EL CIELO Y EL INFIERNO o La Justicia Divina según el Espiritismo

Allan Kardec

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CAPÍTULO VI - Criminales arrepentidos

Verger Asesino del arzobispo de Paris

El 3 de enero de 1857, Mn. Sibour, arzobispo de París, al salir de la iglesia de Saint Etienne du Mont. fue herido mortalmente por un joven sacerdote llamado Verger. El culpable fue condenado a muerte y ejecutado el 30 de enero. Hasta el último instante no manifestó ni sentimiento, ni arrepentimiento, ni sensibilidad.

Evocado el mismo día de su ejecución, dio las respuestas siguientes:

1. Evocación. R. Todavía estoy retenido en mi cuerpo.

2. ¿Vuestra alma, no está enteramente separada de vuestro cuerpo? R. No..., tengo miedo..., no sé... Esperad a que me reconozca..., yo no estoy muerto, ¿no es eso?

3. Os arrepentís de lo que habéis hecho? R. Hice mal en matar, pero fui empujado por mi carácter, que no podía sufrir las humillaciones... Me evocaréis otra vez.

4. ¿Por qué queréis iros ya? R. Tendría demasiado miedo si le viera, temería que no hiciese otro tanto conmigo.

5. Pero no tenéis nada que temer, puesto que vuestra alma está separada de vuestro cuerpo. Desterrad cualquier inquietud, no hay razón para ello. R. ¡Qué queréis! ¿Acaso sois siempre dueños de vuestras impresiones?... No sé dónde estoy... Estoy loco.

6. Debéis procurar tranquilizaros. R. No puedo, porque estoy loco... ¡Esperad!... Voy a recobrar toda mi lucidez.

7. Si oraseis, la oración podría ayudaros a coordinar vuestras ideas. R. Temo.... no me atrevo a orar.

8. Orad. ¡La misericordia de Dios es grande! Vamos a orar con vos. R. Sí, la misericordia de Dios es infinita, lo he creído siempre.

9. ¿Conocéis ahora mejor vuestra situación? R. Esto es tan extraordinario, que no puedo todavía darme cuenta.

10. ¿Veis a vuestra víctima? R. Me parece oír una voz que se parece a la suya, y que me dice: no te quiero... ¡Pero es un efecto de mi imaginación! Estoy loco, os lo manifiesto, porque veo mi propio cuerpo en un lado y mi cabeza en el otro..., y sin embargo, me parece que vivo, pero en el espacio, entre la Tierra y esto que llamáis cielo..., siento aún la fría cuchilla que cae sobre mi cuello... Pero es el miedo que tengo de morir.... me parece que veo cierto número de espíritus alrededor de mí, me miran compasivamente..., me hablan..., pero no les comprendo.

11 . ¿Entre estos espíritus, hay uno cuya presencia os humilla a causa de vuestro crimen? R. Os aseguro que no hay más que uno a quien tema, es el que yo he herido.

12. ¿Os acordáis de vuestras existencias anteriores? R. No, estoy en la vaguedad... creo soñar... otra vez, es preciso que me reconozca. Tres días más tarde

13. ¿Os reconocéis mejor ahora? R. Sé ahora que no soy de ese mundo, y no lo siento. Tengo pesar de lo que he hecho, pero mi espíritu es más libre. Sé mejor que hay una serie de existencias que nos dan los conocimientos útiles para ser perfectos tanto como la criatura puede serlo.

14. ¿Sois castigado por el crimen que habéis cometido? R. Sí, tengo sentimiento por lo que he hecho y sufro por ello.

15. ¿De qué manera sois castigado? R. Soy castigado porque reconozco mi falta y pido perdón a Dios. Soy castigado por la conciencia de mi falta de fe en Dios, y porque sé ahora que no debemos cortar los días de nuestros hermanos. Soy castigado por el remordimiento de haber retardado mi adelanto, yendo por un camino falso, y no habiendo escuchado el grito de mi conciencia que me decía que matando no llegaría a mi objeto. Pero me dejé dominar por el orgullo y los celos, me he engañado y me arrepiento, porque el hombre debe siempre hacer esfuerzos para sujetar sus malas pasiones, y yo no los hice.

16. ¿Qué sensación experimentáis cuando os evocamos? R. Placer y miedo, porque no soy malo.

17. ¿En qué consisten ese placer y ese miedo? R. Un placer en conversar con los hombres y poder en parte reparar mi falta confesándola. Un miedo que no podría definir, una especie de vergüenza de haber sido asesino.

18. ¿Querríais ser reencarnado en esta Tierra? R. Sí, lo pido y deseo encontrarme constantemente expuesto a que me maten y temer que así suceda.

Habiendo sido evocado Mn. Sibour, dijo que perdonaba a su matador y rogaba porque volviese al bien. Añadió que aunque presente, no se había mostrado a él por no aumentar su sufrimiento. El temor de verle, que era una señal de remordimiento, era ya un castigo.

P. ¿El hombre que comete un asesinato sabe, eligiendo su existencia, que acabará siendo un asesino?

R. No, sabe que eligiendo una vida de lucha, hay exposición para él de matar a uno de sus semejantes, pero ignora si lo hará, porque hay casi siempre lucha en él.

La situación de Verger en el momento de su muerte es la de casi todos aquellos que perecen de muerte violenta. Operándose la separación del alma de una manera brusca, están como aturdidos. y no saben si están muertos o vivos. Se le ha ahorrado la vista del arzobispo porque no era necesaria para excitar en él el remordimiento, mientras que otros, al contrario, están incesantemente perseguidos por las miradas de sus víctimas.

A lo enorme de su crimen. Verger añadió el no haberse arrepentido antes de morir. Estaba, pues, en todas las condiciones exigidas para incurrir en la condenación eterna. Sin embargo, apenas ha dejado la Tierra, el arrepentimiento penetra en su alma, repudia su pasado y pide sinceramente repararlo. No ha sido el exceso de los sufrimientos lo que le ha inducido a ello, pues no ha tenido tiempo de sufrir. Es, pues, el solo grito de su conciencia, que no había escuchado durante su vida, y que oye ahora. ¿Por qué, pues, no se le tomaría esto en cuenta? ¿Por qué en el intervalo de algunos días, lo que le hubiera librado del infierno, no le podría librar después? ¿Por qué Dios, que hubiera sido misericordioso antes de la muerte, no tendría piedad algunas horas más tarde?

Podría uno sorprenderse de la rapidez del cambio que se opera, a veces, en las ideas de un criminal endurecido hasta el último momento, y a quien basta para hacerle comprender la iniquidad de su conducta el pasaje a la otra vida. Este efecto está lejos de ser general. Sin esto no habría malos espíritus. El arrepentimiento es a menudo muy tardío, y en consecuencia, también la pena es más prolongada.

La obstinación en el mal durante la vida proviene, a veces, del orgullo que rehúsa doblegarse y confesar sus culpas. Además, el hombre está bajo la influencia de la materia, que echa un velo sobre sus percepciones espirituales y le fascina. Caído este velo, una luz súbita le ilumina y se encuentra como desilusionado. La rápida vuelta a mejores sentimientos siempre es indicio de un cierto progreso moral cumplido, que no pide más que una circunstancia favorable para manifestarse, mientras que aquel que persiste en el mal más o menos tiempo. después de la muerte es incontestablemente un espíritu más atrasado, en quien el instinto material ahogó el germen del bien y a quien le faltan aún nuevas pruebas para enmendarse.

Lemaire
Condenado a la pena de muerte por el Tribunal de Aisne, y ejecutado el 31 de diciembre de 1857. Evocado el 29 de enero de1858

1. Evocación. R. Aquí estoy.

2. ¿Qué sentimiento experimentáis a nuestra vista? R. La vergüenza.

3. ¿Habéis conservado vuestro conocimiento hasta el último momento? R. Sí.

4. ¿Inmediatamente después de vuestra ejecución, tuvisteis conocimiento de vuestra nueva existencia? R. Estaba hundido en una turbación inmensa de la cual no he salido todavía. Sentí un dolor intenso y me pareció que mi corazón lo sufría. Vi rodar no se qué al pie del cadalso, vi correr sangre y mi dolor por esto fue más agudo. P. ¿Era un dolor puramente físico, análogo al que causaría una herida grave, por la amputación de un miembro, por ejemplo? R. No, figuraos un remordimiento, un gran dolor moral. P. ¿Cuándo habéis empezado a sentir ese dolor? R. Desde que fui libre.

5. ¿El dolor físico causado por el suplicio era sentido por el cuerpo o por el espíritu? R. El dolor moral estaba en mi espíritu. El cuerpo sintió el dolor físico, pero el espíritu, separado, se resiente de él todavía.

6. ¿Habéis visto vuestro cuerpo mutilado? R. Vi no se qué de informe que me parecía no haber dejado. Sin embargo, me sentía por completo, era yo mismo. P. ¿Qué impresión os ha causado esta vista? R. Sentía demasiado mi dolor, estaba abismado en él.

7. ¿Es verdad que el cuerpo vive todavía algunos instantes después de la decapitación, y que el ajusticiado tiene conciencia de sus ideas? R. El espíritu se retira poco a poco. Cuanto más le atan los lazos de la materia, menos pronta es la separación.

8. Se comenta que se ha observado en la cara de ciertos ajusticiados la expresión de cólera y ciertos movimientos como si quisieran hablar. ¿Esto es efecto de una contracción nerviosa o de un acto de la voluntad? R. De la voluntad, porque el espíritu no se había todavía separado.

9. ¿Cuál es el primer sentimiento que habéis experimentado al entrar en vuestra nueva existencia? R. Un intolerable sufrimiento, una especie de remordimiento punzante cuya causa ignoraba.

10. ¿Os habéis encontrado reunido con vuestros cómplices, ejecutados al mismo tiempo que vos? R. Para nuestra desgracia, nuestra vista es un suplicio continuo. Cada uno de nosotros echa la culpa al otro de su crimen.

11. ¿,Encontráis a vuestras víctimas? R. Las veo..., son felices..., su mirada me persigue... La siento que se hunde hasta el fondo de mi ser: en vano quiero evitarla. P. ¿Qué sentimiento experimentáis a su vista? R. La vergüenza y el remordimiento. A pesar de haberles arrebatado de vuestro mundo con mis propias manos, continúo aborreciéndoles. P. ¿Qué sentimiento experimentan a vuestra vista? R. La piedad.

12. ¿Tienen odio y deseo de venganza? R. No, sus votos llaman sobre mí la expiación. No podéis conocer qué horrible suplicio es deberlo todo a quien se aborrece.

13. ¿Echáis de menos la vida terrestre? R. No echo de menos sino mis crímenes. Si el acontecimiento estuviese aún en mis manos, no sucumbiría.

14. ¿La inclinación al mal estaba en vuestra naturaleza, o bien habéis sido arrastrado por el centro donde habéis vivido? R. La inclinación al crimen estaba en mi naturaleza, porque no era más que un espíritu inferior. He querido elevarme pronto, pero pedí más de lo que mis fuerzas permitían. Me creí fuerte. elegí una prueba ruda, y cedí a las tentaciones del mal.

15. ¿Si hubierais recibido buenos principios de educación , habríais podido apartaros de la vía criminal? R. Sí, pero elegí la situación en que nací. P. ¿ Habríais podido haceros un hombre de bien? R. Un hombre débil incapaz tanto del bien como del mal. Podía corregir el mal de mi naturaleza durante mi existencia, pero no podía elevarme hasta hacer el bien.

16. ¿En vuestra vida creíais en Dios? R. No. P. Se comenta, sin embargo, que en el momento de morir os habéis arrepentido, ¿esto es verdad? R. He creído en un Dios vengador..., he tenido miedo de su justicia. P. ¿En este momento, vuestro arrepentimiento es más sincero? R. ¡Ay de mí! Veo lo que he hecho. P. ¿Qué pensáis de Dios ahora? R. Le siento y no le comprendo.

17. ¿Encontráis justo el castigo que os ha sido impuesto en la Tierra? R. Sí.

18. ¿Esperáis obtener el perdón de vuestros crímenes? R. No sé. P. ¿Cómo esperáis rescatarlos? R. Por nuevas pruebas, pero me parece que la eternidad está entre ellas y yo.

19. ¿Dónde estáis ahora? R. Estoy en mi sufrimiento. P. Os preguntamos en qué lugar estáis. R. Cerca del médium.

20. Puesto que estáis aquí, si pudiésemos veros, ¿bajo qué forma nos apareceríais? R. Bajo mi forma corporal, con la cabeza separada del tronco. P. ¿Podríais aparecérosnos? R. No, dejadme.

21 . ¿Querríais explicarnos cómo os evadisteis de la cárcel del Montdidier? R. No sé..., mi sufrimiento es tan grande, que no tengo sino el recuerdo del crimen... Dejadme.

22. ¿Podríamos dar algún alivio a vuestros sufrimientos? R. Haced votos para que llegue la expiación.

Benoist
Burdeos, marzo de 1862

Un espíritu se presenta espontáneamente al médium bajo el nombre de Benoist. Afirma haber muerto en 1704 y padecer horribles sufrimientos.

1. ¿Quién erais en vuestra vida? R. Monje sin fe.

2. ¿La falta de creencia es vuestra única falta? R. Basta para arrastrar a las otras.

3. ¿Podéis darnos algunos detalles sobre vuestra vida? La sinceridad de vuestras confesiones se os tomará en cuenta. R. Sin fortuna y perezoso, tomé las órdenes, no por vocación, sino por tener una carrera. Inteligente, me creé una posición. Influyente, abusé del poder. Vicioso, arrastré en los desórdenes a los que tenía misión de salvar. Duro, perseguí a los que yo creía que vituperaban mis excesos. Los in pace se han llenado con mis cuidados. El hambre torturó a muchas víctimas. Bajo la violencia se sofocaron a menudo sus gritos. Después he expiado, he sufrido todos los tormentos del infierno. Mis víctimas atizan el fuego que me devora. La lujuria y el hambre no satisfechas me persiguen, la sed irrita mis ardientes labios sin caer jamás en ellos una gota refrescante: todos los elementos se encarnizan conmigo. Orad por mí.

4. ¿Las oraciones que se dicen por los difuntos, os deben ser atribuidas como a los otros? R. ¿Creéis que sean muy edificantes? Tienen para mí el valor de las que yo aparentaba decir. No he cumplido mi tarea, y por tanto no encuentro mi salario.

5. ¿No os habéis jamás arrepentido? R. Hace mucho tiempo, pero no ha sido sino después del sufrimiento. Como fui sordo a los gritos de las víctimas inocentes, el Señor se hace sordo a mis gritos. ¡Justicia!

6. Reconocéis la justicia del Señor, entregaos a su bondad y llamadle en vuestra ayuda. R. ¡Los demonios gritan más fuerte que yo! Los gritos se ahogan en mi garganta, llenan mi boca de pez ardiente... Lo he hecho, gran... (El espíritu no puede escribir la palabra Dios.)

7. ¿No estáis, pues, todavía lo bastante separado de las ideas terrestres para comprender que los tormentos que sufrís son del todo morales? R. Los sufro, los siento, veo mis verdugos. Todos tienen una figura conocida, todos tienen un nombre que resuena en mi cerebro.

8. ¿Qué es lo que pudo empujaros a todas esas infamias? R. Los vicios de que estaba imbuido, la brutalidad de las pasiones.

9. ¿No habéis implorado jamás la asistencia de los buenos espíritus para ayudaros a salir de esta situación? R. No veo más que los demonios del infierno.

10. ¿Teníais miedo a éstos en vuestra vida? R. No, nada de eso. La nada era mi fe. Los placeres a cualquier precio, mi culto. Las divinidades del infierno no me han abandonado, ¡les he consagrado mi vida, no me dejarán!

11. ¿No entrevéis un término a vuestros sufrimientos? R. Lo infinito no tiene término.

12. Dios es infinito en su misericordia, todo puede tener un fin cuando Él lo quiere. R. ¡Si pudiese quererlo!

13. ¿Por qué habéis venido a inscribiros aquí? R. No se cómo, pero he querido hablar, como si quisiera gritar para aliviarme.

14. ¿Vuestros demonios no os impiden escribir? R. No, pero están ante mí, me oyen. por esto no quisiera acabar.

15. ¿Es la primera vez que escribís así? R. Sí. P. ¿Sabíais que los espíritus pudiesen acercarse de este modo a los hombres? R. No. P. ¿Cómo, pues, habéis podido comprenderlo? R. No lo sé.

16. ¿Qué habéis experimentado para venir cerca de mí? R. Un adormecimiento en mis terrores.

17. ¿Cómo os habéis dado cuenta de que estabais aquí? R. Como cuando uno se despierta.

18. ¿Cómo habéis hecho para poneros en relación conmigo? R. No comprendo, ¿no lo has sentido tú mismo?

19. No se trata de mí, sino de vos. Procurad daros cuenta de lo que hacéis en este momento en que yo escribo. R. Tú eres mi pensamiento, he ahí todo.

20. ¿No habéis, pues, tenido la voluntad de hacerme escribir? R. No, soy yo quien escribo, tú piensas por mí.

21. Procurad daros cuenta de esto. Los buenos espíritus que os rodean os ayudarán en ello. R. No, los ángeles no vienen al infierno. ¿Tú no estás solo? P. Ved a vuestro alrededor. R. Siento que se me ayuda a pensar en ti..., tu mano me obedece..., no te toco, y te tengo..., no comprendo.

22. Pedid asistencia a vuestros protectores, vamos a orar juntos. R. ¿Quieres dejarme? Quédate conmigo, van a cogerme. Te lo suplico. ¡quédate, quédate!

23. No puedo permanecer más tiempo. Venid todos los días, oraremos juntos, y los buenos espíritus os ayudarán. R. Sí, quisiera mi gracia. Pedid por mí, yo no puedo.

El guía del médium:

Ánimo. hijo mío, te será concedido lo que tú pides, pero la expiación está todavía lejos de terminarse. Las atrocidades que ha cometido no tienen número ni nombre, y es tanto más culpable cuanta más inteligencia, instrucción y luz para guiarse tenía. Ha faltado, pues, con conocimiento de causa. También sus sufrimientos son terribles, pero con el socorro y el ejemplo de la oración se endulzarán, porque verá en ésta el término posible, y la esperanza le sostendrá. Dios le ve en el camino del arrepentimiento, y le ha hecho la gracia de poder comunicarse, a fin de que sea animado y sostenido. Piensa, pues, muchas veces en él. Nosotros te lo dejamos para fortificarle en las buenas resoluciones que podrá tomar, ayudado de tus consejos. Al arrepentimiento sucederá en él el deseo de la reparación. Entonces es cuando él mismo pedirá una nueva existencia en la Tierra para practicar el bien en lugar del mal que ha hecho, y cuando Dios estará satisfecho y le verá bien fortalecido, le hará entrever las divinas claridades que le conducirán al puerto de salvación, y le recibirá en su seno como al hijo pródigo. Ten confianza, te ayudaremos a cumplir tu obra.
Paulino

Hemos colocado a este espíritu entre los criminales, si bien no ha sido castigado por la justicia humana, porque el crimen consiste en los actos y no en la pena impuesta por los hombres. Lo mismo hemos hecho con el siguiente.

El espíritu de Castelnaudary

En una casita cerca de Castelnaudary tenían lugar ruidos extraños y diversas manifestaciones, que la hacían considerar como frecuentada por algunos malos genios. Por este motivo fue exorcizada sin resultado alguno en 1848. El propietario, M.D..., habiendo querido habitarla, murió repentinamente algunos años después. Su hijo, que quiso habitarla enseguida, recibió un día, entrando en una habitación, un fuerte bofetón dado por una mano desconocida. Como se hallaba enteramente solo, no pudo dudar de que el bofetón viniera de algún origen oculto, por lo que resolvió dejarla definitivamente. Hay una tradición en el país, según la cual debía de haberse cometido un gran crimen en aquella casa.

El espíritu que dio el bofetón, habiendo sido evocado en la Sociedad de París en 1859, se manifestó con señales violentas. Todos los esfuerzos para calmarle fueron impotentes. Interrogado san Luis con este objeto, respondió:

R. Es un espíritu de la peor especie, un verdadero monstruo. Le hemos hecho venir, pero no hemos podido obligarle a escribir, a pesar de cuanto se le ha dicho. Tiene su libre albedrío, y el desgraciado hace de él un triste uso.

P. ¿Este espíritu es susceptible de mejora?

R. ¿Por qué no? ¿No lo son todos, tanto éste como los demás? Es preciso, sin embargo, contar con las dificultades, pero por perverso que sea, volviéndole bien por mal acabará por conmoverse. Que se ruegue desde luego y que se le evoque dentro de un mes, y podréis juzgar el cambio que se habrá operado en él.

Evocado el espíritu nuevamente más tarde, se mostró más tratable, después poco a poco sumiso y arrepentido. De las explicaciones dadas por él, por otros espíritus, resulta que en 1608 habitaba la referida casa, donde había asesinado a su hermano por sospechas de celosa rivalidad, hiriéndole en la garganta mientras dormía, y algunos años después mató también a la que tomó por mujer después de la muerte de su hermano.

Murió en 1659 a la edad de 80 años, sin que se le persiguiera por estos asesinatos, de los que se hacía poco caso en aquellos tiempos de confusión. Después de su muerte no dejó de hacer mal y provocó muchos accidentes ocurridos en aquella casa. Un médium vidente, que asistió a la primera evocación, le vio en el momento en que se le quiso hacer escribir. Sacudía fuertemente el brazo del médium; su aspecto era espantoso, estaba vestido con una camisa cubierta de sangre y tenía un puñal en la mano.

Al espíritu de san Luis:

1. ¿Queréis describirnos el género de suplicio de ese espíritu? su pensamiento sobre otro asunto sino sobre ese crimen, que siempre tiene ante sus ojos, y se cree condenado eternamente en el tormento. Se ve constantemente en el momento en que cometió su crimen. No puede tener ningún otro recuerdo ni comunicarse con otro espíritu. No puede estar más que en esa casa, y si está en el espacio, se halla en las tinieblas y en la soledad.

2. ¿Qué medio podríamos adoptar para hacerle desocupar la casa? R. Si uno quiere desembarazarse de las obsesiones de semejantes espíritus, es fácil: orando por ellos, y esto es lo que no siempre se hace. Se prefiere asustarles con las fórmulas del exorcismo, que les divierten mucho.

3. Dando a personas interesadas la idea de rogar por él y haciéndolo nosotros mismos, ¿se le haría desocupar? R. Sí, pero notad que he dicho orar, y no hacer orar.

4. Hace dos siglos que está en esta situación. ¿Aprecia él este tiempo, como lo hubiera hecho en su vida, esto es, el tiempo le parece tan largo o menos largo que si viviese? R. Le parece más largo, el sueño no existe para él.

5. Se nos ha dicho que para los espíritus el tiempo no existe, y que para ellos un siglo es un punto en la eternidad. ¿Acaso no sucede lo mismo para todos? R. No ciertamente, eso es para los espíritus que han llegado a un grado muy elevado de adelanto. Pero para los espíritus inferiores, el tiempo es algunas veces muy largo, sobre todo cuando sufren.

6. ¿Cuál era la procedencia de este espíritu antes de su encarnación? R. Había tenido una existencia en las poblaciones más feroces y más salvajes, y anteriormente aún, vino de un planeta inferior a la Tierra.

7. Este espíritu es castigado muy severamente por el crimen cometido. Si vivió en poblaciones bárbaras, pudo cometer actos no menos atroces que el último. ¿Fue castigado del mismo modo por ellos? R. Fue menos castigado, porque como era más ignorante, comprendía menos lo que hacía.

8. El estado en que se encuentra este espíritu, ¿es el de los seres vulgarmente llamados condenados? R. Precisamente, los hay mucho más horribles todavía. Los sufrimientos están lejos de ser los mismos para todos, incluso para crímenes semejantes, porque varían según cl culpable es más o menos accesible al arrepentimiento. Para éste, la casa en que cometió su crimen es un infierno. Otros lo tienen en sí mismos, por las pasiones que les atormentan y que no pueden dominar.

9. Este espíritu, a pesar de su inferioridad, siente los buenos efectos de la oración. Hemos visto lo mismo en otros espíritus igualmente perversos y de naturaleza muy brutal. ¿Cómo es que espíritus más ilustrados, de una inteligencia más desarrollada, demuestran una ausencia completa de buenos sentimientos, que se ríen de todo lo que hay de más sagrado, en una palabra, que nada les conmueve, y que su cinismo no tiene ninguna tregua? R. La oración sólo produce efecto en favor del espíritu que se arrepiente. Con aquel que seducido por el orgullo se rebela contra Dios y persiste en sus extravíos e incluso los exagera, como lo hacen los espíritus desgraciados, la oración no puede nada, y no podrá nada hasta el día en que una luz de arrepentimiento los envuelva. La ineficacia de la oración es también para ellos un castigo. No alivia más que a aquellos que no están del todo endurecidos.

10. Cuando se ve a un espíritu inaccesible a los buenos efectos de la oración, ¿es ésta una razón para abstenerse de rogar por él? R. No, sin duda, porque tarde o temprano podrá triunfar de su endurecimiento, y hacer germinar en él pensamientos saludables.

Lo mismo puede referirse de ciertos enfermos, sobre los cuales no obran los remedios sino a largo plazo. El efecto de éstos no es apreciable por el momento. Al contrario, sobre otros obran prontamente. Si nos penetramos de la verdad de que todos los espíritus son perfectibles y de que ninguno está eterna y fatalmente destinado al mal, se comprenderá que tarde o temprano, la oración hará su efecto, y que la que parece ineficaz al principio, no deposita menos gérmenes saludables que predisponen al espíritu al bien, si no le toca inmediatamente. Así, pues, obraríamos mal si por no conseguirlo al instante nos desanimásemos.

11. Si este espíritu reencarnase, ¿en qué categoría de individuos se encontraría? R. Eso dependerá de él y del arrepentimiento que experimentará. (Muchas conversaciones con este espíritu produjeron en él un cambio notable en su estado moral. He aquí algunas de sus respuestas:)

Al espíritu:

12. ¿Por qué no pudisteis escribir la primera vez que os llamamos? R. No lo quería. P. ¿Por qué no lo queríais? R. Ignorancia y embrutecimiento.

13. ¿Podéis dejar ahora, cuando lo queréis, la casa de Castelnaudary? R. Se me permite dejarla, porque me aprovecho de vuestros consejos. P. ¿Experimentáis por esto alivio? R. Empiezo a esperar.

14. Si pudiésemos veros, ¿bajo qué apariencia os veríamos? R. Me veríais en camisa sin puñal. P. ¿Por qué no tenéis vuestro puñal? ¿Qué habéis hecho de él? R. Lo maldigo. Dios me ha ahorrado su vista.

15. ¿Si M.D..., hijo (el que recibió el bofetón) volviese a la le haríais daño? R. No. porque estoy arrepentido. P. ¿Y si os insultase? R. ¡Oh! ¡No me preguntéis eso! No podría dominarme, sería superior a mis fuerzas..., porque no soy más que un miserable.

16. ¿Entrevéis el fin de vuestras penas? R. ¡Oh! Todavía no. Es ya mucho más de lo que merezco el saber, gracias a vuestra intercesión, que no durarán siempre.

17. ¿Queréis describirnos la situación en que estabais antes de que os hayamos llamado por vez primera? ¿Comprendéis que os preguntamos esto para tener un medio de seros útil y no por un motivo de curiosidad? R. Os lo he dicho, no tenía conciencia de nada en el mundo sino de mi crimen, y no podía dejar la casa en que lo cometí más que para elevarme en el espacio, donde todo a mi alrededor estaba solitario y oscuro. No podría daros una idea, ni he comprendido jamás nada. Desde el momento en que me elevaba en el espacio, todo era negro y vacío para mí, no sabía lo que me pasaba. Hoy experimento muchos más remordimientos y no estoy obligado a permanecer en esa casa fatal. Se me permite errar por la Tierra y procurar ilustrarme con mis observaciones, mas en este caso comprendo mejor la enormidad de mis maldades, y si sufro menos por un lado, por el otro aumentan mis tormentos con los remordimientos, pero al menos tengo una esperanza.

18. Si debieseis volver a tomar una existencia corporal, ¿cuál eligiríais? R. Todavía no he pensado ni reflexionado lo bastante para saberlo.

19. ¿Durante vuestro largo aislamiento, y se puede decir vuestra cautividad habéis tenido remordimiento? R. Ni el menor, y por esto sufrí tanto tiempo. Cuando empecé a experimentarlos fue cuando, sin yo saberlo, se provocaron las circunstancias que motivaron mi evocación, a la cual debo el principio de mi libertad. Gracias, pues, a vosotros, que habéis tenido piedad de mí y me habéis ilustrado.

En efecto, hemos visto a los avaros sufrir a la vista del oro, que para ellos era una verdadera quimera. A los orgullosos, atormentados por la envidia de los honores que se hacían a los otros sin hacer caso de ellos. A los hombres que gobernaron en la Tierra, humillados por el poder invisible que les obligaba a obedecer, y por la presencia de sus subordinados que ya no se doblaban ante ellos. A los ateos, sufrir las agonías de la incertidumbre, encontrándose en un aislamiento absoluto en medio de la inmensidad, sin encontrar ningún ser que pudiera ilustrarles. En cl mundo de los espíritus, si bien hay goces para todas las virtudes, también hay castigos para todas las faltas, y aquellas a las que no alcanza la ley de los hombres, son azotadas por la ley de Dios.

Por lo demás, es notable que las mismas faltas, aunque cometidas en condiciones idénticas, son castigadas con penas muy diferentes, según el grado de adelanto del espíritu. A los espíritus más atrasados y en una naturaleza brutal, como el que nos ocupa, se les imponen penas en cierto modo más materiales que morales, mientras que sucede lo contrario en aquellos cuya inteligencia y sensibilidad estén en mayor desarrollo. A los primeros les conviene un castigo apropiado a la rudeza de su envoltura, para hacerles comprender los inconvenientes de su posición, inspirándoles el deseo de salir de ella. Así es que sólo la vergüenza, por ejemplo, que les haría poca o ninguna impresión a sus ojos, será intolerable para los demás.

En este código penal divino, la prudencia, la bondad y la previsión de Dios para sus criaturas se revelan hasta en las cuestiones más pequeñas. Todo es proporcional, todo está combinado con admirable solicitud para facilitar a los culpables los medios de rehabilitarse. Se les toman en cuenta las menores aspiraciones del alma. Según los dogmas de las penas eternas, por el contrario, en el infierno se confunden los pequeños con los grandes culpables, los que faltaron una sola vez, los que fueron cien veces reincidentes endurecidos, y los arrepentidos. Todo está calculado para retenerlos en el fondo del abismo. No se les ofrece ninguna tabla de salvación, una sola falta puede precipitar en él para siempre jamás, sin que se tome en cuenta el bien que se ha hecho. ¿De qué parte están la verdadera justicia y la verdadera bondad?

Así pues, esta evocación no ha sido casual. Como debía ser útil para este desgraciado, los espíritus que velaban por él, viendo que empezaba a comprender sus enormes crímenes, han juzgado el momento oportuno para proporcionarle un eficaz socorro aprovechando todas las circunstancias propicias. Este es un hecho que vemos repetirse muchas veces.

Con este motivo se nos ha preguntado lo que hubiera sido de él si no se le hubiese podido evocar, lo mismo que de los demás espíritus que, encontrándose en igual caso, tampoco pueden ser evocados o que nadie piensa en ellos. A lo que hemos contestado que los caminos de Dios para la salvación de sus criaturas son innumerables. La evocación es uno de los medios para acudir en su socorro, pero ciertamente no es el único, y Dios no relega a nadie al olvido. Ademas, las oraciones colectivas deben tener su influencia sobre los espíritus accesibles al arrepentimiento.

Dios no podía subordinar la suerte de los espíritus en sufrimiento a los conocimientos y a la buena voluntad de los hombres. Desde que éstos pudieron establecer y regularizar sus relaciones con el mundo invisible, uno de los primeros resultados del Espiritismo fue enseñarles los servicios que con el auxilio de estas relaciones, podían prestar a sus hermanos desencarnados. Dios quiso, por este medio, probarles la solidaridad que existe entre todos los seres del Universo y darnos una ley natural que sirviera de base al principio de la fraternidad.

Abriendo este nuevo campo al ejercicio de la caridad, les enseña el lado verdaderamente útil y formal de las evocaciones, desviadas hasta entonces de su objeto providencial por la ignorancia y la superstición. Así pues, a los espíritus en sufrimiento en ninguna época les ha faltado socorro, y si las evocaciones les abren un nuevo camino para su salvación, quizá los encarnados ganan en ello mucho más, porque para ellos son nuevas ocasiones para hacer bien, instruyéndose al propio tiempo sobre el verdadero estado de la vida futura.

Jacobo Latour
Asesino condenado por la Audiencia de Foix y ejecutado en septiembre de 1864

En una reunión espiritista íntima de siete u ocho personas, que tuvo lugar en Bruselas el 13 de septiembre de 1864, y a la cual asistimos, se suplicó a una señora, médium, tuviese la bondad de escribir. No habiéndose hecho ninguna evocación especial, trazó con agitación extraordinaria, en letras muy grandes, y después de haber roto violentamente el papel, estas palabras: “¡Yo me arrepiento!

¡Yo me arrepiento!”
Latour

Sorprendidos de esta comunicación inesperada, que nadie había provocado, porque ninguno pensaba en este desgraciado, la muerte del cual ignoraban la mayor parte de los asistentes, se le dirigieron algunas palabras de conmiseración y de aliento. Después se le hizo esta pregunta:

¿Qué motivo ha podido obligaros a venir entre nosotros antes que a otra parte, puesto que no os hemos llamado?

La médium, que lo era también parlante, responde de viva voz:

“He visto que erais almas compasivas y que tendríais piedad de mí, mientras que otros me evocan más por curiosidad que por verdadera caridad, o bien se alejan de mí con horror.”

Entonces comenzó una escena indescriptible que no duró menos de media hora. La médium unía a las palabras los gestos y la expresión de la fisonomía, y era evidente que el espíritu se identificó con su persona. Algunas veces fueron tan desgarradores sus acentos de desesperación, pintó sus angustias y sus sufrimientos con un tono tan lastimoso, sus súplicas fueron tan vehementes, que todos los asistentes nos conmovimos profundamente.

También los hubo que estaban espantados de la sobreexcitación de la médium, pero pensamos que un espíritu que se arrepiente y que implora la piedad no ofrecía ningún peligro. Si tomó sus órganos, fue para pintar mejor su situación e interesar más en su suerte, pero no como los espíritus obsesores y posesores, con la idea de apoderarse de ella para dominarla. Eso se le permitió, sin duda, por su propio interés, y puede ser también para la instrucción de las personas presentes.

El espíritu exclamó:

“¡Oh sí, piedad! Tengo mucha necesidad de ella, porque no sabéis lo que sufro!..., ¡no, no lo sabéis, no podéis comprenderlo..., es horrible!... ¡La guillotina! ¿Qué es al lado de lo que sufro ahora? Es nada, es un instante. ¡Pero este fuego que me devora es peor, es una muerte continua, es un sufrimiento que no deja tregua ni descanso..., que no tiene fin!

“y mis víctimas que están ahí, a mi alrededor..., que me enseñan sus heridas..., que me persiguen con sus miradas!... ¡Están ahí, ante mí..., las veo todas... Sí, todas, no puedo evitarlas!... ¡Y este mar de sangre!..., ¡y este oro manchado de sangre..., todo está ahí! Siempre ante mí... ¿Sentís el olor de la sangre? ¡Sangre, siempre sangre! ... ¡Están ahí esas pobres víctimas, me ruegan..., y yo sin piedad hiero..., hiero!... ¡Hiero siempre!... La sangre me embriaga.

“Creía que después de mi muerte todo estaría acabado, por esto arrostré el suplicio. ¡Insulté a Dios, le renegué!...Y he ahí que, cuando me creía aniquilado para siempre, un despertar terrible tiene lugar en mí!... ¡Oh! ¡Sí, terrible!... Estoy rodeado de cadáveres, de figuras amenazadoras..., camino sobre sangre... ¡Creía estar muerto, y vivo!... ¡Esto es horroroso! ¡Esto es terrible! ¡Más espantoso que todos los suplicios de la Tierra!

“¡Oh! ¡Si todos los hombres pudiesen saber lo que hay más allá de la vida! ¡Sabrían lo que cuesta hacer mal, no habría asesinos ni malhechores! ¡Quisiera que todos los asesinos pudiesen ver lo que veo y lo que sufro!... ¡Oh, no habría ninguno..., es demasiado horrible sufrir lo que sufro!

“¡Bien sé que lo he merecido!, ¡oh, Dios mío! ¿Por qué no tuve piedad de mis víctimas y rechacé sus manos suplicantes cuando me pedían que no las matase? ¡Sí, yo he sido cruel, las he matado cobardemente por poseer su oro!... He sido impío, os he renegado, he blasfemado vuestro santo nombre... He querido abismarme, y por esto quería persuadirme de que no existíais... ¡Oh, Dios mío! ¡Soy un gran criminal! Lo comprendo ahora. ¿Pero no tendréis piedad de mí?... ¡Sois Dios, esto es, la bondad. la misericordia!

¡Sois todopoderoso!

“¡Piedad, Señor! ¡Oh, piedad! ¡Piedad! Os lo suplico, no seáis inflexible, libertadme de esta vista odiosa, de estas imágenes horribles..., de esta sangre..., de mis víctimas, cuyas miradas me penetran hasta el corazón como puñaladas.

“Vosotros que estáis aquí, que me escucháis, sois buenas almas, almas caritativas. Sí, lo veo, tendréis piedad de mí. ¿no es verdad? Rogaréis por mí... ¡Oh! ¡Os lo suplico! No me rechacéis. Pediréis a Dios que quite de mi vista este horrible espectáculo. Os escuchará porque sois buenos. Os lo suplico, no me rechacéis como yo he rechazado a los otros... ¡Rogad por mí!”

Los asistentes, conmovidos por sus pesares, le dirigieron palabras de aliento y de consuelo:

“Dios -se le dijo-, no es inflexible, lo que pide al culpable es un arrepentimiento sincero y el deseo de reparar el mal que ha hecho. Puesto que vuestro corazón no está endurecido y le pedís perdón por vuestros crímenes, extenderá sobre vos su misericordia si perseveráis en vuestras buenas resoluciones para reparar el mal que habéis hecho. No podéis, sin duda, devolver a vuestras víctimas la vida que les quitasteis, pero si pedís con fervor, Dios os concederá encontraros con ellas en una nueva existencia, donde podréis demostrarles tanta adhesión como cruel habéis sido. Y cuando juzgará la reparación suficiente, entraréis en su gracia.

“La duración de vuestro castigo está de este modo en vuestras manos. Depende de vos abreviarlo. Nosotros os prometemos ayudaros con nuestras oraciones, y llamar sobre vos la asistencia de buenos espíritus. Vamos a decir a vuestra intención la oración contenida en El Evangelio según el Espiritismo, por los espíritus en sufrimiento y arrepentidos. No diremos la que se reza por los malos espíritus, porque desde luego que os arrepentís, que imploráis a Dios y renunciáis a hacer mal. No sois, a nuestros ojos, sino un espíritu desgraciado y no malo.”

Dicha esta oración, y después de algunos instantes de calma, el espíritu continuó:

“¡Gracias, Dios mío!... ¡Oh, gracias! Habéis tenido piedad de mí, estas horribles imágenes se alejan... No me abandonéis..., enviadme vuestros buenos espíritus para sostenerme... Gracias.”

Después de esta escena, quedó la médium, durante algún tiempo, quebrantada y sin fuerzas, y sus miembros sumamente cansados. Tuvo el recuerdo, desde luego confuso, de lo que acababa de pasar. Después, poco a poco se acordó de algunas de las palabras que pronunció y que decía a pesar suyo. Sabía que no era ella quien hablaba.

Al día siguiente, en una nueva reunión, se manifestó el espíritu, y empezó, durante algunos minutos solamente, la escena de la víspera, con la misma gesticulación expresiva, pero menos violenta. Después escribió valiéndose de la misma médium, con agitación febril, las palabras siguientes:

“Gracias por vuestras oraciones, ya se ha producido en mí una mejora sensible. He rogado a Dios con todo fervor, que ha permitido que, por un momento, mis sufrimientos fuesen aliviados, pero veré aún a mis víctimas... ¡Están ahí!... ¡Están ahí!... ¿Veis esta sangre?...”

La oración de la víspera fue repetida y el espíritu continúa, dirigiéndose a la médium.

“Os pido perdón por haberme apoderado de vos. Gracias por el alivio que dais a mis sufrimientos, perdón por todo el mal que os he ocasionado, pero tengo necesidad de manifestarme, vos sola podéis...

“¡Gracias, gracias! Siento un pequeño alivio, pero me falta mucho para llegar al fin de mis pruebas. Pronto volverán a venir mis víctimas. He ahí el castigo, lo he merecido, Dios mío, pero sed indulgente.

“Vosotros todos, orad por mí, tened piedad de mí.”

Un miembro de la Sociedad Espiritista de París, que oró por este desgraciado espíritu y le evocó, obtuvo en diferentes intervalos las comunicaciones siguientes:

I

Fui evocado casi después de mi muerte, y no pude comunicarme enseguida, pero muchos espíritus ligeros han tomado mi nombre y mi puesto. Me he aprovechado de la presencia en Bruselas del Presidente de la sociedad de París, y con el permiso de los espíritus superiores, me he comunicado.

Iré a comunicarme a la Sociedad, y haré revelaciones que serán un principio de reparación de mis faltas, y podrán servir de enseñanza a todos los criminales, que leerán y que retlexionarán sobre el relato de mis sufrimientos.

Los discursos sobre las penas del infierno hacen poco efecto en el espíritu de los culpables, que no creen en todas esas imágenes, espantosas sólo para los niños y los hombres débiles. Pero un gran malhechor no es un espíritu pusilánime, y el miedo a los gendarmes obra más sobre él que la relación de los tormentos del infierno. He ahí por que todos los que me leerán serán sensibles a mis palabras, a mis sufrimientos, que no son suposiciones. No hay un solo sacerdote que pueda afirmar: “He visto lo que digo, he presenciado los tormentos de los condenados.” Pero cuando expreso: “He aquí lo qué ocurrió después de la muerte de mi cuerpo. Mirad cuál fue mi desengaño, reconociendo que no estaba muerto, como lo esperaba, y que lo que creí como fin de mis sufrimientos era el principio de tormentos imposible de describir.” Entonces más de uno se detendrá al borde del precipicio donde iba a caer, y cada uno de los desgraciados que yo detenga de este modo en la pendiente del crimen servirá para que yo rescate una de mis faltas. Así es como el bien triunfa sobre el mal, y como la bondad de Dios se manifiesta por todas partes tanto en la Tierra como en el espacio.

Se me ha permitido librarme de la vista de mis víctimas, que son ahora mis verdugos, a fin de comunicarme con vos, pero al dejaros las volveré a ver, y sólo esta idea me hace sufrir tanto que no podría explicároslo. Soy feliz cuando se me evoca, porque entonces dejo mi infierno por algunos instantes. Rogad siempre por mi, rogad al Señor para que me libre de la vista de mis víctimas.

¡Sí, oremos juntos, la oración hace tanto bien!... Estoy más aliviado. No siento tanto la pesadez de la carga que me abruma. Veo un rayo de esperanza que luce en mis ojos, y, lleno de arrepentimiento, exclamo: ¡Bendita sea la mano de Dios, que su voluntad sea hecha!

II

P. En lugar de pedir a Dios que os libre de la vista de vuestras víctimas, os invito a orar conmigo para pedirle la fuerza de soportar este tormento expiatorio.

R. Hubiera preferido librarme de la vista de mis víctimas. ¡Si supierais lo que sufro! El hombre más insensible se conmovería si pudiese ver impresos como fuego en mi rostro los sufrimientos de mi alma. Haré lo que me aconsejáis. Comprendo que éste es un medio un poco más rápido de expiar mis faltas. Es como una operación dolorosa, que debe dar la salud a mi cuerpo muy enfermo.

¡Ah! ¡Si pudieran verme los culpables de la Tierra, cuán asustados estarían de las consecuencias de sus crímenes, que ocultos a los ojos de los hombres, son vistos por los espíritus! ¡Cuán fatal es la ignorancia a tantas pobres gentes!

¡Qué responsabilidad asumen los que niegan la instrucción a las clases pobres de la sociedad! ¡Creen que con los gendarmes y la policía pueden prevenir los crímenes! ¡En qué error están!

III

Los sufrimientos que experimento son horribles, pero con vuestras oraciones me siento asistido por buenos espíritus, que me dicen que espere. Comprendo la eficacia del remedio heroico que me habéis aconsejado, y ruego al Señor me conceda la fuerza de soportar esta dura expiación. Puedo decir que es igual al mal que hice. No trato de excusar mis crímenes, pero al menos, mis víctimas recibieron la recompensa que les esperaba después del terror y del dolor que les causara el crimen cometido con ellas, particularmente las que habían terminado su prueba terrestre.

Pero desde mi vuelta al mundo de los espíritus, excepto los muy cortos momentos en que me he comunicado, no ceso de sufrir los dolores del infierno.

Los sacerdotes, a pesar del cuadro espantoso de las penas que experimentan los réprobos, no tienen sino una idea muy débil de los verdaderos sufrimientos que la justicia de Dios impone a sus hijos que han violado la ley de amor y caridad. ¿Cómo puede creerse que un alma, esto es. un ser que no es material, pueda sufrir al contacto del fuego material? Esto es absurdo, y he ahí por qué tantos criminales se ríen de esas pinturas fantásticas del infierno. ¿Pero sucede lo mismo con el dolor moral que sufre el condenado después de la muerte física?

Rogad para que la desesperación no se apodere de mí.

IV

Os doy las gracias porque me hacéis entrever el fin, fin glorioso al cual sé que llegaré cuando me haya purificado. Sufro mucho, y sin embargo, me parece que mis sufrimientos disminuyen. No puedo creer que, en el mundo de los espíritus, el dolor disminuya porque uno se habitúe a él poco a poco. No. Comprendo que vuestras buenas oraciones han aumentado mis fuerzas, y si mis, dolores son los mismos, siendo mi fuerza más grande, sufro menos.

Mi pensamiento se dirige sobre mi última existencia, sobre las faltas que hubiera evitado, si hubiese sabido orar. Comprendo hoy la eficacia de la oración, comprendo la fuerza de esas mujeres honradas y piadosas, débiles según la carne, pero fuertes por su fe. Comprendo este misterio que no comprenden los falsos sabios de la Tierra. ¡Oración! Esta sola palabra excita la risa de los espíritus fuertes. Los oigo en el mundo de los espíritus, y cuando el velo que la verdad se desgarre para ellos, vendrán a prosternarse a su vez a los pies del Eterno que han desconocido, y se consideran felices en humillarse para que sean absueltos de sus pecados y de sus maldades. ¡Comprenderán la virtud de la oración!

¡Orar es amar, amar es orar! Entonces amarán al Señor y le dirigirán sus oraciones de amor y de reconocimiento, y, regenerados por el sufrimiento, porque deberán sufrir, rogarán, como yo, para tener la fuerza de expiar y de sufrir, y cuando habrán cesado de sufrir, rogarán para dar gracias al Señor del perdón que han merecido por su sumisión y su resignación. Oremos, hermano, para fortificarme más...

¡Oh! Gracias, hermano, por tu caridad, porque estoy perdonado. Dios me libra de la vista de mis víctimas. ¡Oh! ¡Dios mío! ¡Bendito seas durante la eternidad por la gracia que me concedes! ¡Oh! ¡Dios mío! Siento la enormidad de mis crímenes, y me humillo ante vuestra omnipotencia. ¡Señor! Os amo con todo mi corazón y os pido la gracia de permitirme, cuando vuestra voluntad me envíe a sufrir en la Tierra nuevas pruebas, que baje a ella, mísero de paz y de caridad, a enseñar a los niños a pronunciar vuestro nombre con respeto. Os pido el poder enseñarles a amaros a Vos, el padre de todas las criaturas. ¡Oh! ¡Gracias, Dios mío! Soy un espíritu arrepentido, y mi arrepentimiento es sincero. Os amo tanto como mi corazón tan impuro puede comprender este sentimiento, pura emanación de vuestra divinidad. Hermano, roguemos, porque mi corazón rebosa de reconocimiento. Soy libre, he roto mis hierros, no soy un réprobo. Soy un espíritu en sufrimiento, pero arrepentido, y desearía que mi ejemplo pudiese retener en el umbral del crimen todas esas manos criminales que veo preparadas a levantarse. ¡Oh! Deteneos, hermanos, deteneos, porque los tormentos que os preparáis serán atroces. No creáis que el Señor se deje siempre ablandar tan pronto por la oración de sus hijos. Son siglos de tormento los que os esperan.
Latour

El guía del médium:

Tú declaras que no comprendes las palabras del espíritu. Considera su emoción y su reconocimiento hacia el Señor. No cree poder expresarlo y manifestarlo mejor que tratando de detener a todos esos criminales que ve y que tú no puedes ver. Quisiera que sus palabras llegasen hasta ellos, y lo que no te ha dicho, porque lo ignora todavía, es que le será permitido comenzar misiones reparadoras. Irá cerca de sus cómplices a inspirarles el deseo de arrepentirse, y a introducir en sus corazones el germen del remordimiento. Algunas veces se ven personas en la Tierra que se creían honradas ponerse a los pies de un sacerdote acusándose de un crimen. Es el remordimiento que les dicta la confesión de su falta. Y si se levantara el velo que te separa del mundo invisible, verías muchas veces un espíritu que fue el cómplice o el instigador del crimen venir, como lo hará Jacobo Latour, a tratar de reparar su falta, inspirando el remordimiento al espíritu encarnado.
Tu guía protector

El médium de Bruselas que tuvo la primera comunicación de Latour, recibió más tarde la siguiente:

“No temáis nada de mí. Estoy más tranquilo, pero, a pesar de ello, sufro todavía. Dios ha tenido piedad de mí, porque ha visto mi arrepentimiento. Ahora sufro por este arrepentimiento, que me demuestra la enormidad de mis faltas.

“Si en la vida hubiera sido bien dirigido, no habría hecho todo el mal que he hecho, pero mis instintos no fueron reprimidos, y obedecí a ellos no habiendo conocido ningún freno. Si todos los hombres pensasen más en Dios, o al menos si todos los hombres creyeran en Él, no se cometerían semejantes maldades.

“Pero la justicia de los hombres es mal entendida. Por una falta, a veces ligera, se encierra a un hombre en un presidio, que siempre es un lugar de perdición y de perversión. Sale de él completamente perdido por los malos consejos y los malos ejemplos que ha tenido. Sin embargo, si su naturaleza es lo bastante buena y bastante fuerte para resistir al mal ejemplo, al salir del presidio todas las puertas se le cierran, todos le retiran la protección, todos los corazones honrados le rechazan. ¿Qué le queda? El menosprecio y la miseria, el abandono, la desesperación. Si siente en él buenas resoluciones para volver al bien, la miseria le empuja a todo. Entonces también él desprecia a su semejante, lo aborrece y pierde del todo la conciencia del bien y del mal, puesto que se ve rechazado, a pesar de haber tomado la resolución de ser hombre de bien. ¡Para procurarse lo necesario roba, mata a veces, después... le guillotinan!

“Dios mío, en el momento en que mis alucinaciones van a volverme, siento vuestra mano que se extiende hacia mí, siento vuestra bondad que me envuelve y me protege. ¡Gracias, Dios mío! En mi próxima existencia emplearé mi inteligencia, mi bien, en socorrer a los desgraciados que han sucumbido, y en preservarles de la caída.

“Gracias a vosotros, que no repugnáis comunicaros conmigo. No temáis, veis que no soy malo. Cuando penséis en mí, no os representéis el retrato que de mí habéis visto, sino representados una pobre alma desolada que os da gracias por vuestra indulgencia.

“Adiós. Evocadme todavía, y rogad a Dios por mí.”
Latour

Estudio sobre el espíritu de Jacobo Latour

No puede negarse el fondo y la más alta importancia de algunas de las palabras de esta comunicación, ofreciendo además uno de los aspectos del mundo de los espíritus en castigo, sobre el cual, sin embargo se entrevé la misericordia de Dios. La alegoría mitológica de las Euménides no es tan ridícula como se cree, y los demonios, verdugos oficiales del mundo invisible, que las reemplazan en la creencia moderna, son menos racionales con sus cuernos y sus garfios que esas víctimas que sirven ellas mismas para castigo del culpable.

Admitiendo la identidad de este espíritu, quizás alguno se sorprenda por el cambio repentino de su estado moral. Esto mismo lo hemos hecho notar en otra ocasión, pues hay más recursos muchas veces en un espíritu brutalmente malo que en aquel que está dominado por el orgullo o que oculta sus vicios bajo el manto de la hipocresía. Esta vuelta repentina a mejores sentimientos, más bien indica una naturaleza más salvaje que perversa, a la que sólo le ha hecho falta una buena dirección. Si comparamos su lenguaje con el de otro criminal que a continuación mencionamos en el título de “Castigo por la luz”, reconoceremos con facilidad cuál es el más adelantado moralmente, a pesar de su instrucción y de su posición social. El uno obedecía a su instinto natural de ferocidad, a una especie de sobreexcitación, mientras que el otro cometía sus crímenes con la calma y sangre fría de una lenta y perseverante combinación, y después de su muerte , todavía desafiaba el castigo por orgullo. Él sufre, pero no quiere reconocerlo; el otro se ha dominado inmediatamente. De este modo podemos prever cuál de los dos sufrirá más tiempo.

“Yo sufro -manifiesta el espíritu de Latour-, por ese arrepentimiento que me muestra la enormidad de mis faltas.” En esto hay un pensamiento profundo. Verdaderamente el espíritu no comprende la gravedad de sus faltas sino cuando se arrepiente. El arrepentimiento conduce al pesar, a los remordimientos, sentimiento doloroso que es la transición del mal al bien, de la enfermedad moral a la salud moral. Para evadirse de estas sensaciones dolorosas, los espíritus perversos se parapetan contra la voz de su conciencia, como aquellos enfermos que rehúsan el remedio que ha de curarles. Procuran hacerse ilusiones y se embrutecen persistiendo en el mal. Latour ha llegado a aquel período en que la obstinación concluye por ceder. El remordimiento ha entrado en su corazón, y a ése ha seguido el arrepentimiento. Comprende la extensión del mal que ha hecho, ve su vileza y sufre. He ahí por qué refiere: “Sufro por este arrepentimiento.” En su precedente existencia ha debido ser peor que en ésta, porque si se hubiera arrepentido como lo ha hecho hoy, su vida hubiese sido mejor. Las resoluciones que toma ahora influirán sobre su futura existencia terrestre. La que acaba de dejar, por criminal que haya sido, ha marcado para él una etapa del progreso. Es más probable que antes de comenzarla fuese errante, uno de estos espíritus malos y rebeldes obstinados en el mal, como se encuentran tantos.

Muchas personas han preguntado qué provecho se podía sacar de las existencias pasadas, puesto que uno no se acuerda ni de lo que ha sido, ni de lo que ha hecho.

Esta cuestión está completamente resuelta por el hecho de que si el mal que hemos cometido está borrado y no quedó de él ninguna traza en nuestro corazón, su recuerdo sería inútil, pues no tenemos que preocuparnos de ello. En cuanto a aquel del cual no nos hemos enteramente corregido, lo conocemos por nuestras tendencias actuales. Sobre éstas debemos dirigir toda nuestra atención Basta saber lo que somos sin que sea necesario saber lo que hemos sido.

Cuando consideramos la dificultad que hay, durante la vida, para que el culpable más arrepentido se rehabilite de la reprobación de que es objeto, debemos bendecir a Dios por haber echado un velo sobre el pasado. Si a Latour le hubieran condenado a tiempo, aunque hubiese cumplido su condena, por sus antecedentes la sociedad le hubiera rechazado. ¿Quién hubiese querido admitirle en el seno de su amistad. a pesar de su arrepentimiento? Los sentimientos que manifiesta hoy como espíritu nos dan la esperanza de que en la próxima existencia terrestre será un hombre honrado, estimado y considerado. Pero suponed que se sepa que ha sido Latour: la reprobación le perseguirá todavía. El velo echado sobre su pasado le abre la puerta de la rehabilitación, podrá sentarse sin temor y sin vergüenza entre las personas más honradas. ¡Cuántos hay que quisieran a todo precio borrar de la memoria de los hombres algunos años de su existencia!

¡Que se busque una doctrina que esté más conforme que ésta con la justicia y la bondad de Dios! Por lo demás, esta doctrina no es una teoría, sino el resultado de las observaciones. Los espiritistas no la han inventado. Han visto y observado las diferentes situaciones en que se presentan los espíritus, han procurado explicárselas y de esta explicación ha salido la doctrina. Si la han aceptado, ha sido por el resultado de los hechos y porque les ha parecido más racional que todas las emitidas hasta el día sobre el porvenir del alma.

No puede negarse que estas comunicaciones son de una alta enseñanza moral. El espíritu ha podido ser, ha debido ser ayudado en sus reflexiones, y sobre todo en la elección de las expresiones, por espíritus más adelantados. Pero en semejante caso, estos últimos no asisten sino en la forma y no en el fondo, y no ponen jamás al espíritu inferior en contradicción consigo mismo. Han podido poetizar en Latour la forma del arrepentimiento, pero de ningún modo le hubieran hecho manifestar el arrepentimiento contra su voluntad, porque el espíritu tiene su libre albedrío. Veían en él el germen de buenos sentimientos, por esto le han ayudado a expresarse y han contribuido a su desarrollo, al propio tiempo que han llamado sobre él la conmiseración.

¿Puede haber nada más admirable ni más moral, nada capaz de impresionar con más vehemencia que el cuadro de este gran criminal arrepentido, exhalando su desesperación y sus remordimientos, quien en medio de su sufrir, perseguido por la mirada incesante de sus víctimas, eleva su pensamiento hacia Dios para implorar su misericordia?¿No es un saludable ejemplo para los culpables? Se comprende la naturaleza de sus angustias: son racionales, terribles, aunque sencillas y sin el carácter de la fantasmagoría.

Tal vez alguno podrá admirarse por el gran cambio hecho en un hombre como Latour. Pero, ¿por qué no se había de arrepentir? ¿Por qué no había de existir en él una cuerda sensible que vibrase? ¿Acaso el culpable está para siempre destinado al mal? ¿No llega un momento en que se hace la luz en su alma? Este momento llegó para Latour. Esa es precisamente la parte moral de sus comunicaciones: el conocimiento que tiene de su estado, sus pesares, sus proyectos de reparación son eminentemente instructivos. ¿Qué tendría dc extraordinario que se arrepintiese sinceramente antes de morir? ¿No hubiera dicho antes lo que ha dicho después? ¿No tenemos de ello numerosos ejemplos?

Si hubiese vuelto al bien antes de su muerte a los ojos de sus iguales hubiera sido una debilidad. Su voz de ultratumba es la revelación del porvenir que le aguarda. Está en la verdad absoluta cuando declara que su ejemplo es más propio para reducir a los culpables que la perspectiva de las llamas del infierno e incluso del cadalso. ¿Por qué no se presenta a dar estos ejemplos en los presidios? Esto haría reflexionar a algunos, como tenemos de ello muchos ejemplo, pero, ¿cómo se puede creer en la eficacia de las palabras de un muerto, cuando se cree que después de la muerte todo ha concluido? Un día, no obstante, vendrá en que se reconocerá la verdad de que los muertos pueden venir a instruir a los vivos.

De estas comunicaciones se desprenden otras instrucciones importantes. En primer lugar, la confirmación del principio de eterna justicia, que el arrepentimiento no basta para colocar a los culpables en el rango de los elegidos. El arrepentimiento es el primer paso hacia la rehabilitación que llama la misericordia de Dios, es el preludio del perdón y de disminuirse los sufrimientos. Pero Dios no absuelve sin condición. Es precisa la expiación y sobre todo la reparación. Esto es lo que comprende Latour y es a lo que se prepara.

En segundo lugar, si se compara este criminal con el de Castelnaudary, se encuentra una gran diferencia en el castigo que se le ha impuesto. En este último el arrepentimiento ha sido más tardío, y en consecuencia, la pena más larga. Esta pena es, además, casi material, mientras que en Latour el sufrimiento es más bien moral. Esto consiste en que, como hemos dicho más arriba, la inteligencia del uno estaba mucho más desarrollada que la del otro. Era necesario algo que pudiese afectar sus sentidos obtusos. Pero las penas morales no son menos amargas para aquel que ha llegado al grado exigido para comprenderlas. Se puede juzgar de esto por los ayes que exhala Latour. No son de cólera, sino la expresión de los remordimientos, acompañados muy pronto del arrepentimiento y del deseo de reparar, a fin de realizar su progreso.