diciembre de 1861

P. Evocación. Rogamos a Dios Todopoderoso permita al espíritu de Margarita Gosse se comunique con nosotros.

R. Sí, Dios tiene a bien hacerme esta gracia.

P. Tenemos el mayor gusto en poderos dar una prueba de nuestra admiración por la conducta que habéis tenido durante vuestra existencia terrestre, y esperamos que vuestra abnegación habrá recibido su recompensa.

R. Sí, Dios, para su sirviente, ha tenido misericordia y amor.

Lo que he hecho, lo que encontráis bien, era muy natural.

P. Para nuestra instrucción, ¿podríais describimos cuál fue la causa de la humilde condición que habéis ocupado en la Tierra?

R. Yo ocupé, en dos existencias sucesivas, una posición bastante elevada. El bien me era fácil, lo hacía sin sacrificio, porque era rica. Me parecía que progresaba lentamente y por esto pedí volver en condición más ínfima en la que tendría que luchar contra las privaciones, y me preparé a ello durante mucho tiempo. Dios sostuvo mi esfuerzo, y he podido llegar al fin que me había propuesto, gracias a los socorros espirituales que Dios me ha enviado.

P. ¿Habéis visto a vuestros antiguos amos? Os suplico nos digáis cuál es vuestra situación respecto a ellos, y si os consideráis siempre como su subordinada.

R. Sí, los he vuelto a ver. Estaban esperando mi llegada a este mundo, y debo deciros con toda humildad que me consideran muy superior a ellos.

P. ¿Teníais un motivo particular para uniros a ellos antes que a otros?

R. Ningún motivo obligatorio. Habría alcanzado mi objeto en todas partes, pero los elegí para satisfacerles una deuda de reconocimiento. En otro tiempo habían sido buenos para mí y me habían hecho servicios.

P. ¿Qué porvenir presentís para vos?

R. Espero ser reencarnada en un mundo en que el dolor sea desconocido. Quizá me encontréis muy presuntuosa, pero os respondo con la viveza de mi carácter. Por lo demás, lo dejo a la voluntad de Dios.

P. Os damos las gracias por haber venido a nuestro llamamiento y no dudamos de que Dios os colmará de bondades.

R. Gracias. ¡Ojalá Dios os bendiga y al morir os haga experimentar a todos las alegrías tan puras que me han sido dispensadas!

Clara Rivier

Clara Rivier era una joven de diez años, perteneciente a una familia de labradores de una aldea del Mediodía de Francia. Estaba completamente enferma desde los cuatro años. Durante su vida, no dejó escapar una sola queja, ni dio una sola señal de impaciencia. Aunque desprovista de instrucción, consolaba a su afligida familia, conversando de la vida futura y de la dicha que debía encontrar en ella.

Murió en septiembre de 1862, después de cuatro días de torturas y convulsiones, durante las cuales no cesó de rogar a Dios. “No temo la muerte -decía-, puesto que una vida de felicidad me está reservada después.” Decía también a su padre, que lloraba: “Consuélate, vendré a visitarte. Mi hora está próxima, lo siento. Cuando llegue, lo sabré y te lo advertiré antes.” En efecto, cuando el momento fatal estuvo a punto de llegar, llamó a todos los suyos, diciendo. “No tengo más que cinco minutos de vida, dadme vuestras manos.” Y expiró como lo había anunciado.

Desde entonces un espíritu golpeador vino a visitar la casa de los esposos Rivier, donde lo derribaba todo, y golpeaba la mesa como si tuviera una maza. Agitaba las colgaduras de las camas y las cortinas, y removía la vajilla. Este espíritu aparecía bajo la forma de Clara a su joven hermana, que no tiene más que cinco años. Según esta niña, su hermana le ha hablado muchas veces, y estas apariciones le hacen a menudo dar gritos de alegría y exclamar: “Pero, ¿veis qué linda está Clara?”

1 . Evocación de Clara Rivier. R. Estoy cerca de vosotros. dispuesta a responder.

2. ¿De dónde os venían, aunque tan joven y sin instrucción, las ideas elevadas que habíais expresado sobre la vida futura, antes de vuestra muerte? R. Del poco tiempo que tenía que pasar sobre vuestro globo y de mi precedente encarnación. Cuando dejé la Tierra, era médium, y lo soy también volviendo entre vosotros. Esto era una predestinación, sentía y veía lo que expresaba.

3. ¿Cómo es que una niña de vuestra edad no se haya quejado durante cuatro años de sufrimientos? R. Porque el sufrimiento físico estaba dominado por una potencia más grande, la de mi ángel de la guarda, a quien veía continuamente cerca de mí. Sabía aliviar todo lo que sentía, hacía que mi voluntad fuese más fuerte que el dolor.

4. ¿Cómo os han prevenido del instante de vuestra muerte? R. Mi ángel de la guarda me lo revelaba, jamás me ha engañado.

5. Habíais dicho a vuestro padre: “Consuélate, vendré a visitarte.” ¿Cómo es que, animada de tan buenos sentimientos para vuestros padres, venís a atormentarles después de vuestra muerte, haciendo ruido en su casa? R. Tengo, sin duda, una prueba, o mejor dicho, una misión que cumplir. Si vuelvo a ver a mis padres, ¿creéis que es sin objeto? Estos ruidos, esta perturbación, estas luchas causadas por mi presencia, son una advertencia. Estoy ayudada por otros espíritus cuya perturbación tiene un objeto, como yo tengo el mío, apareciendo a mi hermana. Gracias a nosotros, muchas convicciones van a nacer. Mis padres tenían que sufrir una prueba. Cesará pronto, pero solamente después de haber llevado la convicción a una multitud de espíritus.

6. De este modo, ¿no sois vos en persona la que causa esta perturbación? R. Soy ayudada por otros espíritus, que sirven para la prueba reservada a mis queridos padres.

7. ¿Cómo es que vuestra hermana os ha reconocido, si no sois vos quien producía estas manifestaciones? R. Mi hermana no ha visto a nadie sino a mí. Posee ahora la doble vista, y no será la última vez que mi presencia vendrá a consolarla y a animarla.

8. ¿Por qué, siendo tan joven, habéis sido afligida con tantas dolencias? R. Tenía que expiar faltas anteriores, había hecho mal uso de la salud y de la posición brillante de que gozaba en mi anterior encarnación. Entonces Dios me dijo. “Tú has gozado grandemente, desmedidamente, y sufrirás lo mismo. Tú eras orgullosa, serás humilde. Tú estabas envanecida de tu hermosura, serás desfigurada. En lugar de la vanidad, te esforzarás en adquirir la caridad y la bondad.” He cumplido la voluntad de Dios, y mi ángel de la guarda me ha ayudado.

9. ¿Tendríais que encargar algo para vuestros padres? R. A petición de un médium. han hecho mis padres mucha caridad. Razón han tenido en no rogar siempre con los labios: es preciso hacerlo con la mano y el corazón. Dar a los que sufren es orar, ser espiritista.

Dios ha dado a todas las almas el libre albedrío, esto es, la facultad de progresar. Ha dado a todas la misma aspiración, y por esta razón, la ropa de paño burdo está más cerca de la ropa de oro de lo que generalmente pensáis. Por lo tanto, estrechad las distancias por la caridad. Introducid al pobre en vuestra casa, animadle, levantadle, no le humilléis. Si se supiese practicar por todas partes esta gran ley de la conciencia, no se tendría en épocas determinadas esas grandes miserias que deshonran a los pueblos civilizados, y que Dios envía para castigarles y abrirles los ojos.

Queridos padres, rogad a Dios. Amaos. Practicad la ley de Cristo, no hagáis a los otros lo que no quisierais que os fue hecho. Implorad a Dios que os prueba, manifestándoos que su voluntad es santa y grande como Él. Sabed, previniendo el porvenir, armaros de valor y de perseverancia, porque estáis llamado sufrir todavía, y es necesario saber merecer una buena posición en un mundo mejor, donde el conocimiento de la justicia divina es el castigo de los malos espíritus.

Siempre estaré cerca de vosotros, queridos padres. Adiós, o mejor, hasta luego. Tened resignación, caridad y amor a vuestros semejantes, y un día llegaréis a ser dichosos.
Clara

¡Qué hermoso pensamiento es éste: “La ropa de paño burdo está más cerca de la ropa recamada de oro de lo que generalmente pensáis.” Es una alusión a los espíritus que, de una existencia a otra, pasan de una posición brillante a otra posición humilde o miserable, porque muchas veces expían en un centro ínfimo el abuso que han hecho de los dones que Dios les había concedido. Es una justicia que todo el mundo comprende.

Otro pensamiento no menos profundo es el que atribuye las calamidades de los pueblos a la infracción dc la ley de Dios. porque Dios castiga a los pueblos como castiga a los individuos. Es cierto que si practicasen la ley de caridad, no habría guerras ni grandes miserias. El Espiritismo conduce a la práctica de esta ley, ¿será por esto que encuentra enemigos tan encarnizados? Las palabras de esta joven a sus padres, ¿son acaso las de un demonio?

Francisca Vernhes
Ciega de nacimiento, hija de un colono de las cercanías de Tolosa, murió en 1855, a la edad de cuarenta y cinco años. Se ocupaba constantemente enseñando el catecismo a los niños para prepararles a su primera comunión. Habiéndose cambiado el catecismo, no tuvo ninguna dificultad en enseñarles el nuevo, porque sabía los dos de memoria. Una noche de invierno, volviendo de una excursión de muchas leguas en compañía de su tía, les fue preciso atravesar un bosque por caminos horribles y llenos de lodo. Las dos mujeres debían marchar con precaución sobre el borde de las zanjas. Su tía quería conducirla por la mano, pero ella le respondió: “No tengáis cuidado por mí, no corro ningún peligro de caer. Veo sobre mi espalda una luz que me guía, seguidme, yo soy quien va a conduciros.” Así llegaron a su casa sin accidente alguno, conduciendo la ciega a la que tenía el uso de la vista.

Evocación en París, mayo de 1865

P. ¿Tendríais la bondad de darnos la explicación de la luz que os guiaba en aquella noche oscura, y que sólo era visible para vos?

R. ¡Cómo! ¡Personas como vosotros, que están en relación continua con los espíritus, tienen necesidad dc la explicación de un hecho semejante! Era mi ángel de la guarda quien me guiaba.

P. Ésta era nuestra opinión, pero deseábamos verla confirmada. ¿Teníais en aquel momento conciencia de que era vuestro ángel de la guarda quien os servía de guía?

R. No convengo en ello. Sin embargo, creía en una protección celeste. ¡Había rogado tanto tiempo a nuestro Dios bueno y clemente para que tuviese piedad de mí!..., y es tan cruel ser ciego... Sí, es muy cruel, pero reconozco también que es justicia. Los que pecan por la vista, deben ser castigados por la vista. y así de todas las facultades de que los hombres están dotados y de las cuales abusan. A los numerosos infortunios que afligen a la Humanidad, no busquéis, pues, otra causa que la que les es natural, la expiación. Expiación que no es meritoria sino cuando se sufre con sumisión, y puede ser suavizada por la oración atrayendo las influencias espirituales que protegen a los culpables del penitenciario humano y derraman la esperanza y el consuelo en los corazones afligidos que sufren.

P. Os habéis dedicado a la instrucción religiosa de niños pobres. ¿Os ha causado trabajo adquirir los conocimientos necesarios para la enseñanza del catecismo, que sabíais de memoria a pesar de vuestra ceguera y de haberse cambiado?

R. Los ciegos tienen en general los otros sentidos dobles, si puedo expresarme así. La observación no es una de las menores facultades de su naturaleza. Su memoria es como una papelera donde están colocadas con orden. y no desaparecen nunca, las enseñanzas cuyas tendencias y aptitudes tienen. No siendo capaz de perturbar esta facultad ningún hecho exterior, resulta de ello que puede ser desenvuelta de una manera notable por la educación. No me encontraba en este caso, porque no había recibido educación.

Doy gracias a Dios por haberme permitido que fuese bastante para llenar mi misión de abnegación al lado de aquellos niños, lo que era al mismo tiempo una reparación por el mal ejemplo que les di en mi precedente existencia. Todo es objeto serio para los espiritistas. Para eso no deben sino mirar a su alrededor, y les será más útil que el dejarse extraviar por las sutilezas filosóficas de ciertos espíritus, que se burlan de ellos, lisonjeando su orgullo con frases de gran efecto, pero vacías de sentido.

P. Por vuestro lenguaje, os consideramos adelantada intelectualmente, lo mismo que vuestra conducta en la Tierra es una prueba de adelanto moral.

R. Me falta adquirir mucho todavía. Pero hay personas en la Tierra que pasan por ignorantes, porque su inteligencia está velada por la expiación. Mas estos velos caen a la muerte, y los pobres ignorantes son muchas veces más instruidos que aquellos que les desdeñaban. Creedme, el orgullo es la piedra de toque en que se reconocen los hombres. Todos aquellos cuyo corazón es accesible a la lisonja, o que tienen demasiada confianza en su ciencia, están en el mal camino. En general no son sinceros. Desconfiad de ellos. Sed humildes como Cristo, y llevad como él vuestra cruz con amor, a fin de tener acceso en el reino de los cielos.
Francisca Vernhes

Ana Bitter

La pérdida de un hijo adorado es una herida que causa terrible pesar. Pero ver un hijo único que prometía las más bellas esperanzas, en el que se han concentrado todos los afectos, desmedrarse a vuestra vista, extinguiéndose sin sufrimientos, por una de esas rarezas de la naturaleza que burlan la perspicacia de la ciencia. Haber agotado inútilmente todos los recursos del arte y adquirido la certeza de que no hay ninguna esperanza, y sufrir esta angustia todos los días, durante largos años, sin prever su término, es un suplicio cruel que la fortuna aumenta, lejos de endulzarlo, porque no se tiene la esperanza de verla gozar a un ser querido.

Tal era la situación del padre de Ana Bitter. Así es que una sombría desesperación se apoderó de su alma. v su carácter se agriaba más y más a la vista de ese espectáculo lastimoso, cuyo desenlace no podía ser sino fatal, aunque indeterminado. Un amigo de la familia, iniciado en el Espiritismo, creyó debía interrogar a su espíritu protector sobre el particular, y recibió la contestación siguiente:

“Con mucho gusto te daré la explicación del extraño fenómeno que tienes a la vista, porque sé que, al pedírmela tú, no te mueve una curiosidad indiscreta sino el interés que tienes por esta pobre niña, y porque será para ti, creyendo en la justicia de Dios, una enseñanza provechosa. Aquellos a quienes quiere herir el Señor deben bajar su frente y no maldecirle y rebelarse, porque no hiere jamás sin causa. Pronto debe venir entre nosotros la pobre joven, cuyo decreto de muerte suspendió el Todopoderoso, porque Dios tuvo piedad de ella. Y su padre, este desgraciado entre los hombres, debe ser herido en el solo afecto de su vida, por haberse burlado del corazón y de la confianza de los que le rodean.

“Por un momento ha llegado al Altísimo su arrepentimiento, la muerte ha suspendido su espada sobre esta cabeza tan querida. Pero ha vuelto a la rebelión y el castigo sigue siempre a la misma. ¡Dichoso uno cuando es castigado en esa Tierra! Rogad, amigos míos, por esta pobre niña, cuya juventud hará difíciles los últimos momentos. Es tan abundante la savia en este pobre ser, a pesar de su estado de decaimiento, que el alma se desatará con trabajo. ¡Oh! Rogad, más tarde os ayudará, y ella misma os dará consuelos, porque su espíritu es más elevado que los de las personas que la rodean.

“Por un permiso especial del Señor he contestado a lo que me has preguntado, porque es necesario que este espíritu esté ayudado para que el desprendimiento sea más fácil”

El padre ha muerto después de haber sufrido el aislamiento por la pérdida de su hija. He aquí las primeras comunicaciones que han dado la una y el otro después de su muerte:

La hija:

Gracias, amigo mío, por haberos interesado por la pobre niña, y por haber seguido los consejos de vuestro buen guía. Sí, gracias a vuestras oraciones, he podido dejar más fácilmente mi envoltura terrestre, porque mi padre no oraba. ¡Maldecía! No le quiero mal, sin embargo. Esto era a consecuencia de su gran ternura por mí. Ruego a Dios le haga la gracia de ser iluminado antes de morir. Le impulso, le animo, mi misión es endulzar sus últimos instantes.

A veces un rayo de luz divina parece penetrar hasta él, pero no es más que un relámpago pasajero, y pronto vuelve a caer en sus primeras ideas. No hay en él sino un germen de fe ahogada por los intereses del mundo, y que sólo podrán desenvolver nuevas pruebas más terribles, mucho me temo.

En cuanto a mí, no tenía que sufrir sino un resto de expiación, por esto no ha sido muy dolorosa ni muy dificil. En mi extraña enfermedad, no sufría, era más bien un instrumento de prueba para mi padre, porque sufría más por verme en aquel estado en que yo misma estaba resignada, y él no.

Hoy he sido recompensada por esto. Dios me ha hecho el favor de abreviar mi morada en la Tierra, y le doy las gracias. Soy feliz entre los buenos espíritus que me rodean. Todos nos dedicamos a nuestras ocupaciones con alegría, porque la falta de actividad sería un cruel suplicio.

El padre, cerca de un mes después de su muerte:

P. Nuestro objeto al llamaros es el de averiguar vuestra situación en el mundo de los espíritus, para seros útil, si nos es posible.

R. ¡El mundo de los espíritus! yo no lo veo. No veo sino hombres que he conocido y de los cuales ninguno piensa en mí ni me echa de menos. Al contrario, parece que están contentos por haberse desembarazado de mí.

P. ¿Os dais cuenta de vuestra situación?

R. Perfectamente. Durante algún tiempo he creído estar todavía en vuestro mundo, pero ahora sé muy bien que no estoy en él.

P. ¿Cómo es que no veíais otros espíritus alrededor vuestro?

R. Lo ignoro. Sin embargo, cerca de mí todo lo veo claro.

P. ¿Habéis vuelto a ver a vuestra hija?

R. No, murió. La busco, la llamo inútilmente. ¡Qué vacío horrible me ha dejado su muerte en la Tierra! Muriendo, me decía que la encontraría sin duda. Pero nada. siempre el aislamiento a mi alrededor. Nadie me dirige una palabra de consuelo y de esperanza. Adiós, voy a buscar a mi hija.

El guía del médium:

Este hombre no era ateo ni materialista, sino uno de aquellos que creen vagamente, sin preocuparse de Dios ni del porvenir, dominados como están por los intereses de la Tierra. Profundamente egoísta, sin duda lo hubiera sacrificado todo para salvar a su hija. Pero por su provecho personal también sacrificaría sin escrúpulo los intereses de los demás. Fuera de su hija, no tenía afección por nadie.

Por esto Dios le ha castigado como sabéis. Le ha quitado su único consuelo en la Tierra, y como no se ha arrepentido, tampoco la puede encontrar en el mundo de los espíritus. Como no se interesaba por nadie en la Tierra, tampoco se interesa nadie por él. Está solo, abandonado, ése es su castigo. Sin embargo, su hija está cerca de él, pero no la ve. Si la viese, no sufriría su castigo. ¿Qué hace? ¿Se dirige a Dios? ¿Se arrepiente? No, murmura siempre, incluso blasfema. Hace en una palabra, lo que hacía en la Tierra. Ayudadle con la oración y los consejos a salir de su ceguera.

José Maitre, ciego
José Maitre pertenecía a la clase media de la sociedad. Gozaba de un modesto bienestar que le ponía al abrigo de las necesidades. Sus padres le habían hecho dar una buena educación y le destinaban a la industria, pero a los veinte años se quedó ciego. Murió cuando tenía unos cincuenta años.

Una segunda dolencia vino a herirle. Cerca de diez años antes de su muerte se quedó completamente sordo. de modo que sus relaciones con los vivos sólo podían tener lugar por medio del tacto. No ver era ya muy penoso, pero no oír era un cruel suplicio para aquel que, no habiendo gozado de todas sus facultades, debía sentir aún mejor los efectos de esta doble privación. ¿Por qué había merecido esta triste suerte? No sería por su última existencia, porque su conducta había sido siempre ejemplar. Era buen hijo, de un carácter dulce y benévolo, y cuando se vio, para colmo de males, privado del oído, aceptó esta nueva prueba con resignación, y nunca se le oyó pronunciar una queja. Sus conversaciones denotaban una perfecta lucidez de entendimiento y una inteligencia poco común.

Una persona que le había conocido, presumiendo que se podían sacar útiles instrucciones de una conversación con su espíritu, le llamó, y recibió de él la comunicación siguiente, en contestación a las preguntas que se le dirigieron.

París, 1863

Amigos míos, os doy gracias por haberos acordado de mí, aunque quizá no hubierais pensado en ello, si no hubieseis creído sacar algún provecho de mi comunicación. Pero sé que os anima un objeto formal. Por esto vengo con gusto a vuestro llamamiento. Puesto que se me permite, dichoso soy en poder servir a vuestra instrucción. ¡Ojalá que mi ejemplo pudiese aumentar las pruebas tan numerosas, que los espíritus os dan, de la justicia de Dios!

Me habéis conocido ciego y sordo, y os habéis preguntado lo que había hecho para merecer semejante suerte. Voy a referíroslo. Sabed desde luego que es la segunda vez que he sido privado de la vista.

En mi precedente existencia, que tuvo lugar a principios del último siglo, quedé ciego a la edad de treinta años, a consecuencia de excesos de todas clases que habían arruinado mi salud y debilitado mis órganos. Ya era un castigo por haber abusado de los dones que había recibido de la Providencia, porque estaba ricamente dotado, pero en lugar de reconocer que yo era la primera causa de mi dolencia, acusaba de ésta a la misma Providencia, en la que, hablando francamente, creía poco. He blasfemado de Dios, le he renegado, le he acusado, diciendo que si existía, debía ser injusto y malo, puesto que así hacía sufrir a sus criaturas. Por el contrario, debía haberme considerado feliz por no verme en la necesidad de mendigar el pan como otros desgraciados ciegos. Pero no, no pensaba sino en mí, y en la privación de los goces que se me había impuesto. Bajo el imperio de estas ideas y de mi falta de fe, me había vuelto áspero, exigente, insoportable, en una palabra, para aquellos que me rodeaban. La vida en adelante no tenía objeto para mí. No pensaba en el porvenir, que miraba como una quimera. Después de haber agotado inútilmente todos los recursos de la ciencia, viendo mi curación imposible, resolví acabar más pronto, y me suicidé.

Cuando salí de mi estupor estaba sumergido en las mismas tinieblas que durante mi vida. No tardé en reconocer que no pertenecía al mundo corporal, pero era un espíritu ciego. ¡La vida de ultratumba era, pues, una realidad! En vano trataba de quitármela para hundirme en la nada. Chocaba en el vacío. Si esta vida debía ser eterna, como había oído comentar, ¿estaría, pues, durante la eternidad en esta situación? Este pensamiento era horrible. No sufría dolor físico, pero explicaros los tormentos y las angustias de mi espíritu, es algo imposible. ¿Cuánto tiempo duró esto? Lo ignoro. ¡Pero qué largo me pareció!

Extenuado, fatigado, me puse sobre mí. Comprendí que una potencia superior me dominaba. Me dije que si esta potencia podía oprimirme, podía también aliviarme, e imploré su piedad. A medida que rogaba y que mi fervor aumentaba, alguien me decía que mi cruel situación tendría término. La luz se hizo, en fin, mi alborozo fue extremo cuando entreví las celestes claridades, y distinguía los espíritus que me rodeaban, sonriendo con benevolencia, y a los que se mecían radiantes en el espacio. Quise seguir sus pasos, pero una fuerza invisible me retuvo. Entonces uno de ellos me manifestó: “Dios, a quien has desconocido, ha tomado en cuenta tu conversión a Él, y nos ha permitido restituirte la luz, pero no has cedido sino a la fuerza y al cansancio. Si quieres en adelante participar de la dicha que se goza aquí, es necesario probar la sinceridad de tu arrepentimiento y de tus buenos sentimientos volviendo a empezar tu prueba terrestre, en tales condiciones, que estarás expuesto a caer en las mismas faltas, porque esta nueva prueba será más ruda todavía que la primera.” Acepté solícito, prometiéndome con firmeza no faltar a ellas.

Volví, pues, a la Tierra con la existencia que conocéis. No tuve trabajo en ser bueno, porque no era malo por naturaleza. Me rebelé contra Dios y Dios me castigó. Vine a ella con fe innata, por esto no murmuré de Él, y acepté mi doble dolencia con resignación y como una expiación que debía tener su origen en la soberana justicia. No me desesperaba por el aislamiento en que me encontraba en los últimos años, porque tenía fe en el porvenir y en la misericordia de Dios. Me ha sido, además, muy provechoso, porque durante esa larga noche en que todo era silencio, mi alma, más libre, se lanzaba hacia el Eterno, y con el pensamiento entreveía lo infinito. Cuando ha venido el fin de mi destierro, el mundo de los espíritus no ha tenido para mí sino esplendores y goces inefables.

La comparación con el pasado me hace encontrar mi situación relativamente muy dichosa, y por ello doy gracias a Dios. Pero cuando miro adelante, veo cuán lejos estoy todavía de la dicha perfecta. He expiado, me es preciso reparar ahora. Mi última existencia ha sido provechosa sólo para mí. Espero volver pronto a comenzar una nueva en que podré ser útil a los otros. Ésta será la reparación de mi inutilidad precedente. Solamente entonces avanzaré en el camino bendecido, abierto a todos los espíritus de buena voluntad.

He aquí mi historia, amigos míos. Si mi ejemplo puede iluminar a algunos de mis hermanos encarnados y privarles de caer en el fango en que he caído, habré comenzado a satisfacer mi deuda.

José